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vados consejeros le persuadian a que hiciese quitar la vida al inocente niño que su historia refiere, para quedarse con todo y apoderarse de lo ajeno; a cuyas proposiciones les respondió severo estas razones: luego ¿vosotros deseais que yo sea rei tirano, aborrecido y perverso, ántes que pio, justo y santo? no me mueve el interes ni la ambicion me sujeta a poner en ejecucion acciones semejantes, que naturalmente desdicen de la réjia potestad en que me hallo; porque el supremo señor y absoluto dueño de los suyos se debe portar con ellos (como dice el filósofo) de mesma suerte que un buen pastor con su rebaño.

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Y porque al intento se me vino a la memoria una respuesta excelente que refiere Valerio Máximo, dada por Marco Curio, cónsul, a unos malignos consejeros que le daban modos y nuevas trazas de buscar dineros y ser poderoso y rico en breve tiempo (que de estos hai en abundancia en Chile), y porque debian estar en los corazones de los que gobiernan bien impresas y esculpidas, no pasaré en blanco sus razones. Dijo este preclaro juez togado, que no le parecia cosa ilustre ni majestuosa calidad para su imperio tener solo para sí el oro, la plata y los tesoros, mas ántes sí el dominar sobre aquellos que fuesen poderosos, ricos y abundantes. Con que nos dió a entender, que es autoridad mas grande y honor mas sublimado gobernar a los que estan sobrados y opulentos, siendo pobre, desinteresado y justo, que ser poderoso y rico, y gobernar a pobres. A que aluden mui bien las palabras de los Proverbios y se ajustan escojidamente al intento de lo que este cónsul entendia: la grandeza (dicen) y opulencia de los súbditos es la mayor honra y dignidad de los príncipes, y al contrario, la necesidad y miseria de la comun plebe es el descrédito y la ignominia de los que gobiernan. De estas sentenciosas palabras podrémos ir sacando consecuencias y ajustadas illaciones al intento y principal asunto de este libro, y digo así:

¿Cómo puede en paz este reino conservarse, ni esta conquista tener dichoso asiento, ni la guerra dejar de ser sangrienta y dilatada, si al contrario se estila y se acostumbra en sus gobiernos?

¿Cuántos de los que han venido a gobernar a Chile, solicitan conveniencias públicas y la opulencia de los que son sus súbditos? Algunos se han reconocido en otros tiempos, y por desdicha nuestra y plaga universal de nuestras Indias, fueron sus años cortos y limitados sus dias, así por fatales accidentes como por interinarias mudanzas, que son perjudiciales al gobierno, si en él sus medras se van reconociendo. Mas, en lo comun y jeneral ¿quién hai que no desnude a los ricos de sus bienes, y a los pobres les quite aun la sangre de sus venas? Estos son los mas ciertos enemigos, y los que con efecto solicitan del reino las ruinas, y las guerras las hacen dilatadas; a cuyo blanco se van encaminando mis discursos. Con que pasarémos adelante y proseguirémos nuestra historia, que ella nos dará para el propósito suficiente materia y funda

mento.

CAPITULO V.

En que se refiere la batalla que el tercio de San Felipe de Austria tuvo en el sitio de las Cangrejeras, adonde murieron 100 hombres y el autor quedó preso.

Muchas claras verdades quisiera pasar en blanco y omitirlas por ser, como tengo dicho, aborrecibles y odiosas con extremo; mas aunque las considere así, y que al salir a la plaza es forzoso que tropiecen, y que con efecto caigan, siendo lo mas cierto, como parece en la boca de un profeta diciendo: la verdad está caida en esas plazas, abatida y postrada por los suelos, y la justicia a lo largo retirada; no por eso podré excusar algunas, porque de ellas es forzoso se deriven y saquen várias consecuencias de que necesita el fundamental asumpto de este libro; aunque procuraré que sea con la piedad y compostura que la ocasion me diere.

Una legua de nuestro cuartel (como queda referido) llegaron mas de ochocientos indios enemigos, y en un estrecho paso del estero que llaman las Cangrejeras, nos aguardaron resueltos y alentados, adonde tuvimos el encuentro y batalla campal, que fué como se sigue.

Luego que nos tocaron alarma de que el enemigo habia corrido nuestras estancias comarcanas y hecho gran estrago en ellas, captivado y muerto muchos habitadores, quemado y saqueado algunas chacras y heredades, el sarjento mayor y cabo de nuestra frontera despachó con toda priesa la caballería adelante, a que reconociese por adonde se retiraba la enemiga tropa; que el número de jente que salió del tercio, seria solamente de setenta hombres (la causa se irá manifestando en lo siguiente). Encamináronse al paso referido, por adonde se venian retirando las cuadrillas que para diferentes partes se habian dividido, con órden de como fuesen llegando, se aguardasen las unas a las otras en aquel mal paso del estero de las Cangrejeras; y aunque pudieron sin arrimarse a nuestro tercio retirarse con la presa que llevaban, conociendo la flaqueza y falta de soldados con que se hallaba, pues en aquel tiempo se componia de pocos mas de ducientos hombres (mal avenidos y peor diciplinados), no quisieron extraviarse; ántes sí haciendo tiempo para aguardarnos y seguir la dicha que les iba corriendo, se vinieron acercando a nuestras armas. Y llegando a tocar esta materia, se me vino a la memoria en este instante lo que nos aconteció en el rio de Puchanque estando entre sus bosques de emboscada, cuando se nos fueron de las manos los tres corredores del enemigo, que en el capítulo pasado referimos; que (aunque en este sirva de paréntesis) referiré el caso lastimoso para que se confirme lo que he dicho y se manifieste claro lo mal industriados que en su militar profesion en aquellos tiempos estaban los mas soldados.

Cuando salimos en seguimiento de los tres corredores del enemigo, del emboscadero adonde estábamos (que por habernos sentido nos volvian las espaldas), se le disparó el arcabuz que llevaba a un soldado, y

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mató a otro que delante de él estaba, sin que pudiese hablar palabra ; con cuyo subceso y semejante espectáculo a la vista quedamos suspensos, lastimados y aflijidos, dando infinitas gracias a nuestro Dios y Señor de habernos librado algunos capitanes de aquel tan grande infortunio, cuando nos hallamos tan cerca que íbamos hombro con hombro del desgraciado difunto; con que a voces los mas cuerdos dijeron con sentimiento, que sin duda aquel desastre era de otros mayores prenuncio, pues tan patentemente nuestras propias balas se volvian contra nosotros. Grandes avisos y recuerdos nos envió en aquellos tiempos el piadoso Señor de cielos y tierra, para que mudásemos de estilo en nuestras costumbres, y estuviésemos con la prevencion necesaria, y acudiésemos al reparo de nuestro daño y de lo que hoi estamos experimentando. Mas no cuidaban los ministros mayores ni menores de otra costa [sic], que de sus comodidades y intereses, que son los que perturban los ánimos de los mas justos; a cuya causa se conservaban muchos en los oficios, porque los adquirian contra toda razon y justicia por falta de superiores y ministros como el vicario de Jesucristo Pedro, que habiendo Simon Mago querido comprar por dineros la gracia del Spíritu Santo, no pudiendo sufrir esta blasfemia, que por tal se puede reputar el decir que por dineros se ha de poder adquirir lo que no se comunica sino es por méritos, luego que oyó su razon le dice, con justificado enojo: tu ofrecimiento y tu dinero sea para tu condenacion, pues tan malvadamente piensas y tan desatentado presumes que por tus dineros te han de dar lo que no mereces.

¡O qué buena repuesta de príncipe superior para el que con dineros quiere negociar y adquirir lo que con sus méritos no puede! Y en este lugar dijo San Pedro Damiano unas lindas palabras, que el dinero con el que le ofrecia fueron igualados en el castigo, y heridos y maltratados, el no lo estima ni le tiene se halla seguro de todo peligro y porque que

daño. Cerremos aquí nuestro paréntesis, y sigamos el discurso principiado. Llegó la primer cuadrilla de hasta 200 indios al referido paso de las Cangrejeras (que a estar las demas agregadas, pocos se escaparan de y trabó su escaramuza nuestra caballería), adonde embistió con ellos por apoderarse del paso que tenian ganado, y ellos por defenderle con los nuestros, de suerte que fué la suya tan buena que en aquel primer encuentro degollaron quince españoles y cautivaron tres o cuatro, obligando a los demas a retirarse a una loma rasa cercana al paso, y aguardar la infantería, que con toda priesa marchaba a mi cargo, habiéndonos llegado aviso de haberse encontrado con el enemigo nuestra jente. Y habiendo montado a caballo los infantes que pude, llegué con toda priesa al sitio adonde la caballería derrotada nos estaba aguardando; y en tres compañías de infantería que llegamos aun no era el número de ochenta soldados, que con los de la caballería haríamos pocos mas de ciento y sesenta, y el ejército enemigo pasaba de mill, porque en el tiempo que nos dilatamos en incorporarnos a los nuestros, se habian

agregado las demas cuadrillas enemigas a las que primero ganaron el paso. Cuando en el alto de la loma o eminencia me puse con la infantería, divisando en los médanos de abajo al enemigo, que algunos de ellos se estaban apeando de sus caballos para embestirnos, al punto desmonté del mio, y cojiendo la vanguardia como capitan inas antiguo de infantería, disponiendo los soldados que conmigo acababan de llegar, con el mejor órden que pude, entreveradas las picas con la arcabucería, fuí marchando para el enemigo, que estaria como media cuadra poco mas o menos de los nuestros, y haciendo memoria de lo que el maestro de campo jeneral Alvaro Nuñez de Pineda, mi padre, como tan experimentado en esta guerra y en el conocimiento de estos bárbaros, me significó várias veces: que mediante el favor divino, lo principal, habia tenido felices aciertos por haber acometido al enemigo siempre que habia llegado a darle vista, aunque fuese con mui desigual número del suyo, porque decia que con eso no le daba lugar a ponerse en órden, ni a dicernir ni numerar la jente que llevaba, si era poca o mucha. Y juzgo de verdad que nos hubiera sucedido mejor, si se hubiese puesto en ejecucion mi discurso y pensamiento; porque agregados en un cuerpo, sin dar lugar a que se enterasen de cuan limitadas y cortas eran nuestras fuerzas, embistiendo con ellos al punto que nos agregamos infantería y caballería, dándoles una buena carga de mosquetería y arcabucería, habian de desamparar el paso que tenian ganado, y apoderados de él nosotros, y cojiéndole por espaldas, nos hallaríamos fortalecidos y aventajados, solo con el peligro y riesgo por la frente. Mas, estando resuelto con estos designios y marchando para el enemigo, llegó un capitan de caballos lijeros lanzas con órden de que me detuviese y formase ante todas cosas un escuadron redondo de mi infantería; y significándole las conveniencias y utilidades que se nos podian seguir de no aguardar a dilaciones, por los pocos que éramos, y el número del contrario poderoso y pujante, me respondió, que con arrojos y temeridades en tales ocasiones no se conseguian buenos efectos, y que bastaba ser órden del superior para ejecutarla sin dilacion alguna. A cuyas razones dije, que el dar a entender mi parecer no era repugnar su mandato, que al instante puse en ejecucion, trayendo a la memoria lo que Tácito en sus historias dijo, y Aristóteles en su Política, que la excelencia mayor del soldado está solo en obedecer a los mayores y Tito Livio con las siguientes razones lo dijo todo: que el órden y diciplina militar mas eu la obediencia y sujecion a los que gobiernan consiste, que en las acciones valerosas y aventajados hechos. Y estando en estas conclusiones disponiendo la poca jente que en la infantería gober. naba, el enemigo no aguardó a dejarnos acabar de poner en órden para la batalla, pues embistiendo con nosotros en forma de una media luna, la infantería en medio guarnecida por los lados de su caballería, se vino acercando a nuestro pequeño escuadron, dando unas veces saltos para arriba los infantes, y otras, por desmentir las balas que les tiraban, cosiéndose con el suelo. Erales el tiempo favorable por ser lluvioso y el viento

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norte apresurado y recio, que nos imposibilitó nuestras armas de fuego, de manera que no se pudo dar mas que una carga, y esa sin tiempo ni sazon. Con que al instante su infantería y caballería cargó sobre nosotros con tal fuerza y furia, que a los ochenta hombres que nos hallamos a pié, nos cercó la turba multa, y habiéndonos desamparado nuestra caballería, nos cojió en medio, y aunque pocos para tan gran número contrario, sin desamparar sus puestos, murieron los mas como buenos y alentados soldados peleando valerosamente. Y estando yo haciendo frente en la vanguardia del pequeño escuadron que gobernaba, con algunos piqueros que se me agregaron, oficiales reformados y personas de obligaciones, considerándome en tan evidente peligro, peleando con todo valor y esfuerzo por defender la vida, que es amable, juzgando tener seguras las espaldas, y que los demas soldados hacian lo mesmo que nosotros, no habiendo podido resistir la enemiga furia, quedaron muertos y desbaratados mis compañeros, y los pocos que conmigo asistian iban cayendo a mi lado algunos de ellos, y despues de haberme dado una lanzada en la muñeca de la mano derecha, quedando imposibilitado de manijar las armas, me descargaron un golpe de macana, que así llaman unas porras de madera pesada y fuerte de que usan estos enemigos, que tal vez ha acontecido derribar de un golpe en feroz caballo, y con otros que se me asegundaron, me derribaron en tierra dejándome sin sentido, el espaldar de acero bien encajado en mis costillas y el peto atravesado de una lanzada; que a no estar bien armado y postrado por los suelos desatentado, quedara en esta ocasion sin vida entre los demas capitanes, oficiales y soldados que murieron. Cuando volví en mí y cobré algunos alientos, me hallé cautivo y preso de mis enemigos. Y dejo en este estado este capítulo, aunque habia prometido de ántes manifestar la causa de no haberse hallado en un cuerpo todos los soldados de nuestro ejército en ocasion tan esencial y urjente.

Solo diré, que nuestras culpas y pecados tienen ciegos los sentidos y turbados nuestros entendimientos, que aunque nos adviertan lo que puede ser de nuestra conveniencia (como en esta ocasion tuvimos un prisionero que ocho dias ántes nos estuvo previniendo con repetidos avisos de la gran junta que dejó dispuesta cuando salió de su tierra, para sin remision alguna venir a molestar nuestras fronteras), no damos crédito jamas a lo que nos importa y es de nuestra mayor utilidad y provecho. Y así las mas veces nos sucede lo que a Olofernes, jeneral valeroso de los ejércitos asirios, que despues de haber conquistado para su rei muchas naciones, y sujetado a sus fuerzas reinos y ciudades várias sin alguna resistencia, tuvo noticia que los Israelitas trataban de defender-se y no venir a su obediencia como los demas, a cuya causa entró en consejo con los príncipes Amonitas y Mohabitas, que reducidos a su gremio estaban, y sujetos a sus armas los tenia, a quienes preguntó, qué jente era esta, qué fuerzas las suyas, cuántas ciudades habitaban y qué calidades tenian; y que sabiendo que a su ejército y valor no se le habia opuesto nacion alguna, cómo tenian tanta altivez y soberbia,

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