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CAUTIVERIO FELIZ.

DE

DON FRANCISCO NUÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑAN.

DISCURSO I.

CAPITULO I. (1)

De la adulacion y mentira, y de cuán dañoso y perjudicial sea que los historiadores se dejen llevar de ella, y de cuán peligroso en estos tiempos es el decir verdades.

Para sus antojos muchos la elocuencia abusan; pocos los que sobria y lejítimamente usan de esta facultad. Aquel por orador insigne se reputa que con aparente celo de verdad cubre la mentira, y en estos nuestros lamentables siglos, tal vez [?] ningunos se desvian de tan comun despeñadero; pues no por barruntos estas. ........ verdades, aun en los mas.........predicadores mezclando...........clara luz del Evanjelio santo en curiosos y afectados conceptos; mas juzgo en estos tiempos de semejantes afeites y rebozos necesitar nuestras costumbres, para que la palabra divina algun lugar tenga en nuestros corazones; que es propio del natural humano y de nuestras curiosas condiciones escudriñar con veras lo que nos ocultan y lo que con rebozo se nos veda, como lo sintió Ovidio:

Citimur in vetitum semper cupimusque negata.

En lo que hai dificultad
Estriba nuestro cuidado,
Y tras lo oculto y vedado
Se va nuestra voluntad.

El deseo y el afecto corren a rienda suelta tras de lo que nos ocultan, dijo el poeta.

Preguntaron a su divino maestro los sagrados discípulos, que por qué causa o razon hablaba de ordinario en parábolas y enigmas; a que responde a nuestro intento San Juan Chrisósthomo y dice, que por

(1) El principio de este capítulo, por lo deteriorado del manuscrito, no es posible descifrarlo por entero.

que pusiesen mas cuidado y solicitasen con mas veras entenderle, que la obscuridad que encerraban en sí sus palabras, les incitaria a escudriñarlas y a rumiar sobre ellas; que si la intencion de Cristo, Señor nuestro, fuese no ser entendido, ni en parábolas ni enigmas, ni en otro jénero de lenguaje les hablara palabra: con que podrémos decir lo que el jentil versista, que es conveniente y necesario en todo jénero de escritos y narraciones usar de parábolas y enigmas:

Si licet exemplis in parvo grandibus uti.

Son lícitos los disfraces

En los escritos mayores,
Y usar de ejemplos y frases
Aun en los que son menores.

Principalmente hablando de las cosas divinas y celestiales, como lo enseña San Clemente Alejandrino: con que se podrá entender que mi principal asumpto no habrá sido encaminado a querer juzgar ni censurar stilos tan cultos y levantados como los que hoi se acostumbran en el lenguaje, que fuera desmedido atrevimiento y osado presumir querer emular lo que no alcanzo. Solo sí podré decir y dar a entender lo que me ha movido a cojer la pluma en la mano y escribir algunos sucesos de este reino con verdaderas experiencias (aunque con humilde y llano estilo): el haber reconocido algunos escritos y obras de historia que han salido a luz y estan para salir, de algunos acaecimientos de esta guerra de Chile, tan ajenos de la verdad como llevados de la adulacion los mas, y otros del propio interes y del que han adquirido por sus letras; que en lugar de ser su trabajo y desvelo agradecido y bastantemente estimado, podrémos decir a la contra de lo que Juan Tritemio en alabanza de los escritores dijo, que si de la iglesia faltasen, vacilaria la fee, resfriaríase la caridad, perderíase la esperanza, caducaria la justicia, confundiéranse las leyes, y en perpétuo olvido quedara el Evanjelio y las cosas memorables sepultadas. Pues al trocado, podemos decir que si tales escritores fabulosos, contemplativos y interesados dan sus obras a la estampa, es cierto que vacilará la fee por falta de la verdad, la justicia perecerá porque las leyes tendrán diferentes sentidos, y el Evanjelio en sus plumas mui gran riesgo de entenderse. Mas conveniente y justo fuera que semejantes escritos y escritores fuesen sepultados y faltasen del mundo, pues de ellos no se puede orijinar otra cosa que un gran descrédito de la guerra de Chile y de los que han derramado su sangre en servicio de su Rei y señor, y padecido varios trabajos y desvelos por acreditar en sus historias a los que con potestad y dineros han adquirido el aplauso de tales coronistas lisonjeros, que con relaciones siniestras y contemplativas dependencias intentan deslucir calificados méritos y engrandecer fantásticas opiniones.

Cuenta el natural poeta las penalidades y trabajos que el César le hizo padecer en su penoso destierro, por haber escrito un librillo fabu

loso, liviano y deshonesto; y arrepentido de su entretenimiento pasado, le confiesa su culpa y la razon de su enojo y de su ira:

Illa quidem justa est, nec me meruisse negabo:
Non adeo nostro fugit ab ore pudor.

No puedo, César, negarte
Que el castigo que he tenido,
Le tiene bien merecido

Mi liviano injenio y arte.
Avergonzado por parte
Me tiene el conocimiento:
Sirva mi arrepentimiento

De en tu justicia templarte.

Yo os prometo (le dice) que no puedo negaros que estoi corrido y avergonzado, y que el castigo que me habeis dado, ha sido justo y conveniente; porque el que coje la pluma en la mano para cosas livianas, deshonestas y fabulosas, tiene bien merecido su castigo.

¡O cómo se deben echar ménos aquellos antiguos tiempos, cuando los escritos ociosos, fantásticos, quiméricos y fabulosos hallaban prín- ¿ cipes superiores que los sepultaban, y con severidad majestuosa castigaban a sus dueños, y las verdades las colocaban en su merecido asiento! Hoi acontece tan al contrario, que tengo por sin duda que por verdadero que quiera el historiador dejar en memoria lo sucedido, le ha de sobrar el temor y acobardarle el recelo de verse por la verdad aniquilado y abatido. De una respuesta que Cristo, Señor nuestro, dió a los cortesanos del cielo cuando subió triunfante a sus celestiales alcázares, sacarémos la prueba de lo que habemos dicho. Preguntáronle con gran cuidado (despues de haber manifestado quien era), que por qué causa venia tan lastimado y con las vestiduras teñidas y ensangrentadas; a que responde a nuestro intento escojidamente: yo soi el que digo la verdad y no puedo ocultarla. Con que nos dió a entender, que el decir verdades trae vinculadas en sí las heridas, la sangre y el abatimiento, y aun la muerte; pues no se puede ya vivir en estos tiempos sin la mentira y la adulacion, por estar tan admitida entre los príncipes y señores de estos nuestros desdichados siglos. ¡Cuán a la contra de lo que nos enseña la divina norma de Cristo, Señor nuestro, como maestro tan celestial, a quien debian imitar y seguir todos los príncipes cristianos y señores poderosos! Y porque no se me pase en blanco lo que a la memoria en la ocasion presente se ha ofrecido acerca de los aduladores lisonjeros, referiré lo que nos cuenta el glorioso coronista San Mateo.

Llegaron un dia los discípulos de los fariseos a preguntar a Cristo, nuestro bien, si seria lícito dar el tributo al César, o no, con palabras amorosas, de grande respeto y estimacion, diciéndole : maestro, nosotros sabemos y tenemos por cierto que sois verdadero doctor, y que enseñais el camino de Dios en la verdad y justicia, y que no atendeis a respectos humanos para dejar de decir lo que es conveniente y justo. ¿Qué pala

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bras pudieran decir mas amorosas, mas corteses y verdaderas que las repetidas, si se hubiesen pronunciado sin la malicia y dañada intencion que traian de adularle y de mentirle? pues, aunque le llamaban maestro y doctor, excusaban ser sus discípulos, nombrándole verdadero, y no daban crédito a sus razones; decíanle que enseñaba el camino de la verdad y el de la justicia, y huian de andar por él: finalmente, su pretension no se encaminaba a otra cosa que a sacar de su respuesta alguna palabra con que calumniarle, juzgando que con la adulacion y mentira tendrian para su intento mui de par en par las puertas. A cuyas razones les responde Cristo: ¿por qué me tentais, hipócritas, embusteros, aduladores? Pues digo yo ahora y pregunto: ¿Señor, sufrido, manso y agradable, palabras tan ásperas y de tanto vituperio respondeis con enojo a las que os han dicho tan amorosas, tan verdaderas y corteses, cuando en otra ocasion sabemos que respondísteis humilde, placentera y con agrado, habiéndoos vituperado con palabras afrentosas de embustero y de endemoniado? solo pronunciaron vuestros lábios: yo no tengo en mí al demonio. Pues, ¿cómo con estos, cortesanos en el lenguaje, y en sus palabras halagüeños, os mostrais tan riguroso, tan airado y desabrido? La respuesta que nos dará nuestro divino maestro, será la que yo he pensado, a mi corto entender, para cuya intelijencia me pareció advertir la nota que hizo el cardenal Toledo en las dos veces que echó Cristo, Señor nuestro, del templo a los que trataban de comprar y vender en él: la primera refiere San Juan en el capítulo segundo, y San Mateo la segunda, en cuya ocasion solamente los reprehende con palabras ásperas y rigurosas, habiendo en la primera castigádolos con azotes; y dice nuestro citado cardenal, que fué mas áspero y sensible el segundo castigo de palabras que el de los azotes, siendo así que cualquiera juzgara ser al contrario; con que nos da a entender nuestro ilustre cardenal no haber castigo mas penoso ni de mayor tormento que el de palabras desabridas y afrentosas, para los que se precian de presuntuosos y graves: a cuya causa al delito reiterado se le aplica el remedio mas eficaz para la cura. Pues a nuestro intento preguntemos ahora, que por qué Cristo, bien nuestro, a los que le alaban y reverencian con corteses y amorosas palabras, los castiga con las que les dice tan desabridas, rigurosas y ásperas, llamándolos de hipócritas y embusteros, y a los otros blasfemos y maldicientes responde mansamente y con amor? A que respondo, que lo que juzgo y puedo alcanzar de estas dos repuestas es, que nuestro divino maestro quiso dotrinarnos y dar a entender, que es mas conveniente y necesario sufrir y disimular la ofensa y el vituperio de un maldiciente mordaz, acostumbrado al ejercicio de su mala lengua, que la alabanza y adulacion de un hipócrita embustero, que en presencia del alabado dice lo que no siente, y en ausencia juzga mas de lo que alcanza ; y como a delito tan de mayor marca, le da el castigo en esta ocasion conforme a sus merecimientos, aplicándole rigurosamente a sus cautelosas alabanzas.

¡Cuántos ministros consejeros de esta calidad y porte pudiéramos se

ñalar con el dedo (como dicen) en estos nuestros paises, que en presencia de los príncipes y superiores que gobiernan, engrandecen y alaban sus acciones, y en su ausencia las vituperan! Juzgo a estos tales imitadores de los fariseos, como las aguas de un lugar que refiere Plinio, que puestas ciertos dias señalados del año a la vista del templo. del dios Júpiter, tenian sabor de vino, mas en apartándolas de su presencia se volvian a su antiguo sabor.

A su imitacion algunos, cuando se hallan en el templo de la superioridad y grandeza de los que gobiernan y rijen, los verémos mui solícitos y cuidadosos en alabarlos, en apoyar sus acciones y en irse con la corriente de su paladar y gusto; mas en apartándose de su presencia, ¡qué presto mudan de parecer! al instante le condenan y en un momento le crucifican, trocándose como las aguas de Plinio.

Bien habia en que dilatar este capítulo, mas no faltará ocasion en que manifestar verdades, si puedo, como dijo San Juan en su segunda epístola, boca a boca: spero enim me futurum apud vos; supuesto que el principal blanco a que se encaminan mis discursos, no es otro que hacer las verdades patentes. Con que darémos principio a mi Captiverio feliz, de adonde sacarémos el fundamento de la dilacion de esta guerra de Chile, pues lo uno y lo otro viene a ser directo blanco de este libro.

CAPITULO II.

En que se trata brevemente de mis primeros años y de la suerte que entré a servir al Rei nuestro señor.

El tiempo de mi niñez hasta los diez y seis años ocupé en el ejercicio de las letras, si bien en poco no se puede adquirir mucho. Despues det haber cursado las escuelas algun tiempo y llegado a penetrar con el discurso algo de lo que la ciencia filosófica nos muestra; (por ciertos juveniles desaciertos, que suelen servir de escollos que obligan a amainar las velas al injenio que con mas pompa y lucimiento sulca el inmenso mar de la sabiduría), así por esto como por verse ya o haberse hallado en aquel tiempo mi amado padre (que Dios tenga en descanso) imposibilitado de proseguir con su tan fervorosa inclinacion de servir a S. M., con los trabajos tan ordinarios que en este reino pasó desde edad de catorce años hasta los de sesenta y seis, que fué en la que se hallaba cuando se retiró de la guerra dejando el oficio de maestro de campo jeneral que en tiempo de cuatro gobernadores ejerció, conservándole en él mas de diez años por conveniencia del Rei nuestro señor y aumento de sus fronteras; y estando, como estaba, sin una de las dos naturales luces que acompañan y adornan el rostro de la criatura mas perfecta, y sin el fundamento principal de la ajitacion humana (pues para haber de mover los piés a alguna parte le era forzoso valerse de artificiosas trazas y instrumentos de madera), determinó sacarme de la clausura y colejios adonde desde edad de seis a siete años me habia puesto; ha

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