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temor de los comarcanos, era bien prendello con todos sus principales, y traellos á Castilla, y que su pueblo quedase en servicio de los cristianos.» Estas son formales palabras de don Hernando. ¿Qué mayor insensibilidad puede ser boqueada ni pensada? ¿Qué injuria hicieron los indios á los españoles, pesándoles á todos mucho que quedasen á poblar en su tierra gente barbada, inquieta, fiera, cuyas obras no sanctas ni de virtud, ántes escandalosas, injustas y malas, habian ya experimentado? ¿Era medicina para aplacar aquel pesar, prender al Rey y á su mujer y hijos, y á sus principales, y que el pueblo quedase para servilles, para que á él fuese castigo y ejemplo á los comarcanos? ¿Qué delitos habian cometido? ¿Eran, por ventura, dalles de comer y con alegría recibillos en sus casas? ¿Y quién habia constituido juez al Almirante, y con qué jurisdiccion para castigallos? ¿Con qué autoridad y jurisdiccion, con cuál causa legítima y con qué justicia el Almirante con-denaba todo aquel pueblo á que á los españoles sirviese, siendo tanto y quizá más, sacada la fe y cristiandad, que ellos, libres? ¿Por ventura, no tenian más potestad y jurisdiccion, y más jurídica y justa sobre él y sobre los suyos, pues eran Reyes y señores naturales, y ellos les ofendian en su territorio y violaban la fe ó fidelidad que debian al buen hospedaje que en su tierra y casas se les hacia? Y por consiguiente, si quemalles el pueblo, y hacelles guerra, y matallos deliberaban, justamente hacer no lo podian. Cuanto más, que porque el intérprete les dijese que hacer aquello querian, no se seguia, que verdad fuese, como el Adelantado, despues, cuando los fué á prender, vido que no tenian ese brio. El remedio que eran obligados á tomar ya que fuera verdad, lo que el intérprete dijo, si lo dijo, porque quizá no lo entendieron, pues ninguna cosa, sino por señas le enténdian, fuera procurar de aplacar al Rey y á sus indios, con obras buenas, y dádivas que le dieran, y lo más seguro y obligatorio que hacer debieran era salirse de la tierra y dejarlos, lo mejor que pudieran, contentos, y hecho esto, irse á Castilla y dar nuevas á los Reyes, para que despues, cuando volvieran rescatadores y tam

bien predicadores de la fe, los hallaran tambien quietos y satisfechos, y, con alegría, como á ellos los recibieron, los recibieran. Pero no fueron dignos de ser alumbrados para no caer en tan intolerable yerro, pues no pretendian sino buscar oro por su propio interés y cudicia, errando cerca de los primeros principios. Tornando á la historia que D. Hernando prosigue diciendo, que para el efecto de la seguridad de aquellos que querian quedar en aquel pueblo, el Adelantado con 74 hombres, á 30 de Marzo, fué al pueblo de Veragua, que no tenia las casas juntas, sino desparcidas como en Vizcaya, y como el rey Quibia supo que estaba el Adelantado cerca, envióle á decir que no subiese á su casa, la cual estaba en un altillo sobre el rio de Veragua. El Adelantado no curó de lo que se le decia, y porque no se le huyese de temor suyo, acordó de ir con solos cinco, dejando mandado á los que quedaban, que á trechos, de dos en dos, se fuesen acercando, y que en sintiendo el sonido de la escopeta, que agora llaman arcabuz, haciendo ala, rodeasen la casa porque nadie se les escapase ni huyese. Aquí parece si aparejaba el Rey de matar los españoles, pues el Adelantado llegó seguro con cinco compañeros, y hizo lo que hizo. Así que, como ya llegase cerca de la casa del cacique Quibia, envió otro mensajero diciéndole que no entrase en ella, porque él saldria aunque estaba herido, y esto, diz que, hacian ellos porque no viesen sus mujeres, que son celosos sobre manera, y así salió á la puerta y se asentó diciendo, que sólo el Adelantado se allegase; el cual fué, dejando proveido que cuando viesen que le asía por el brazo, arremetiesen, y como llegó, comenzóle á hablar, preguntándole de su indisposicion y de otras cosas de la tierra, mediante un indio que traian tomado atras, que les parecia que algo lo entendian. El Adelantado, fingiendo que señalaba dónde la herida tenia el Rey, asióle de una muñeca, y como ambos fuesen de grandes fuerzas, túvolo tanto cuanto bastó para que llegasen los cuatro españoles, y el otro soltase la escopeta, y así acudieron todos los demas de la celada, y, llegados, entran en la casa, donde habria 50 personas, entre

chicas y grandes, de los cuales fueron presos los más, entre los cuales hobo algunos hijos y mujeres del mismo rey Quibia, y otras personas principales, que ofrecian gran riqueza, diciendo que en el monte ó cierto lugar estaba el tesoro, y que todo lo darian por su rescate. Esta fué la hazaña que alli entónces hizo el Adelantado, con otras más. Pero porque antes que la tierra se apedillase, dióse priesa en enviar la presa, tan injusta de aquellos inocentes, á las naos, él quedó, con la mayor parte de la gente, para correr y perseguir y prender los demas parientes y vasallos que se habian de sus violentas manos escapado. Platicando con los que consigo tenia, quién llevaria la cabalgada á los navíos en una barca, ofrecióse un piloto, tenido por hombre de buen recaudo, al cual entregaron el Rey atado de piés y manos; y, avisándole que mirase mucho no se le soltase, respondió quél lo tomaba á su cargo, y que, si se le fuese, que le pelasen las barbas. Partido con él, y con los demas, por el rio abajo, no faltando más de media legua de la boca para entrar en la mar, comenzóse mucho á quejar el Rey del atadura de las manos, y él, de lástima, desatóle del banco de la barca donde venia reatado, teniéndolo de la trailla con buen recaudo, mas desde á poco dió de presto consigo en el agua; él, no pudiendo retener la trailla, por no ir tras él, acordó de soltallo, y así se escapó de sus manos. Y porque ya era anochecido y con el rumor y movimientos de los demas que llevaban en la barca, no pudieron ver ni oir á dónde iba á salir, por manera, que nunca más dél pudieron saber cosa, y porque no le acaeciese otro desman con los otros que llevaban presos, acordaron de no parar hasta los navíos, harto avergonzados de haberles así el Cacique burlado. El dia siguiente, que fué 1.° de Marzo, viendo el Adelantado que sería trabajo demasiado seguir por tierra montuosa, como aquella es, el alcance, acordó volverse á los navíos muy alegre de su hazaña, con el despojo que habia robado en la casa del rey Quibia, que serian obra de 300 ducados, en espejos y aguilillas y cañutillos, como cuentas de oro, que se ponen á los brazos y piernas en hilos ensartados, y en unas

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tiras de oro que traen al rededor de las cabezas, en manera de corona, todo lo cual presentó al Almirante. De lo cual, diz que, sacado el quinto para Sus Altezas, repartióse lo demas por los que fueron á la entrada, como si fuera de muy buena guerra, contra turcos, apregonada; y lo bueno es que añide D. Hernando, que, por señal de aquella tan singular victoria, se dió una corona al Adelantado. Maravillosa, cierto, fué por aquellos tiempos la ceguedad que, cerca del venir á estas tierras y tratar á las gentes dellas como si fueran las de África, en los entendimientos, primero del Almirante, y despues de los demas, se hobo enjendrado. Pero pluguiera á Dios que en aquellos siglos parara, y no estuviera hoy el mundo della estragado.

CAPITULO XXVIII.

En estos dias envió Dios muchas lluvias, y creció el rio y abrió la entrada en la boca para que los navíos pudiesen salir á la mar, y así, determinó el Almirante de se volver á Castilla con los tres navíos, dejando el uno á su hermano el Adelantado, y á los que con él quedaban en el pueblo, que allí, en Veragua, determinaron hacer, como es dicho. Tambien pensó venir por esta isla Española, y de aquí enviarles el socorro que pudiese. Salió, pues, con los tres navíos, fuera del rio, á la mar, despedido de su hermano y de los demas, echadas sus anclas una legua de la boca, esperando que hiciese buen viento para proseguir su viaje. No faltó cierta ocasion, para, entre tanto, enviar la barca á tierra el rio arriba, y esta fué tomar agua y otras cosas que debiera el Almirante querer á su hermano proveer; y como el rey Quibia, que de la prision en el rio, llevándolo á los navíos, se habia escapado, quedase della y de la de su mujer y hijos, y los otros suyos tan lastimado, y de los otros agravios, y viese salidos los tres navíos y el Almirante, ó, por ventura, no esperaba que saliesen, sino, cuando tuvo su gente recogida y aparejada, vino sobre el pueblo de los españoles, al mismo punto que llegaba por allí la barca, y hízolo tan secreto que no fué sentido hasta que estaba del pueblo diez pasos, por la mucha espesura del monte que al pueblo cercaba, y arremeten con tan gran ímpetu y alarido, que parecian romper los aires. Y como los españoles estaban descuidados, lo que no debieran, pues sabian los daños tan graves que habian cometido á quien no les habia hecho agravio, ántes recreado, y debieran temer que los agraviados no se descuidaban, y las casas eran cubiertas de paja ó de palmas, tirábanles las lanzas, que eran palos tostados con

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