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Una señora de una ciudad de Bravante decia que los flamencos y gentes de aquella region eran de más virtud y valor que los españoles, porque los alemanes y flamencos no traian espadas entre sus amigos, y los españoles sí, por lo que mostraban recatamiento y malicia, y que las traian, ó por haber injuriado á alguno ó por querelle injuriar, ó por miedo de otros, y que en la modestia y seguridad de ánimo de los alemanes se conocia su sinceridad y gentileza de corazon; pues no dejaban en la guerra de ejercitar tan bien la espada por haber acostumbrado en la paz la modestia.

Aquel se tenga por culpado y lo sea, que hiciere la injuria, y no el que la padeciere.. Bien merecen ser conocidos y debidamente estimados estos juicios de JERÓNIMO DE URREA, tan verdaderos y tan filosóficos, no sólo por lo que dijo de su siglo, sino por la enseñanza del presente, en que cuando en todo se hace ménos profesion del honor del caballero y se aspira á la igualdad y á los sentimientos fraternales, por un contraste absurdo y ridículo se observan en su punto las leyes del duelo, y si sólo la observáran los que han nacido caballeros, ó los que, sin haber nacido tales, lo son por sus virtudes y por la generosidad de su ánimo, áun nada me atreveria á decir; pero que hablen de honor y de duelos á veces que ninguna igualdad pueden tener en los que desafian, atendiendo sólo á la honradez, cosa por cierto es muy de maravillar y de sentir, y hasta de tener por una de las muchas locuras y contradicciones de la desgraciada edad presente. La repeticion de las ediciones de la obra de URREA demuestra que, para muchos que deploraban la práctica del duelo, alcanzó grande estima. El URREA era caballero del hábito de Santiago y virey de la Pulla, hijo natural de don Jimeno Jimenez de Urrea, vizconde de Viota. Acreditó su valor en honra suya y de su patria sirviendo á Cárlos V en las campañas de Italia, Flandes y en Alemania. Por tanto no procedia de falta de corazon para pelear la conviccion de lo desacertado de la costumbre de los desafíos.

Don Artal de Alagon, conde de Sástago, virey y capitan general del reino de Aragon, escribió sobre el mismo asunto un tratado elocuente y grave (1).

No con menos vehemencia escribió sobre la venganza de los agravios y las leyes del honor y el duelo fray Antonio Alvarez, religioso franciscano. Véanse algunas de sus notabilísimas palabras:

«Han sacado el dia de hoy los hombres la nobleza del Evangelio de Dios, y puéstola en sus pasiones. Han hecho una nobleza apasionada y contrahecha, al reves de lo que ella es, y tal que tomándola como hoy el mundo la toma, verdaderamente no es otra cosa sino una mera profesion de paganismo. Así ya es nobleza vengar injurias, satisfacer agravios, y eso cargadamente, baldonar á otro, no perdonar á éste » (2).

En otro lugar de sus escritos habla elocuentísima y atrevidamente contra el duelo en estas mismas razones:

La ley que el mundo practica y de que no sale, es ser amigo de amigo, y enemigo de enemigo, y lo que es más grave caso aún, es ser enemigo del que no es enemigo de mi enemigo, aunque no sea su amigo (5).

Este amor, beneficencia y no venganza, vista á los ojos, es una artificiosa blandura para el corazon del enemigo, y una forzosa advertencia de su pasion, que le desencona y hace que le retire de ella, »

El bueno perdonando no se venga por su propia mano, sino por la de Dios, que toma esto á su cuenta... Pero dirásme: No puedo perdonarle, sino sacarle la vida, á mi enemigo... Y ésta es ley del mundo... Sábete, pues, hermano mio, que si eres cristiano, ya para tí es ó ha de ser otro mundo, y no vives en el que solias... No hay cosa que en hecho de verdad levante más la dignidad y nobleza del hombre ni que más la califique que es el perdon del enemigo, el hacelle bien y pagalle injurias con beneficios... Lo que es verdadera afrenta es el no perdonar y el vengarse... La ley que pide y celebra venganzas, no sólo es ley que contradice á la fe de Dios, mas

(1) Así lo califica don Pedro Diego de Zayas, en los Anales de Aragon; Zaragoza, 1666.

(2) Primera parte de la Silva espiritual de varias consideraciones, para entretenimiento del alma cristiana; Valencia, 1591.

(3) Adiciones á la Silva espiritual y su tercera parte; Salamanca, 1305.

dun á la propia razon del hombre. Por donde el cristiano que la practica, no sólo en ello hace obra de infiel, mas áun, dejando de vivir por razon, la hace de bruto» (1).

Estos escritos me recuerdan los de autores extranjeros á que han precedido los españoles en combatir las leyes del desafío; un autor moderno dice que si se llama á la guerra la última ratio de los reyes, ¿no se podrá estigmatizar el duelo llamándolo la última ratio de los insensatos? Franklin extrañaba que siendo, como somos, unas criaturas miserables, tengamos tanto orgullo que imaginemos que toda ofensa hecha á nuestro honor merezca la muerte. Estos personajes, segun él, que se creen de tan alta importancia, no dejarian de calificar de tirano al príncipe que ordenáre la muerte de alguno de ellos por algun discurso injurioso contra su persona sagrada, y sin embargo, no hay uno solo de ellos que no se erija en juez de su propia causa, que no condene al ofensor sin jurado y que no se convierta él mismo en ejecutor de la sentencia. Y á más de los filósofos españoles ya citados que briosa y razonadamente escribieron contra el duelo, fray Bernardo de Hozes, religioso carmelita (2), manifestó sus opiniones, opuestas tambien del todo á esta costumbre, fundada en una mal entendida defensa de la honra.

Dice, pues, entre otras razones:

El desafio, así de parte del que lo ofrece, como de parte del que lo acepta, es intrinsecamente malo, pues parece cosa de bárbaros y de gente sin razon, sólo por una aparente vanidad ponerse á peligro de quitar la vida á otro ó á perder la propia; luego no se puede honestar con título de defender la honra..

<Dirá alguno que la infamia consiste en la opinion de los hombres, y que éstos tienen por infamia ó ignominia el no aceptar el desafio, luego es lícito el aceptarlo por evitar esta infamia. A esto una voce responden los doctores que de no aceptar el desafío lo tendrán por infamia los ignorantes, mundanos y pecadores, pero no los prudentes, discretos y sabios, que conocen que en el obedecer á Dios y á su Iglesia consiste la verdadera honra y el más realzado crédito.

Dos argumentos se oponen á la verdadera sentencia; el primero es en esta forma: Es lícito á los nobles, para evitar la ignominia de la fuga, matar al agresor; luego, potiori titulo, será lícito defendiendo la honra aceptar el desafio. A este argumento se responde que no tiene el caso paridad, porque, como dice el padre Tomas Sanchez in Summa, lib. 11, cap. ш, núm. 9, la fuga en el caballero se reputa por ignominiosa, lo cual no pasa en no aceptar el duelo.

› La traza de que se podrá valer el que no acepta el desafio (como lo dice Tapia, loco citato), es decir al que le provoca: Apercibido estoy siempre para defenderme cuando injustamente me acometieren; pero no quiero aceptar el desafio, obrando contra las leyes divinas y humanas; luégo prosigue diciendo: Hoc non est fugere aggressorem, sed constanter et fortiler repellere secundum leges Dei et Ecclesia.

› Y porque no es fácil que el desafiado pueda mostrar que la no aceptacion provenga, no de cobardía, sino del temor de la gravedad del pecado, podrá responder el desafiado en la forma ya dicha, la cual se podrá pronunciar (como dicen otros) con términos más explicativos, diciendo: Yo con esta espada me defenderé de cualquiera que injustamente me acomeliere; y si aquí lo hicieren, tambien. Pero salir á lugar pactado no es de hombre cristiano que obedece á la ley de Dios y su Iglesia. Y si esto no bastáre, no hay que hacer caso de los delirios del vulgo, pues éste tambien podrá tener por falta de valor no cometer homicidios y otros graves delitos, y no es lícito cometerlos. >

William Chillingworth ha juzgado en tiempos más modernos del mismo modo que aquel capitan y aquellos religiosos españoles la costumbre del duelo. La religion cristiana, segun observa, dice que se perdone al ofensor; pero el parecer de las gentes exclamará que pierdé la reputacion, si no se venga, el ofendido. Desde entonces no hay que dar al corazon ningun reposo, hay que dejar todas las ocupaciones hasta beber la sangre del ofensor. ¡La sangre de un hombre, por. una palabra apasionada, por una mirada desdeñosa! Si se quiere adquirir la reputacion de un homicida discreto y dueño de sí mismo, no hay que matar en un instante de ira ó furor, excitado

(1) El cronista Zayas nos da noticia de otro libro contra los desafíos; libro que escribió el doctor N. Lozano, perfectísimo teólogo y ejemplar sacerdote.

(2).Celo pastoral con que N. S. P. Inocencio XI ha prohibido sesenta y cinco proposiciones; Sevilla (edicion segunda), 1687.

por la provocacion ó la ofensa. Con toda sangre fria, con gran firmeza de razon se ajustan ó conciertan los preparativos. Despues de muchos dias de espera, cuando se debe creer que la razon guia, y no el apasionamiento, se invita decorosa y cortésmente á verse en un lugar retirado, donde la sangre del uno ó del otro sirve de satisfaccion á la injuria. Invoca Chillingworth á la religion cristiana, y luego dice: «Que si se pregunta á los paganos, responderán que no se ha aprendido de ellos la feroz costumbre del duelo; y que si tambien se interroga á los mahometanos, replicarán que son inocentes de ese crímen.

Me dirás, exclama, que te bates por la honra; pero ¿no sería más punto de honor mostrarse cristiano y perdonar?>

Como se ve clarísimamente, los filósofos moralistas ingleses concuerdan con nuestros antiguos escritores en la manera de combatir la inhumana y absurda costumbre del duelo.

Tan elocuentemente se mostraban sus adversarios los españoles.

La filosofía era muy popular en nuestra patria, y de ello pueden dar testimonios inequívocos los muchísimos proverbios de admirable doctrina que enriquecen el patrio idioma. No me parecen indignos de ser traidos á la memoria algunos de ellos en este ligerísimo y sencillo bosquejo de nuestra historia filosófica :

Amigo de todos y de ninguno, todo es uno.

> Antes di que digan.

Aprende por arte, irás adelante.

› Aquel es buen orador que así persuade la razon. Al que mal hicieres, no lo creas.

› Artero, artero, mas no buen caballero.

Riete de igualdades.

› Los dedos de la mano no son iguales.

No habria grandes si no hubiese pequeños.

» Mientras que en mi casa me estoy, rey me soy.

» Debajo de mi manto al rey mato.

› Mucho hablar y poco saber, mucho gastar y poco tener, mucho presumir y poco valer, echan presto el hombre á perder.

. Ofrecer mucho á quien poco pide, especie es de negar.

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No es villano el de la villa, sino el que hace la villanía

No hagas trampas en que caigas.

No hay majadero que no muera en su oficio.

No hay precio á la libertad.

No hay remedio contra el malo como acortarle el poder.

, No hizo Dios á quien desampare.

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Los muertos abren los ojos á los que viven.

De ira de señor y de alboroto de pueblo te libre Dios..

Y al hablar de los proverbios filosóficos, me veo obligado á decir algo de lo que se ha dado en llamar ciencia, y que se conoce por economía política por autores que imaginan poseer la principal de todas las sabidurías, la que, segun ellos, se dirige á hacer felices por la prosperidad á los estados como estados y á los hombres como hombres; ciencia que empezó por la ordenacion de algunos pensamientos populares, al par de algunas vulgaridades, formando de las unas y de las otras un cuerpo de doctrina.

Pregúntese si conocieron á Say y á Smith nuestros abuelos de los siglos xv y xvi, cuando decian estas verdades:

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Y no cito más proverbios de este género, para no cansar al lector con la prolijidad de su nú

mero,

Y pues casi todos los fundamentos de la economía política se pueden leer en nuestros proverbios vulgares, en nuestros proverbios vulgares se hallará la cumplida y experimental refutacion de las otras teorías vagantes que han añadido los sectarios de la ciencia nueva :

Deudas tienes y haces más; si no mentiste, mentirás.

. Donde no valen cuñas, aprovechan uñas.

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Dos amigos y una bolsa, el uno canta y el otro llora.

Dos aves de rapiña no mantienen compañía.

Quien presta no cobra; si cobra, no todo; si todo, no tal; y si tal, enemigo mortal.

. El codicioso y el tramposo presto se juntan.

› Más vale guardar que prestar y no cobrar, y más vale guardar que demandar.

› Cuando pobre franco, cuando rico avaro.

» ¿Qué haces, bobo? Bobeo. Escribo lo que me deben y borro lo que debo. ›

Nadie hablaba de economía política, y sin embargo, san Bernardo decia: «El precio de las cosas está en la falta de ellas. ›

La ciencia, pues, se dirige á vivir del crédito. Y ¿qué es el crédito? Casi siempre contraer deudas y más deudas, y con el abuso que da la facilidad. En los estados, para vivir al cabo en constante miseria; en los particulares, ó para la estafa ó para la ruina, salvo los tiempos de efimera prosperidad, aunque lisonjera y deslumbradora.

Así anda el mundo, y no de ahora. Cosa imposible pide el que á la codicia pide que acabe, decia el Crisóstomo; y pobre se hace el que procura hacerse muy rico; y tambien recuerdo haber leido en San Gregorio, que todos los males que el avariento teme, viene al fin á padecerlos todos.

Me parece que al oir estas citas de santos padres, exclamarán algunos: ¿qué ilusion ó qué preocupaciones son éstas de traernos á la memoria, en el siglo xix, las doctrinas de aquellos escritores, santos, sí, y merecedores de toda veneracion, pero que escribieron con las preocupaciones de su edad, y sin tener en cuenta los posteriores progresos de la inteligencia humana y las grandes verdades científicas que hoy felizmente hemos alcanzado?

En esto indudablemente hay error, y grave.

Lo mismo en el siglo de san Ambrosio, que en el de san Crisóstomo, que en el de san Bernardo, que en el nuestro, habia sectarios de la escuela positivista, sólo que la escuela no existia. La maldad y el error para buscar por cualquier medio la conveniencia propia estaba en las almas; y como á nadie se habia ocurrido el pensamiento de fundar escuelas y ciencia del positivismo, y escribir libros sobre ella, los santos padres combatian el egoismo cruel y la avaricia, como pasiones enemigas de la sociedad y de la religion; tan enemigas hoy como lo eran ayer, antes de venir al mundo Comte, Litré y demas filósofos positivistas.

Sé que algunos dirán: Esos santos padres, al interes, al precio del dinero, que no pasa de ser una mercancía, llaman usura. ¡ Crasísimo error en daño de la riqueza! Cada cual puede y debe utilizarse de lo suyo, y el que lo necesita absolutamente, pagar por ello lo que el dueño quiera..

Todo eso que se diga ó que se piense, y mucho más que se podrá decir y pensar, son las modernas teorías.

Un san Ambrosio, por ejemplo, exclama: Qué cosa más dura que des tu dinero al que no lo tiene y le exijas el doble? Quien no tiene lo sencillo para pagar, de qué modo pagará el duplo? La España moderna, encargada de engrandecer ó sublimar ó admitir como legítimas y dignas todas las malas pasiones, se reirá de esta verdad, proferida por aquel varon insigne.

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Si yo, siguiendo mis ejemplos, dijese á estos sabios del dia: La usura es la extirpacion de la caridad, la extincion del amor fraterno, la fuente del egoismo, la corruptela de la verdadera amistad, origen de los engaños, hurto doméstico, piedad engañosa, homicida de los pobres, impía para con los parientes, perniciosa para con los prójimos, destruccion de la patria, cáncer inquieto, enfermedad contagiosa y perdicion de los ánimos; y si al proferir estas razones agregase: No son mias, sino de san Bernardo,; me responderian con desden: ¡Buenas son esas doctrinas, doctrinas de los tiempos bárbaros de la Edad Media!,

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Pero hay una cosa superior á todo, que es el grito de la conciencia. Y aunque se vea que en la sociedad hay mucho de anticristiano, no hay duda, en las más de las ocasiones la fuerza y la elocuencia de la verdad hacen hablar á los pueblos.

• Avergüenza el nombre de usura, y no avergüenza su lucro, escribia san Ambrosio.

Y avergüenza y sigue avergonzando, porque tal vez los mismos que proclaman las doctrinas de la absoluta libertad del interes del dinero, son los que con su lengua infaman al que se entrega á la usura. Juan es un usurero, usurero infame,, es la voz del pueblo, al que las preocupaciones científicas del siglo quieren que se considere como un legítimo dueño de sacar de su dinero todo el interes que pueda.

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¿Y qué diré de estos escritores positivistas que se precían de hombres muy experimentados y muy doctos, y presentando como fruto de su lectura y experiencia los mayores desatinos, para que los crean los que no se imaginan sabios si no tienen á Dios en desprecio? El famoso Augusto Comte, jefe de la escuela positivista, ¿no asegura acaso, en su ódio á la religion cristiana, que el instinto moderno reprueba con la mayor fuerza una doctrina moral que desconoce la dignidad del trabajo, hasta el punto de hacerlo derivar de una maldicion divina?

Ese escritor tan atrevido ignoraba que el trabajo no viene de una maldicion divina. Al contrario, si hubiera leido el Génesis, en él hallaria que Dios puso al hombre en el Paraíso para que lo trabajase y fuese su guarda ó custodio. Possuit Deus hominem in Paradiso valuptatis ut operaretur et custodiret illum.

Scoto, san Buenaventura, Dionisio Cartujano, san Alberto Magno, Tomas de Argentina, Durando y no sé cuántos autores más, convienen que en las palabras referidas se halla el positivo precepto del trabajo, dado á Adan, cuando al hacerlo, Dios lo hizo señor del Paraíso.

El castigo que se impuso á Adan por su desobediencia luégo, fué que habia de trabajar, no sin fatiga, sino con congoja y pena.

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Las opiniones del creador de la filosofia positiva y de la religion de la humanidad, ó más bien religion atea, Augusto Comte, están victoriosamente refutadas por un español del siglo xvi. El padre maestro fray Melchor Rodriguez, comendador del monasterio de Nuestra Señora de la Merced, en Burgos, publicó en 1603 un libro con el título de Agricultura del alma, en el cual, tratando del precepto divino del trabajo y de aquella cláusula del Génesis, dice: No hace por enjero relacion de Dios, por más que algunos quieran que sí; porque aunque poner al hombre en la posesion de la granja que para él se labró, fué obra de Dios, el trabajar y guardar el huerto, obra habia de ser de Adan..... Aun ménos peligroso nos saliera el extremo en que Scoto, Buenaventura, Dionisio Cartujano, Alberto Magno, Guillermo (1), Tomas de Argentina, Durando y otros que un autor moderno apunta (2), queriendo todos ellos suenen aquellas palabras referidas, de ut operaretur et custodiret illum, á positivo precepto de trabajar. Por manera que de aquellos tres estatutos que dicen haber ordenado Dios estando el hombre en el Paraíso, éste fué el primero, y áun á buena cuenta el primero que se intimó en el mundo. Pero áun cuando esto no nos salga tan seguro como sus fautores quieren, es por lo ménos muy cierto, segun la doctrina de un gran tropel de santos, haber querido Moisés decir allí que puso Dios á Adan en el Paraíso para que, como casero de aquella heredad, la cultivase y trabajase en ella. Verdad es que el trabajar en aquel estado (como dijo san Agustin y santo Tomas refiere) no habia de ser congojado y penoso, como el que ahora se lleva por castigo de nuestra desobediencia; trabajo reposado y sin fatiga sería, no ocio ni pasmo. En fin, como quiera que ello haya pasado, no puede negarse sino que corren con el hombre iguales parejas el comenzar á tener sér y el empezar á trabajar.

Tales razonamientos refutan victoriosamente la afirmacion desdichada de Augusto Comte, y dan una idea de la falta de erudicion que tenía para combatir la doctrina católica el que, fundando la filosofía positiva, queria destruir la filosofía, sustituyéndola por las ciencias matemáticas, físicas y naturales, y considerando la sociedad, los afectos y los deberes, como sencillas consecuencias del organismo y resultas ineludibles de las funciones fisiológicas, sometidas á las leyes de la química, de la fisica, de la mecánica, y por último, de la geometría y del cálculo.

Puede tambien decirse que el religioso de la Merced que de tal manera habló del origen del trabajo, ha precedido en esta tarea á otros moralistas ilustres extranjeros. Recuerdo muy bien á este propósito que Roberto South escribia: Los hombres cometen la injusticia de considerar el trabajo como una parte de la maldicion divina pronunciada contra el primer hombre.

No fueron ménos notables algunos filósofos españoles, cordobeses y sevillanos, que ilustraron su patria en el siglo XVI.

(1) De Rubio.

(2) Pineda, libro 1, Monarquía, capítulo Ix.

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