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CAPITULO XXIX. Créeme, que en la misma grande dicha hay la felicidad de morir, no habiendo cosa cierta que dure un dia. ¿Quién, pues, en tan obscura y dudosa verdad adivina si la muerte envidió á tu hermano ó cuidó de él? Es asimismo necesario que la justicia que en todas las cosas mantienes, te ayude á pensar que no se te hizo injuria en quitarte tal hermano sino que se te hizo gracia de todo el tiempo que te fué permitido el usar y gozar de su amor. Injusto es el que no deja albedrío en las dádivas al que las da, y codicioso el que no computa por ganancias lo que recibió, contando por pérdida lo que restituye. Ingrato es el que llama injuria al fin del deleite; ignorante el que piensa que no hay fruto sino en los bienes presentes, y el que no se aquieta con los pasados, teniendo por más ciertos los que se le fueron; porque de ellos no hay temor que de nuevo se vayan. Estrechos términos pone á sus gustos el que juzga que goza solamente los que tiene y ve presentes, no estimando los que tuvo. Porque con mucha presteza se nos huye el deleite, que corre y pasa, y casi se nos quita ántes que venga. Así que, se ha de poner el ánimo en el tiempo pasado, reduciendo y tratando con frecuente recordacion lo que en algun tiempo nos fué deleitable. Más larga y más fiel es la memoria de los deleites que su presencia. Pon entre los sumos bienes el haber tenido un hermano tan bueno, y no atiendas á que pudieras tenerle mucho más tiempo, sino al que le tuviste. La naturaleza de las cosas hace contigo lo que con los demas hermanos, y no te lo dió en propiedad, sino prestado, y despues te lo volvió á pedir cuando quiso; y en esto no atendió á tu altura, sino á su ley. ¿No será tenido por injusto el que sufriere molestamente el pagar la moneda que se le prestó, y en particular la que recibió sin interes alguno? Dió la naturaleza vida á tu hermano, y dióla tambien á tí, y ella, usando despues de su derecho, cobró primero la deuda de quien quiso. No se le puede imponer culpa, siendo tan conocida su condicion; impútese á la codiciosa esperanza del ánimo mortal, que de tal manera se olvida de lo que es la naturaleza, que nunca se acuerda de su sér, sino cuando la amonestan. Alégrate, pues, de haber tenido un tan buen hermano, y da gracias del usufructo que de él gozaste, aunque fué más breve de lo que deseabas. Piensa que lo que tú viste fué para tí muy deleitable, y que lo que perdiste era humano; porque no hay cosa ménos congruente entre sí que mostrar dolor de que un hermano te haya vivido poco, y no tener gozo de que tuviste tal hermano; dirásme: «Asi es, pero quitáronmele cuando no lo pensaba.» A cada uno engaña su credulidad, y el olvido de la muerte en las cosas que ama. La naturaleza á ninguno prometió que haria gracia en la necesidad del morir. «Cada dia pasan por delante de nuestros ojos los entierros de personas conocidas y no conocidas, y nosotros, divertidos en otras cosas, llamamos repentino lo que toda la vida se nos está intimando. » Segun esto, no es culpable el rigor de los hechos, sino la malicia del humano entendimiento, que insaciable de todas las cosas, siente salir de la posesion á que fué admitida por voluntad.

CAPÍTULO XXX.

¿Cuanto más justo fué aquel, que dándole nuevas de la muerte de su hijo, pronunció una sentencia digna de un gran varon? «Cuando yo le engendré, supe que habia de morir.» Verdaderamente no te admirarás de que naciese de éste el que habia de tener valor para morir con fortaleza. No recibió la muerte de su hijo como nueva embajada; porque morir el hombre, cuya vida no es otra cosa que un viaje á la muerte, ¿qué tiene de nuevo? «Cuando yo le engendré, supe que habia de morir.»> Despues de esto, añadió una cosa de mayor ánimo y prudencia, diciendo: «Para esto le crié.» Todos nacemos para esto, y cualquiera que viene á la vida, está destinado á la muerte. Regocijémonos, pues, todos con lo que nos dan, y volvámoslo cuando nos lo piden. Los hados comprehenderán á unos en un tiempo, y á otros en otro; pero á nadie dejarán libre. Esté prevenido el ánimo, y no tema; ántes espere lo que es forzoso. ¿Para qué te he de referir muchos capitanes y toda su generacion, y otros varones insignes por sus muchos consulados y triunfos, que han acabado con inexorable suerte? Reinos enteros con sus reyes, y pueblos con sus ciudadanos, pasaron su hado. Todos y todas las cosas esperan el último dia, aunque el fin de todas no es el mismo. A uno desampara la vida en el medio curso, á otro en la misma entrada, á otro, fatigado en extrema esclavitud, y deseoso de salir de ella, apénas le deja. Unos vamos en un tiempo y otros en otro; pero todos caminamos á un lugar. No te sabré decir si es mayor necedad ignorar la ley de la mortalidad, ó mayor desvergüenza rehusarla. Ven acá, toma en tus manos aquellas obras que están celebradas con mucho trabajo de tu ingenio; los versos, digo, de los dos autores, que de tal manera tradujiste, que aunque no les quedó su composicion, les ha quedado su gracia; porque de tal suerte los pasaste de una lengua en otra, que (siendo cosa tan dificultosa) te siguieron en la ajena todas las virtudes. No hallarás en todos aquellos escritos libro alguno que deje de darte muchos y varios ejemplos de la humana variedad y de los inciertos sucesos y vanas lágrimas, que ya por esta, ya por aquella Causa se derraman. Lee lo que con gallardo espíritu en grandes cosas entonaste, y tendrás vergüenza de que con brevedad se haya de acabar, y caer de tan gran altura de estilo. No hagas de modo que los que poco há se admiraban de tus escritos, pregunten cómo es posible que un ánimo tan frágil haya concebido cosas tan grandes y tan sólidas. Pasa la vista de estas cosas que te atormentan á las muchas, qne te consuelan; pon los ojos en tan buenos hermanos, ponlos en tu mujer y en tu hijo. Por la salud de todos éstos se convino contigo la fortuna de esta porcion; muchos te quedan con que aquietarte.

CAPÍTULO XXXI.

Librate de esta nota, porque no entiendan todos que tiene en tí mayor fuerza un dolor que tantos consuelos. Ya ves que todos éstos están heridos juntamente contigo, y que no pueden aliviarte, y que antes esperan que tú los consueles; y así, cuanto ménos hay en ellos

de doctrina y de ingenio, tanto más es necesario que tú resistas al comun mal. Parte de consuelo es dividir el dolor entre muchos; porque con esto será pequeña la parte que en ti haga asiento. No dejaré de traerte muchas veces á la memoria á César; porque gobernando el orbe, y mostrando cuán más seguramente se guarda el imperio con beneficios que con armas, y presidiendo él á las cosas humanas, no hay peligro de que sientas haber hecho pérdida alguna. Éste sólo te es suficiente amparo y consuelo. Esfuérzate, y todas las veces que las lágrimas se te vinieren á los ojos, ponlos en César, enjugaránse con la vista de aquella grande y clarísima majestad. Su resplandor los atraerá á que no puedan mirar otra cosa, y los detendrá fijados en él. En éste, en quien pones tú la vista de dia y de noche, y nunca apartas de tu ánimo, has de poner el pensamiento, llamándole contra la fortuna, y no dudo, segun es su mansedumbre y liberalidad para con todos sus allegados, que habrá ya curado esta tu herida con muchos consuelos, y que te habrá dado algunos que hayan puesto estanco á tu dolor. Cómo no ha de haberlo hecho? ¿Por ventura el mismo César, mirado solamente ó imaginado, no te basta para gran consuelo? Los dioses y las diosas lo presten por muchos dias á la tierra. Exceda los hechos y los años del divo Augusto; pero hagan de modo que el tiempo que fuere mortal no vea en su casa cosa mortal, y que con larga fe apruebe á su hijo para gobernador del imperio romano, teniéndole ántes por compañero que por sucesor. Sea muy tardio y en tiempo de nuestros nictos, el dia en que su gente le celebre en el cielo.

CAPÍTULO XXXII.

Aparta, ol fortuna! tus manos de este varon, y no muestres en él tu potencia, sino es por la parte que le has de ser provechosa. Permite que él remedie al género humano, que há mucho tiempo está enfermo y fatigado. Permite que éste repare todo lo que la locura de su antecesor descompuso. Resplandezca siempre esta estrella, que salió á dar luz al orbe cuando estaba despefiado en el profundo y anegado en tinieblas. Pacifique éste á Germania, abra el paso á Bretaña, y lleve juntos los triunfos de su padre y los suyos. Su clemencia (que entre las demas virtudes suyas tiene el primer lugar) promete que he de ser yo uno de los que los vean; porque no me derribó de tal manera, que deje de levantarme; ántes debo decir que no me derribó, sino que estando impelido de la fortuna, me sostuvo; y yéndome á despeñar, usando él de la moderacion de mano divina, me depuso suavemente. Intercedió por mí al Senado, y no sólo me dió la vida, sino que la pidió. Determine en la forma que quisiere se juzgue mi causa, que su justicia la aclarará por buena, ó su clemencia hará que lo sea. Por igual beneficio reconoceré el enterarse de que estoy inocente, ó el declarar que lo soy. En el ínterin es gran consuelo de mis trabajos el ver que anda esparcida por todo el orbe su clemencia; de la cual, cuando del rincon donde estoy encerrado sacáre á muchos á quien derribó la ruina de los tiempos, no recelo me deje á mí sólo. El conoce la sazon en que debe socorrer á cada uno, y yo procuraré que no se arrepienta de que llegue

á mí su favor. Oh felicidad! pues tu clemencia, César, hace que los desterrados de tu tiempo tengan más quietud de la que en el imperio de Cayo tuvieron los príncipes. No viven con temor ni esperanza de ver cada hora el cuchillo, ni se atemorizan con la venida de cualquier bajel. En tí conciben, así el temperamento de la airada fortuna, como la esperanza de su mejoría y la quietud de la presente. Ten por cierto que son justísimos aquellos rayos que áun los heridos los veneran.

CAPÍTULO XXXIII.

O yo me engaño, ó ese príncipe que es consuelo de todos los hombres, habrá recreado tu ánimo, aplicando remedios eficaces á tan fuerte herida, y que de todas maneras te habrá alentado, y que con su tenacísima memoria te habrá referido todos los ejemplos con que recobres la igualdad del ánimo, y que con su acostumbrada elocuencia te ha representado los preceptos de todos los sabios. Así que ninguno mejor que él podrá tomar á su cargo el persuadirte. Las razones que por él fueren dichas tendrán diferente peso, y como salidas de un oráculo, deshará á su divina autoridad la fuerza de tu dolor. Imagino que te dice: «No eres tú solo á quien la fortuna ha cogido para hacerle tan grande injuria. Ninguna casa ha habido ni hay sin ningunas lágrimas. Dejaré los ejemplos vulgares, que aunque son menores, son admirables. Quiero llevarte á los fastos y anales públicos. ¿Ves todas estas imágenes que adornan el palacio de César? Ninguna de ellas fué insigne, sin alguna descomodidad de los suyos. Ninguno de estos varones, que resplandecieron para ornato de los siglos, dejó de ser afligido con muertes de sus deudos, ó su muerte causó afliccion de ánimo á los suyos. ¿Para qué te he de referir á Escipion Africano, á quien llegó la nueva de la muerte de su hermano estando en destierro? Éste, que le libró de la cárcel, no le pudo librar del hado, siendo á todos manifiesto cuán impaciente fué el amor de Africano, pues sin sufrir la comun ley, el mismo dia que quitó á su hermano de las manos de los alguaciles, se opuso; siendo persona particular, á la autoridad del tribuno del pueblo. Éste, pues, llevó la muerte de su hermano con el mismo valor con que le habia defendido. ¿Para qué te he de referir á Æmiliano Escipion, que vió casi en un mismo tiempo el triunfo de su padre y el entierro de dos hermanos? Y con ser mancebo y en edad pueril, sufrió aquella repentina calamidad de su casa, que cayó sobre el triunfo de Paulo, llevándola con tan grande ánimo, como convenia á un varon que habia nacido para que ni faltase á Roma in Escipion, ni quedase en pié Cartago.>>

CAPÍTULO XXXIV.

«¿Para qué te he de referir la concordia de los dos Lúculos, rompida con la muerte? ¿Para qué los Pompeyos, á quien áun no permitió la enojada fortuna que acabasen de una misma caida? Vivió Sexto Pompeyo, quedando viva su hermana, y con la muerte de ella se desataron los lazos de la paz romana, que estaba bien unida. Asimismo vivió despues de muerto su buen her

mano, á quien habia levantado la fortuna para sólo derribarle de no menor altura de la que habia derribado á su padre. Y con todo eso, despues de estos sucesos, no sólo resistió al dolor, sino tambien á las guerras. Innumerables ejemplos socorren de todas partes, de hermanos á quien dividió la muerte; ántes apénas se han visto algunos pares que hayan llegado juntos á la vejez. Pero quiero contentarme con los ejemplos de mi casa, pues ninguno habrá tan falto de sentido ni de entendimiento, que se queje de que la fortuna le acarreó lágrimas, si consideráre que no ha reservado de ellas á César. El divo Augusto perdió á Octavia, su carísima hermana, y no le eximió la naturaleza de la necesidad de llorar, y la que le crió para el cielo no le privilegió en las lágrimas; ántes estando afligido con todo género de muertes, perdió tambien el hijo de su hermana, que estaba destinado para sucederle. Finalmente, para no contar todos sus llantos, perdió yernos, hijos y nietos; y ninguno de los mortales, mientras vivió entre los hombres, conoció más el serlo que él. Con todo eso, aquel su pecho, capacísimo de todas las cosas, aunque comenzó tantos y tan grandes lamentos, fué no sólo vencedor de las naciones, sino tambien de los dolores. Cayo César, nieto del divo Augusto, mi abuelo, en los primeros años de su mocedad, siendo príncipe de la juventud, perdió á su carísimo hermano Lucio, que era asimismo príncipe de la juventud en la prevencion de la guerra Pártica; siendo para él mayor esta herida del ánimo que la que despues recibió en el cuerpo, habiendo sufrido entrambos golpes con virtud y fortaleza. César, mi tio, entre los abrazos y besos perdió á Druso Germánico, mi padre, hermano menor suyo, cuando estaba abriendo lo más cerrado de Alemania, sujetando al imperio romano aquellas ferocísimas gentes. Pero no sólo puso término á sus lágrimas, sino á las de los otros y á todo el ejército, que no sólo estaba triste, sino atónito; y cuando pedia para sí el cuerpo de su Druso, le redujo á que el llanto fuese conforme á la costumbre romana, juzgando que no sólo convenia guardar la disciplina en el militar, sino tambien en el llorar. No pudiera enfrenar las lágrimas de los otros, si primero no hubiera reprimido las suyas.»

CAPÍTULO XXXV.

<< Marco Antonio, mi abuelo, á nadie inferior sino aquel de quien fué vencido, oyó la muerte de un hermano en la sazon que, adornado con la potestad triunviral y sin reconocer cosa que le fuese superior, excepto los dos compañeros, teniendo por inferiores á todos los demas, estaba formando la república. (¡Oh desenfrenada fortuna, que de los humanos males haces deleites para tí!) Al tiempo que Marco Antonio era árbitro de la vida ó muerte de sus ciudadanos, en ese mismo tiempo fué llevado un hermano suyo al suplicio, y sufrió esta tan grave herida con la misma grandeza de ánimo con que habia sufrido otras adversidades, y sus llantos fueron hacer las exequias á su hermano con la sangre de veinte legiones. Pero dejando muchos ejemplos, y callando en mí otros entierros, la fortuna me ha acometido dos veces con muertes de dos hermanos, y en

trambas ha conocido que aunque ha podido ofenderme, no ha podido vencerme. Perdi á nii hermano Germánico, á quien amaba, como podrá entender el que supiere cómo se aman los buenos hermanos. Pero de tal modo goberné los afectos, que ni dejé de hacer cosa de las que deben hacer los buenos hermanos, ni hice alguna que fuese reprehensible en un príncipe.» Advierte, Polibio, que el padre de todos es el que te ha referido estos ejemplos, y que él mismo te ha mostrado que para la fortuna no hay cosa sagrada ni reservada, pues se atrevió á sacar entierros de la familia de donde habia de sacar dioses. Así que, nadie se admire de lo que le ve hacer inicua y cruclmente. ¿Podrá, por ventura, esperarse que tenga alguna piedad y modestia con las casas particulares, aquella cuya crueldad ensució con muertes los tálamos imperiales? Aunque más injurias le digamos, no sólo con nuestras lenguas, sino con las de todos, no por eso se muda, ántes con las quejas y con los ruegos se engrie. Esto ha sido la fortuna en las cosas humanas, y esto será siempre. Ninguna cosa ha dejado intacta, y ninguna dejará; irá siempre más violenta en todas las cosas, atreviéndose, como lo tiene de costumbre, á entrar con injuria en aquellas casas á que se entra por los templos, vistiendo de luto las puertas laureadas.

CAPÍTULO XXXVI.

Esto sólo alcancemos de ella con votos y plegarias públicas: que si no tiene hecha resolucion de destruir el linaje humano, y si todavía mira con ojos propicios el nombre romano, se complazga de tener á este príncipe por sacrosanto, como todos los mortales le tiener, por ser dado para el reparo de las cosas humanas, que tan caidas estaban. Aprende de este piadosísimo príncipe la clemencia y la suavidad. Debes, pues, poner los ojos en todos aquellos que están referidos, que ó están ya en el cielo, ó cercanos á entrar en él, y con esto podrás sufrir con igualdad de ánimo las injurias de la fortuna, que alarga hácia tí sus manos, pues no las aparta de aquellos por quien juramos. Debes imitar la firmeza de César en sufrir y vencer los dolores, caminando (en cuanto es lícito á los hombres) por las huellas divinas. Aunque hay en otras cosas gran diferencia de dignidades, la virtud siempre está en medio, sin desdeñar á ninguno de los que se juzgan dignos de ella. Irás bien si imitares á los que pudiendo indignarse de no verse exentos de este mal, no tuvieron por injuria, sino por derecho de mortalidad, el ser iguales á los demas hombres, y llevaron los sucesos no con demasiada aspereza y enojo, ni baja ni afeminadamente. «El no sentir los males no es de hombres, y el no sufrirlos no es de varones.» Habiendo referido todos los césares á quien la fortuna quitó hermanos y hermanas, no puedo pasar en silencio al que debiera ser repelido del número de los césares, por haberle criado la naturaleza para acabamiento y afrenta del linaje humano; aquel que dejó el imperio de todo punto perdido, para que le recrease la clemencia de nuestro piadosísimo príncipe. Habiéndose muerto á Cayo César su hermana Drusila, debiendo por su muerte tener ántes gozo que dolor,

huyó de la vista y trato de sus ciudadanos, y no se halló á las exequias de su hermana, ni pagó las obligaciones, ántes se fué á su Albano. ¿ Aligeró por ventura i el dolor de la acerbisima muerte, asistiendo al tribunal, oyendo los abogados, ó con otros negocios de este género? ¡Oh afrenta del imperio, que en la muerte de una hermana hayan sido los dados el consuelo del ánimo de un príncipe romano! Este mismo Cayo con loca inconstancia anduvo, ya con barba y cabello descom-❘ puesto, ya midiendo sin concierto las costas de Italia y Sicilia, sin jamas tenerse certeza si queria que su hermana fuese llorada ó venerada. Porque en la misma sazon que determinaba edificarle templos y altares, castigó con cruelísima demostracion á los que vió estaban poco tristes. Porque con la misma destemplanza de ánimo sufria los golpes de sucesos adversos, con que levantado de los prósperos, se ensoberbecia fuera del humano modo. Apartemos léjos de cualquier varon romano este ejemplo de quien, ó desechó de sí el llanto con intempestivos juegos, ó le despertó con la fealdad de trajes asquerosos y sucios, alegrándose con ajenos males, y no con humanos consuelos. Tú no tienes que mudar en tu costumbre, porque siempre te resolviste amar aquellos estudios que levantan la felicidad con templanza, y disminuyen las adversidades con facilidad. Y estos estudios, junto con ser grande adorno de los hombres, son asimismo grandes consuelos.

CAPITULO XXXVII.

Engólfate, pues, en esta ocasion más hondamente en tus estudios, cércate ahora con ellos, poniéndolos por defensa del ánimo. No halle el dolor por parte alguna entrada en ti. Alarga asimismo la memoria de tu hermano en alguna obra de tus escritos; porque en las cosas humanas, sola ésta es á quien ninguna tempestad ofende y ninguna vejez consume. Todas las demas, que consisten ó en labores de piedras ó en fábricas de mármol, ó en túmulos de tierra levantados en grande altura, no durarán mucho tiempo, porque están sujetas á la muerte. La memoria del ingenio es inmortal; dale ésta á tu hermano, colocándole en ella; mejor es que con tu duradero ingenio le eternices, que no que con vano dolor le llores. En cuanto toca á la fortuna, no estás ahora para que pase ante ti su causa; porque todo lo que nos dió nos es aborrecible con cualquier cosa que nos quita. Trataráse esta causa cuando el tiempo

te hiciere más desapasionado juez de ella, y entónces podrás volver é estar en su amistad; porque tiene prevenidas muchas cosas con que emendar esta injuria, y no pocas con que recompensarla. Y finalmente, todo lo que ella te quitó, te lo habia dado. No quieras, pues, usar contra tí de tu ingenio, ni ayudar con él á tu dolor. Puede tu elocuencia calificar por grandes las cosas pequeñas, y atenuar y abatir las mayores; pero estas fuerzas resérvalas para otra ocasion, y ahora ocúpense todas en tu consuelo. Atiende tambien á que no parezca flaco este dolor, que aunque la naturaleza quiere haya alguno, es mayor el que se toma por vanidad. Yo no te pediré que dejes de todo punto las lágrimas, aunque hay algunos varones, de prudencia más dura que fuerte, que afirman no ha de llorar el sabio. Parece que los que esto dicen no han llegado á semejantes sucesos; que de otra manera, la fortuna les hubiera despojado de esta arrogante sabiduría, forzándolos á confesar la verdad contra su gusto. No hará poco la razon si cercenáre al dolor lo supérfluo y superabundante; porque querer que de todo punto no se consienta alguno, ni se puede esperar ni desear. Guardemos, pues, tal temperamento, que ni mostremos desamor ni locura, conservándonos en traje de ánimo amoroso y no enojado. Corran las lágrimas; pero tenga fin la corriente. Salgan gemidos de lo profundo del pecho, pero tambien tengan límite. Gobierna tu ánimo de tal manera, que te aprueben los sabios y. tus hermanos. Procura que frecuentemente te ocurra la memoria de tu hermano, para celebrarle en las conversaciones, y para tenerle presente con la contínua recordacion. Conseguiráslo, si hicieres que su memoria te sea agradable, y no dolorosa; porque es cosa natural el huir siempre el ánimo de aquello á que va con tristeza. Pon el pensamiento en su modestia, ponle en la traza que para todas las cosas tenía, ponle en la industria con que las ejecutaba, y finalmente, en la constancia de lo que prometia. Cuenta á otros todos sus dichos, celebra sus hechos, acordándote de ellos. Acuérdate qué fué, y lo que se esperaba habia de ser; porque de tal hermano, qué cosa no se podia esperar con seguridad? Estas cosas he compuesto en la forma que he podido, con mi ánimo desusado y entorpecido en este tan apartado sitio; y si pareciere que satisfacen poco á tu ingenio ó que remedian poco tu dolor, considera que no socorren con facilidad las palabras latinas al que atruena la descompuesta y pesada vocería de bárbaros.

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Epicuro dijo que la honesta pobreza era una cosa alegre; y debiera decir que siendo alegre, no es pobreza; porque el que con ella se aviene bien, ese solo es rico, y no es pobre el que tiene poco, sino el que desea más; pues aprovecha poco al rico lo que tiene encerrado en el arca y en los graneros, los rebaños de ganado y la cantidad de censos, si tras eso anhela por lo ajeno, y si tiene el pensamiento, no sólo en lo adquirido, sino en lo que codicia adquirir. Pregúntasme cuál será el término de las riquezas. Lo primero es tener lo necesario, y lo segundo poseer lo que basta. No habrá quien goce de vida tranquila mientras cuidáre con demasía de aumentar su hacienda, y ninguna aprovechará al que la poseyere, si no tuviere dispuesto el ánimo para la pérdida de ella. Por ley de naturaleza se debe juzgar rico el que goza de una compuesta pobreza, pues ella se contenta con no padecer hambre, sed ni frio. Y para conseguir esto no es necesario asistir á los soberbios umbrales de los poderosos, ni surcar con tempestades los no conocidos mares, ni seguir la sangrienta milicia; pues con facilidad se halla lo que la naturaleza pide. Para lo superfluo y no necesario se suda; por esto se humillan las garnachas, y esto es lo que nos envejece en las pretensiones, y lo que nos hace naufragar en ajenas riberas. Porque lo suficiente para la vida, con facilidad se halla; siendo rico aquel que se aviene bien con la pobreza, contentándose de una honesta moderacion. El que no juzga sus cosas muy amplas, aunque se vea señor del mundo, se tendrá por infeliz. Ninguna cosa es tan propia del hombre, como aquella en que no hay útil considerable para quien se la quita. En tu cuerpo hay muy corta materia para robos; pues nadie, ó por lo ménos pocos derraman la sangre humana por sólo derramarla. El ladron deja pasar al desnudo pasajero, y para el pobre áun en los caminos sitiados hay seguridad. Aquel abunda más de riquezas, que ménos necesita de ellas. Y si vivieres conforme á las leyes de la naturaleza, jamas serás pobre; si con las de la opinion, jamas serás rico; porque siendo muy poco lo que la naturaleza pide, es mucho lo que pide la opinion. Si sucediere juntarse en tí todo aquello que muchos hombres ricos poseyeron, y si la fortuna se adelantáre á que tengas más dinero del que con modo ordinario se consigue, si te cubriere de oro y te adornáre de púrpura, y te pusiere en tantas riquezas y deleites, que no sólo te permita el poseer muchos bienes, sino el hollarlos, dándote estatuas y pinturas y todo aquello que el arte labra en plata y oro para servir á la destemplanza, de estas mismas cosas aprenderás á codiciar más. Los

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deseos naturales son finitos, y al contrario, los que se originan de falsa opinion no tienen fin; porque á lo falso no hay límite, habiéndole para la verdad. Apártate, pues, de las cosas vanas, y cuando quieras conocer si el deseo que tienes es natural ó ambicioso, considera si tiene algun término fijo donde parar, y si despues de haber pasado muy adelante, le quedáre alguna parte más léjos adonde aspire, entenderás que no es natural. La pobreza está despejada, porque está segura y sabe que cuando se tocan las cajas, no la buscan; cuando es llamada á alguna parte, no cuida de lo que ha de llevar, sino cómo ha de salir. Y cuando ha de navegar no se inquietan las riberas con estruendo ni acompañamiento, no le cerca la turba de hombres, para cuyo sustento sea necesario desear la fertilidad de las provincias transmarinas. El alimentar á pocos estómagos, que no apetecen otra cosa más que el sustento natural, es cosa fácil. La hambre es poco costosa, y eslo mucho el fastidio. La pobreza se contenta con satisfacer á los deseos presentes. Sano está el rico que si tiene riquezas, las tiene como cosas que le tocan por defuera. Pues ¿por qué has de rehusar tener por compañera á aquella cuyas costumbres imita el rico que se halla sano? Si quieres estar desocupado para el ánimo, conviene que desees ser pobre, 6 por lo menos semejante á pobre. No puede haber estudio saludable sin que intervenga cuidado de la frugalidad, y ésta es una voluntaria pobreza, que muchos hombres la sufrieron, y muchos reyes bárbaros vivieron con solas raíces, pasando una hambre indigna de decirse, y esto lo padecieron por el reino, y lo que más admiracion te causará, es el padecer por reino ajeno. En las adversidades es cosa fácil despreciar la vida; pero el que puede sufrir la calamidad, ese muestra mayor valentía. ¿Habrá quien dificulte el sufrir hambre por librar su ánimo de frenesí? A muchos les fué el adquirir riquezas, no fin de las miserias, sino mudanza de ellas; porque la culpa no está en las cosas, sino en el ánimo. Esto mismo que hizo no fuese grave la pobreza, hará que lo sean las riquezas. Al modo que al enfermo no le es de consideracion ponerle en cama de madera ó de oro, porque á cualquiera que le mudes, lleva consigo la enfermedad; así tampoco hace al caso que el ánimo enferme en riqueza ó en pobreza, pues siempre le sigue su indisposicion. Para estar con seguridad no necesitamos de la fortuna, aunque se muestre airada; que para lo necesario, cualquier cosa es suficiente. Y para que la fortuna no nos halle desapercibidos, hagamos que la pobreza sea nuestra familiar. Con más de

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