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cion á otra ambicion; no se busca el fin de los trabajos, pero múdase la materia. Nuestras honras nos atormentan, pero más tiempo nos consumen las ajenas; acábase el trabajo de nuestra pretension, y comenzamos el de las intercesiones. Dejamos la molestia de ser fiscales, y conseguimos la de ser jueces; acabóse la judicatura, pasa á contador mayor; envejeció siendo mercenario procurador de haciendas ajenas, y hállase embarazado con la propia. Dejó á Mario la milicia, y ocupóle el consulado. Solicita Quinctio el huir de la dictadura, y sacaránle para ella desde el arado. Irá Escipion á las guerras de Africa sin madura edad para tan grande empresa, volverá vencedor de Aníbal y de Antioco, será honor de su consulado y fiador del de su hermano. Y si él no lo impidiere, le harán igual á Júpiter, y á éste, que era el amparo de la patria, acosarán civiles sediciones. Y al que supo en la juventud desechar los debidos honores, le deleitará en la vejez la ambicion de un pertinaz destierro. Nunca han de faltar causas de cuidado, ora felices, ora infelices; con las ocupaciones se cierra la puerta, deseándose siempre, sin liegar á conseguirse.

CAPÍTULO XIX.

Desvíate, pues, oh clarísimo Paulino, del vulgo, y recógete á más seguro puerto, y no sea como arrojado por la vejez. Acuérdate de los mares que has navegado, las tormentas propias que has padecido, y las que, siendo públicas, has hecho tuyas. Suficientes muestras ha dado tu virtud en inquietas y trabajosas ocasiones; experimenta ahora lo que hace en la quietud. Justo es hayas dado á la república la mayor y mejor parte de la edad, toma tambien para tí alguna parte de tu tiempo. Y no te llamo á perezoso y holgazan descanso, ni para que sepultes tu buena inclinacion en sueño ni en deleites estimados del vulgo; que eso no es aquietarse. Hallarás retirado y seguro ocupaciones más importantes de las que hasta ahora has tenido. Administrando tú las rentas del imperio con moderacion de ser ajenas, con la misma diligencia que si fueran propias y con la rectitud de ser públicas, consigues amor de un olicio en que no es pequeña hazaña evitar el odio. Pero créeme, que es más seguro el estar enterado de la cuenta de tu vida que de las del pósito del trigo público. Reduce á tí ese vigor de ánimo capacísimo de grandes cosas, y apártale de ese ministerio, que aunque es magnífico, no es apto para vida perfecta; y persuadete que tantos estudios como has tenido desde tu primera edad en las ciencias, no fueron á fin de que se entregasen á tu cuidado tantos millares de hanegas de trigo; de cosas mayores y más altas habias dado esperanzas. No faltarán para esa ocupacion hombres de escogida capacidad y de cuidadosa diligencia. Para llevar cargas, más aptos son los tardos jumentos que los nobles caballos, cuya generosa ligereza ¿quién hay que la oprima con peso grave? Piensa asimismo de cuánto fastidio sea el exponerte á tan grande cuidado. Tu ocupacion es como los estómagos humanos, que ni admiten razon, ni se mitigan con equidad, porque el pueblo hambriento no se aquieta con ruegos. Pocos dias despues que murió Cayo César (si es que en los difun

tos hay algun sentido), llevando ásperamente el haber muerto, quedando el pueblo romano en pié y con bastimentos para siete ó ocho dias, mientras jugando con las fuerzas del imperio, junta puentes á las naves, llegó á los cercados el último de los males, que es la falta de los bastimentos; y el querer imitar á un furioso rey extranjero con infelicidad soberbio, le hubo de costar la pérdida y la hambre, y lo que á ella se sigue, que es la ruina de todas las cosas. ¿Qué pensamiento tendrian entónces aquellos á quien estaba encomendada la provision del trigo público, esperando recibir hierro, piedras, fuego y espadas? Encerraban con suma disimulacion, y no sin causa, en sus pechos tantos encu→ biertos males, por haber muchas enfermedades que se han de curar, ignorándolas los enfermos, babiendo babido muchos á quien el conocer su enfermedad fué causa de su muerte.

CAPÍTULO XX.

Recógete á estas cosas, más tranquilas, más seguras y mayores. ¿Piensas que es igual ocupacion cuidar que el trigo se eche en los graneros, sin que la fraude ó ne¬ gligencia de los que le portean le hayan maleado, atendiendo á que con la humedad no se dañe ó escaliente, para que responda al peso y medida? ¿O el llegarte á estas cosas sagradas y sublimes, habiendo de alcanzar con ellas la naturaleza de los dioses? ¿Y qué deleite, qué estado, qué fortuna, qué suceso espera tu alma, y en qué lugar nos ha de poner la naturaleza cuando estemos apartados de los cuerpos? ¿Qué cosa sea la que sustenta todas las cosas pesadas del mundo, levantando al fuego á lo alto, moviendo en sus cursos las estrellas con otras mil llenas de maravillas? ¿Quieres tú, dejando lo terreno, mirar con el entendimiento estas superiores? Ahora pues, mientras la sangre está caliente, los vigorosos han de caminar á lo mejor. En este género de vida te espera mucha parte de las buenas ciencias, el amor y ejercicio de la virtud, el olvido de los deleites, el arte de vivir y morir, y, finalmente, un soberano descanso. El estado de todos los ocupados es miserable; pero el de aquellos, que áun no son suyas las ocupaciones en que trabajan, es miserabilísimo; duermen por sueño ajeno, andan con ajenos pasos, comen con ajena gana; hasta el amar y aborrecer, que son acciones tan libres, lo hacen mandados. Si éstos quisieren averiguar cuân breve es su vida, consideren qué parte ha sido suya. Cuando vieres, pues, á los que van pasando de una en otra judicatura, ganando opinion en los tribunales, no les envidies; todo eso se adquiere para pérdida de la vida, y para que sólo se cuente el año de su consulado, destruirán todos sus años. A muchos desamparó la edad, mientras trepando á la cumbre de la ambicion, luchaban con los principios; á otros, despues de haber arribado por mil indignidades á las dignidades supremas, les llega un miserable desengaño de que todo lo que han trabajado ha sido para el epitafio del sepulcro. A otros desamparó la cansada vejez, mientras como juventud se dispone entre graves y perversos intentos, para nuevas esperanzas,

CAPÍTULO XXI.

Torpe es aquel á quien estando en edad mayor, coge la muerte ocupado en negocios de no conocidos litigantes, procurando las lisonjas del ignorante vulgo; Y torpe aquel que antes cansado de vivir que de trabajar, murió entre sus ocupaciones. Torpe el enfermo, de quien por verle ocupado en sus cuentas, se rie el ambicioso heredero. No puedo dejar un ejemplo que me ocurre. Hubo un viejo llamado Turanio, de puntual diJigencia, y habiéndole Cayo César jubilado en oficio de procurador sin haberlo él pedido, por ser de más de noventa años, se mandó echar en la cama, y que su familia le llorase como á muerto. Lloraba, pues, toda la casa el descanso de su viejo dueño, y no cesó la tristeza hasta que se le restituyó aquel su trabajo: tanto se estima el morir en ocupacion. Muchos hay de esta opinion, durando en ellos más el deseo que la poten

cia; para trabajar pelean con la imbecilidad de su cuerpo, sin condenar por pesada á la vejez por otro algun título, más de porque los aparta del trabajo. La ley no compele al soldado en pasando de cincuenta años, ni llama al senador en llegando á sesenta. Más dificultosamente alcanzan los hombres de sí mismos el descanso que de la ley; y mientras que son llevados, ó llevan á otros, y unos á otros se roban la quietud, haciendo los unos á los otros alternadamente miserables, pasan una vida sin fruto, sin gusto y sin ningun aprovechamiento del ánimo. Ninguno pone los ojos en la muerte, todos alargan las esperanzas, y algunos disponen tambien lo que es para despues de la vida grandes máquinas de sepulcros, epitafios en obras públicas, ambiciosas dotaciones para sus exequias. Ten por cierto que las muertes de éstos se pueden reducir á hachas y cirios, como entierro de niños.

LIBRO SEXTO.

À POLIBIO

DE CONSOLACION.

CAPÍTULO XX (1).

Nuestros cuerpos, comparados con otros, son robustos; pero si los reduces á la naturaleza, que destruyendo todas las cosas, las vuelve al estado de que las produjo, son caducos; porque manos mortales ¿qué cosa podrán hacer que sea inmortal? Aquellos siete milagros (y si acaso la ambicion de los tiempos venideros levantáre otros más admirables) se verán algun dia arrasados por tierra, Así que no hay cosa perpétua, y pocas que duren mucho. Unas son frágiles por un modo, y otras por otro; los fines se varian, pero todo lo que tuvo principio ha de tener fin. Algunos amenazan al mundo con muerte, y (si es lícito creerlo) vendrá algun dia que disipe este universo, que comprehende todas las cosas humanas, sepultándolas en su antigua confusion y

(1) No se hallan los demas capítulos de este libro, y algunos quieren que sea continuacion del libro De la brevedad de la vida. Don José Rodriguez de Castro, en su Biblioteca española, tomo, dice:

«Del libro De consolatione, que envió á Polibio, consolándole por la muerte de su hermano, faltan los diez y nueve primeros capitulos y parte del vigésimo. Este Polibio era liberto del emperador Claudio y uno de sus validos; estaba instruido en la lengua griega y latina, y era estimado de sus coetáneos por sus producciones literarias. De este Polibio se valió Séneca para volver á la gracia de Claudio; y porque se excedió en los elogios que hace de él y del Emperador, es criticado de adulador, y tenido este libro por indigno de un filósofo estoico.»

Juan Alberto Fabricio, en el capítulo Ix del libro de la Biblioteca latina, dice que Séneca escribió este libro en el año tercero de su destierro en Córcega,

tinieblas. Salga, pues, alguno á llorar estas cosas y las almas de cada uno. Laméntese tambien de las cenizas de Cartago, Numancia y Corinto, y si alguna otra cosa hubo que cayese de mayor altura, pues aun lo que no tiene dónde caer, ha de caer. Salga asimismo otro, y quéjese de que los hados (que tal vez se han de atrever á empresas inefables) no le perdonaron á él.

CAPÍTULO XXI.

¿Quién hay de tan soberbia y desenfrenada arrogancia, que en esta inevitable necesidad de la naturaleza (que produjo todas las cosas á un mismo fin) pretenda que él y los suyos hayan de ser exentos, queriendo libertar alguna casa de la ruina que amenaza á todo el orbe? Será, pues, de grande consuelo pensar cada uno que le sucede lo que padecieron todos los que pasaron, y lo que han de padecer todos los que vinieren; y juzgo que por esta causa quiso la naturaleza que fuese comun todo aquello que hizo más acerbo; porque la igualdad sirviese de consuelo en las asperezas del hado. Y no te ayudará poco el considerar que el dolor, ni á tí, ni á la persona que te faltó, ha de ser de provecho; con lo cual no has de querer dure lo que á entrambos ha de ser infructuoso. Si con la tristeza hemos de aprovechar algo, no rehuso dar á tu desgracia la parte de lágrimas que ha quedado de las mias, que si te han de ser de algun provecho, todavía en estos ojos, consumidos con llantos domésticos, hallaré algun humor. No ceses, floremos; que yo quiero tomar por mia

esta causa: «A juicio de todos fuiste, oh fortuna, reputada por acerbísima, en haberte desviado de aquel que por beneficio tuyo habia llegado á tanta estimacion, que ya su felicidad (cosa que pocas veces sucede) estaba libre de la envidia. Ves aquí á quien diste el mayor dolor que pudo recibir viviéndole César; y despues de haberle cercado por todas partes, conociste que sola ésta quedaba descubierta á tus heridas. Porque, ¿cuál otro daño le podias hacer? ¿Habíasle de quitar las riquezas? Nunca vivió sujeto á ellas, y ahora, en cuanto puede, las desecha de sí, y en medio de tan gran felicidad en adquirirlas, ningun otro mayor fruto saca de ellas, que la ocasion de despreciarlas. ¿Habias de quitarle los amigos? Sabias tú que era tan amable, que con felicidad podria substituir otros en lugar de los que les quitases; porque de todas las personas poderosas que yo he conocido en las casas de los príncipes, á solo éste he visto, cuya amistad (con ser tan útil) se busque más por aficion que por interes. ¿Habíasle de quitar la buena opinion? Teníala tan asentada, que no eras poderosa á desacreditarlė. ¿Habias de privarle de la salud? Conocias que su ánimo (no sólo criado, sino nacido en las ciencias) estaba de tal manera fundado, que se levantaba sobre todos los dolores del cuerpo. ¿Habias de quitarle la vida? ¿Qué tan grande daño piensas que le hacias, habiéndole prometido la fama larguísima edad? Él hizo de modo que ésta le durase en la mejor parte; porque habiendo hecho excelentes obras de elocuencia, se libró de la mortalidad. Todo el tiempo que duráre el dar honor á las letras, y mientras se conserváre el vigor de la lengua latina y la gracia de la griega, vivirá entre los insignes varones, cuyos ingenios igualó; y si rehusáre esto su modestia, entre aquellos á que se aplicó.»

CAPÍTULO XXII.

«Pusiste, pues, la mira en aquellos en que más le podias ofender; porque cuando cada uno es mejor, sabe por la misma razon sufrirte más, cuando te ve enfurecida sin causa, y tremenda entre los halagos. ¿Qué te costaba dejar libre de injurias aquel varon, á quien parece habia venido tu liberalidad, movida más por razon que por tu acostumbrado antojo? Añadamos (si te parece) á estas quejas la buena inclinacion de aquel mancebo que cortaste entre sus primeros acrecentamientos. » El difunto, oh Polibio, fué digno de tenerte por hermano, y tú eres dignísimo de no tener ocasion de dolerte, áun por muerte de algun indigno hermano. Él tiene igual testimonio de todos los hombres que le echan ménos en honor tuyo, alabándole en el suyo, sin que jamas hubiese tenido accion que con gusto no le reconocieses. Tú áun para hermano ménos bueno fueras bueno; pero habiendo tu piedad hallado en él idónea materia, se extendió con más libertad. Ninguno conoció con injuria su potencia, á nadie amenazó con que eras su hermano. Habíase ajustado al ejemplo de tu modestia; porque cuanto eres de esplendor á tu linaje, le eres de carga para que te imite, y él satisfizo á esta obligacion. ¡Oh duros hados, nunca justos con las virtudes! Antes que tu hermano conociese su felicidad, fué arrebatado. Bien veo que esta mi indignacion no es

suficiente; porque no hay cosa tan dificultosa como hallar palabras proporcionadas á un gran dolor; pero ea, si nos ha de ser de algun provecho, quejémonos. «¿Qué es lo que quisiste hacer, oh injusta y violenta fortuna? ó tan presto te arrepentiste de tus dádivas? Qué crueldad es ésta? Hiciste division entre dos hermanos, deshaciendo con sangriento robo la concordísima compañía, y turbando la casa adornada de tan concordes mancebos (sin que en ellos hubiese alguno que degenerase), sin razon alguna la sacrificaste. Segun esto, no es de provecho la inocencia ajustada con las leyes, ni la antigua frugalidad, no la potencia de grande felicidad, no la observada abstinencia, no el sincero y puro amor de las letras, ni la conciencia limpia de toda mancha. » Llora Polibio, y advertido con la muerte de un hermano de lo que puede temer en los demas, viene á tener temor en lo mismo que es el consuelo de su dolor. Hazaña indigna. Llora Polibio, teniendo propicio á César. Sin duda, oh fortuna, emprendiste esta crueldad para ostentar que ninguno puede ser defendido de tus manos, áun por el mismo César.

CAPÍTULO XXIII.

Podemos quejarnos muchas veces de los hados, pero no los podemos mudar, porque son duros y inexorables. Nadie los mueve, ni con oprobrios, ni con lágrimas, ni con razones. A ninguno perdonan, ni remiten cosa alguna. Dejemos, pues, las lágrimas que no aprovechan, y el dolor con más felicidad nos llevará adonde está el difunto, que volverle á que le gocemos. Si el dolor atormenta y no alivia, conviene dejarle á los principios, retirando el ánimo de los débiles consuelos y del amargo deseo de llorar. Si la razon no pusiere fin á nuestras lágrimas, cierto es que no se le pondrá la fortuna. Ven acá, pon los ojos en todos los mortales, y verás que en todos ellos hay una larga y continuada materia de llorar á uno llama al cotidiano trabajo su pobreza; otro teme las riquezas que codició, padeciendo con su mismo deseo; á uno aflige la solicitud, á otro el cuidado, y á otro la muchedumbre de los que frecuentan sus zaguanes. Éste se queja de que está cargado de hijos, aquél de que se han muerto. Acabaránse las lágrimas ántes que las causas del dolor. ¿No ves la vida que nos ha prometido la naturaleza? pues ella quiso que el primer agüero fuese el llanto. Con este principio venimos al mundo, y en él consiste el órden de los años venideros, y en esta forma pasamos nuestra vida. Por lo cual conviene que lo que se ha de hacer muchas veces, se haga con moderacion y atendiendo

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que son muchas las cosas tristes que nos vienen siguiendo; y si no pudiéremos poner fin á las lágrimas, debemos por lo ménos reservar algunas. En ninguna cosa se debe tener mayor moderacion que en ésta, de que tan frecuente es el uso. Tampoco dejará de ayudarte mucho el entender que á ninguno es ménos grato tu dolor que al mismo á quien juzgas le das. Él no quiere que te atormentes, ó no entiende que te atormentas. Segun esto, no hay razon alguna para esta demostracion. «Porque si aquel por quien se hace no la siente, es superflua; y si la siente, le es penosa.»>

CAPÍTULO XXIV. Atrévome á decir que en todo el orbe no hay persona que se deleite con tus lágrimas. Pues, dime, ¿ para qué son? ¿Piensas que tu hermano tiene contra tí el ánimo que ningun otro tiene, queriendo que con tu afliccion te atormentes, y que pretende apartarte de tus ocupaciones; quiero decir, de tus estudios y del servicio del César? Esto no es verisimil, porque siempre te amó como á hermano, veneró como á padre y respetó como á superior; y así, aunque quiere que le eches ménos, no quiere que te atormentes. ¿De qué, pues, sirve que te consuma el dolor que tu mismo hermano (si es que en los difuntos hay sentidos) desea que se acabe? De otros hermanos, de cuya voluntad no hubiera tan segura certeza, dijera yo con duda esto. Si tu hermano deseára que con incesables lágrimas te atormentáras, no fuera digno de este tu afecto; y si él no lo quiere, deja tú ese inútil dolor. Porque el hermano poco amoroso no debe ser llorado tanto, y el que fué amoroso no querrá que le llores. En éste, en quien fué tan conocido el amor, debemos tener por cosa cierta que ninguna cosa le puede ser más acerba que este suceso. Si es acerbo para tí, y si por cualquier modo te atormenta, y conturba tus ojos, indignísimos de todo mal, y si los agota sin poner fin á las lágrimas, ninguna cosa apartará tanto á tu amor de esas inútiles lágrimas, como el pensar que debes dar á tus hermanos ejemplo de sufrir con fortaleza esta injuria de la fortuna. En esta ocasion debes hacer lo que los grandes capitanes hacen en los sucesos graves, en que de industria muestran alegría, encubriendo los casos adversos con fingido regocijo, porque los soldados no desmayen viendo quebrantado el ánimo de su capitan. Lo mismo has de hacer tú, mostrando el rostro disímil del ánimo, y si pudieres acabarlo contigo, debes desechar de todo punto el dolor; y si no pudieres, enciérralo al ménos en lo interior, encarcelándolo, para que no se deje ver; y procura que te imiten tus hermanos; porque ellos tendrán por justo todo lo que vieren haces, y formarán su ánimo de tu rostro; y habiéndoles de ser el consuelo y el consolador, no podrás impedirles su dolor si dieres largas riendas al tuyo.

CAPÍTULO XXV.

Tambien apartará de tí el excesivo dolor, el persuadirte que ninguna de las cosas que haces se puede encubrir. Grande estimacion te ha dado el comun aplauso de los hombres; conviene conservarla. Toda esta muchedumbre de consoladores que te tiene cercado, atendiendo á tu ánimo, mira qué fuerzas tiene contra el dolor; y especulando si sabes usar de tanta destreza en las cosas prósperas, que sepas sufrir varonilmente ias adversas, pone sus ojos en los tuyos. Más libres son las acciones de aquellos cuyos afectos se pueden encubrir. Para tí no hay secreto libre, por haberte puesto la fortuna en mucha luz. Todos sabrán cómo te has gobernado en esta herida, y si en recibiéndola rendiste las armas, ó si estuviste firme en el puesto. Dias há que el amor de César te levantó al más alto estado á

que te atrajeron tus estúdios. Ninguna accion plebeya y humilde te es decente, ¿Qué cosa hay tan ratera y afeminada, como entregarte al dolor para que te consuma? En igual sentimiento, no te es lícito lo que lo es á tus hermanos. La opinion recibida de tus estudios y costumbres, no te permite muchas cosas. Mucho es lo que los hombres quieren y esperan de tí. Si querias que todo te fuese licito, no habias de haber atraido á tí los ojos de todos. Ahora es forzoso que dés todo lo que prometiste á los que alaban y celebran las obras de tu ingenio; que aunque algunos no necesitan de tu fortuna, necesitan muchos de tu talento. Atalayas son de tu ánimo, con lo cual jamas podrás hacer accion alguna indigna de varon perfecto y erudito, sin que muchos se arrepientan de lo que de tus partes se admiraron. No te es lícito llorar con demasía; y no es esto sólo lo que no te es lícito, pues aun no lo es el extender el sueño á una mínima parte del dia, ni lo es ei huir de la muchedumbre de los negocios, retirándote al ocio de tu jardin, ni el recrear con algun voluntario paseo el cuerpo, fatigado con la asistencia del trabajoso oficio, ni alentar el ánimo con la variedad de espectáculos, ni disponer el dia á tu albedrío.

CAPÍTULO XXVI.

Muchas cosas no te son lícitas, que lo son á los hombres humildes, que están despreciados en los rincones. La grande fortuna es servidumbre muy grande. No te es lícito hacer cosa alguna por tu gusto. Has de dar audiencia á tantos millares de hombres, has de disponer tantos memoriales, has de acudir al despacho de tantas cosas como de todas las partes del mundo ocurren para poder cumplir por órden el oficio de ministerio tan importante, y esto requiere un ánimo quieto. Digo que no te es lícito llorar, porque para tener tiempo de oir los lamentos de muchos que padecen, y para que aprovechen las lágrimas de los que desean llegar á la misericordia del piadosísimo César, has de enjugar las tuyas. Considera la fe y la industria que debes á su amor, y entenderás que no te es lícito el retirarte, como no lo es á aquel que (segun dicen las fábulas) tiene sobre sus hombros el mundo. Al mismo César, á quien es lícito todo, no le son, por esta causa, lícitas muchas cosas. Su cuidado defiende las casas de todos, su trabajo, el ocio de todos; su industria, los deleites de todos, y su ocupacion, el descanso de todos. Desde el dia que César se dedicó al gobierno del mundo se privó del uso de sí mismo, al modo que á los astros, que deben sin cesar hacer su curso, sin serles lícito ni detenerse ni ocuparse en cosa suya. Así á tí, en cierto modo, te incumbe la misma obligacion, no siéndote lícito volver los ojos á tus utilidades ni á tus estudios. Poseyendo César el mundo, no puedes repartirte al deleite ni al dolor ni á ninguna otra cosa; porque te debes todo á César. Añade que confesando tú que amas á César más que á tu vida, no te es lícito, viviendo, el quejarte de la fortuna. Viviendo César, están salvos todos tus deudos; ninguna pérdida has hecho; y así, no sólo has de tener enjutos los ojos, sino alegres. En César lo tienes todo, y él te basta por todos. Poco agrade

cido serás á la fortuna (cosa que está muy lejos de tus prudentísimos sentidos) si, viviéndote César, dieres permision á las lágrimas. Tambien te quiero dar otro remedio, si no más firme, al ménos más familiar. Cuando te recoges en tu casa, es el tiempo en que podrás temer la tristeza; porque el que estuvieres mirando á César, no tendrá ella entrada en tí, pues él te poseerá todo; pero en apartándote de su vista, entónces, gozando de la ocasion, pondrá el dolor asechanzas á tu soledad, y poco á poco se entrará en tu ánimo, hallándole desocupado. Conviene, pues, que no permitas estar tiempo alguno apartado de los estudios; entónces las letras, tanto tiempo y con tanta felicidad amadas de li, te serán gratas, defendiendo á su presidente y su venerador. Entónces Homero y Virgilio (á quien tanto debe el género humano, como ellos te deben á tí, por haberlos hecho conocidos de más naciones de aquellas para quien escribieron) te asistirán muchos ratos, y con eso estará seguro todo el tiempo que les entregares para que te le defiendan. Entónces podrás componer las obras de tu César, para que con pregon doméstico se canten en todas edades. Escribe todo lo que pudieres, pues él te dará materia y ejemplo para escribir todos los sucesos.

CAPÍTULO XXVII.

No me atrevo á pasar tan adelante, aconsejándote que con tu acostumbrada elocuencia enlaces fábulas y apologías, obra áun no intentada por los ingenios romanos; porque es cosa dificil que un ánimo tan fuertemente herido pueda tan presto pasar á estudios regocijados. Ten por señal cierta de estar el ánimo fortalecido y vuelto á su sér, si de los estudios graves y serios pudiere pasar á estos más libres; porque en aquellos, aunque la austeridad de las cosas que trata le llaman áun estando enfermo y contra su voluntad, no admitirá estos otros, que se han de tratar con frente desarrugada, si no es cuando de todo punto estuviere convalecido. Así que, á los principios le has de ejercitar en materias más severas, y templarle despues con otras más alegres. Tambien te será de grande alivio si te hicieres esta pregunta: «El dolor que tengo, ¿es en mi nombre ó en el del difunto? Si es en el mio, acá bese la jactancia que de mi sufrimiento solia tener, y comience el dolor, sin que haya en él otra excusa más que el ser honesta; porque el desechar el sentimiento mira á utilidad propia, y ninguna cosa hay ménos decente al varon bueno, que llorar por cuenta y razon en la muerte de su hermano. Si me duelo en su nombre, es necesario que uno de los dos sea juez; porque si á los difuntos no les queda sentido alguno, mi hermano, libre ya de todas las incomodidades de la vida, está restituido al lugar donde estuvo ántes que naciese, y exento de todo mal, no hay cosa que tema, ninguna que desee y ninguna que padezca. Pues ¿qué locura es no dejar jamas de dolerme por el que jamas ha de tener dolor? Si en los difuntos hay algun sentido, ya el ánimo de mi hermano, como libre de una larga prision, se regocija, gozando de la vista de la naturaleza de las cosas, despreciando desde lugar superior todas las cosas huV.-F.

manas, y viendo más de cerca las divinas, cuyo conocimiento buscó en balde tanto tiempo. Pues ¿por qué me aflijo por el que ó es bienaventurado, ó deja de tener sér? Llorar por el bienaventurado, es envidia, y por el que no tiene sér, es locura.»>>

CAPÍTULO XXVIII.

¿Muévete, por ventura, el ver que carece de los grandes bienes que le rodeaban? Cuando pusieres el pensamiento en las muchas cosas que dejó, ponle en que son muchas las que deja de temer. No le atormentará la ira ni le afligirá la enfermedad; no le congojará la sospecha, no le perseguirá la tragadora envidia, enemiga de ajenos acrecentamientos; no le dará cuidado el miedo, ni le inquietará la liviandad de la fortuna, que en un instante transfiere en otros sus dádivas. Si haces bien la cuenta, mucho más es lo que se le perdonó que lo que se le quitó. No gozará de las riquezas ni de su gracia y la tuya, no recibirá beneficios ni los dará. ¿Júzgasle desdichado porque perdió estas cosas, ó dichoso porque no las desea? Créeme, que es más feliz aquel que no necesita de la fortuna, que el que la tiene propicia. Todos estos bienes que con hermoso, aunque falaz, deleite nos alegran, el dinero, las dignidades, la potencia y las demas cosas á que con pasmo mira la ciega codicia del linaje humano, se poseen con trabajo y se miran con envidia, quebrantando á los mismos á quien adornan, y siendo más lo que amenazan que lo que prometen. Estas cosas son deslizaderas é inciertas, y jamas se tienen con seguridad; porque cuando cesasen los temores de lo futuro, la misina conservacion de la grande felicidad es en sí solícita. Si quieres dar crédito á los que más altamente ponen los ojos en la verdad, toda nuestra vida es un castigo. Estamos arrojados en este profundo y alterado mar, que con alternados otoños es recíproco; que levantándonos ya con repentinos crecimientos, y desamparándonos luego con mavores daños, nos descompone, sin permitirnos estar en lugar firme. Andamos suspensos y fluctuando, y unos chocamos en otros, y con suceder los naufragios algunas veces, son continuos los temores. A los que navegan en este tempestuoso mar, expuesto á todas las tormentas, ningun otro puerto hay, si no es el de la muerte. No tengas, pues, envidia á tu hermano, que está ya quieto, libre, seguro y eterno. Él tiene vivo á César y á toda su generacion; tiénete á tí y todos los demas hermanos vivos. Él, cuando se le mostraba favorable la fortuna, y cuando con mano liberal le iba cumulando dones, la dejó ántes que ella hiciese alguna mudanza en sus favores. Gozando está ahora de libre y descubierto cielo, habiendo pasado de un humilde y abatido lugar á resplandecer en aquel (sea el que fuere) que recibe en su dichoso seno las almas que dejan las prisiones; ya se espacia con libertad, y con sumo deleite mira todos los bienes de la naturaleza. Andas errado, porque tu hermano no perdió la luz, sino alcanzó otra más segura; á todos nos es comun el viaje con él. ¿Para qué lloramos sus hados? Que él nos dejó ; partióse ántes.

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