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bas, á Caton Roma; fué Hércules aplauso del orbe, fué Caton enfado de Roma. Al uno admiraron todas las gentes, al otro esquivaron los romanos.

No admite controversia la ventaja que llevó Caton á Hércules, pues le excedió en prudencia, pero ganóle Hércules á Caton en fama.

Más de arduo y primoroso tuvo el asunto de Caton, pues se empeñó en domeñar monstruos de costumbres, si Hércules de naturaleza; pero tuvo más de famoso el del tebano.

La distancia consistió en que Hércules emprendió hazañas plausibles y Caton odiosas; la plausibilidad del empleo llevó la gloria de Alcides á los términos del mundo y pasára adelante si ellos se alargáran. Lo desapacible del empleo circunscribió á Caton dentro de las murallas de Roma.

Con todo esto, prefieren algunos, y no los ménos juiciosos, el asunto primoroso al más plausible; y puede más con ellos la admiracion de pocos que el aplauso de muchos, si vulgares.

Milagros de ignorantes llaman á los empeños plausibles.

Lo arduo, lo primoroso de un superior asunto pocos lo perciben, pero eminentes, y así lo acrediten raros. La facilidad del plausible permítese á todos vulgarizarse, y así el aplauso tiene de ordinario lo que de universal.

Vence la intencion de pocos á la numerosidad de un vulgo entero.

Pero destreza es topar con los empleos plausibles. Punto es de discrecion sobornar la atencion comun en el asunto plausible; manifiéstase á todos la eminencia, y á votos de todos se graduó la reputacion.

Débense estimar en más los más. Es palpable la excelencia en tales hazañas, y si con evidencia plausible, las primorosas tienen mucho de metafísico, dejando la celebridad en opiniones.

Empleo plausible llamó aquel que se ejecuta á vista de todos y á gusto de todos, con el fundamento siempre de la reputacion, por excluir aquellos tan faltos de crédito cuan sobrados de ostentacion. Rico vive de aplauso un histrion, y perece de crédito.

Ser, pues, eminente en hidalgo, asunto expuesto al universal teatro, eso es conseguir augusta plausi bilidad.

¿Qué príncipes ocupan los catálogos de la fama, sino los guerreros? Á ellos se les debe en propiedad el renombre de magnos. Llenan el mundo de aplauso, los siglos de fama, los libros de proezas, porque lo belicoso tiene más de plausible que lo pacífico.

Entre los jueces se entresacan los justicieros á inmortales, porque la justicia sin crueldad siempre fué más acepta al vulgo que la piedra remisa.

En los asuntos del ingenio triunfó siempre la plausibilidad. Lo suave de un discurso plausible recrea el alma, lisonjea el oido; que lo seco de un concepto metafísico los atormenta y enfada.

PRIMOR IX.

DEL QUILATE REY.

Dudo si llame inteligencia ó suerte al topar un héroe con la prenda relevante en sí, con el atributo rey de su caudal.

En unos reina el corazon, en otros la cabeza, y es punto de necedad querer uno estudiar con el valor y pelear otro con la agudeza.

Conténtese el pavon con su rueda, préciese el águila de su vuelo, que sería gran monstruosidad aspirar el avestruz á remontarse, expuesta á ejemplar despeño; consuélese con la bizarría de sus plumas.

No hay hombre que en algun empleo no hubiera conseguido la eminencia; y vemos ser tan pocos que se denominan raros, tanto por lo único como por lo excelente, y como el fénix, nunca salen de la duda. Ninguno se tiene por inhábil para el mayor empleo; pero lo que lisonjea la pasion desengaña tarde el tiempo.

Excusa es no ser eminente en el mediano por ser mediano en el eminente; pero no la hay en ser mediano en el ínfimo, pudiendo ser primero en el sublime.

Enseñó la verdad, aunque poeta, aquél. Tú no emprendas asunto en que te contradiga Minerva; pero no hay cosa más difícil que desengañar de capacidad.

¡Oh, si hubiera espejos de entendimiento como los hay de rostro! Él lo ha de ser de sí mismo y falsifícase fácilmente. Todo juez de sí mismo halla luégo textos de escapatoria y sobornos de pasion.

Grande es la variedad de inclinaciones, prodigio deleitable de la naturaleza; tanta como en rostros, voces y temperamentos.

Son tan muchos los gustos como los empleos. A '03 más viles y áun infames no faltan apasionados. Y lo que no pudiera recabar la poderosa providencia del más político rey, facilita la inclinacion.

Si el monarca hubiera de repartir las mecánicas tareas, sed vos labrador, y vos sed marinero, rindiérase luégo á la imposibilidad. Ninguno estuviera contento áun con el más civil empleo, y ahora la eleccion propria se ciega áun por el más villano.

Tanto puede la inclinacion, y si se auna con las fuerzas, todo lo sujetan; pero lo ordinario es desavenirse.

Procure, pues, el varon prudente alargar el gusto y atraerle sin violencias de despotiquez á medirse con las fuerzas, y reconocida una vez la prenda relevante, empléela felizmente.

Nunca hubiera llegado á ser Alejandro español y César indiano el prodigioso marqués del Valle, don Fernando Cortés, si no hubiera barajado los empleos; cuando más, por las letras hubiera llegado á una vulgarísima medianía, y por las armas se empinó á la cumbre de la eminencia, pues hizo trinca con Alejandro y César, repartiéndose entre los tres la conquista del mundo por sus partes.

PRIMOR X.

QUE EL HÉROE HA DE TENER TANTEADA SU FORTUNA AL EMPEÑARSE.

La fortuna, tan nombrada cuan poco conocida, no es otra, hablando á lo cuerdo y áun católico, que aquella gran madre de contingencias y gran hija de la suprema Providencia, asistente siempre á sus causas, ya queriendo, ya permitiendo.

Ésta es aquella reina tan soberana, inexcrutable, inexorable, risueña, con unos esquiva, con otros, ya madre, ya madrastra, no por pasion, sí por la arcanidad de inaccesibles juicios.

Regla es muy de maestros en la discrecion política tener observada su fortuna y la de sus adherentes. El que la experimentó madre logre el regalo, empéñase con bizarría, que como amante se deja lisonjear de la confianza.

Tenía bien tomado el pulso á su fortuna el César cuando animando al rendido barquero le decia : « No temas, que agravias á la fortuna de César.» No halló más segura áncora que su dicha. No temió los vientos contrarios el que llevaba en popa los alientos de su fortuna. ¿Qué importa que el aire se perturbe, si el cielo está sereno? ¿Que el mar brame, si las estrellas se rien?

Pareció en muchos temeridad un empeño, pero no fué sino destreza, atendiendo al favor de su fortuna. Perdieron otros, al contrario, grandes lances de celebridad por no tener comprension de su dicha. Hasta el ciego jugador consulta al arrojarse.

Gran prenda es ser un varon afortunado, y al aprecio de muchos lleva la delantera. Estiman algunos más una onza de ventura que arrobas de sabiduría, que quintales de valor; otros, al contrario, que fundan crédito en la desdicha como en la melancolía. Ventura repiten de necio y méritos de desgraciado.

Suple con oro la fealdad de la hija el sagaz padre, y el universal dora la fealdad del ingenio con ventura. Deseó Galeno á su médico afortunado, al capitan Vejecio, y Aristóteles á su monarca. Lo cierto es que á todo héroe le apadrinaron el valor y la fortuna, ejes ambos de una heroicidad.

Pero quien de ordinario probó agrios de madrastra amaine en los empeños, no terquee, que suele ser de plomo el disfavor.

Disimúleseme en este punto hurtarle el dicho al poeta de las sentencias, con obligacion de restituirlo en consejo á los amantes de la prudencia. Tú no hagas ni digas cosa alguna teniendo á la fortuna por contraria.

El Benjamin hoy de la felicidad es, con evidencia de su esplendor, el heroico, invicto y serenísimo señor cardenal infante de España, don Fernando, nombre que pasa á blason ó corona nominal de tantos héroes.

Atendia todo el orbe suspenso á su fortuna, satisfecho asaz de su valor, y declaróle esta gran princesa por su galan en la primera ocasion; digo, en aquella tan inmortal para los suyos como mortal para sus enemigos, batalla de Norlinguen, con progresos de fine

zas en Francia y Flándes, y con el resto de todo favor en Jerusalen.

Parte es este político primor, saber discernir bien y mal afortunados, para chocar ó ceder en competencia.

Previno Soliman la gran felicidad de nuestro cat lico Marte, quinto de los Cárlos, para que estuvier en su esfera. Temió más á sola ella que á todos tercios de Poniente, contemplacion de otros.

Amainó aún á tiempo, y valióle, ya no la reputa cion, pues se retiraba de ella, la corona.

No así el primer Francisco de Francia, que afect ignorar su fortuna y la del César; y así por delincuente de prudencia fué condenado á prision.

Péganse de ordinario la próspera y adversa fortuna á los del lado. Atienda, pues, el discreto á ladearse, y en el juego de este triunfo sepa encartarse y descartarse con ganancia.

PRIMOR XI.

QUE EL HÉROE sepa dejarse, GANANDO CON LA FORTUNA.

Todo móvil instable tiene aumento y declinacion. Añaden otros estado donde no hay estabilidad.

Gran providencia es saber prevenir la infalible declinacion de una inquieta rueda. Sutileza de tahur saberse dejar con ganancia donde la prosperidad es de juego, y la desdicha tan de véras.

Mejor es tomarse la honra que aguardar á la rebatiña de la fortuna, que suele en un tumbo alzarse con la ganancia de muchos lances.

Faltarle de constante lo que le sobra de mujer, sienten algunos escocidos. Y añadió el Marqués de Mariñano, para consuelo del Emperador sobre Metz, que no sólo tiene instabilidad de mujer, sino liviandad de jóven en hacer cara á los mancebos.

Mas yo digo que no son livianas variedades de mujer, sino alternativas de una justísima providencia.

Acierte el varon á serlo en esto, recójase al sagrado de un honroso retire, porque tan gloriosa es una bella retirada como una gallarda acometida.

Pero hay hidrópicos de la suerte, que no tienen ánimo para vencerse á sí mismos si les está bailando el agua la fortuna.

Sea augusto ejemplar de este primor aquel gran mayorazgo de la fortuna y de la suerte, el máximo de los Cárlos y áun de los héroes. Coronó este gloriosísimo emperador con prudente fin todas sus hazañas. Triunfó del orbe con la fortuna, y al cabo triunfó de la misma fortuna. Supo dejarse, que fué echar el sello á sus proezas.

Perdieron otros, al contrario, todo el caudal de su fama en pena de su codicia. Tuvieron monstruoso fin grandes principios de felicidad, que á valerse de esta treta pusieran en cobro la reputacion.

Pudiera asegurar un anillo arrojado al mar y restituido en el arca de un pescado, arras de inseparabilidad entre Policrátes y la fortuna. Pero fué poco despues el monte Micalense trágico teatro del divorcio.

Cegó Belisario para que abriesen otros los ojos, y eclipsóse la luna de España para dar luz á muchos.

No se halla arte de tomarle el pulso á la felicidad, por ser anómalo su humor; previénenos algunas señales de declinacion.

Prosperidad muy apriesa, atropellándose unas á otras las felicidades, siempre fué sospechosa, porque suele la fortuna cercenar del tiempo lo que acumula del favor.

Felicidad envejecida ya pasa á caduquez, y desdicha en los extremos cerca está de mejoría.

Estaba Abul, moro, hermano del Rey de Granada, preso en Salobreña, y para desmentir sus confirmadas desdichas, púsose á jugar al ajedrez, proprio ensayo del juego de la fortuna. Llegó en esto el correo de su muerte, que siempre ésta nos corre la posta. Pidió Abul dos horas de vida, muchas le parecieron al Comisario, y otorgóle sólo acabar el juego comenzado. Díjole la suerte, y ganó la vida y áun el reino, pues ántes de acabarlo llegó otro correo con la vida y la corona, que por muerte del Rey le presentaba Granada.

Tantos subieron del cuchillo á la corona como bajaron de la corona al cuchillo. Cómense mejor los buenos bocados de la suerte con el agridulce de un

azar.

Es corsaria la fortuna, que espera á que carguen los bajeles. Sea la contratreta anticiparse á tomar puerto.

PRIMOR XII.

GRACIA DE LAS GENTES.

Poco es conquistar el entendimiento si no se gana la voluntad, y mucho rendir con la admiracion la aficion juntamente.

Muchos con plausibles empresas mantienen el crédito, pero no la benevolencia.

Conseguir esta gracia universal algo tiene de estrella, lo más de diligencia propria. Discurrirán otros al contrario, cuando á igualdad de méritos corresponden con desproporcion los aplausos.

Lo mismo que fué en uno iman de las voluntades es en otro conjuro. Mas yo siempre le concederé aventajado el partido al artificio.

No basta eminencia de prendas para la gracia de las gentes, aunque se supone. Fácil es de ganar el afecto, sobornado el concepto, porque la estimacion muñe la aficion.

Ejecutó los medios felizmente para esta comun gracia, aunque no así para la de su rey, aquel infaustamente inclito Duque de Guisa, á quien hizo grande un rey favoreciéndole, y mayor otro emulándole : el tercero, digo, de los Henricos franceses. Fatal nombre para príncipes en toda monarquía, que en tan altos sujetos hasta los nombres descifran oráculos.

Preguntó un dia este rey á sus contiguos: «¿Qué hace Guisa, que así hechiza las gentes? » Respondió uno extravagante áulico, por único en estos tiempos : «Sire, hacer bien á todas manos; al que no llegan derechamente sus benévolos influjos, alcanzan por reflexion, y cuando no obras, palabras. No hay boda que no festeje, bautismo que no apadrine, entierro que no

honre; es cortés, humano, liberal, honrador de todos, murmurador de ninguno, y en suma, él es el rey en el afecto, si vuestra majestad en el efecto.

Feliz gracia si la hermanára con la de su rey, que no es de esencia el excluirse, por más que encarezca Bayaceto que la plausibilidad del ministro causa receló al patron.

Y de verdad que la de Dios, del Rey y de las gentes son tres gracias más bellas que las que fingieron los antiguos. Danse la mano una á otra, enlazándose apretadamente todas tres, y si ha de faltar alguna, sea por órden.

El más poderoso hechizo para ser amado es amar. Es arrebatado el vulgo en proseguir, si furioso en perseguir.

El primer móvil de su séquito, despues de la opinion, es la cortesía y la generosidad; con éstas llegó Tito á ser llamado delicias del orbe.

Iguala la palabra favorable de un superior á la obra de un igual, y excede la cortesía de un príncipe al dón de un ciudadano.

Con sólo olvidarse por breve rato de su majestad el magnánimo don Alonso, apeándose del caballo para socorrer á un villano, conquistó las guarnecidas murallas de Gaeta, que á fuerza de bombardas no mellára en muchos dias. Entró primero en los corazones, y luégo con triunfo en la ciudad.

No le hallan algunos destempladamente críticos al grande de los capitanes y gigante entre héroes otros méritos para su antonomasia, sino la benevolencia

comun.

Diria yo que entre la pluralidad de prendas merecedora cada una del plausible renombre, ésta fué felicísima.

Hay gracia de historiadores tambien, tan de codicia cuan de inmortalidad, porque son sus plumas las de la fama. Retratan, no los aciertos de la naturaleza, sino los del alma. Aquel fénix Corvino, gloria de Hungría, solia decir, y practicar mejor, que la grandeza de un héroe consistia en dos cosas, en alargar la mano á las hazañas y á las plumas, porque caractéres de oro vinculan eternidad.

PRIMOR XIII.

DEL DESPEJO.

El despejo, alma de toda prenda, vida de toda perfeccion, gallardía de las acciones, gracia de las palabras y hechizo de todo buen gusto, lisonjea la inteligencia y extraña la explicacion.

Es un realce de los mismos realces y es una belleza formal. Las demas prendas adornan la naturaleza, pero el despejo realza las mismas prendas. De suerte que es perfeccion de la misma perfeccion, como transcendente beldad, con universal gracia.

Consiste en una cierta airosidad, en una indecible gallardía, tanto en el decir como en el hacer, hasta en el discurrir.

Tiene de innato lo más, reconoce la observacion. Lo ménos hasta ahora nunca se ha sujetado á precepto superior, siempre á toda arte.

Por robador del gusto le llamaron garabato; por lo imperceptible, donaire; por lo alentado, brio; por lo galan, despejo; por lo fácil, desenfado. Que todos estos nombres le han buscado el deseo y la dificultad; de decla arle.

Agravio se le hace en confundirle con la facilidad; déjala muy atras y adelántase á bizarría. Bien que todo despejo supone desembarazo, pero añade perfeccion.

Tienen su Lucina las acciones, y débesele al despejo el salir bien, porque él las partea para el lucimiento. Sin él la mejor ejecucion es muerta, la mayor perfeccion desabrida. Ni es tan accidente que no sea el principal alguna vez; no sólo sirve al ornato, sino que apoya lo importante.

Porque si es el alma de la hermosura, es espíritu de la prudencia; si es aliento de la gala, es vida del valor. Campea igualmente en un caudillo al lado del valor el despejo, y en un rey á par de la prudencia.

No se le reconoce ménos en el dia de una batalla á la despejada intrepidez que á la destreza y el valor. El despejo constituye primero á un general señor de sí, y despues de todo.

No alcanza la ponderacion, no basta á apreciar el imperturbable despejo de aquel gran vencedor de reyes, émulo mayor de Alcides, don Fernando de Avalos. Vocéelo el aplauso en el teatro de Pavía.

Es tan alentado el despejo en el caballo como majestuoso en el dosel; hasta en la cátedra da bizarría á la agudeza.

Heroico fué el desembarazo de aquel Teseo frances, Henrico IV, pues con el hilo de oro del despejo supo desligarse de tan intrincado laberinto.

Tambien es político el despejo, y en fe de él aquel monarca espiritual del orbe llegó á decir: «¿Hay otro mundo que gobernar?»

PRIMOR XIV.

DEL NATURAL IMPERIO.

Empéñase este primor en una prenda tan sutil, que corriera riesgo por lo metafísico si no la afianzáran la curiosidad y el reparo.

Brilla en algunos un señorío innato, una secreta fuerza de imperio, que se hace obedecer sin exterioridad de preceptos, sin arte de persuasion.

Cautivo César de los isleños piratas era más señor de ellos; mandábales vencido y servíanle ellos vencedores. Era cautivo por ceremonia y señor por realidad de soberanía.

Ejecuta más un varon de éstos con un amago que otros con toda su diligencia. Tienen sus razones un secreto vigor, que recaban más por simpatía que por luz.

Sujétaseles la más orgullosa mente sin advertir el cómo, y ríndeseles el juicio más exento.

Tienen éstos andado mucho para leones en humanidad, pues participan lo principal, que es señorío. Reconocen al leon las demas fieras en presagio de naturaleza, y sin haberle examinado el valor le previenen zalemas.

Así á estos héroes, reyes por naturaleza, les ade_ lantan respeto los demas, sin aguardar la tentativa del caudal.

Realce es este de corona, y si le corresponden la eminencia del entendimiento y la grandeza del corazon, no le falta cosa para construir un primer móvil político.

Vióse entronizada esta señoril prenda en don Hernando Álvarez de Toledo, señor más por naturaleza que por merced. Fué grande y nació para mayor, que áun en el hablar no pudo violentar este natural imperio.

Dista mucho de una mentida gravedad, de un afectado entono, quinta esencia de lo aborrecible, no tanto si es nativa, pero que está muy al canto del enfado.

Pero la mayor oposicion mantiene con recelo de sí, con la sospecha del propio valor, y más cuando se abate á desconfianza, que es del todo rendirse al desprecio.

Fué aviso de Caton y proprio parto de su severidad, que debe un varon respetarse á sí mismo, y áun temerse.

En que se pierde á sí proprio, el miedo da licencia á los demas, y con la permision suya facilita la ajena.

PRIMOR XV.

DE LA SIMPATÍA SUBLIME.

Prenda es de héroe tener simpatía con héroes. Alcanzarla con el sol basta á hacer á una planta gigantea, y á su flor la corona del jardin.

Es la simpatía uno de los prodigios sellados de la naturaleza, pero sus efectos son materia del pasmo, son asunto de la admiracion.

Consiste en un parentesco de los corazones, si la antipatía en un divorcio de las voluntades.

Algunos las originan de la correspondencia en temperamentos, otros de la hermandad en astros.

Aspira aquélla á obrar milagros, y ésta monstruosidades. Son prodigios de la simpatía los que la comun ignorancia reduce á hechizos, y la vulgaridad á en

cantos.

La más culta perfeccion sufrió desprecios de la antipatía, y la más inculta fealdad logró finezas de la simpatía.

Hasta entre padre y hijos pretenden jurisdiccion, y ejecutan cada dia su potencia atropellando leyes y frustrando privilegios de naturaleza y política. Quita reinos la antipatía de un padre, y dalos una simpatía.

Todo lo alcanzan méritos de simpatía, persuade sin elocuencia y recaba cuanto quiere, con presentar memoriales de armonía natural.

La simpatía realzada es carácter, es estrella de heroicidad; pero hay algunos de gusto iman, que mantienen antipatia con el diamante y simpatía con el hierro. Monstruosidad de naturaleza, apetecer escoria y asquear el lucimiento.

Fué monstruo real Luis XI, que más por naturaleza que por arte, extrañaba la grandeza y se perdia por las heces de la categoría política.

Gran realce es la simpatía activa, si es sublime, y mayor la pasiva, si es heroica. Vence en preciosidad á la gran piedra del anillo de Gíges, y en eficacia á las cadena del Tebano.

Fácil es la propension á los varones magnos, pero sin rara la correlacion. Da voces tal vez el corazon, escuchar eco de correspondencia. En la escuela del querer es ésta la A, B, C, donde la primera leccion es de simpatía.

Sea, pues, destreza en discrecion, conocer y lograr la simpatía pasiva. Válgase el atento de este hechizo natural, y adelante el arte lo que comenzó naturaleza. Tan indiscreta cuan mal lograda es la porfia de pretender sin este natural favor, y querer conquistar voluntades sin esta municion de simpatía.

Pero la real es la reina de las prendas, pasa los términos de prodigio, basa que levantó estatua siempre de inmortalidad, sobre plintos de próspera for

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Son los primeros empeños exámen del valor, y un como salir á vistas la fama y el caudal.

No bastan milagros de progresos á realzar ordinarios principios, y cuando mucho, todo esfuerzo despues es remiendo de ántes.

Un bizarro principio, á más de que pone en subido traste el aplauso, empeña mucho el valor.

Es la sospecha en materia de reputacion á los principios, de condicion de precita, que si una vez entra, nunca más sale del desprecio.

Amanezca un héroe con esplendores del sol. Siempre ha de afectar grandes empresas, pero en los principios máximas. Ordinario asunto no puede conducir extravagante crédito, ni la empresa pigmea puede acreditar de jayan.

Son fianzas de la opinion los aventajados principios, y los de un héroe han de asestar cien estadios más altos que los fines de un comun.

Aquel sol de capitanes y general de héroes, el conde heroico de Fuentes, nació al aplauso con rumbos de sol, que nace ya gigante de lucimiento.

Su primera empresa pudo ser Non plus ultra de un Marte; no hizo noviciado de fama, sino que el primer dia profesó inmortalidad.

Contra el parecer de los más, cercó á Cambray, porque era extravagante en la comprension como en el valor. Fué ántes conocido por héroe que por soldado.

Mucho es menester para desempeñarse de una granV.-F.

de expectacion. Concibe altamente el que mira, porque le cuesta ménos de imaginar las hazañas que al que ejecuta de obrarlas.

Hazaña no esperada, pareció más que un prodigio prevenido de la expectacion.

Crece más en la primera aurora un cedro, que un hisopo en todo un lustro, porque robustas primicias amagan gigantez.

Grandes son las consecuencias de una máxima en antecedente; declárase el valimiento de la fortuna, la grandeza del caudal, el aplauso universal y la gracia

comun.

Pero no bastan alentados principios, si son desmayados los progresos. Comenzó Neron con aplausos de fénix, y acabó con desprecios de basilisco.

Desproporcionados extremos, si se juntan, declaran monstruosidad.

Tanta dificultad arguye adelantar el crédito como el comenzarlo. Envejécese la fama y caduca el aplauso, así como todo lo demas; porque leyes del tiempo no conocen excepcion.

Al mayor lucimiento, que es el del sol, achacaron vejeces los filósofos, y descaecimiento en el brillar.

Es, pues, treta, tanto de águila como de fénix, el renovar la grandeza, el remozar la fama y volver á renacer al aplauso.

Alterna el sol horizontes al resplandor, varía teatros al lucimiento, para que en el uno la privacion y en el otro la novedad sustenten la admiracion y el deseo.

Volvian los Césares de ilustrar el orbe al Oriente de su Roma, y renacian cada vez á ser monarcas.

El rey de los metales, pasando de un mundo á otro, pasó de un extremo de desprecio á otro de estimacion.

La mayor perfeccion pierde por cotidiana, y los hartazgos de ella enfadan la estimacion, empalagan el aprecio.

PRIMOR XVII.

TODA PRENDA SIN AFECTACION.

Toda prenda, todo realce, toda perfeccion, ha de engastar en sí un héroe, pero afectar ninguna. Es la afectacion el lastre de la grandeza. Consiste en una alabanza de sí muda, y el alabarse uno es el más cierto vituperarse.

La perfeccion ha de estar en sí, la alabanza en los otros; y es merecido castigo que al que neciamente se acuerda de sí, discretamente le pongan en el olvido los demas.

Es muy libre la estimacion, no se sujeta á artificio, mucho ménos á violencia. Ríndese más presto á una elocuencia tácita de prendas, que á la desvanecida ostentacion.

Impide poca estimacion propria, mucho aplauso ajeno.

Juzgan los entendidos toda afectada prenda, ántes por violenta que por natural, ántes por aparente que por verdadera, y así da gran baja en la estimacion.

Todos son necios los Narcisos, pero los de ánimo

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