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III.

(De las mismas Memorias.-Junio de 1730.)

Estudiar en sí mismo y estudiar á los hombres en los mismos hombres, es un estudio muy útil para aprender el arte de ser dichosos en el mundo, y de serlo de una manera noble y digna del hombre; pero es un trabajoso estudio, que pide una constancia, un gusto y un discernimiento raros..... Vemos en las Reflexiones de la Rochefoucault, en los Caractéres de la Bruyère y en las Máximas de GRACIAN, lo que pasa en el trato de los hombres, lo que hay de más íntimo en nosotros mismos; los medios, en fin, de hallar en el mismo trato de los hombres el agrado, la felicidad que buscamos.....

Monsieur Arnelot (en su traduccion) ha intitulado la obra El hombre de la córte. ¿Es justo este título? ¿Conviene al objeto de GRACIAN? Este autor no tuvo más fin que llevarnos á la virtud, pero á la virtud clarísima y prudente.

La obra sirve de igual modo lo mismo al cortesano, que al guerrero, que al negociante, que al eclesiástico, etc.; porque la prudencia es necesaria en todos los estados de la vida humana. Esta es una coleccion de máximas que encierran, por decirlo así, un arte de prudencia; el arte de vivir de una manera del hombre y de ser dichoso en el trato de los hombres..... Por ellas se ve cómo el hombre debe proceder con respecto á sí mismo, con respecto á los otros hombres y con respecto á Dios; es decir, lo que se debe á sí mismo, lo que debe al mundo y lo que debe á Dios, para ser feliz en este mundo ántes de poseerlo en el otro.

IV. DE BOUTERVECK.

(Historia de la Literatura Española.)

Tiempo habia que los pedantescos comentadores de Góngora escribian en prosa con ridícula afectacion, pero ningun talento superior habia sido inticionado de este contagio antes que Lorenzo ó BALTASAR GRACIAN fuese el autor de moda. No mencionan los literatos circunstancia alguna de la vida de este escritor notable. Sólo se sabe que murió el año de 1652. Parece como que él mismo quiso ocultar su existencia literaria, porque las obras que aparecen cual de Lorenzo Gracian, pasan como de BALTASAR, jesuita y hermano de aquél. Nada consta de este Lorenzo, que ha dado nombre á los escritos de su hermano, que en efecto son medianamente jesuíticos.

Tratan, en general, de la moral del gran mundo, de la teología moral, de la poética y de la retórica. El más voluminoso de todos es el que tiene el pedantesco título de El Criticon, cuadro alegórico y moral de la vida humana, dividido en períodos, que el autor llama crisis. Prueba este libro que GRACIAN pudo ser un escritor excelente, si no hubiese querido ser un escritor extraordinario. Se reconoce en él un fino ingenio, que entra en muchas consideraciones fuera del órden vulgar, y que para nada tener de vulgar, se ve compelido á renunciar á lo natural y al sentido comun. Se contempla en todo un gran esfuerzo de talento, pero del talento más sutil, que se expresa en el lenguaje más precioso; y esta suerte de talento y de lenguaje sorprende, sobre todo en una obra cuya objeto es verdaderamente grande, pues que trata de las relaciones esenciales del hombre con la naturaleza y con su autor. Hay, sin embargo, mucho más esmero en los escritos pequeños de GRACIAN, en que desarrolla su teoría sobre las facultades intelectuales y de la habilidad, que hace que se salga bien en las cosas del mundo (1). En estos libros se encuentran observaciones muy atinadas, expresadas muy inteligiblemente. En otro tiempo se leia mucho su Oráculo manual, especie de coleccion de máximas útiles, mezcla de bueno y de malo, de sana razon y sutilidades sofisticas. No olvida el gran principio de la moral práctica de los jesuitas, «hacerse á todos, ni su máxima favorita, que para ser buena necesitaria tener una interpretacion diferente, en nada vulgar.›

(1) Reduce GRACIAN todos los talentos y todas las facultades del talento á dos principales, que llama

genio é ingenio. Éstos son los dos ejes de la gloria del hombre de mérito. .

EL DISCRETO,

DE BALTASAR GRACIAN,

QUE PUBLICÓ

DON VINCENCIO JUAN DE LASTANOSA

GENIO Y INGENIO.

ELOGIO.

Estos dos son los dos ejes del lucimiento discreto; la naturaleza los alterna y el arte los realza. Es el hombre aquel célebre Microcosmos, y el alma, su firmamento. Hermanados el genio y el ingenio, en verificacion de Atlante y de Alcides, aseguran el brillar, por lo dichoso y lo lucido, á todo el resto de . prendas.

El uno sin el otro fué en muchos felicidad á mediaз, acusando la envidia ó el descuido de la suerte.

Plausible fué siempre lo entendido, pero infeliz sin el realce de una agradable genial inclinacion; y al contrario, la misma especiosidad del genio hace más censurable la falta del ingenio.

Juiciosamente algunos, y no de vulgar voto, negaron poderse hallar la genial felicidad sin la valentía del entender; y lo confirman con la misma denominacion de genio, que está indicando originarse del ingenio; pero la experiencia nos desengaña fiel, y nos avisa sábia, con repetidos monstruos, en quienes se censuran barajados totalmente.

Son culto ornato del alma, realces cultos; mas lo entendido, entre todos corona la perfeccion. Lo que es el sol en él mayor, es en el mundo menor el ingenio. Y aun por eso fingieron á Apolo dios de la discrecion. Toda ventaja en el entender lo es en el ser; y en cualquier exceso de discurso no va ménos que el ser más ó ménos persona.

Por lo capaz se adelantó el hombre á los brutos, y los ángeles al hombre, y áun presume constituir en su primera formalísima infinidad á la misma divina esencia. Tanta es la eminente superioridad de lo entendido.

Un sentido que nos falte, nos priva de una gran porcion de vida, y deja como manco el ánimo. ¿Qué será faltar en muchos un grado en el concebir y una ventaja en el discurrir, que son diferentes eminencias?

Hay á veces entre un hombre y otro casi otra tanta distancia como entre el hombre y la bestia, si no en la sustancia, en la circunstancia; si no en la vitalidad, en el ejercicio de ella.

Bien pudiera de muchos exclamar crítica la vulpeja: ¡oh, testa hermosa, mas no tiene interior! En tí hallo el vacuo, que tantos sabios juzgaron imposible. Sagaz anatomía mirar las cosas por dentro; engaña de ordinario la aparente hermosura, dorando la fea necedad; y si calláre, podrá desmentir el más simple de los brutos á la más astuta de ellos, conservando la piel de su apariencia. Que siempre curaron de necios los callados, ni se contenta el silencio con desmentir lo falto, sino que lo equivoca en misterioso.

Pero el galante genio se vió sublimado á deidad en aquel, no solamente cojo, sino ciego tiempo, para exageracion de su importancia á precio de su eminencia; los que más moderadamente erraron, lo llamaron inteligencia asistente al menor de los universos. Cristiano ya el filosofar, no le distingue de una tan feliz cuanto superior inclinacion.

Sea, pues, el genio singular, pero no anomalo; sazonado, no paradoxo; en pocos se admira como se desea, pues ni áun el heroico se halla en todos los príncipes, ni el culto en todos los discretos.

Nace de una sublime naturaleza, favorecida en todo de sus causas; supone la sazon del temperamento para la mayor alteza de ánimo, débesele la propension á los bizarros asuntos, la eleccion de los gloriosos empleos, ni se puede exagerar su buen delecto.

No es un genio para todos los empleos, ni todos los puestos para cualquier ingenio, ya por superior, ya por vulgar. Tal vez se ajustará aquél y repugnará éste, y tal vez se unirán entrambos, ó en la conformidad ó en la desconveniencia.

Engaña muchas veces la pasion, y no pocas la obligacion, barajando los empleos á los genios; vistiera prudente toga el que desgraciado arnes; acertado aforismo el de Chiló, conocerse y aplicarse.

Comience por sí mismo el discreto á saber, sabiéndose; alerte á su Minerva, así genial como discursiva, y déle aliento si es ingenua. Siempre fué desdicha el violentar la cordura, y áun urgencia alguna vez, que es un fatal tormento, porque se ha de remar entonces contra las corrientes del gusto, del ingenio y de la estrella.

Hasta en los países se experimenta esta connatural proporcion, ó esta genial antipatía; más sensible

otra perfeccion. No la coronó Júpiter con aquel majestuoso señorío en el hacer y en el decir, que admiramos en algunos; dióselo la autoridad conseguida con el crédito, y el magisterio alcanzado con el ejercicio.

mente en las ciudades, con fruicion en unas, con desazon en otras ; que suele ser más contrario el porte al genio que el clima al temperamento. La misma Roma no es para todos genios ni ingenios, ni á todos se dió gozar de la culta Corinto. La que es centro para uno, es para el otro destierro; y áun la gran Madrid algunos la reconocen madrastra. ¡Oh, gran felicidad topar cada uno y distinguir su centro! No anidan bien los grajos entre las Musas, ni los varones sabios se hallan entre el cortesano bullicio, ni los cuerdos en el áulico entretenimiento.

En la variedad de las naciones es donde se aprueban y áun se apuran al contraste de tan varios naturales y costumbres. Es imposible combinar con todas, porque ¿quién podrá tolerar la aborrecible soberbia de ésta, la despreciable liviandad de aquélla, si no lo embustero de la una, lo bárbaro de la otra, es que la conformidad nacional en los mismos achaques haga gusto de lo que fuera violencia?

Gran suerte es topar con hombres de su genio y de su ingenio; arte es saberlos buscar; conservarlos, mayor; fruicion es el conversable rato, y felicidad la discreta comunicacion, especialmente cuando el genio es singular, ó por excelente ó por extravagante; que es inlinita su latitud, áun entre los dos términos de su bondad ó su malicia, la sublimidad ó la vulga¬ ridad, lo cuerdo ó lo caprichoso, unos comunes, otros singulares.

Inestimable dicha cuando diere lugar lo precioso de la suerte á lo libre de la eleccion, que ordinariamente aquélla se adelanta y determina la mansion, y áun el empleo; y lo que más se siente, la misma familiaridad de amigos, sirvientes y áun corteses, sin Consultarlo con el genio; que por esto hay tantos quejosos de ella, penando en prision forzosa y arrastrando toda la vida ajenos yerros.

Cual sea preferible en caso de carencia, ó cuál sea ventajoso en el de exceso, el buen genio ó el ingenio hace sospechoso el juicio. Puede mejorarlos la industria y realzarlos el arte. Primera felicidad participarlos en su naturaleza heroicos, que fué sortear alma buena. Malograron esta dicha muchos y magnates, errando la vocacion de su genio y de su ingenio.

Compitense de extremos uno y otro, para ostentar á todo el mundo y áun á todo el tiempo un coronado prodigio en el príncipe, nuestro señor, el primero Baltasar y el segundo Cárlos, porque no tuviese otro segundo, que á sí mismo y él solo se fuese primero. ¡Oh, gloriosas esperanzas, que en tan florida primavera nos ofrecen católico Julio de valor, y áun Augusto de felicidad!

DEL SEÑORÍO EN EL DECIR Y EN EL HACER.

DISCURSO ACADÉMICO.

Es la humana naturaleza aquella que fingió Hesiodo Pandora. No la dió Pálas la sabiduría, ni Vénus la hermosura; tampoco Mercurio la elocuencia, y ménos Marte el valor; pero sí el arte, con la cuidadosa industria, cada dia ìa van adelantando con una y con

Andan los más de los hombres por extremos. Unos tan desconfiados de sí mismos, ó por naturaleza propria ó por malicia ajena, que les parece que en nada han de acertar, agraviando su dicha y su caudal, siquiera en no probarlo; en todo hallan qué temer, descubriendo ántes los topes que las conveniencias; y ríndense tanto á esta demasía de poquedad, que no atreviéndose á obrar por sí, hacen procura á otros de sus acciones y áun quereres. Y son como los que no se osan arrojar al agua sino sostenidos de aquellos instrumentos, que comunmente tienen de viento lo que les falta de substancia.

Al contrario, otros tienen una plena satisfaccion de sí mismos; vienen tan pagados de todas sus acciones, que jamas duraron, cuanto ménos condenaron alguna. Muy casados con sus dictámenes, y más, cuanto más erróneos; enamorados de sus discursos, como hijos más amados cuanto más feos; y como no saben de recelo, tampoco de descontento. Todo les sale bien, á su entender; con esto viven contentismos de sí, y mucho tiempo; porque llegaron á una simplicísima felicidad.

Entre estos dos extremos de imprudencia se halla el seguro medio de (ordura; y consiste en una audacia discreta, muy asistida de la dicha.

No hablo aquí de aquella natural superioridad, que señalamos por singular realce al héroe; sino de una cuerda intrepidez, contraria al deslucido encogimiento, fundada, ó en la comprension de las materias, ó en la autoridad de los años, ó en la calificacion de Jas dignidades, que en fe de cualquiera de ellas puede uno hacer y decir con señorío.

Hasta las riquezas dan autoridad. Dora las más veces el oro las necias razones de sus du ños, comunica la plata su argentado sonido á las palabras, de modo que son aplaudidas las necedades de un rico, cuando las sentencias de un pobre no son escuchadas.

Pero la más ventajosa superioridad es la que se apoya en la adecuada noticia de las cosas, del contínuo manejo de los empleos. Hácese uno primero señor de las materias, y despues entra y sale con despejo; puede hablar con magistral polestad, y decir como superior á los que atienden, que es fácil señorearse de los ánimos despues de los puntos primeros.

No basta la mayor especulacion para dar este señorío; requiérese el continuado ejercicio en los empleos; que de la continuidad de los actos se engendra el hábito señoril.

Comienza por la naturaleza y acaba de perfeccionarse con el arte. Todos los que lo consiguen se hallan las cosas hechas, la superioridad misma les da facilidad, que nada les embaraza; de todo salen con lucimiento. Campean al doble sus hechos y sus dichos; cualquiera medianía, socorrida del señorío, pareció eminencia, y todo se logra con ostentacion.

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Los que no tienen esta superioridad, entran con recelo en las ocasiones, que quita mucho del lucimiento, y más si se diere á conocer; del recelo nace luégo el temor, que destierra criminalmente la intrepidez, con que se deslucen y áun se pierden la accion y la razon. Ocupa el ánimo de suerte que le priva de su noble libertad, y sin ella se ataja el discurrir, se hiela el decir y se impide el hacer, sin poder obrar con desahogo, de que pende la perfeccion.

El señorío en el que dice, concilia luego respeto en el que oye; hácese lugar en la atencion del más crítico, y apodérase de la aceptacion de todos. Ministra palabras y áun sentencias al que dice, así como el temor las ahuyenta, que un encogimiento basta á helar lo el discurso, y aunque sea un raudal de elocuencia, embarga la frialdad de un temor.

El que entra con señorío, ya en la conversacion, ya en el razonamiento, hácese mucho lugar y gana de él antemano el respeto; pero el que llega con temor, mismo se condena de desconfiado y se confiesa vencilo; con su desconfianza da pié al desprecio de los otros, por lo ménos á la poca estimacion.

Bien es verdad que el varon sabio ha de ir deteniéndose, y más donde no conoce; entra con recato sondando los fondos, especialmente si presiente profundidad; como lo encargarémos en nuestros Avisos al Varon atento.

Con los príncipes, con los superiores y con toda gente de autoridad, aunque conviene y es preciso reformar esta señoril audacia, pero no de modo dé que en el otro extremo de encogimiento. Aquí importa mucho la templanza, atendiendo á no enfadar por lo atrevido, ni deslucirse por lo desanimado; no ccupe el temor de modo que no acierto á parecer, ni la audacia se haga sobresalir.

Hay condiciones de personas, que es menester entrarles con superioridad, no sólo en caso de mandar, sino de pedir y de rogar; porque si estos tales conciben que se les tiene respeto, no digo ya recelo, se engrien á intolerables; y éstos comunmente son de aquellos que los humilló bien naturaleza y los levantó mal su suerte. Sobre todo, Dios nos libre de la vil soberbia de remozos de palacio, insolentes de puerta y de saleta.

Brilla este superior realce en todos los sujetos, y más en los mayores. En un orador es más que circunstancia. En un abogado, de esencia. En un embajador es lucimiento. En un caudillo, ventaja; pero en un príncipe es extremo.

Hay naciones enteras majestuosas, así como otras sagaces y despiertas.

Realza grandemente todas las humanas acciones, hasta el semblante, que es el trono de la decencia. El mismo andar, que en las huellas suele estamparse el corazon, y allí suelen rastrearlo los juiciosos en el obrar y en el hablar con eminencia; que la sublimidad de las acciones la adelanta al doble la majestad en el obrarlas.

Nácense algunos con un señorío universal en todo cuanto dicen y hacen, que parece que ya la naturaleza los hizo hermanos mayores de los otros; nacie

ron para superiores, si no por dignidad de oficio, de mérito. Infúndeseles en todo un espíritu señoril, áun en las acciones más comunes; todo lo vencen y so→ brepujan. Hácense luégo señores de los demas, cogiéndoles el corazon, que todo cabe en su gran capacidad; y aunque tal vez tendrán los otros más ventajosas prendas de ciencia, de nobleza y áun de entereza, con todo eso prevalece en éstos el señorío, que los constituye superiores, si no en el derecho, en la posesion.

Salen otros del torno de su barro ya destinados para la servidumbre de unos espíritus serviles, sin género de brío en el corazon; inclinados al ajeno gusto, y ceder el propio á cuantos hay. Éstos no nacieron para sí, sino para otros; tanto, que alguno fué llamado el de todos. Otros dan en lisonjeros, aduladores, burlescos, y peores empleos si los hay. ¡Oh, cuántos hizo superiores la suerte en la dignidad, y la naturaleza esclavos en el caudal!

Este coronado realce, como es el rey de los demas, lleva consigo gran séquito de prendas; siguele el despejo, la bizarría de acciones, la plausibilidad y ostentacion, con otras muchas de este lucimiento. Quien las quisiere admirar todas juntas, hallarlas ha en el excelentísimo señor don Fernando de Borja, hijo del Benjamin de aquel gran Duque santo; heredado en los bienes de su diestra, digo, en su pruden- 1 cia, en su entereza y en su cristiandad, que todas ellas le hicieron amado, no virey, sino padre en Ardgon, venerado en Valencia, favorecido del grande de los Filipos en lo más, que es confiarle á su prudente, majestuosa y cristiana disciplina, un príncipe único, para que le enseñe á ser rey y á ser héroe, á ser fénix, émulo del celebrado Aquiles, en fe de su enseñanza.

Y aunque todos estos realces la veneran reina, atiende mucho esta gran prenda á que no la desluzcan algunos defectos, que como sabandijas siguen de ordinatio la grandeza; puede tal vez degenerar por exceso, en afectacion, en temeridad imprudente, en el aborrecible entretenimiento, vana satisfaccion y otros tales, que todos son grandes padrastros de la discrecion y de la cordura.

HOMBRE DE ESPERA ALEGORÍA.

En un carro y en un trono, fabricado éste de conchas de tortugas, arrastrado aquél de rémoras, iba caminando la Espera por los espaciosos campos del Tiempo al palacio de la Ocasion.

Procedia con majestuosa pausa, como tan hechura de la madurez, sin jamas apresurarse ni apasionarse; recostada en dos cojines que la presentó la Noche, Sibilas mudas del mejor consejo en el mayor sosiego. Aspecto venerable, que lo hermosean más los muchos dias; serena y espaciosa frente, con ensanches de sufrimiento; modestos ojos entre cristales de disimulacion; la nariz grande, prudente desahogo de los arrebatamientos de la irascible y de las llamaradas de

Era esto una muy tarde, cuando vivamente les comenzó á tocar arma un furioso escuadron de monstruos, que lo es todo extremo de pasion, el indiscreto empeño, la aceleracion imprudente, la necia facicilidad y el vulgar atropellamiento; la inconsideracion, la prisa y el ahogo, toda gente del vulgacho de la imprudencia.

la concupiscible; pequeña boca con labios de vaso atesorador, que no permiten salir fuera el menor indicio del reconcentrado sentimiento porque no descubra cortedades del caudal; dilatado el pecho, donde se maduran y áun proceden los secretos, que se malogran comunmente por aborto; capaz estómago, hecho á grandes bocados y tragos de la fortuna, de tan gran buche que todo lo digiere; sobre todo, un corazon de un mar, donde quepan las avenidas de pasiones y donde se contengan las más furiosas tempestades, sin dar bramidos, sin romper sus olas, sin arrojar espumas, sin traspasar un punto los límites de la razon. Al fin, toda ella de todas maneras grande: gran sér, gran fondo y gran capacidad.

Su vestir no era de gala, sino de decencia; más cumplido cuanto más ajustado, que lo aliñó el decoro. Tiene por color propio suyo el de la esperanza, y lo afecta en sus libreas sin que haya jamas usado otro, y entre todos aborrece positivamente el rojo, por lo encendido de su cólera primero y de su empacho despues. Ceñia sus sienes por vencedora y por reina, que quien supo disimular supo reinar, con una rama del moral prudente.

Conducia la prudencia el grave séquito. Casi todos eran hombres, y muy mucho algunas raras mujeres. Llevaban todos báculos por ancianos y peregrinos; otros se afirmaban en los cetros, cayados, bastones y áun tiaras, que los más eran gente de gobierno. Ocupaban el mejor puesto de los italianos, no tanto por haber sido señores del mundo, cuanto porque lo superior ser españoles, franceses, algunos alemanes, y polacos, que á la admiracion de no ir todos satisfizo la política juiciosa con decir que aquella su detenida comun causa procede más de lo helado de su sangre que de lo detenido de su espíritu. Quedaba un grande espacio de vacío, que se decia haber sido de la prudentísima nacion ingiesa; pero que desde Enrico VIII acá faltaban al triunfo de la cordura y de la entereza. Sobresalian por su novedad y por su traje los políticos chinas.

Iban muy cerca del triunfante carro algunos grandes hombres que los hizo famosos esta coronada prenda, y ahora en llevarlos á su lado mostraba su estimacion. Allí iba el tardador Fabio Máximo, que con su mucha espera desvaneció la gallardía del mejor cartagines y restauró la gran república romana. Á su lado campeaba el baston de los franceses, consumiendo sus numerosas huestes con la detencion y acabando con la vida y con la paciencia de Filipo. El Gran Capitan, muy conocido por su empresa, que sacó en Barleta aquella que con grande ingenio enseñaba á tener juicio y le valió un reino, conquistado más con la cordura que con la braveza. Ántes de él, el magnánimo aragones forjando á fuego lento, de las cadenas de su prision una corona. Iban muchos filósofos y sabios y catedráticos de ejemplo y maestros de experiencia.

Gobernaba el Tiempo la autorizada pompa, que el mismo ir tropezando con sus muletas era lo que mejor le salia. Cerraba la Sazon por retaguardia, ladeada del Consejo, del Pensar, de la Madurez y del Seso.

Conoció su grande riesgo la Espera, por no llevar armas ofensivas, faltar el polvorin, que es municion vedada en su milicia, por estar reformado el ímpetu y desarmado el furor.

Mandó hacer alto á la Detencion, y ordenó á la Disimulacion que los entretuviese mientras consultaba lo hacedero. Discurrióse con prolijidad muy á la española, pero con igual provecho.

Decia el sabio Biante, gran benemérito de esta gran señora de sí misma, que imitase á Júpiter, el cual no tuviera ya rayos si no tuviera espera. Luis XI de Francia votó que se disimulase con ellos, que él no habia enseñado ni más gramática ni más política á su sucesor. El rey don Juan II de losar agoneses (que hay naciones de espera, y ésta lo es por extremo, y de la la prudencia) la dijo que advirtiese que hasta hoy más habia obrado la tardanza española que la cólera francesa. El grande Augustino coronó su voto y sus aciertos con el Festina lente. El Duque de Alba volvió á repetir su razonamiento en la jornada sobre Lisboa.

Dijeron todos mucho en breve. Dilatóse más el Católico rey don Fernando, como príncipe de la política, y eslo mucho la Espera. «Sea uno, decia, señor de sí, y lo será de los demas. La detencion sazona los aciertos y madura los secretos; que la aceleracion siempre pare hijos abortivos sin vida de inmortalidad. Hase de pensar despacio y ejecutar de presto; ni es segura la diligencia que nace de la tardanza. Tan presto como alcanza los cosas se le caen de las manos; que á veces el estampido del caer fué aviso del haber tomado. Es la Espera fruta de grandes corazones y muy fecunda de aciertos. En los hombres de pequeño corazon ni caben el tiempo ni el secreto. » Concluyó con este oráculo catalan: Deu no pega de bastó, sino de saó.

Pero el gran triunfador de reyes, Cárlos V, aquel que en Alemania, con más espera que gente, quebrantó las mismas penas, las duras y las graves, la aconsejó que si queria vencer pelease á su modo, esto es, que esgrimiese la muleta del Tiempo, mucho más obradora que la acerada clava de Hércules. Ejecutólo tan felizmente, que pudo al cabo frustrar el ímpetu y enfrenar el orgullo á aquellas más furias que las infernales, y quedó victoriosa, repitiendo: «El Tiempo y yo á otros dos.» Este suceso contó el Juicio al Desengaño, como quien se halló presente.

DE LA GALANTERÍA.

MEMORIAL Á LA DISCRECION.

Tienen su bizarría las almas harto más relevante que la de los cuerpos: gallardía del espíritu, con cuyos galantes actos queda muy airoso un corazon: llé◄

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