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LIBRO PRIMERO.

DE LA DIVINA PROVIDENCIA (1).

CAPÍTULO PRIMERO.

Á LUCILO.

Cómo habiendo esta Providencia, suceden males á los hombres buenos.

Pregúntasme, Lúcilo, cómo se compadece que gobernándose el mundo con divina Providencia, sucedan muchos males á los hombres buenos. Daréte razon de esto con más comodidad en el contexto del libro, cuando probáre que á todas las cosas preside la Providencia divina y que nos asiste Dios. Pero porque has mostrado gusto de que se separe del todo esta parte, y que quedando entero el negocio, se decida este artículo, lo haré, por no ser cosa difícil al que hace la causa de los dioses. Será cosa superflua querer hacer ahora demostracion de que esta grande obra del mundo no puede estar sin alguna guarda, y que el curso ó discurso cierto de las estrellas no es de movimiento casual; porque lo que mueve el caso á cada paso se turba y con facilidad choca; y al contrario, esta nunca ofendida velocidad camina obligada por imperio de eterna ley, y la que trae tanta variedad de cosas en la mar y en la tierra, y tantas clarísimas lumbreras que con determinada disposicion alumbran, no pueden moverse por órden de materia errante, porque las cosas que casualmente se unen, no están dispuestas con tan grande arte como lo está el gravísimo peso de la tierra, que siendo inmóvil, mira la fuga del cielo, que en su redondez se apresura, y los mares, que, metidos en hondos valles, ablandan las tierras, sin que la entrada de los rios les cause aumento; y ve que de pequeñas semillas nacen grandes plantas, y que ni áun aquellas cosas que parecen confusas é inciertas, como son las lluvias, las nubes, los golpes de encontrados rayos y los incendios de las rompidas cumbres de los montes, los temblores de la movida tierra, con lo demas que la tumultuosa parte de las cosas gira en contorno de ella, aunque son repentinas, no se mueven sin razon; pues áun aquellas tienen sus causas no ménos que en las que en remotas tierras miramos como milagros, cuales son las aguas calientes en medio de los rios, los nuevos espacios de islas que en alto mar se descubren (2); y el que hiciere observacion que retirándose en él las aguas, dejan desnudas las riberas, y que dentro de poco tiem

(1) Rodriguez de Castro, en el tomo 11 de su Biblioteca española, dice: «El libro De Providentia le compuso Séneca despues de la muerte de Cayo, para responder á la pregunta de su amigo Lucio, que deseaba saber por qué tenian que sufrir adversidades los que eran buenos. »

(2) Véase la Historia natural de Plinio, libro μ, capítulos LXXXVI, LXXXVI, LXXXVIII Y LXXXIX.

po vuelven á estar cubiertas, conocerá que con una cierta volubilidad se retiran y encogen dentro de sí, y que las olas vuelven otra vez á salir, buscando con veloz curso su asiento, creciendo á veces con las porciones, y bajando y subiendo en un mismo dia y en una misma hora, mostrándose ya mayores y ya menores, conforme las atrae la luna, á cuyo albedrío crece el Océano. Todo esto se reserva para su tiempo; porque aunque tú te quejas de la divina Providencia, no dudas de ella. Yo quiero ponerte en amistad con los dioses, que son buenos con los buenos, porque la naturaleza no consiente que los bienes dañen á los buenos. Entre Dios y los varones justos hay una cierta amistad unida, mediante la virtud; y cuando dije amistad, debiera decir una estrecha familiaridad y una cierta semejanza; porque el hombre bueno se diferencia de Dios en el tiempo, siendo discípulo é imitador suyo; porque aquel magnífico Padre, que no es blando exactor de virtudes, cria con más aspereza á los buenos, como lo hacen los severos padres. Por lo cual, cuando vieres que los varones justos y amados de Dios padecen trabajos y fatigas, y que caminan cuesta arriba, y que al contrario, los malos están lozanos y abundantes de deleites, persuádete á que, al modo que nos agrada la modestia de los hijos y nos deleita la licencia de los esclavos nacidos en casa, y á los primeros enfrenamos con melancólico recogimiento, y en los otros alentamos la desenvoltura, así hace lo mismo Dios, no teniendo en deleites al varon bueno, de quien hace experiencias para que se haga duro, porque le prepara para sí.

CAPÍTULO II.

¿Por qué, sucediendo muchas cosas adversas á los varones buenos, decimos que al que lo es no le puede suceder cosa mala? Las cosas contrarias no se mezclan; al modo que tantos rios y tantas lluvias y la fuerza de tantas saludables fuentes no mudan ni áun templan el desabrimiento del mar, así tampoco trastorna el ánimo del varon fuerte la avenida de las adversidades, siempre se queda en su sér, y todo lo que le sucede lo convierte en su mismo color, porque es más poderoso que todas las cosas externas. Yo no digo que no las siente; pero digo que las vence, y que estando plácido y quieto, se levanta contra las cosas que le acometen, juzgando que todas las adversas son exámen y experiencias de su valor. Pues ¿qué varon levantado á las cosas honestas no apetece el justo trabajo, estando pronto á los oficios, áun con riesgo de peligros? ¿Yá qué persona cuidadosa no es penoso el ocio? Vemos que

los luchadores, deseosos de aumentar sus fuerzas, se ponen á ellas con los más fuertes, pidiendo á los con quien se prueban para la verdadera pelea, que usen contra ellos de todo su esfuerzo; consienten ser heridos y vejados, y cuando no hallan otros que solos se les puedan oponer, ellos se oponen á muchos. Marchítase la virtud si no tiene adversario, y conócese cuán grande es, y las fuerzas que tiene, cuando el sufrimiento muestra su valor. Sábete, pues, que los varones buenos han de hacer lo mismo, sin temer lo áspero y dificil, y sin dar quejas de la fortuna. Atribuyan á bien todo lo que les sucediere; conviértanlo en bien, pues no está la monta en lo que se sufre, sino en el denuedo con que se sufre. ¿No consideras cuán diferentemente perdonan los padres que las madres? Ellos quieren que sus hijos se ejerciten en los estudios, sin consentirles ociosidad ni áun en los dias feriados, sacándoles tal vez el sudor, y tal las lágrimas; pero las madres procuran meterlos en su seno y detenerlos á la sombra, sin que jamas lloren, sin que se entristezcan y sin que trabajen. Dios tiene para con los buenos ánimo paternal, y cuando más apretadamente los ama, los fatiga, ya con obras, ya con dolores y ya con pérdidas, para que con esto cobren verdadero esfuerzo. Los que están cebados en la pereza, desmayan, no sólo con el trabajo, sino tambien con el peso, desfalleciendo con su misma carga. La felicidad, que nunca fué ofendida, no sabe sufrir golpes algunos; pero donde se ha tenido contínua pelea con las descomodidades, críanse callos con las injurias, sin rendirse á los infortunios, pues aunque el fuerte caiga, pelea de rodillas. ¿Admiraráste, por ventura, si aquel Dios, grande amador de los buenos, queriéndolos excelentísimos y escogidos, les asigna la fortuna para que se ejerciten con ella? Yo me admiro cuando los veo tomar vigor, porque los dioses tienen por deleitoso espectáculo el ver los grandes varones luchando con las calamidades. Nosotros solemos tener por entretenimiento el ver algun mancebo de ánimo constante, que espera con el venablo á la fiera que le embiste, y sin temor aguarda al leon que le acomete; y tanto es más gustoso este espectáculo, cuanto es más noble el que le hace (1). Estas fiestas no son de las que atraen los ojos de los dioses, por ser cosas pueriles y entretenimientos de la humana liviandad. Mira otro espectáculo digno de que Dios ponga con atencion en él los ojos; mira una cosa digna de que Dios la vea; esto es, el varon fuerte, que está asido á brazos con la mala fortuna, y más cuando él mismo la desafió. Digote de verdad que yo no veo cosa que Júpiter tenga más hermosa en la tierra para divertir el ánimo, como mirar á Caton, que, despues de rompidos diversas veces los de su parcialidad, está firme, y que levantado entre las públicas ruinas, decia: «Aunque todo el imperio haya venido á las manos de uno, y aunque las ciudades se guarden con ejércitos y los mares con flotas, y aunque los soldados cesarianos tengan cerradas

(1) Tambien hombres libres y caballeros romanos y jóvenes de familias ilustres solian tal vez combatir en la arena, ó por falta de medios para subsistir, ó por adulacion á los emperadores. (Véase Justo Lipsio, en sus Saturnales, libro п, capítulo In.)

V.-F.

las puertas, tiene Caton por donde salir; una mano hará ancho camino á nuestra libertad. Este puñal, que en las guerras civiles se ha conservado puro y sin hacer ofensa, sacará al fin á luz buenas y nobles obras, dando á Caton la libertad que él no pudo dar á su patria. Emprende, oh ánimo, la obra mucho tiempo meditada; librate de los sucesos humanos. Ya Petreyo y Juba se encontraron, y cayeron heridos cada uno por la mano del otro: egregia y fuerte convencion del hado, pero no decente á mi grandeza, siendo tan feo á Caton pedir á otros la muerte como pedirles la vida.» Tengo por cierto que los dioses miraban con gran gozo cuando aquel gran varon, acérrimo vengador de sí, estaba cuidando de la ajena salud y disponiendo la huida de los otros, y cuando estaba tratando sus estudios hasta la última noche, y cuando arrimó la espada en aquel santo pecho, y cuando esparciendo sus entrañas, sacó con su propia mano aquella purísima alma, in digna de ser manchada con hierro. Creo que no sin causa fué la herida poco cierta y eficaz, porque no fuera suficiente espectáculo para los dioses ver sola una. vez en este trance á Caton. Retúvose, y tornó en sí la virtud para ostentarse en lo más dificil; porque no es necesario tan valeroso ánimo para intentar la muerte, como para volver á emprenderla. ¿Por qué, pues, habian los dioses de mirar con gusto á su ahijado, que con ilustre y memorable fin se escapaba? La muerte eterniza aquellos cuyo remate alaban aún los que la temen.

CAPÍTULO III.

Pero porque cuando pasemos más adelante con el discurso, te haré demostracion que no son males los que lo parecen, digo ahora que estas cosas que tú llamas ásperas y adversas y dignas de abominacion, son, en primer lugar, en favor de aquellos á quien suceden, y despues en utilidad de todos en general; que de éstos tienen los dioses mayor cuidado que de los particulares, y tras ellos, de los que quieren les sucedan males; porque á los que los rebusan los tienen por indignos. Añadiré que estas cosas las dispone el bado, y que justamente vienen á los buenos por la misma razon que son buenos. Tras esto, te persuadiré que no tengas compasion del varon bueno, porque aunque podrás llamarle desdichado, nunca él lo puede ser. Dije, lo primero, que estas cosas, de quien tememos y tenemos horror, son favorables á los mismos á quien suceden, y ésta es la más difícil de mis proposiciones. Dirásme: ¿cómo puede ser útil el ser desterrados, el venir á pobreza, el enterrar los hijos y la mujer, el padecer ignominia y el verse debilitados?» Si de esto te admiras, tambien te admirarás de que hay algunos que curan sus enfermedades con hierro y fuego, con hambre y sed. Y si te pusieres á pensar que á muchos para curarlos les raen y descubren los huesos, les abren las venas, y cortan algunos miembros, que no se podian conservar sin daño del cuerpo. Con esto, pues, concederás que he probado que hay incomodidades que resultan en bencficio de quien las recibe, y muchas cosas de las que se alaban y apetecen, se convierten en daño de aquellos que con ellas se alegran, siendo semejantes á las cru

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ro. ¿Será más dichoso Sula porque cuando baja al tribunal le hacen plaza con las espadas, y porque consiente colgar las cabezas de los varones consulares, contándose el precio de las muertes por el tesoro y escrituras públicas, haciendo esto el mismo que promulgó la ley Cornelia (1)? Vengamos á Régulo, veamos en qué le ofendió la fortuna, habiéndole hecho ejemplar de paciencia. Hieren los clavos su pellejo, y á cualquier parte que reclina el fatigado cuerpo, le pone en la herida, teniendo condenados los ojos á perpétuo desvelo. Cuanto más tuvo de tormento, tanto más tendrá de gloria. ¿Quieres saber cuán poco se arrepintió de valuar con este precio la virtud? Pues cúrale y vuélvele al Senado, y verás que persevera en el mismo parecer. ¿Tendrás por más dichoso á Mecénas, á quien estando ansioso con los amores, y llorando cada dia los repudios 'de su insufrible mujer, se le procuraba el sueño con blando són de sinfonías que desde léjos resonaban? Por más que con el vino se adormezca, y por más que con el ruido de las aguas se divierta, engañando con mil deleites el 'afligido ánimo, se desvelará de la misma manera en blandos colchones como Régulo en los tormentos; porque á éste le sirve de consuelo el ver que sufre los trabajos por la virtud, y desde el suplicio pone los ojos en la causa; á esotro, marchito en sus deleites y fatigado con la demasiada felicidad, le aflige más la causa que los mismos tormentos que padece. No han Ilegado los vicios á tener tan enterà posesion del género humano, que se dude si dándose eleccion de lo que cada uno quisiera ser, no hubiera más que eligieran ser Régulos que Mecénas. Y si hubiere alguno que tenga osadía á confesar que quiere ser Mecénas, y no Régulo, este tal, aunque lo disimule, sin duda quisiera más ser Terencio. ¿Juzgas á Sócrates maltratado porque no de otra manera que como medicamento, para conseguir la inmortalidad, escondió aquella bebida mezclada en público, disputando de la muerte hasta la misma muerte, y porque, apoderándose poco á poco el frio, se encogió el vigor de las venas? ¿Cuánta mayor razon hay para tener envidia de éste que de aquellos á quien se da la bebida en de preciosos vasos, y á quien el mancebo desbarbado, cortada ó ambigua virilidad, acostumbrado á sufrir, le 1 deshace la nieve colgada del oro? Todo lo que éstos beben, lo vuelven con tristeza en vómitos, tornando á gustar su misma cólera; pero aquel alegre y gustoso beberá el veneno. En lo que toca á Caton está ya dicho mucho, y el comun sentir de los hombres confesará que tuvo felicidad, habiéndole elegido la naturaleza para quebrantar en él las cosas que suelen temerse. Las enemistades de los poderosos son pesadas; opóngase pues á un mismo tiempo á Pompeyo, César y Craso.. El ser los malos preferidos en los honores es cosa dura; pues antepóngasele Vatinio. Aspera cosa es intervenir en guerras civiles; milite pues por causa tan justa en todo el orbe, tan feliz como pertinazmente. Grave cosa es poner en sí mismo las manos, póngalas. ¿Y qué ha de conseguir con esto? Que conozcan todos que no son males éstos, pues yo juzgo digno de ellos á Caton.

dezas y embriagueces, y á las demas cosas que con deleite quitan la vida. Entre muchas magníficas sentencias de nuestro Demetrio, hay ésta, que es en mí fresca, porque áun resuena en mis oidos. «Para mí, decia, ninguno me parece más infeliz que aquel á quien jamas sucedió cosa adversa;» porque á este tal nunca se le permitió hacer experiencia de sí, habiéndole sucedido todas las cosas conforme á su deseo, y muchas aun ántes de desearlas. Mal concepto hicieron los dioses de éste; tuviéronle por indigno de que alguna vez pudiese vencer á la fortuna, porque ella huye de todos los flojos, diciendo: «¿Para qué he de tener yo á éste por contrario? Al punto rendirá las armas; para con él no es necesaria toda ini potencia, con sola una ligera amenaza huirá; no tiene valor para esperar mi vista; búsquese otro con quien pueda yo venir á las manos, porque me desdeão encontrarme con hombre que está pronto á dejarse vencer. » El gladiator tiene por ignominia el salir á la pelea con el que le es inferior, porque sabe no es gloria vencer al que sin peligro se vence. Lo mismo hace la fortuna, la cual busca los más fuertes y que le sean iguales; á los otros déjalos con fastidio; al más erguido y contumaz acomete, poniendo contra él toda su fuerza. En Mucio experimentó el fuego, en Fabricio la pobreza, en Rutilio el destierro, en Régulo los tormentos, en Sócrates el veneno, y en Caton la muerte. Ninguna otra cosa halla ejemplos grandes, si no es la mala fortuna. ¿Es por ventura infeliz Mucio porque con su diestra oprime el fuego de sus enemigos, castigando en sí las penas del error, y porque con la mano abrasada hace huir al Rey, á quien con ella armada no pudo? ¿Fuera por dicha más afortunado si la calentára en el seno de la amiga? ¿Y es por ventura infeliz Fabricio por cavar sus heredades el tiempo que no acudia á la república, y por haber tenido iguales guerras con las riquezas que con Pirro, y porque, sentado á su chimenea aquel viejo triunfador, cenaba las raíces de las yerbas que él mismo habia arrancado escardando sus heredades? ¿Acaso fuera más dichoso si juntára en su vientre los peces de remotas riberas y las peregrinas cazas, y si despertára la detencion del estómago, ganoso de vomitar con las ostras de entrambos mares, superior y inferior? ¿Si con mucha cantidad de manzanas rodear las fieras de la primera forma, cogidas con muerte de muchos monteros? ¿Es por ventura infeliz Rutilio porque los que le condenaron serán en todos los siglos condenados, y porque sufrió con mayor igualdad de ánimo el ser quitado á la patria que el serle alzado el destierro, y porque él solo negó alguna cosa al dictador Sula? Y siendo vuelto á llamar del del destierro, no sólo no vino, sino ántes se apartó más léjos, diciendo: «Vean esas cosas aquellos á quien en Roma tiene presos la felicidad; vean en la plaza y en el lago Servilio gran cantidad de sangre (que éste era el lugar donde en la confiscacion de Sula despojaban). Vean las cabezas de los senadores, y la muchedumbre de homicidas que á cada paso se encuentran vagantes por la ciudad; y vean muchos millares de ciudadanos romanos despedazados en un mismo lugar, despues de dada la fe, ó por decir mejor, engañados con la misma fe. Vean estas cosas los que no saben sufrir el destier

(1) Lex Cornelia de sıcariis,

CAPÍTULO IV.

Las cosas prósperas suceden á la plebe y á los ingenios viles; y al contrario, las calamidades y terrores, y la esclavitud de los mortales, son propios del varon grande. El vivir siempre con felicidad, y el pasar la vida sin algun remordimiento de ánimo, es ignorar una parte de la naturaleza. ¿Eres grande varon? ¿De dónde me consta, si no te ha dado la fortuna ocasion con que ostentar tu virtud? Veniste á los juegos olimpios, y en ellos no tuviste competidor; llevarás la corona olímpica, pero no la victoria. No te doy el parabien como á varon fuerte, dóytele como al que alcanzó el consulado ó el corregimiento, con que quedas acrecentado. Lo mismo puedo decir al varon bueno, si algun dificultoso caso no le dió ocasion en que poder mostrar la valentía de su ánimo. Júzgete por desgraciado si nunca lo fuiste; pasaste la vida sin tener contrario; nadie (ni áun tú mismo) conocerá hasta dónde alcanzan tus fuerzas ; porque para tener noticia de sí es necesaria alguna prueba, pues nadie alcanza á conocer lo que puede, si no es probándolo. Por lo cual hubo algunos que voluntariamente se ofrecieron á los males que no les acometian, y buscaron ocasion para que la virtud, que estaba escondida, resplandeciese. Dígote que los grandes varones se alegran algunas veces con las cosas adversas, no de otra manera que los grandes soldados con el triunfo. He oido referir que en tiempo de Cayo César, quejándose un soldado de las pocas mercedes que hacian, dijo: «¡Qué linda edad se pierde! La virtud es descosa de peligros, y pone la mira en la parte adonde camina, y no en lo que ha de padecer, porque el mismo padecer le es parte de gloria.»> Los varones militares se glorian de las heridas y ostentan alegres la sangre, que por la mejor causa corre. Y aunque hagan lo mismo los que sin heridas vuelven de la batalla, con mayor atencion se ponen los ojos en el que viene estropeado. Dígote verdad que Dios hace el negocio de los que desea perfectos siempre que les da materia de sufrir fuerte y animosamente alguna cosa en que haya dificultad. Al piloto conocerás en la tormenta, y al soldado en la batalla. ¿De qué echaré de ver el ánimo con que sufres la pobreza, si estás cargado de bienes? ¿De dónde el valor y constancia que tienes para sufrir la infamia, la ignominia y el aborrecimiento popular, si te has envejecido gozando de su aplauso, siguiéndote siempre su inexpugnable favor, movido de una cierta inclinacion de los entendimientos? ¿De qué sabré que sufrirás con igualdad de ánimo las muertes de tus hijos, si gozas de todos los que engendraste? Hete oido consolando á otros, y conociera yo que te sabrás consolar á tí cuando te apartáras á tí mismo del dolor. Ruégoos que no querais espantaros de aquellas cosas que los dioses inmortales ponen como estímulos á los ánimos. La calamidad es ocasion de la virtud, y con razon dirá cada uno que son infelices los que viven entorpecidos en sobra de felicidad, donde, como en lento mar, los detiene una sosegada calma; todo lo que á éstos les sucediere les causará novedad, porque las cosas adversas atormentan más á los faltos de experiencia. Aspero se hace el sufrir el yugo á las no domadas cervices. El soldado bisoño con sólo el temor de las heridas se es

panta, mas el antiguo con audacia mira su propia sangre, porque sabe que muchas veces despues de haberla derramado ha conseguido victoria. Así que Dios endurece, reconoce y ejercita á los que ama; y al contrario, á los que parece que halaga y á los que perdona, los reserva para venideros males. Por lo cual errais si os persuadis que hay algun privilegiado, pues tambien le vendrá su parte de trabajo al que ha sido mucho tiempo dichoso; porque lo que parece está olvidado, no es sino dilatado, ¿Por qué aflige Dios á cualquier bueno con enfermedades, con llantos y con descomodidades? ¿Por qué en los ejércitos se encargan las más peligrosas empresas á los más fuertes? El General siempre envia los más escogidos soldados, para que con nocturnas asechanzas inquieren á los enemigos ó exploren su camino, ó para que los desalojen; y ninguno de los que á estas facciones salen, dice que le agravió su general, ántes confiesa que hizo de él buen concepto. Digan, pues, aquellos á quien se manda que padezcan: «Para los timidos y flojos son dignos de ser llorados los casos, no para nosotros, á quien Dios ha juzgado dignos de experimentar en nuestras fuerzas todo lo que la naturaleza humana puede padecer. Huid de los deleites y de la enervada felicidad con que se marchitan los ánimos, á quien si nunca sucede cosa adversa que les advierta de la humana suerte, están como adormidos en una perpétua embriaguez. Aquel á quien las vidrieras (1) libraron siempre del aire, y cuyos piés se calentaron con los fomentos diversas veces mudados, cuyos cenáculos templa el calor puesto por debajo ó arrimado á las paredes; á este tal, cualquier ligero viento le ofenderá, y no sin peligro, porque siendo nocivas todas las cosas que salen de modo, viene á ser peligrosísima la intemperancia en la felicidad; desvanece el cerebro y atrae la mente á várias fantasías, derramando mucho de obscuridad, que se interpone entre lo falso y verdadero. ¿Por qué, pues, no ha de ser mejor el sufrir una perpétua infelicidad, que despierte á la virtud, que el reventar con infinitos y desordenados bienes? La muerte es ménos penosa con ayuno, y más congojosa con crudezas. Los dioses siguen en los varones justos lo que los maestros en sus discípulos, que procuran trabajen más aquellos de quien tienen mayores esperanzas. ¿Persuadir á éste por ventura que los lacedemonios son aborrecedores de sus hijos, porque experimentan su valor con verlos azotar en público, y los exhortan, estando maltratados, á que con fortaleza sufran los golpes que les dan, rogándoles perseveren en recibir nuevas heridas sobre las recibidas? Siendo esto así, ¿de qué nos admiramos si Dios experimenta con aspereza los ánimos generosos? ¿Es por ventura blanda y muelle la enseñanza de la virtud? Azótanos y hiérenos la fortuna: sufrímoslo; no es crueldad, es pelea, á la cual cuantas más veces fuéremos, saldrémos más fuertes. La parte del cuerpo que con frecuente uso está ejercitada, es la más firme; conviene que seamos entregados á la fortuna, para que por su medio nos hagamos más fuertes contra ella, y para que poco á poco vengamos á ser

(1) Navarrete traduce vidrieras por piedras especularias. Los romanos no conocian el uso de los vidrios; se servian en su lugar de aquellas, que eran una especie de talco.

iguales. La continuacion de los peligros engendra desprecio de ellos; por esta razon los cuerpos de los marineros son duros para sufrir los trabajos del mar, y los labradores tienen las manos ásperas, y los brazos de los soldados son más aptos para tirar los dardos. Los correos tienen los miembros ágiles; y en cada uno es fortísima aquella parte en que se ejercita. El ánimo llega con la paciencia á despreciar el poder de los males; y si quisieres saber lo que él podia obrar en nosotros, considera las naciones donde ha puesto sus límites la paz romana; quiero decir, los alemanes y las demas gentes que andan vagantes en las riberas del Danubio, siempre los oprime un perpétuo invierno y un anublado cielo; y sustentándolos escasamente el estéril suelo, defiéndense de las lluvias en chozas cubiertas de ramas y hojas; bailan sobre las lagunas endurecidas con el hielo, y para sustentarse cazan las fieras. ¿Parécete que éstos son míseros? Pues ninguna cosa en quien la costumbre se ha convertido en naturaleza, es mísera, porque poco a poco vienen á ser deleitables las que comenzaron por necesidad. Estas naciones no tienen domicilios ni lugares de asiento más de aquellos que les da el cansancio de cada dia; su comida es vil, y la han de buscar en sus manos; y siendo terrible la inclemencia del cielo, traen desnudos los cuerpos ; siendo esto que tú tienes por descomodidad, la vida de tantas gentes. ¿Por qué, pues, te admiras de que los varones buenos sean vejados, para que con la vejacion se fortifiquen? Ningun árbol está sólido y fuerte, sino el fatigado de continuos vientos, porque con el mismo combate de ellos se aprietan y fortifican las raíces; y al contrario, los que crecieron en abrigados valles son frágiles. Segun esto, en favor de los varones buenos es el ser muy versados entre cosas formidables, para que se hagan intrépidos, sufriendo con igualdad de ánimo las cosas que no son de suyo malas sino para el que sufre mal.

CAPÍTULO V.

Añade que asimismo es bueno para todos (quiero decirlo así que cada uno milite y muestre sus obras. El intento de Dios es persuadir al varon sabio que las cosas que el vulgo apetece y las que teme, ni son bienes ni males. ¿Conoceráse el ser bienes, si no los diere sino á los varones buenos, y ser males, si no los diere sino á los malos? La ceguera fuera detestable si ninguno perdiera la vista sino aquel que mereciese le fuesen sacados los ojos. Carezcan finalmente de luz Apio y Metelo. Las riquezas no son bienes, pues téngalas Eliorufian, para que cuando los hombres consagraren su dinero en el templo, le vean tambien en el burdel. El mejor medio de que Dios usa para desacreditar las cosas deseadas, es darlas á los malos y negarlas á los buenos. Bien está eso; pero parece cosa injusta que el varon bueno sea debilitado, herido y maltratado, y que los malos anden libres y afeminados, teniendo sanos todos sus miembros. Si eso dices, tambien sería cosa inicua que los varones fuertes tomen las armas y que pasen las noches en la campaña, asistiendo en el batallon con las heridas atadas, y que en el ínterin estén sosegados y seguros en la ciudad los eunucos, que profesan deshonestidad. Y tampoco parecerá

justo que las nobilísimas vírgenes se desvelen de noche para los sacrificios, cuando las mujeres de manchada opinion gozan de profundo sueño. El trabajo cita á los buenos, y el Senado suele estar todo el dia en consejo, cuando en el mismo tiempo el hombre más vil de- ↑ leita su ocio en el campo, 6 está encerrado en el bodegon, ó gasta el tiempo en algun liviano paseo. Lo mismo, pues, sucede en esta gran república del mundo, en que los varones buenos trabajan y se ocupan, y sin ser forzados siguen voluntariamente á la fortuna, igualando con ella los pasos, y si supieran á dónde los encaminaba, se le adelantáran. Tambien me acuerdo haber oido esta fortísima razon de Demetrio: «De sólo esto me puedo quejar, oh dioses inmortales, de que antes de ahora no me hayais hecho notoria vuestra voluntad, para que hubiera venido primero á estas cosas á que ahora estoy pronto. ¿Quereis quitarme los hijos? Para vosotros los crié. ¿Quereis algun miembro de mi cuerpo? Tomadle; y no hago mucho en ofrecerle, habiendo de dejarlos todos muy presto. ¿Quereis la vida? ¿Por qué no la he de dar? Ninguna detencion habrá en restituiros lo que me disteis. Todo lo que pidiéredes lo recibiréis de mí, que con voluntad lo doy. Pues & de qué me quejo? De que quisiera darlo por voluntaria ofrenda, más que por restitucion. ¿Qué necesidad hubo de quitarme lo que podíades recibir? Pues áun con todo eso, no me habeis de quitar cosa alguna, porque no se quita sino al que la retiene. Yo en nada soy forzado y nada padezco contra mi gusto, ni en esto os hago servicio; confórmome con vuestra voluntad, conociendo que todas las cosas corren por una cierta ley, promulgada para siempre.» Los hados nos guian, y la primera hora de nuestro nacimiento dispuso lo que resta de vida á cada uno; una cosa pende de otra, y las públicas y particulares las guia un largo órden de ellas. Por lo cual conviene sufrir todos los sucesos con fortaleza, porque no todas las cosas suceden como pensamos; vienen como está dispuesto, y si desde sus principios está así ordenado, no hay de qué te alegres ni de qué llores, porque aunque parece que la vida de cada uno se diferencia con grande variedad, el paradero de ella es uno. Los mortales habemos recibido lo que es mortal; use, pues, la naturaleza de sus cuerpos como ella gustáre ; y nosotros, estando alegres y fuertes en todo, pensemos que ninguna cosa de las perecederas es caudal nuestro. ¿Qué cosa es propia del varon bueno? Rendirse al hado, por ser grande consuelo el ser arrebatado con el universo. ¿Qué razon hubo para mandarnos vivir y morir así? La misma necesidad obligó á los dioses, porque un irrevocable curso lleva con igualdad las cosas humanas y las divinas. Que aquel Formador y Gobernador de todas las cosas escribió los hados, pero síguelos; una vez lo mandó, y siempre lo ejecuta. ¿Por qué, pues, siendo Dios, no fué justo en la distribucion del hado, asignando á los varones buenos pobreza, heridas y tristes entierros? El artífice no puede mudar la materia; ésta es la que padeció. Hay muchas cosas que no se pueden separar de otras, por ser individuas. Los ingenios flojos y soñolientos, cuyo desvelo parece sueño, están forjados de elementos débiles; pero para formar un varon que se deba llamar viilante, es necesario hado más fuerte. Y éste

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