Imatges de pàgina
PDF
EPUB

y á la Amarillez, afectos pestilenciales del hombre; que el uno es movimiento ó alteracion del ánimo espantado, y el otro del cuerpo; y áun no es enfermedad, sino color, y ¿has de creer más que éstos son los dioses, y los pondrás y venerarás en el cielo?>

Pues de los mismos ritos atroces y torpes, cuán libremente escribió! «El uno, dice, se corta las partes que tiene de hombre, y el otro los morcillos de los brazos: como ó cuando temen que los dioses están airados, así quieren tenerlos propicios. Parece que de ninguna manera se deben reverenciar los dioses, si es que tambien quieren esto. Tan grande es el furor y desvarío del juicio perturbado, que aplacan á los dioses de suerte, que ni áun los hombres bárbaros, traidos como argumentos de fábulas y tragedias atroces, se muestran más inhumanos y crueles que ellos.

»>Los tiranos, aunque hicieron pedazos los miembros de algunos, á nadie mandaron que se los despedazase él á sí propio. Á algunos han castrado por órden de algunos príncipes; pero nadie puso en si las manos, por mandado de algun señor, para no ser hombre... Vine al Capitolio. Vergüenza causará el describir la locura que el vano furor y desatino han tomado por oficio! Uno hace como que rinde y sujeta los dioses à Dios, otro se ocupa en avisar á Júpiter las horas, otro se muestra que es lictor... Hay algunas mujeres que fingen que á Juno y á Minerva están aderezando los cabellos, y estando, no sólo lejos del simulacro, sino del templo, mueven sus dedos como quien está componiendo y tocando á otro. Hay otras que tienen el espejo, otras que llaman á los dioses para que las favorezcan en sus pleitos. Hay quien les ofrece memoriales y les informa de su causa. Un excelente archimimo, ó autor de representantes viejos, ya decrépito, cada dia iba á representar al Capitolio, como si los dioses vieran, de buena gana al que los hombres ya habian dejado... Hay algunas mujeres, que están sentadas en el Capitolio, que se imaginan que Júpiter está enamorado de ellas, sin tener cuidado ni miedo de Juno, con ser, si quisiereis creer á los poetas, una diosa colérica é iracundísima.»

Esta libertad no tuvo Varron: sólo se atrevió á reprehender la teología poética, y no se atrevió á la civil, que Séneca puso en el lodo. Con todo, si atendemos á la verdad, peores son los templos, donde se hacen estas cosas, que los teatros, en donde se fingen. Y así, en estos sacramentos de la teología civil, aconseja Séneca al sabio que no los tenga religiosamente en el corazon, sino que los finja en las obras, porque dice: Todo lo cual guardará el sabio como cosas por ley establecidas; pero no como agradables á los dioses.» Y más adelante: «Pues qué? dice, ¿no hacemos tambien casamientos de los dioses, y áun esto no pía y legitimamente, pues casamos á hermanos con hermanas? A Belona casamos con Marte, á Vénus con Vulcano, á Salacia con Neptuno, si bien á algunos dejamos solteros, como si les hubiera faltado con quién, principalmente habiendo algunas viudas... Toda esa turba plebeya de dioses, la cual en mucho tiempo amontonó una larga supersticion, adoremos de manera, que nos persuadamos que su culto y veneracion pertenece más al uso...>> Pero Séneca, á quien los filósofos, sus maestros, hicieron casi libre, como era ilustre senador del pueblo romano, reverenciaba lo que reprehendia, hacia lo que condenaba, lo que culpaba adoraba; porque, en efecto, la filosofia le habia enseñado una cosa grande, para que no fuese supersticioso en el mundo; pero él, por respeto á las leyes ántes, y por el uso y costumbre de las gentes, aunque no hiciese lo que el cómico, que finge en el teatro, imitábale en el templo, que es tanto más inconveniente y reprehensible, porque lo que hacia fingidamente, lo hacia de manera, que el pueblo pensaba que lo hacia de véras; y el cómico, de burlas y fingiendo, ántes deleita que engaña. Séneca, entre otras supersticiones de la civil teologia, tambien reprehende los sacramentos de los judíos, y principalmente los sábados, diciendo que los hacen inútilmente, porque en los dias que interponen cada siete, estando ociosos, pierden casi la séptima parte de la vida, y se pierden muchas cosas, dejándolas de hacer al tiempo que debieran. Pero no se atrevió á hacer mencion de los cristianos, que ya entonces eran aborrecidísimos de los judíos, ni en bien ni en mal, ó por no alabarlos contra la antigua costumbre de su patria, ó por no reprehenderlos quizá contra su propia voluntad. Pero hablando de aquellos judíos, dice: «Y con todo eso, ha cundido tanto la costumbre y manera de vivir de esta maldita gente, que está ya recibida por todas las provincias de la tierra; y siendo ellos los vencidos, han dado leyes á los vencedores..

III.DE CAYO PLINIO SEGUNDO.

(Historia natural, libro xiv, capítulo IV.)

Y más nuevamente Anneo Séneca, príncipe de la erudicion y autoridad... Siendo hombre que de ninguna manera se admiraba de cosas pequeñas y vanas, de tal modo se enamoró de aquella posesion (en el campo Nomentano), que no se avergonzó de darle la palma de la mejor que habia visto jamas.

IV. - DE CAYO CORNELIO TÁCITO.

(Anales, libro xII.)

Pero Agripina, para no ser conocida sólo por indignas acciones, consigue que se alce el destierro á Anneo Séneca, y juntamente que se le conceda el cargo de pretor, cosa agradable al pueblo, por la excelencia de sus estudios, y tambien para que su hijo saliese de la niñez bajo los consejos de un tal maestro.

(Anales, libro xin.)

Afranio Burro y Anneo Séneca habian sido puestos para regir la juventud del emperador Neron... Aunque por diferentes artes y ejercicios, ambos resplandecian en el pueblo igualmente: Burro le instruia en las cosas que tocaban al ministerio militar y á la severidad de las costumbres; Séneca, en los preceptos de la elocuencia y en una cortesía y humanidad honesta.

(Anales, libro xiii.)

Aunque esta oracion, compuesta por Séneca, llevase mucho adorno de palabras, conforme al ingenio apacible ó ameno que tuvo aquel varon, y acomodado al gusto de aquel siglo...

[merged small][ocr errors][merged small]

Lucio Anneo Séneca, varon superior en sabiduría á todos los romanos de su siglo y á muchos tambien de los más antiguos

[blocks in formation]

Pero la libertad que à éste (Varron) le faltó para reprehender al descubierto, como la otra, esta teología urbana, tan parecida á la teátrica, no faltó, aunque no del todo, en alguna parte á Anneo Séneca, que por algunos indicios hallamos que floreció en tiempo de nuestros apóstoles, porque la tuvo en la pluma y faltóle en la vida; y así, en el libro que escribió contra las supersticiones, mucho más copiosamente y con más vehemencia reprehende él esta teología civil y urbana que Varron la teátrica y fabulosa; porque tratando de los simulacros, « dedican, dice, á los dioses sagrados, inmortales é inviolables, en materia vilísima é inmoble, vistiéndolos de formas de hombres, fieras y peces, y algunos los hacen de entrambos sexos y de diferentes cuerpos, llamándolos dioses; los cuales, si tomáran espíritu y vida, y de repente los encontráran, los tomáran por monstruos.» Despues, más abajo, habiendo referido los pareceres de algunos filósofos, celebrando la teología natural, opúsose á sí una duda, y dice: «Aquí exclamará alguno: ¿He de creer yo que el cielo y la tierra son dioses, y que hay unos sobre la luna, y debajo otros? ¿He de sufrir yo á Platon ó al peripatético Estraton, que el uno hizo á Dios sin cuerpo, y el otro sin alma? Y respondiendo á esto, pues que dice: «; Parécense más verdaderos los sueños de Tito Tacio ó los de Rómulo ó los de Tulio Hostilio? Tito Tacio dedicó á la diosa Cluacina, Rómulo á Pico Filetino, Hostilio al Pavor

y á la Amarillez, afectos pestilenciales del hombre; que el uno es movimiento ó alteracion del ánimo espantado, y el otro del cuerpo; y áun no es enfermedad, sino color, y ¿has de creer más que éstos son los dioses, y los pondrás y venerarás en el cielo?>

Pues de los mismos ritos atroces y torpes, cuán libremente escribió! «El uno, dice, se corta las partes que tiene de hombre, y el otro los morcillos de los brazos: como ó cuando temen que los dioses están airados, así quieren tenerlos propicios. Parece que de ninguna manera se deben reverenciar los dioses, si es que tambien quieren esto. Tan grande es el furor y desvarío del juicio perturbado, que aplacan á los dioses de suerte, que ni áun los hombres bárbaros, traidos como argumentos de fábulas y tragedias atroces, se muestran más inhumanos y crueles que ellos.

»Los tiranos, aunque hicieron pedazos los miembros de algunos, á nadie mandaron que se los despedazase él á sí propio. Á algunos han castrado por órden de algunos príncipes; pero nadie puso en sí las manos, por mandado de algun señor, para no ser hombre... Vine al Capitolio. Vergüenza causará el describir la locura que el vano furor y desatino han tomado por oficio! Uno hace como que rinde y sujeta los dioses á Dios, otro se ocupa en avisar á Júpiter las horas, otro se muestra que es lictor... Hay algunas mujeres que fingen que á Juno y á Minerva están aderezando los cabellos, y estando, no sólo léjos del simulacro, sino del templo, mueven sus dedos como quien está componiendo y tocando á otro. Hay otras que tienen el espejo, otras que llaman á los dioses para que las favorezcan en sus pleitos. Hay quien les ofrece memoriales y les informa de su causa. Un excelente archimimo, ó autor de representantes viejos, ya decrépito, cada dia iba á representar al Capitolio, como si los dioses vieran, de buena gana al que los hombres ya habian dejado... Hay algunas mujeres, que están sentadas en el Capitolio, que se imaginan que Júpiter está enamorado de ellas, sin tener cuidado ni miedo de Juno, con ser, si quisiereis creer á los poetas, una diosa colérica é iracundísima.»

Esta libertad no tuvo Varron: sólo se atrevió á reprehender la teología poética, y no se atrevió á la civil, que Séneca puso en el lodo. Con todo, si atendemos á la verdad, peores son los templos, donde se hacen estas cosas, que los teatros, en donde se fingen. Y así, en estos sacramentos de la teología civil, aconseja Séneca al sabio que no los tenga religiosamente en el corazon, sino que los finja en las obras, porque dice: Todo lo cual guardará el sabio como cosas por ley establecidas; pero no como agradables á los dioses. Y más adelante: «Pues qué? dice, ¿no hacemos tambien casamientos de los dioses, y áun esto no pía y legítimamente, pues casamos á hermanos con hermanas? A Belona casamos con Marte, á Vénus con Vulcano, á Salacia con Neptuno, si bien á algunos dejamos solteros, como si les hubiera faltado con quién, principalmente habiendo algunas viudas... Toda esa turba plebeya de dioses, la cual en mucho tiempo amontonó una larga supersticion, adoremos de manera, que nos persuadamos que su culto y veneracion pertenece más al uso.......» Pero Séneca, á quien los filósofos, sus maestros, hicieron casi libre, como era ilustre senador del pueblo romano, reverenciaba lo que reprehendia, hacia lo que condenaba, lo que culpaba adoraba; porque, en efecto, la filosofia le habia enseñado una cosa grande, para que no fuese supersticioso en el mundo; pero él, por respeto á las leyes ántes, y por el uso y costumbre de las gentes, aunque no hiciese lo que el cómico, que finge en el teatro, imitábale en el templo, que es tanto más inconveniente y reprehensible, porque lo que hacia fingidamente, lo hacia de manera, que el pueblo pensaba que lo hacia de véras; y el cómico, de burlas y fingiendo, ántes deleita que engaña. Séneca, entre otras supersticiones de la civil teología, tambien reprehende los sacramentos de los judíos, y principalmente los sábados, diciendo que los hacen inútilmente, porque en los dias que interponen cada siete, estando ociosos, pierden casi la séptima parte de la vida, y se pierden muchas cosas, dejándolas de hacer al tiempo que debieran. Pero no se atrevió á hacer mencion de los cristianos, que ya entonces eran aborrecidísimos de los judíos, ni en bien ni en mal, ó por no alabarlos contra la antigua costumbre de su patria, ó por no reprehenderlos quizá contra su propia voluntad. Pero hablando de aquellos judíos, dice: «Y con todo eso, ha cundido tanto la costumbre y manera de vivir de esta maldita gente, que está ya recibida por todas las provincias de la tierra; y siendo ellos los vencidos, han dado leyes á los vencedores.

VII. DE SAN JERÓNIMO.

(Libro de los claros varones.)

Anneo Lucio Séneca, de Córdoba... fué hombre de gran continencia en el vivir, al cual yo no pusiera en el catálogo de los santos, si á ello no me movieran aquellas epístolas, que de muchos son leidas, de Paulo á Séneca, y de Séneca á Paulo (1).

VIII. DE TERTULIANO.

(Apología contra los gentiles, capítulo xit.)

Somos en fuego vivo abrasados, y tambien nuestros dioses padecen en los hornos llamas desde la masa primera. Somos tambien condenados á las minas, y nuestros dioses de los metales tienen sus principios. Somos desterrados á las islas, y nuestros dioses en las islas nacen, en las islas mueren. Luego si por estos malos tratamientos se alcanza la deidad, serán consagraciones las injurias, y los tormentos divinidades. Más llanamente: que vuestros dioses no sienten las injurias de su afrentosa consagracion, así no estiman el servicio de vuestro vanísimo culto. Ya oigo que decis: «Oh voces impías! oh sacrilegas afrentas! Pero batid los dientes, arrojad espumas de coraje; que los mismos sois que aquellos que oyeron orar á Séneca, condenando esta supersticion; y si no le reprendieron entónces vuestros mayores, no hay para qué mirarme á mí con ira..

[blocks in formation]

Y con Tulio á Séneca pongo, del cual, Plutarco, gran varon y griego, juzgaba que no hubo en Grecia con quién pudiera compararlo en los asuntos de filosofia moral.

X. DE DON ALONSO DE CARTAGENA, OBISPO DE BURGOS.

(En su traslacion del libro de la Providencia de Dios, por órden del rey don Juan II de Castilla y Leon.)

Cuán dulce es la ciencia, oh muy católico príncipe! Áun aquel lo siente que nunca aprendió. Que deleita el ver, deleita el oir, deleita á las veces los otros sentidos. Mas la otra delectacion de la ciencia, á todos sobrepuja los otros placeres... Muchas cosas hacemos contra nuestra voluntad; mas nunca nos delectamos por fuerza, y prueba cierta de bueno, es deleitarse en lo bueno; la cual reluce muy bien en vuestra virtuosa persona; que si no se delectase en las nobles doctrinas de ciencia, especialmente con aquellas que guian y fuerzan las buenas costumbres, entre tantos trabajos, y tantas y tales ocupaciones de guerra, notorias á toda Europa, y áun á gran parte de Africa, no se ocuparia en leer doctrinas de los antiguos. Mas el vuestro escogido ingenio y loable voluntad, vos hacen que cuanto espacio vos dan los grandes hechos que entre las manos traeis, recorrais á lectura de libros, como á un placentero y fructuoso vergel. Y aunque muchos leeis, pláceos escoger á las veces Séneca, y no sin razon; porque, como quier que muchos son los que bien hubieron hablado, pero tan cordiales amonestamientos, ni palabras que tanto hieran en el corazon, ni así traigan en menosprecio las cosas mundanas, no las vi en otro de los oradores gentiles. Y aunque á Cicero todos los latinos reconozcan el principado de la elocuencia; pero más, segun el mundo, habló en muchos lugares, y no guarneció sus libros de tan expresas doctrinas, mas siguió su larga manera de escribir y solemne, como aquel que con razon llevó el principado. Mas Séneca, tan menudas y juntas puso las reglas de la virtud, con estilo elocuente, como si bordára una ropa de argentería, bien obrada de ciencia, en el muy lindo paño de la elocuencia. Por ende, no lo debemos llamar del todo orador, porque mucho es mezclado con la moral filosofia.

(1) Hoy están consideradas como apócrifas.

(En el prólogo y la introduccion del libro de Séneca, de la Vida bienaventurada.)

É aunque en muchos de sus libros Séneca loe la virtud y nos atraiga á menospreciar la fortuna, pero principalmente lo hace en este libro, que llama de la Vida bienaventurada, donde quiere tratar cuál es nuestro bien soberano. Por ende, entre otros tratados que en nuestra lengua castellana mandasteis trasladar con muy grande razon, éste es uno. Debémosle ver, oir y leer continuamente, para el fin y propósito que la introduccion que se sigue dirá... Aristóteles, y algunos otros de grande autoridad, le pusieron nombre felicidad, que decimos bienaventuranza, porque aquella es la que juntamente contiene todos los bienes. Séneca y otros muchos tomaron mezcladamente estos vocablos, que algunas veces le llaman bien soberano, y otras nuestra bienaventuranza. No se entiende qué es dón de la fortuna, qué llamamos ventura, porque ésta no sería bastante para dar tan cumplido bien. Mas pusimosle este nombre, porque no puede nuestra lengua declararlo por otra palabra mejor, y porque no entendiésemos que en los bienes de esta vida se puede este bien tan grande hallar. Quiérenos guardar Séneca, y amonestar que no muramos en este error, por muchas y diversas razones, pulidas y hermosas palabras, demostrando que en la virtud le hallarémos, si bien lo buscamos. E la intencion principal de este libro es probar que esta bienaventuranza soberano bien, que los hombres desean, está puesta en la virtud. É aunque en esto, como se debe entender, quien profundamente lo especulase habia mucho que decir, mas para nos desviar de los perversos deleites, y saber que no está nuestro bien verdadero en prosperidad alguna que la fortuna pueda dar, oigamos qué dice; que sin sospecha alguna y seguros, cuanto á este fin, le podemos oir.

y

XI. DE DON FERNANDO COLON.

(Historia, en la cual se halla particular y verdadera relacion de la vida y hechos del almirante don Cristóbal Colon, su padre, capítulo vi. Version de Alfonso de Ulloa, Venecia, 1575.)

Y Séneca, en el primer libro de las Cuestiones naturales, juzgando nada lo que en este mundo puede saberse de lo que en la otra vida se adquiere, dice que en las postreras partes de España, hácia los indianos, en pocos dias de algun viento favorable, un bajel podria pasar. Y así podremos decir que á este propósito dijo en el coro de su tragedia Medea.

[blocks in formation]

En estos autores (Plutarco y Séneca) se hallan opiniones útiles, y verdaderas las más. Su fortuna los hizo nacer casi en el mismo siglo, preceptores ambos de dos emperadores romanos, ambos venidos de pueblos extranjeros, ambos ricos y poderosos. Sus conocimientos son de la más pura filosofia, y expresados de un modo sencillo y oportuno. Plutarco es más uniforme y más constante; Séneca, más divagador y vário: el uno aspira á armar la virtud contra la fragilidad, el temor y los viciosos apetitos; el otro parece no dar tanta importancia á sus propósitos, y no se apresura á ponerse bajo su proteccion. Plutarco sigue las opiniones platónicas, dulces y acomodadas á la sociedad civil; el otro, á los estoicos y epicureos, más apartados del uso cemun, si bien, á mi ver, más comodas en particular y más seguras. Séneca parece doblegarse un poco á la tiranía de los emperadores de su siglo, porque tengo por cierto que es forzado su juicio al condenar la causa de los generosos matadores de César. Plutarco es en todo libre. Séneca está lleno de agudezas de ingenio y de sutiles sentencias. Plutarco, de pensamientos sólidos. Aquel os estimula más y os sorprende; éste os contenta y satisface mejor: el uno nos guia; el otro nos aconseja,

« AnteriorContinua »