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ménos algunos de ellos, siguen sus órbitas regulares. La vuelta puede ser prevista; dejan de ser tenidos por existencias accidentales, y sí por verdaderos cuerpos celestes, con curso fijo y regular. La admiracion hacia ellos ha cesado, y se tributa al talento que habia comprendido el misterio de la naturaleza; porque despues de la Potencia creadora y organizadora del mundo, el primer lugar pertenece a la inteligencia que ha penetrado el pensamiento del Creador,

XXIII. DE MONSIEUR PABLO JANET.

(Historia moral y política en la antigüedad y en los modernos tiempos, tomo 1, París, 1858.)

Puede, en verdad, dudarse si el estoicismo primitivo ha combatido la esclavitud. Un solo texto de Cenon no basta para afirmarlo con seguridad. Pero en los estoicos romanos no cabe la duda. Citaré dos lugares importantes: uno de Séneca y otro de Epicteto. Todos conocen aquel hermoso y célebre dicho de Séneca: «Son esclavos? Di que son hombres. Son esclavos? Lo son como tú. Aquel que llamas esclavo ha nacido de la misma simiente que tú, goza del mismo cielo, respira el aire mismo, cual tú vive y muere (1). Epicteto es aún más enérgico. Se sirve del principio mismo de Aristóteles para volverlo contra la esclavitud. No hay más esclavo natural que el que no participa de la razon; la esclavitud es para los animales, pero no para los hombres. El asno es un esclavo destinado por la naturaleza á conducir muchos fardos, porque no tiene razon ni el uso de su voluntad; que si la tuviera, el asno legítimamente se resistiria á nuestro dominio, y sería un sér igual y semejante á nosotros. Epicteto se apoyaba en el principio de que no debemos querer para los otros hombres lo que no queremos para nosotros mismos. Nadie quiere ser esclavo; por qué servirse de otros como esclavos tambien? Tal es el modo de pensar de Epicteto y de Séneca acerca de la esclavitud. Pero por una circunstancia, que prueba áun mejor que todas estas máximas la igualdad natural de los hombres, los dos más hermosos talentos del estoicismo en Roma se encontraron en los dos extremos de las condiciones sociales. Epicteto y Marco Aurelio, el uno esclavo, emperador el otro, animados de una fe comun, eran, á no dudar, una admirable prueba de esta nueva fraternidad, dogma comun de los estoicos y de los cristianos, y por un trastorno que lo confunde todo, la Providencia habia querido que el esclavo fuera el maestro, y el emperador el discípulo.

XXIV. DE DON ANDRES PEZZANI.

(De los principios superiores de la moral, dirigidos á todos los hombres (2), París, 1859.) Examinando brevemente sus opiniones acerca de la libertad y del principio de nuestras acciones, verémos lo que Séneca piensa de Dios y de la inmortalidad como sancion de la moral.

Sobre la libertad, desde luego parece que admite el destino, segun el defectuoso sentir de Chrisippo; es decir, como una cadena inmensa é infinita, en que todos los anillos se enlazan y siguen necesariamente, que abrazan en su circuito la eternidad, comprendiendo todas las consecutivas renovaciones de los mundos. Esta sagrada cadena, como la llama Marco Antonino, liga lo mismo á los dioses que á los hombres, y los liga invenciblemente. Es un torrente que se precipita, y que en su rápido curso, lleva consigo cuanto existe, sin excepcion alguna. Todos los dioses entran en el océano de la sustancia, de donde habian sido sacados (confusis diis in unum); el mundo entero es destruido; no queda ni su cuerpo ni su alma. Júpiter, que lo anima, ha sido igualmente sometido á la ley del universal destino, y sepultado, como todos los otros dioses, en las ruinas del mundo. El dios de los estoicos no es otra cosa que un resorte maquinal, más dirigido que director. A pesar de que anima el mundo, su voluntad, su accion para nada influyen en el estado de los

séres.

Sin cesar habla de la libertad Séneca; pero falta saber lo que por libertad entiende. En la epístola Liv dice, al tratar de la muerte: «Te empeño mi palabra de que no temblaré un instante cuan

(1) SENECA, Ad Luc., 73.

(2) Obra premiada por la academia de Ciencias Morales y Políticas de Francia.

do me vea en las postrimerías de la vida; estoy preparado, y no me cuido de cuándo llegue la hora. Yo nada me he propuesto por ejemplo, porque no se debe imitar ni ensalzar al que no le aflija la muerte aunque le agrade la vida. En efecto, ¿qué honra da el salir de donde uno ha sido expulsado? Se me lanza, ciertamente; pero es como si yo por mi propia voluntad saliese. Así pues, el sabio jamas es expulsado; porque esta palabra quiere decir, ser lanzado de un lugar de donde no se quiere salir. El sabio nada hace á su pesar; previene las necesidades y quiere lo que le han de obligar á querer.» De este modo la libertad del sabio no es otra cosa que la sumision voluntaria á la necesidad y á los decretos del destino. Los estoicos decian lo que más tarde vino Espinosa á expresar en esta máxima: «El hombre por el conocimiento de Dios puede salir de la esclavitud.» Significa este dicho de semejante filósofo que el hombre, al conocer á Dios, conoce la invencible necesidad de todas las cosas; sabe que todo en el mundo proviene de una corriente fatal é invencible, que es lo que Espinosa, en su lenguaje, llama salir de esclavitud. Nadie es, al parecer, más partidario de la libertad que un estoico; pero quitando de un lado el resorte de las pasiones, y del otro sometiéndose al destino, no dejan ni el mérito de las resoluciones, ni la facultad de elegir ó escoger. Como se ve, no se trata de una libertad verdadera, sino de un fantasma de libertad. Séneca sigue enteramente el principio estoico de que la virtud es el bien supremo, y que se debe seguir en todo la razon; es decir, la parte divina de nuestra alma. Séneca repite de todas maneras que el solo bien para nosotros consiste en escuchar su voz. Juzga que la razon es en todos los hombres la misma, y que éstos son todos hijos de un mismo padre, cualquiera que su categoría sea, cualesquiera que sean su condicion y su fortuna.....

Es cierto que en muchos otros lugares confunde, como los antiguos estoicos, á Dios.

La Providencia no era, en su pensamiento, otra cosa que el destino. Pero era muy difícil con tal sistema llegar á obtener una idea cierta de Dios. El principio de la corporalidad de todos los seres se opone, como hemos visto, al conocimiento de un espíritu puro con libertad y personalidad. El alma misma no era para Séneca otra cosa que un cuerpo compuesto de elementos sutiles.

Con semejante idea se comprende que deberia dudar de la inmortalidad. En su Consolacion á Polibio presenta dos hipótesis, sin adoptar alguna: de una parte la nada, de la otra la vida futura. A la verdad, en su Consolacion á Helvia y á Marcia se inclina á la segunda opinion. Pero, sobre todo, en su admirable epístola canta realmente un himno á la inmortalidad.

Despues de tal escrito, tan grande por el pensamiento como por la frase, permitasenos decir que Séneca, cuya hermosa muerte ha hecho olvidar las faltas de su vida, ha manifestado una fe, si no firme y áun persistente, gloriosa al ménos para él, acerca de nuestra inmortalidad; y cuando se considera que es el único entre los estoicos en defender semejantes ideas, esto basta para recomendar su nombre y para tenerlo en singular estimacion. Verémos en Epicteto y Marco Aurelio mostrar las mismas dudas sobre la inmortalidad; pero en vano buscarémos en sus obras un trozo que pueda compararse al de la epístola que acabamos de citar.

XXV. DE J. P. CHARPENTIER.

(Los escritores latinos del imperio, capitulo xu, París, 1859.)

Tal fue Séneca: declamador, primero; filósofo, luégo; sabio en fin. Séneca ha ejercido un gran influjo en su siglo. Ha sido jefe de escuela en dos conceptos: como escritor y como filósofo. Como escritor, de él aprenden Plinio el mayor, Floro y Tácito. Tácito, segun Montaigne, no sigue mal la manera de escribir de Séneca. El mismo Quintiliano, si bien la prohibe, tiene algo de ella. Su influjo sobre estos escritores es patente; hállase en ellos la expresion brillante, el modo de decir pintoresco, los rasgos de Séneca, y tal vez su afectacion. Pero Seneca más poderosamente ha influido áun en el pensamiento que en el estilo. Si en la pluma de Tácito la historia toma un matiz filosófico, esa forma dramática, ese tono sentencioso que hieren la curiosidad y provocan la reflexion, sin duda á su talento principalmente debe atribuirse esa fisonomía nueva y profunda; pero es preciso reconocer en ella el influjo de Séneca. Ya hemos indicado aquel pensamiento de Séneca, cuando en un lugar de su tratado de los Beneficios se lamenta de que hombres distinguidos dediquen, ó mejor dicho pierdan, su tiempo en estudiar con asiduidad y constancia, en vez de los

dones de la naturaleza, las locuras de los conquistadores, y á inmortalizar los destructores de la humanidad, cuando deberian celebrar á sus bienhechores.

¿Es otra cosa este pensamiento que el gérmen de la idea de la historia filosófica, que cuida ménos de los hechos que de sus consecuencias, y sustituye en los anales del género humano la historia de la civilizacion á la de la guerra, que, despues de todo, no significa más que la barbarie organizada? Esta manera filosófica se halla especialmente en los discursos, que en los historiadores vienen á ser la parte más moral ó política de sus escritos.

Hay otro historiador en quien, si no tan señalada, la influencia de Séneca no es ménos notable. Este historiador es Quinto Curcio.

Ignórase el tiempo cierto en que floreció; pero sin temor de equivocarse puede ser contado entre los de la escuela de Séneca. Si no tiene su estilo, tiene, sin embargo, su manera de pensar. Sus reflexiones sobre la fragilidad de las prosperidades humanas, sus simpatías por las desventuras de Dario, y hasta el discurso de los escitas; discurso en que la censura del lujo y de la corrupcion se compara, como en Tácito, con la sencillez de los bárbaros; todo claramente indica la proximidad y el influjo de la escuela de Séneca.

Séneca, si no el primero, más que otro alguno ha dado impulso al gran movimiento intelectual que ha regenerado y hecho fértil el siglo segundo de la literatura latina. Pero la gloria que á esta resulta no es suya toda. La España en este tiempo tiene en la historia de esta época un lugar importante en la historia del entendimiento humano; en la literatura y en la sociedad romana poderosamente influia. Si una nueva luz penetra en la literatura latina, si el mundo romano se abre, así como el Senado, á los pueblos y á las ideas, para quienes hasta entonces habian estado cerrados, esta tolerancia les viene de fuera, les viene de España. Se ha hablado mucho, y con razon, de la influencia de Grecia sobre el genio romano. Sobre su literatura hubo otra influencia más señalada y dichosa, y es la que desde el siglo de Augusto se ejerció por los escritores españoles y africanos. Desde aquel tiempo, en el mundo romano, y dentro de la misma Roma, se opera por el pueblo conquistado en el pueblo conquistador una revolucion insensible, pero profunda. Se esparcen las ideas de tolerancia, de unidad, de civilizacion, de paz universal y de igualdad política. Plinio el mayor va á reproducirlas, Floro las repite ; son el desquite de los pueblos vencidos y la preparacion de la igualdad futura.

LOS SIETE LIBROS DE SÉNECA:

DE LA DIVINA PROVIDENCIA, DE LA VIDA BIENAVENTURADA, DE LA TRANQUILIDAD DEL ÁNIMO, DE LA CONSTANCIA DEL SABIO, DE LA BREVEDAD DE LA VIDA, DE LA CONSOLACION Y DE LA POBREZA;

TRADUCIDOS AL CASTELLANO

POR EL LICENCIADO PEDRO FERNANDEZ NAVARRETE,

canónigo de Santiago, consultor del Santo Oficio, capellan y secretario de sus majestades y de cámara del señor Cardenal-Infante.

PROLOGO DEL TRADUCTOR.

Preséntote, amado lector, traducidos en lengua castellana, los siete mejores libros que escribió Séneca. Y porque algunas personas han condenado en mí esta ocupacion por poco substancial, pues puede acudir á ella cualquiera buen latino, sin tener el adorno de otras letras mayores, quiero satisfacer con decirles que muchos insignes y eminentes varones, de que tienes entera noticia, no se desdeñaron de traer á su patria, por medio de la traduccion, los tesoros de otras naciones, á que se junta lo que dijo el doctisimo Alciato, en la prefacion de sus Emblemas, que las habia compuesto en las horas festivas, que otros pierden en perniciosos juegos y vanos paseos. Resta disculparme del estilo poco culto y de los descuidos que hallares en la traduccion, no habiendo atendido tanto á la colocacion de las palabras, cuanto á dar á las sentencias la fuerza que tienen en su primero idioma. Para esto me valgo de la disculpa que dió Aurelio Casiodoro, de no haber puesto el último pulimento á sus obras, que fué el hallarse cargado de las ocupaciones que tuvo en las secretarías de cinco reyes godos: Verùm hoc mihi objicere poterit otiosus, si verbum improvida celeritate projeci; si sensum de medio sumptum non ornaverim venustate sermonum; si præcepto veterum non reddiderim propria personarum. Occupatus autem, qui rapitur diversitate causarum, cui jugiter incumbit, responsum reddere, et alteri expedienda dictare, non me adjicere poterit, qui se in, talibus periclitatum esse cognoscit. Si Casiodoro se disculpa con haber servido á cinco reyes, yo, que con menor caudal he asistido en el mismo ministerio á siete personas reales, podré valerme de la misma disculpa. Tambien te suplico adviertas que en esta traduccion he seguido unas veces el texto de los códices antiguos, y otras el corregido por Lipsio y otros autores, y tal vez me he tomado licencia á enmendar con autoridad propia (aunque con evidentes conjeturas) algunos lugares en que, sin faltar al rigor de la traduccion, se ha realzado el sentido. Y pues mientras la salud me dió lugar te servi con otros estudios de mi propio caudal, recibe ahora éstos, cuya lectura podrá sacar á tu ánimo del peligroso golfo del mundo, colocándole en la tranquilidad de apacible puerto (1).

(1) Este es el prólogo de la version de Fernandez Navarrete, la cual se imprimió por vez primera en Madrid el año de 1627, dedicada al excelentísimo señor don Gaspar de Guzman, conde de Olivares, duque de Sanlúcar.

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