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hambre y mal olor, había dado tanta mortandad en ellos, que murieron más de cincuenta mil ánimas. Los cuerpos de las cuales, por que nosotros no alcanzásemos su necesidad, ni los echaban al agua, por que los bergantines no topasen con ellos, ni los echaban fuera de su conversación, por que nosotros por la ciudad no lo viésemos; y salí por aquellas calles en que estaban: hallábamos los montones de los muertos, que no había persona que en otra cosa pudiese poner los pies; y como la gente de la ciudad se salía a nosotros, yo había proveido que por todas las calles estuviesen españoles para estorbar que nuestros amigos no matasen a aquellos tristes que salían, que eran sin cuento. Y también dije a todos los capitanes de nuestros amigos que en ninguna manera consintiesen matar a los que salían; y no se pudo tanto estorbar, como eran tantos, que aquel día no mataron y sacrificaron más de quince mil ánimas; y en esto todavía los principales y gente de guerra de la ciudad se estaban arrinconados y en algunas azoteas y casas y en el agua, donde ni les aprovechaba disimulación ni otra cosa por que no viésemos su perdición y su flaqueza muy a la clara. Viendo que se venía la tarde y que no se querían dar, fice asentar los dos tiros gruesos hacia ellos para ver si se darían, porque más daño recibieran en dar licencia a nuestros amigos que les entraran que no de los tiros, los cuales ficieron algún daño. E como tampoco esto aprovechaba, mandé soltar la escopeta, y en soltándola, luego fué tomado aquel rincón que tenían y echados al agua los que en él estaban; otros que quedaban sin pelear se rindieron; e los bergantines entraron de golpe por aquel lago y rompieron por medio de la flota de canoas, y la gente de guerra que en ellas estaba ya no osaban pelear; y plugo a Dios que un capitán de un bergantín, que se dice Garci Holguín, llegó en pos de una canoa en la cual le pareció que iba gente de manera; y como llevaba dos o tres ballesteros en la proa

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del bergantín y iban encarando en los de la canoa, ficiéronle señal que estaba allí el señor, que no tirasen, y. saltaron de presto, y prendiéronle a él y a aquel Guatimoucín, y a aquel señor de Tacuba, y a otros principales que con él estaban; y luego el dicho capitán Garci Holguín me trujo allí a la azotea donde estaba, que era junto al lago, al señor de la ciudad y a los otros principales presos; el cual, como le fice sentar, no mostrándole riguridad ninguna, llegóse a mí y díjome en su lengua que ya él había hecho todo lo de su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos hasta venir en aquel estado, que ahora ficiese dél lo que yo quisiese; y puso la mano en un puñal que yo tenía, diciéndome que le diese de puñaladas y le matase. E yo le animé y le dije que no tuviese temor ninguno; y así, preso este señor, luego en ese punto cesó la guerra, a la cual plugo a Dios nuestro Señor dar conclusión martes, día de San Hipólito, que fueron 13 de agosto de 1521 años. De manera que desde el día que se puso cerco a la ciudad, que fué a 30 de mayo del dicho año, hasta que se ganó, pasaron seteny cinco días, en los cuales vuestra majestad verá los trabajos, peligros y desventuras que estos sus vasallos padecieron, en los cuales mostraron tanto sus personas, que las obras dan buen testimonio dello.

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Y en todos aquellos setenta y cinco días del cerco ninguno se pasó que no se tuviese combate con los de la ciudad, poco o mucho. Aquel día de la prisión de Guatimucín (1) y toma de la ciudad, después de haber recogido el despojo que se pudo haber, nos fuimos al real, dando gracias a nuestro Señor por tan señalada merced y tan deseada victoria como nos había dado. Allí en el real estuve tres o cuatro días, dando or

(1) La viruela, importada por los españoles, había producido en México grandes estragos. Cuitlahuac había muerto de ella y en su lugar había sido nombrado «jefe de hombres» su sobrino Quauhtemoc, elˇahora rendido. Aquí terminó la temible Confederación azteca.

den en muchas cosas que convenían, y después nos venimos a la ciudad de Cuyoacán, donde hasta ahora he estado entendiendo en la buena orden, gobernación y pacificación destas partes.

Recogido el oro y otras cosas, con parecer de los oficiales de vuestra majestad se hizo fundición dello, y montó lo que se fundió más de ciento y treinta mil castellanos, de que se dió el quinto al tesorero de vuestra majestad, sin el quinto de otros derechos que a vuestra majestad pertenecieron de esclavos y otras cosas, según más largo se verá por la relación de todo lo que a vuestra majestad perteneció, que irá firmado de nuestros nombres. Y el oro que restó se repartió en mí y en los españoles, según la manera y servicio y calidad de cada uno; demás del dicho oro se hubieron ciertas piezas y joyas de oro, y de las mejores dellas se dió el quinto al dicho tesorero de vuestra majestad.

Entre el despojo que se hubo en la dicha ciudad hubimos muchas rodelas de oro y penachos y plumajes, y cosas tan maravillosas que por escrito no se pueden significar ni se pueden comprehender si no son vistas; y por ser tales, parecióme que no se debían quintar ni dividir, sino que de todas ellas se hiciese servicio a vuestra majestad; para lo cual yo hice juntar todos los españoles y les rogué que tuviesen por bien que aquellas cosas se enviasen a vuestra majestad, y que de la parte que a ellos venía y a mí sirviésemos a vuestra majestad; y ellos holgaron de lo hacer de muy buena voluntad, y con tal, ellos y yo enviamos al dicho servicio a vuestra majestad con los procuradores que los Consejos desta Nueva España envían.

Como la ciudad de Temixtitán era tan principal y nombrada por todas estas partes, parece que vino a noticia de un señor de una muy gran provincia que está setenta leguas de Temixtitán, que se dice Mechuacán (1),

(1) O Michoacán (tierra de pescado), frontera de los chichimecas.

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cómo la habíamos destruido y asolado, y considerando
la grandeza y fortaleza de la dicha ciudad, al señor de
aquella provincia le pareció que, pues que aquélla no
se nos había defendido, que no habría cosa que se nos
amparase; y por temor o por lo que a él le plugo, en-
vióme ciertos mensajeros, y de su parte me dijeron por
los intérpretes de su lengua que su señor había sabido
que nosotros éramos vasallos de un gran señor, y que,
si yo tuviese por bien, él y los suyos lo querían tam-
bién ser y tener mucha amistad con nosotros. Y
yo le
respondí que era verdad que todos éramos vasallos de
aquel gran señor, que era vuestra majestad, y que a
todos los que no lo quisiesen ser les habíamos de ha-
cer guerra, y que su señor y ellos lo habían hecho muy
bien. Y como yo de poco acá tenía alguna noticia de
la mar del Sur, informéme también dellos si por su
tierra podían ir allá; y ellos me respondieron que sí; y
roguéles que, por que pudiese informar a vuestra ma-
jestad de la dicha mar y de su provincia, llevasen con-
sigo dos españoles que les daría, y ellos dijeron que
les placía de muy buena voluntad; pero que para pasar
al mar había de ser por tierra de un gran señor con
quien ellos tenían guerra, y que a esta causa no podían
por ahora llegar a la mar. Estos mensajeros de Me-
chuacán estuvieron aquí conmigo tres o cuatro días, y
delante dellos hice escaramuzar los de caballo, para
que allá lo contasen; y habiéndoles dado ciertas joyas,
a ellos y a los dos españoles despache para la dicha
provincia de Mechuacán.
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Como en el capítulo antes deste he dicho, yo tenía, muy poderoso Señor, alguna noticia, poco había, de la otra mar del Sur, y sabia que por dos o tres partes estaba a doce y a trece y catorce jornadas de aquí; estaba muy ufano, porque me parecía que en la descubrir se hacía a vuestra majestad muy grande y señalado servicio, especialmente que todos los que tienen alguna ciencia y experiencia en la navegación de las Indias

HERNÁN CORTES: CARTAS.-T. II.

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han tenido por muy cierto que que descubriendo por estas partes la mar del Sur se habían de hallar muchas islas ricas de oro y perlas y piedras preciosas y especería, y se habían de descubrir y hallar otros muchos secretos y cosas admirables; y esto han afirmado y afirman también personas de letras y experimentadas en la ciencia de la cosmografía. E con tal deseo y con que de mí pudiese vuestra majestad recibir en esto muy singular y memorable servicio, despaché cuatro españoles, los dos por ciertas provincias y los otros dos por otras; y informados de las vías que habían de llevar y dádoles personas de nuestros amigos que los guiasen y fuesen con ellos, se partieron. E yo les mandé que no parasen hasta llegar a la mar, y que en descubriéndola tomasen la posesión real y corporalmente en nombre de vuestra majestad, y los unos anduvieron cerca de ciento y treinta leguas por muchas y buenas provincias sin recibir ningún estorbo, y llegaron a la mar (1) y tomaron la 1. posesión, y en señal pusieron cruces en la costa della. Y dende a ciertos días se volvieron con la relación del dicho descubrimiento, y me informaron muy particularmente de todo, y me trujeron algunas personas de los naturales de la dicha mar; e también me trujeron muy buena muestra de oro de minas que hallaron en algunas de aquellas provincias por donde pasaron, la cual con otras muestras de oro ahora envío a vuestra majestad. Los otros dos españoles se detuvieron algo más, porque anduvieron cerca de ciento y cincuenta leguas por otra parte hasta llegar a la dicha mar, donde asimismo tomaron la dicha posesión, y me trajeron larga relación de la costa, y se vinieron con ellos algunos de los naturales della. Y a ellos y a los otros los recibí graciosamente, y con haberlos informado del gran poder de vuestra majestad y dado algunas cosas se volvieron muy contentos a sus tierras.

(1) O sea el Océano Pacífico.

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