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camino por donde señalaban aquellas guías, hasta tanto que dijeron que iban desatinados, que no sabían a dónde iban; y era la montaña de tal calidad, que a donde se ponían los pies en el suelo, y hacia arriba, la claridad del cielo no se veía otra cosa; tanta era la espesura y alteza de los árboles, que aunque se subían en algunos no podían descubrir un tiro de cañón.

Como los que iban delante con las guías abriendo el camino me enviaron a decir que andaban desatinados, que no sabían dónde estaban, hice repararla, y pasé yo a pie adelante, hasta llegar a ellos; y como vi el desatino que tenían, hice volver la gente atrás a una cienaguilla que habíamos pasado, adonde por causa del agua había alguna poca de hierba que comiesen los caballos, que había dos días que no la comían ni otra cosa, y allí estuvimos aquella noche, con harto trabajo de hambre, y poníanoslo mayor la poca esperanza que teníamos de acertar a poblado; tanto, que la gente estaba casi fuera de toda esperanza y más muertos que vivos. Hice sacar una aguja de marear que traía conmigo, por donde muchas veces me guiaba, aunque nunca nos habíamos visto en tan extrema necesidad como ésta; y por ella, acordándome del paraje en que habían señalado los indios que estaba el pueblo, hallé que corriendo al nordeste desde allí salíamos a dar al pueblo y muy cerca dél, y mandé a los que iban delante haciendo el camino que llevasen aquel aguja consigo y siguiesen aquel rumbo, sin se apartar dél, y así lo hicieron; y quiso nuestro Señor que salieran tan ciertos, que a hora de vísperas fueron a dar medio a medio de unas casas de sus ídolos, que estaban en medio del pueblo, de que toda la gente hobo tanta alegría, que casi desatinados corrieron todos al pueblo, y no mirando una gran ciénaga que estaba antes que en él entrasen, se sumieron en ella muchos caballos, que algunos dellos no salieron hasta otro día; aunque quiso Dios que ninguno peligró; y los que veníamos atrás des

echamos la ciénaga por otra parte, aunque no se pasó sin harto trabajo.

Aquel pueblo de Signatecpan hallamos quemado hasta las mezquitas y casas de sus ídolos, y no hallamos en él gente ninguna, ni nueva de las canoas que habían venido río arriba. Hallóse en él mucho maíz, mucho más granado que lo de atrás, y yuca y agro y buenos pastos para los caballos; porque en la ribera del río, que es muy hermosa, había muy buena hierba, y con este refrigerio se olvidó algo del trabajo pasado, aunque yo tuve siempre mucha pena por no saber de las canoas que había enviado el río arriba; y andando mirando el pueblo, hallé yo una saeta hincada en el suelo, donde conoscí que las canoas habían llegado allí, porque todos los que venían en ellas eran ballesteros, y dióme más pena creyendo que allí habían peleado con ellos y habían muerto, pues no parecían; y en unas canoas pequeñas que por allí se hallaron hice pasar de la otra parte del río, donde hallaron mucha copia de labranzas, y andando por ellas fueron a dar a una gran laguna, donde hallaron toda la gente del pueblo en canoas y en isletas; y en viendo a los cristianos, se vinieron a ellos muy seguros y sin entender lo que decían; me trujeron hasta treinta o cuarenta dellos; los cuales, después de haberlos hablado, me dijeron que ellos habían quemado su pueblo por inducimiento de aquel señor de Caguatán, y se habían ido dél a aquellas lagunas por el temor que él les puso, y que después habían venido por allí ciertos cristianos de los de mi compañía en unas canoas, y con ellos algunos de los naturales de Istapan, y de los cuales habían sabido el buen tratamiento que yo a todos hacía, y que por eso se habían asegurado, y que los cristianos habían estado allí dos días esperándome, y como no venía, se habían ido el río arriba a otro pueblo que se llama Petenecte, y que con ellos se había ido un hermano del señor de aquel pueblo, con cuatro canoas cargadas de

gente, para que si en el otro pueblo les quisiesen hacer algún daño ayudarlos, y que les habían dado mucho bastimento y todo lo que hobieron menester; holgué mucho desta nueva y diles crédito, por ver que se habían asegurado tanto y habían venido a mí de tan buena voluntad, y roguéles que luego hiciesen venir una canoa con gente que fuese en busca de aquellos espa: ñoles, y que les llevasen una carta mía para que se volviesen luego allí, los cuales lo hicieron con harta diligencia; y yo les di una carta mía para los españoles, y otro día a hora de vísperas vinieron, y con ellos aquella gente del pueblo que habían llevado, y más otras cuatro canoas cargadas de gente y bastimentos del pueblo de donde venían, y dijéronme lo que habían pasado el río arriba después de que de mí se habían apartado, que fué que llegaron a aquel pueblo que estaba antes deste, que se llama Uzumazintlán, que le habían hallado quemado y la gente dél ausentada, y que en llegando a ellos los de Istapan que con ellos traían los habían buscado y llamado, y habían venido muchos dellos muy seguros, y les habían dado bastimentos y todo lo que les pidieron, y así los habían dejado en su pueblo, y después habían llegado a aquel de Ciguatecpan, y que asimesmo le habían hallado despoblado y la gente de la otra parte del río; y que como los habían hablado los de Istapan, se habían todos alegrado y les habían hecho muy buen acogimiento y dado muy cumplidamente lo que hobieron menester; y me habían esperado allí dos días, y como no vine creyeron que había salido más alto, pues tanto tardaba; habían seguido adelante, y se habían ido con ellos aquella gente del pueblo y aquel hermano del señor, hasta el otro pueblo de Petenecte, que está de allí seis leguas, y que asimesmo le habían hallado despoblado, aunque no quemado, y la gente de la otra parte del río, y que los de Istapan y los de aquel pueblo los habían asegurado, y se vinieron con ellos aque

y

lla gente en cuatro canoas a verme, y me traían maíz miel y cacao y un poco de oro, y que ellos habían enviado mensajeros a otros tres pueblos que les dijeron que están el río arriba, y se llaman Zoazaevalco y Taltenango y Teutitán, y que creían que otro día vernían allí a hablarme; y así fué: que otro día vinieron por el río abajo hasta siete o ocho canoas, en que venía gente de todos aquellos pueblos, y me trajeron algunas cosas de bastimentos y un poquito de oro. A los unos y a los otros hablé muy largamente por hacerles entender que habían de creer en Dios y servir a vuestra majestad, y todos ellos se ofrecieron por súbditos y vasallos de vuestra alteza, y prometieron en todo tiempo hacer lo que les fuese mandado, y los de aquel pueblo de Signatecpan trujeron luego algunos de sus ídolos y en mi presencia los quebraron y quemaron, y vino allí el señor principal del pueblo, que hasta entonces no había venido, y me trujo un poquito de oro, y les di de lo que tenía a todos; de lo que quedaron muy contentos y seguros.

Entre éstos hubo alguna diferencia preguntándoles yo por el camino que había de llevar para Acalan; porque los de aquel pueblo de Signatecpan decían que mi camino era por los pueblos que estaban el río arriba, y aun antes que estotros viniesen habían hecho abrir seis leguas de camino por tierra y hecho una puente en un río, por do pasásemos; y venidos estotros, dijeron que era muy gran rodeo y de muy mala tierra y despoblada, y que el derecho camino que yo había de llevar para Acalan era pasar el río por aquel pueblo, y por allí había una senda que solían traer los mercaderes, por donde ellos me guiarían hasta Acalan. Finalmente, se averiguó entre ellos ser éste el mejor camino, y yo había enviado ante un español con gente de los naturales de aquel pueblo de Signatecpan, en una canoa por el agua, a la provincia de Acalan, a les hacer saber cómo yo iba, y que se asegurasen y no tu

viesen temor, y para que supiesen si los españoles que habían de ir con los bastimentos desde los bergantines eran llegados; y después envié otros cuatro españoles por tierra, con guías de aquellos que decían saber el camino, para que le viesen y me informasen si había algún impedimento o dificultad en él, y que dello esperaría su respuesta; idos, fuéme forzado partirme antes que me escribiesen, por que no se me acabasen los bastimentos que estaban recogidos para el camino, porque me decían que había cinco o seis días de despoblado; y comencé a pasar el río con mucho aparejo de canoas que había, y por ser tan ancho y corriente se pasó con harto trabajo, y se ahogó un caballo y se perdieron algunas cosas del fardaje de los españoles; pasado, envié delante una compañía de peones con las guías para que abriesen el camino, y yo con la otra gente me fuí detrás dellos; y después de haber andado tres días por unas montañas harto espesas, por una vereda bien angosta fuí a dar a un gran estero, que tenía de ancho más de quinientos pasos, y trabajé de buscar paso por él abajo y arriba, y nunca le hallé; y las guías me dijeron que era por demás buscarle si no subía veinte días de camino hasta las sierras.

Púsome en tanto estrecho este estero o ancón, que sería imposible poderlo significar, porque pasar por él parescía imposible, a causa de ser tan grande y no tener canoas en que pasarlo; y aunque las tuviéramos para el fardaje y gentes, los caballos no podían pasar, porque a la entrada y a la salida había muy grandes ciénagas y raíces de árboles que las rodean, y de otra manera era excusado el pensar de pasar los caballos; pues pensar de volver atrás era muy notorio perescer todos, por los malos caminos que habíamos pasado y las muchas aguas que hacía; que ya teníamos por cierto que las crecientes de los ríos se habían robado las puentes que dejamos hechas; pues tornarlas a hacer era muy dificultoso, porque ya toda la gente venía muy fa

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