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bido en mi pecho el fruto que de mi ida se seguiría, pospuestos todos trabajos y costas que se me ofrecieron y representaron, y los que más se me podían ofrescer, me determiné de seguir aquel camino, como antes que saliese desta ciudad lo tenía determinado (1).

Antes que llegase a la dicha villa del Espíritu Santo, en dos o tres partes del camino había rescebido cartas de la otra ciudad, así de los que yo dejé mis lugartenientes como de otras personas, y también las rescibieron los oficiales de vuestra majestad que en mi compañía estaban, cómo entre el tesorero y contador no había aquella conformidad que era necesaria para lo que tocaba a sus oficios y al cargo que yo en nombre de vuestra majestad les dejé, y había sobre ello proveído lo que me parescía que convenía, que era escrebirles muy recias reprensiones de su yerro, y aun apercibiéndolos que si no se conformaban y tenían de allí adelante otra manera que hasta entonces que lo proveería como no les pluguiese, y aun que haría dello relación a vuestra majestad; y estando en esta villa del Espíritu Santo, con la determinación ya dicha, me llegaron otras cartas dellos y de otras personas, en que me hacían saber cómo sus pasiones todavía duraban y aun crecían, y que en cierta consulta habían puesto mano a las espadas el uno contra el otro, en que fué tan grande el escándalo y alboroto desto que no sólo se causó entre los españoles, que se armaron de la una parte y de la otra, mas aun los naturales de la ciudad habían estado para tomar armas, diciendo que aquel alboroto era para ir contra ellos, y viendo que ya mis reprehensiones y amenazas no bastaban, porque por no dejar yo mi camino no podía ir en persona a lo remediar, parescióme que era buen remedio enviar al factor y veedor, que estaban conmigo, con igual poder que el que ellos te

(1) Enterado Hernán Cortés del naufragio de Las Casas, y deseoso de no dejar la traición de Olid sin el debido castigo, emprendió por tierra su expedición a Honduras, que no fué del todo afortunada,

nían, para que supiesen quién era el culpado, y lo apaciguasen, y aun les di otro poder secreto para que, si no bastase con ellos buena razón, les suspendiesen el cargo que yo les había dejado de la gobernación y lo tomasen ellos en sí, juntamente con el licenciado Alonso de Zuazo, y que castigasen a los culpados; y con haber proveído esto se partieron el dicho factor y veedor, y tuve por muy cierto que su ida de los dichos fator y veedor haría mucho fruto y sería total remedio para apaciguar aquellas pasiones, y con este crédito ya fuí harto descansado.

Partido este despacho para esta ciudad, hice alarde de la gente que me quedaba para seguir mi camino, y hallé noventa y tres de caballo, que entre todos había ciento y cincuenta caballos y treinta y tantos peones, y tomé un carabelón que a la sazón estaba surto en el puerto de la dicha villa, que me habían enviado desde la villa de Medellín con bastimentos, y torné a meter en él los que había traído y unos cuatro tiros de artillería que yo traía, y ballestas y escopetas y otra munición, y mandéle que se fuese al río de Tabasco y que allí esperase lo que yo le enviase a mandar, y escrebí a la villa de Medellín, a un criado mío que en ella reside, que luego me enviase otros dos carabelones que allí estaban y una barca grande y los cargase de bastimentos; y escrebi a Rodrigo de Paz, a quien yo dejé mi casa y hacienda en esta ciudad, que luego trabajase de enviar cinco o seis mil pesos de oro para comprar aquellos bastimentos que me habían de enviar, y aun escrebí al tesorero rogándole que él me los prestase, porque yo no había dejado dineros, y así se hizo, que luego vinieron los carabelones cargados, como yo lo mandé, hasta el dicho río de Tabasco. Aunque me aprovecharon poco, porque mi camino fué metido la tierra adentro, y para llegar a la mar por los bastimentos y cosas que traía era inuy dificultoso, porque había en medio muy grandes ciénagas.

Proveído esto que por la mar había de llevar, yo comencé mi camino por la costa della hasta una provincia que se dice Çupilcon, que está de aquella villa del Espíritu Santo hasta treinta y cinco leguas, y hasta llegar a esta provincia, demás de muchas ciénagas y ríos pequeños, que en todos hubo puentes, se pasaron tres muy grandes, que fué el uno en un pueblo que se dice Tumalán, que está nueve leguas de la villa del Espíritu Santo, y el otro es Agualulco, que está otras nueve adelante, y éstos se pasaron en canoas, y los caballos a nado, llevándolos del diestro en las canoas, y el postrero, por ser muy ancho, que no bastaban fuerzas de los caballos para los pasar a nado, hubo necesidad de buscar remedio; media legua arriba de la mar se hizo una puente de madera, por donde pasaron los caballos y gente, que tenía novecientos y treinta y cuatro pasos. Fué una cosa bien maravillosa de ver. Esta provincia de Çupilcon es abundosa desta fruta que llaman cacao y de otros mantenimientos de la tierra y mucha pesquería; hay en ella diez o doce pueblos buenos, digo cabeceras, sin las aldeas; es tierra muy baja y de muchas ciénagas; tanto, que en tiempo de invierno no se puede andar, ni se sirven sino en canoas, y con pasarla yo en tiempo de seca, desde la entrada hasta la salida della, que puede haber veinte leguas, se hicieron más de cincuenta puentes, que sin se hacer fuera imposible pasar la gente, que estaba algo pacífica, aunque temerosa por la poca conversación que habían tenido con españoles. Quedaron con mi venida más seguros, y sirvieron de buena voluntad así a mí y a los que conmigo iban como a los españoles a quien quedaron depositados. Desta provincia de Çupilcon, según la figura que los de Tabasco y Xicalango me dieron, había de ir a otra que se llama Zagoatán; y como ellos no se sirven sino por agua, no sabían el camino que yo debía de llevar por tierra, aunque me señalaban en el derecho que estaba la dicha provincia; y ansi fué forzado dende allí enviar por aquel

derecho algunos españoles e indios a descubrir el camino, y descubierto, abrirle por donde pudiésemos pasar, porque era todo montañas muy cerradas; y plugo a nuestro Señor que se halló, aunque trabajoso; porque, demás de las montañas, había muchas ciénagas muy trabajosas, porque en todas o en las más se hicieron puentes; y habíamos de pasar un muy poderoso río que se llama Guezalapa, que es uno de los brazos que entran en el de Tabasco, y proveí desde allí de enviar dos españoles a los señores de Tabasco y Cunoapá a les rogar que por aquel río arriba me enviasen quince o veinte canoas para que me trujesen bastimentos en los carabelones que allí estaban y me ayudasen a pasar el río, y después me llevasen los bastimentos hasta la principal población de Zaguatán, que según paresció está este dicho río arriba del paso donde yo pasé doce leguas; y ansí lo hicieron y cumplieron muy bien, como yo se lo envié a rogar.

Yo me partí del postrer pueblo desta provincia de Çupilcon, que se llama Anaxuxuca, después de haberse hallado camino hasta el río de Guezalapa, por que habíamos de pasar, y dormí aquella noche en unos despoblados entre unas lagunas, y otro día llegué temprano al dicho río y no hallé canoa en que pasar, porque no habían llegado las que yo envié a pedir a los señores de Tabasco; y los descubridores que delante iban hallé que iban abriendo el camino el río arriba por la otra parte; porque, como estaban informados que el río pasaba por medio de la más principal población de la dicha provincia de Zaguatán, seguían el dicho río arriba por no errar, y uno dellos se había ido en una canoa por el agua por llegar más aína a la dicha población; el cual llegó y halló toda la gente alborotada, y hablóles con una lengua que llevaba, y asegurólos algo, y tornó a enviar luego la canoa el río abajo con unos indios, con quien me hizo saber lo que había pasado con los naturales de aquel pueblo, y que él venía con ellos

abriendo el camino por donde yo había de ir, y que se juntaría con los que de acá le iban abriendo; de que holgué mucho, así por haber apaciguado algo aquella gente, como por la certenidad del camino, que la tenía algo por dubdosa, o a lo menos por trabajosa; y con aquella canoa y con balsas que hicieron de madera comencé a pasar el fardaje por aquel río, que es asaz caudaloso; y estando así pasando, llegaron los españoles que yo envié a Tabasco, con veinte canoas cargadas de los bastimentos que había llevado el carabelón que yo envié desde Coazacoalco, y supe dellos que los otros dos carabelones y la barca no habían llegado al dicho río; pero que quedaban en Coazacoalco y vendrían muy presto. Venían en las dichas canoas hasta docientos indios de los naturales de aquella provincia de Tabasco y Cunoapá, y con aquellas canoas pasé el río, no sin haber peligro más de se ahogar un esclavo negro y perderse dos cargas de herraje, que después nos hizo alguna falta.

Aquella noche dormí de la otra parte del río con toda la gente, y otro día seguí tras los que iban abriendo el camino el río arriba, que no había otra guía sino la ribera dél, y anduve hasta seis leguas, y dormí aquella noche en un monte, con mucha agua que llovió, y siendo ya noche llegó el español que había ido el río arriba hasta el pueblo de Zagoatán, con hasta setenta indios de los naturales dél, y me dijo cómo él dejaba abierto el camino por esta parte, y que convenía para tomalle que volviese dos leguas atrás, y así lo hice, aunque mandé que los que iban abriendo por la ribera del río, que estaban ya bien tres leguas adelante donde yo dormí, que siguiesen todavía, y a legua y media adelante de donde estaban dieron en las estancias del pueblo; así, que quedaron dos caminos abiertos donde no había ninguno.

Yo seguí por el camino que los naturales habían abierto; y aunque con trabajo de algunas ciénagas y de

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