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nado muchas puentes, y por las sustentar y guardar ponía velas de pie y de caballo de noche en ellas, y la otra gente íbase al real, que estaba tres cuartos de legua de allí. E porque este trabajo era incomportable, acordó de pasar el real al cabo de la calzada que va a dar al mercado de Temixtitán, que es una plaza harto mayor que la de Salamanca (1), y toda cercada de portales a la redonda; e para llegar a ella no le faltaba de ganar sino otras dos o tres puentes, que eran muy anchas y peligrosas de ganar; y así, estuvo algunos días que siempre peleaba y había victoria. E aquel día que digo en el capítulo antes deste, como vía que los enemigos mostraban flaqueza y que por donde yo estaba les daba muy continuos y recios combates, cebóse tanto en el sabor de la victoria y de las muchas puentes y albarradas que les había ganado, que determinó de les pasar y ganar una puente en que había más de sesenta pasos desfechos de la calzada, todo de agua, hondura de estado y medio y dos; e como acometieron aquel mismo día y los bergantines ayudaron mucho, pasaron el agua y ganaron la puente, y siguen tras los enemigos, que iban puestos en huída. E Pedro de Albarado daba mucha priesa en que se cegase aquel paso por que pasasen los de caballo, y también porque cada día, por escrito y por palabra, le amonestaba que no ganase un palmo de tierra sin que quedase muy seguro para entrar y salir los de caballo, porque éstos facían la guerra. E como los de la ciudad vieron que no había más de cuarenta o cincuenta españoles de la otra parte, y algunos amigos nuestros, y que los de caballo no podían pasar, revuelven sobre ellos tan de súpito, que los hicieron volver las espaldas y echar al agua; y tomaron vivos tres o cuatro españoles, que luego fueron a sacrificar, y mataron algunos amigos nuestros. E al fin Pedro de Albarado se retrujo a su real; y como aquel

(1) Léase la Carta segunda, en el tomo I, páginas 98-99,

día yo llegué al nuestro y supe lo que había acaecido, fué la cosa del mundo que más me pesó, porque era ocasión de dar esfuerzo a los enemigos y creer que en ninguna manera les osaríamos entrar. La causa por que Pedro de Albarado quiso tomar aquel mal paso fué, como digo, ver que había ganado mucha parte de la fuerza de los indios y que ellos mostraban alguna flaqueza, e principalmente porque la gente de su real le importunaban que ganasen el mercado, porque aquél ganado, era toda la ciudad casi tomada, y toda su fuerza y esperanza de los indios tenían allí; y como los del dicho real de Albarado veían que yo continuaba mucho los combates de la ciudad, creían que yo había de ganar primero que ellos el dicho mercado; y como estaban más cerca dél que nosotros, tenían por caso de honra no le ganar primero. E por esto el dicho Pedro de Albarado era muy importunado, y lo mismo me acaecía a mí en nuestro real; porque todos los españoles me ahincaban muy recio que por una de tres calles que iban a dar al dicho mercado entrásemos, porque no teníamos resistencia, y ganado aquél terníamos menos trabajo; yo disimulaba por todas las vías que podía por no lo hacer, aunque les encubría la causa; y esto era por los inconvenientes y peligros que se me representaban; porque para entrar en el mercado había infinitas azoteas y puentes y calzadas rompidas; y en tal manera, que en cada casa por donde habíamos de ir estaba hecha como isla en medio del agua.

Como aquella tarde que llegué al real supe del desbarato de Pedro de Albarado, otro día de mañana acordé de ir a su real para le reprehender lo pasado, y para ver lo que habían ganado y en qué parte había pasado el real, y para le avisar lo que fuese más necesario para su seguridad y ofensa de los enemigos. E como yo llegué a su real, sin duda me espanté de lo mucho que estaba metido en la ciudad y de los malos pasos y puentes que les había ganado; y visto, no le

imputé tanta culpa como antes parecía tener, y platicado cerca de lo que había de hacer, yo me volví a nuestro real aquel día.

Pasado esto, yo fice algunas entradas en la ciudad por las partes que solía; y combatían los bergantines y canoas por dos partes, y yo por la ciudad por otras cuatro, y siempre habíamos victoria, y se mataba mucha gente de los contrarios, porque cada día venía gente sin número en nuestro favor. E yo dilataba de me meter más adentro en la ciudad; lo uno, por si revocarían el propósito y dureza que los contrarios tenían, y lo otro, porque nuestra entrada no podía ser sin mucho peligro, porque ellos estaban muy juntos y fuertes y muy determinados de morir. Y como los españoles veían tanta dilación en esto y que había más de veinte días que nunca dejaban de pelear, importunábanme en gran manera, como arriba he dicho, que entrásemos y tomásemos el mercado, porque ganado, a los enemigos les quedaba poco lugar por donde se defender, y que si no se quisiesen dar, que de hambre y sed se morirían, porque no tenían qué beber sino agua salada de la laguna. Y como yo me excusaba, el tesorero de vuestra majestad me dijo que todo el real afirmaba aquello y que lo debía de hacer; y a él y a otras personas de bien que allí estaban les respondí que su propósito y deseo era muy bueno y yo lo deseaba más que nadie; pero que yo lo dejaba de hacer por lo que con importunación me hacía decir, que era que aunque él y otras personas lo hiciesen como buenos, como en aquello se ofrecía mucho peligro, habría otros que no lo hiciesen. Y al fin tanto me forzaron, que yo concedí que se haría en este caso lo que yo pudiese, concertándose primero con la gente de los otros reales.

Otro día me junté con algunas personas principales de nuestro real, y acordamos de hacer saber al alguacil mayor y a Pedro de Albarado cómo otro día siguiente habíamos de entrar en la ciudad y trabajar de

llegar al mercado, y escribiles lo que ellos habían de hacer por la otra parte de Tacuba; y demás de lo escribir, para que mejor fuesen informados, enviéles dos criados míos para que les avisasen de todo el negocio; y la orden que habían de tener era que el alguacil mayor se viniese con diez de caballo y cien peones y quince ballesteros y escopeteros al real de Pedro de Álbarado, y que en el suyo quedasen otros diez de caballo, y que dejase concertado con ellos que otro día, que había de ser el combate, se pusiesen en celada tras unas casas, y que hiciesen alzar todo su fardaje, como que levantaban el real, por que los de la ciudad saliesen tras dellos y la celada les diese en las espaldas. Y que el dicho alguacil mayor, con los tres bergantines que tenían y con los otros tres de Pedro de Albarado, ganasen aquel paso malo donde desbarataron a Pedro de Albarado, y diese mucha priesa en lo cegara que pasasen adelante, y que en ninguna manera se alejasen ni ganasen un paso sin lo dejar primero ciego y aderezado; y que si pudiesen sin mucho riesgo y peligro ganar hasta el mercado, que lo trabajasen mucho, porque yo había de hacer lo mismo; que mirasen que, aunque esto les enviaba a decir, no era para los obligar a ganar un paso solo de que les pudiese venir algún desbarato o desmán; y esto les avisaba porque conocía de sus personas que habían de poner el rostro donde yo les dijese, aunque supiesen perder las vidas. Despachados aquellos dos criados míos con este recaudo, fueron al real, y hallaron en él a los dichos alguacil mayor y a Pedro de Albarado, a los cuales significaron todo el caso según que acá en nuestro real lo teníamos concertado. E porque ellos habían de combatir

por sola una parte y yo por muchas, enviéles a decir que me enviasen setenta u ochenta hombres de pie para que otro día entrasen conmigo; los cuales con aquellos dos criados míos vinieron aquella noche a dormir a nuestro real, como yo les había enviado a mandar.

Dada la orden ya dicha, otro día, después de haber oído misa, salieron de nuestro real los siete bergantines con más de tres mil canoas de nuestros amigos; y yo con veinte y cinco de caballo y con la gente que tenía y los setenta hombres del real de Tacuba seguimos nuestro camino, y entramos en la ciudad, a la cual llegados, yo reparti la gente desta manera: había tres calles dende lo que teníamos ganado, que iban a dar al mercado, al cual los indios llaman Tianguizco, y a todo aquel sitio donde está llámanle Tlaltelulco; y la una destas tres calles era la principal, que iba a dicho mercado; y por ella dije al tesorero y contador de vuestra majestad que entrasen con setenta hombres y con más de quince o veinte mil amigos nuestros, y que en la retroguarda llevasen siete u ocho de caballo, y como fuesen ganando las puentes y albarradas las fuesen cegando, y llevaban una docena de hombres con sus azadones y más nuestros amigos, que eran los que hacían al caso para el cegar de las puentes. Las otras dos ca-: lles van dende la calle de Tacuba a dar al mercado, y son mas angostas, y de más calzadas y puentes y calles de agua. Y por la más ancha dellas mandé a dos capitanes que entrasen con ochenta hombres y más de diez mil indios nuestros amigos, y al principio de aquella calle de Tacuba dejé dos tiros gruesos con ocho de caballo en guarda dellos. E yo con otros ocho de caballo y con obra de cien peones, en que había más de veinte y cinco ballesteros y escopeteros, y con infinito número de nuestros amigos, seguí mi camino para entrar por la otra calle angosta todo lo más que pudiese. E a la boca della hice detener a los de caballo y mandéles que en ninguna manera pasasen de allí ni viniesen tras mí si no se lo enviase a mandar primero; y yo me apeé, y llegamos a una albarrada que tenían del cabo de una puente, y con un tiro pequeño de campo y con los ballesteros y escopeteros se la ganamos, y pasamos adelante por una calzada que tenían rota por

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