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sobre lo cual se hicieron de consentimiento de ambas partes, con mucha certidumbre y juramentos, ciertos capítulos que concluían el dicho casamiento, y lo que de ambas partes para se hacer se había de cumplir (con tanto que ante todas cosas, después que vuestra majestad fuese certificado de lo capitulado, de todo ello fuese muy servido); en manera que, demás de nuestra amistad antigua, quedamos con lo contratado y capitulado entre nosotros, juntamente con el deudo que habíamos tomado con los dichos nuestros hijos, tan conformes y de una voluntad y querer, que no se entendía entre nosotros en más de lo que a cada uno estaba bien en el despacho, principalmente del dicho adelantado. En lo pasado, muy poderoso Señor, hice relación a vuestra católica majestad de lo mucho que mi alcalde mayor trabajó para que la gente del dicho adelantado, que andaba derramada por la tierra, se juntase con el dicho adelantado, y las diligencias que para esto intervinieron (las cuales, aunque fueron muchas, no bastaron para poder quitar el descontento que toda la gente traía con el dicho adelantado Francisco de Garay); antes creyendo que habían de ser compelidos que todo el día habían de ir con él, conforme lo mandado y apregonado, se metieron la tierra adentro por lugares y partes diversas, de tres en tres, de seis en seis; y en esta manera escondidos, sin que pudiesen ser habidos ni poderse recoger, que fué causa principal que los indios naturales de aquella provincia se alterasen, así por ver a los españoles todos derramados por muchas partes, como por las muchas desórdenes que ellos cometían entre los naturales, tomándoles las mujeres y la comida por fuerza, con otros desasosiegos y bullicios, que dieron causa a que toda la tierra se levantase, creyendo que entre los dichos españoles, según que el dicho adelantado había publicado, había división en diversos señores, según arriba se hizo relación a vuestra majestad, y de lo que el dicho ade

lantado publicó al tiempo que en la tierra a los indios della (con lengua que pudieron entender bien), y fué así: que tuvieron tal astucia los dichos indios, siendo primeramente informados dónde y cómo y en qué partes estaban los dichos españoles, que de día y de noche dieron en ellos por todos los pueblos en que estaban derramados; y a esta causa, como los hallaron desapercibidos y desarmados por los dichos pueblos, mataron mucho número dellos, y creció tanto su osadía, que llegaron a la dicha villa de Santisteban del Puerto, que tenía poblado en nombre de vuestra majestad, donde dieron tan recio combate, que pusieron a los vecinos della en grande necesidad, que pensaron ser perdidos, y se perdieran si no fuera porque se hallaron apercibidos y juntos, donde pudieron hacerse fuertes y resistir a sus contrarios, hasta en tanto que salieron al campo muchas veces con ellos, y los desbarataron. Estando así las cosas en este estado, tuve nueva de lo sucedido, y fué por un mensajero, hombre de pie, que escapó huyendo de los dichos desbaratos; y me dijo cómo toda la provincia de Panuco y naturales della se habían rebelado y habían muerto mucha gente de los españoles que en ella habían quedado de la compañía del dicho adelantado, con algunos otros vecinos de la dicha villa, que yo allí en nombre de vuestra majestad fundé, y creí que, según el grande desbarato había habido, que ninguno de los dichos castellanos era vivo; de lo cual Dios nuestro Señor sabe lo que yo sentí; y en ver que ninguna novedad semejante se ofrece en estas partes que no cuesta mucho y las traiga a punto de se perder; y el dicho adelantado sintió tanto esta nueva, que así por le parecer que había sido causa dello como porque tenía en la dicha provincia un hijo suyo, con todo lo que había traído, que del gran pesar que hubo adoleció; desta enfermedad falleció desta presente vida en espacio y término de tres días.

HERNÁN CORTES: CARTAS.-T. II.

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y

Y para que más en particular vuestra excelsitud se informe de lo que sucedió después de sabida esta primera nueva, fué que después que aquel español trajo la nueva del alzamiento de aquella gente de Panuco, porque no daba otra razón sino que en un pueblo que se dice Tacetuco (1), viniendo él y otros tres de caballo y un peón, les habían salido al camino los naturales dél, habían peleado con ellos y muerto los dos de caballo y el peón, y el caballo al otro, y que ellos se habían escapado huyendo porque vino la noche; y que habían visto un aposento del dicho pueblo, donde los había de esperar el teniente con quince de caballo y cuarenta peones, quemando el dicho aposento, y que creía, por las muestras que allí habían visto, que los habían muerto a todos. Esperé seis o siete días, por ver si viniera otra nueva, y en este tiempo llegó otro mensajero del dicho teniente, que quedaba en un pueblo que se dice Teneztequipa, que es de los sujetos a esta ciudad, y parte términos con aquella provincia, y por su carta me hacía saber cómo estando en aquel pueblo de Tacetuco con quince de caballo y cuarenta peones, esperando más gente que se había de juntar con él, porque iba de la otra parte del río a apaciguar ciertos pueblos que aun no estaban pacíficos, una noche, al cuarto de la alba, los habían cercado el aposento mucha copia de gente, y puéstoles fuego a él, y por presto que cabalgaron, como estaban descuidados, por tener la gente tan segura como hasta allí había estado, les habían dado tanta priesa que los habían muerto todos, salvo a él y a otros dos de caballo, que huyendo se escaparon, aunque a él le habían muerto su caballo y otro le sacó a las ancas, y que se habían escapado porque dos leguas de allí hallaron un alcalde de la dicha villa con cierta gente, el cual los amparó, aunque no se detuvieron mucho; que ellos y él salieron

(1) O Tanjuco.

huyendo de la provincia, y que de la gente que en la villa había quedado, ni de la otra del adelantado Francisco de Garay, que estaba en ciertas partes repartida, no tenían nueva ni sabían dellos, y que creían que no había ninguno vivo; porque, como a vuestra majestad tengo dicho, después que el dicho adelantado allí había venido con aquella gente y había hablado a los naturales de aquella provincia, diciéndoles que yo no había de tener qué hacer con ellos, porque él era el gobernador y a quien habían de obedecer, y que juntándose ellos con él echarían todos aquellos españoles que yo tenía, y aquel pueblo, y a los que más yo enviase, se habían alborotado y nunca más quisieron servir bien a ningún español; antes habían muerto algunos que topaban solos por los caminos; y que creía que todos se habían concertado para hacer lo que hicieron; y como habían dado en él y en la gente que con él estaba, así creía que habrían dado en la gente que estaba en el pueblo, y en todos los demás que estaban derramados por los pueblos, porque estaban muy sin sospecha de tal alzamiento, viendo cuán sin ningún resabio hasta allí los habían servido. Habiéndome certificado más por esta nueva de la rebelión de los naturales de aquella provincia, y sabiendo las muertes de aquellos españoles, a la mayor priesa que yo pude despaché luego cincuenta de caballo y cien peones ballesteros y escopeteros, y cuatro tiros de artillería con mucha pólvora y munición, con un capitán español y otros dos de los naturales desta ciudad con cada quince mil hombres dellos; al cual dicho capitán mandé que con la más priesa que pudiese llegase a la dicha provincia y trabajase de entrar por ella sin detener en ninguna parte, no siendo muy forzosa necesidad, hasta llegar a la villa de Santisteban del Puerto, a saber nuevas de los vecinos y gentes que en ella habían quedado, porque podría ser que estuviesen cercados en alguna parte, y darles ya socorro; y así fué, y

el dicho capitán se dió toda la más priesa que pudo, y entró por la dicha provincia, y en dos partes pelearon con él, y dándole Dios nuestro Señor la victoria, siguió todavía su camino hasta llegar a la dicha villa, adonde halló veinte y dos de caballo y cien peones, que allí los habían tenido cercados, y los habían combatido seis o siete veces, y con ciertos tiros de artillería que allí tenían se habían defendido; aunque no bastaba su poder para más defenderse de allí, y aun no con poco trabajo; y si el capitán que yo envié se tardara tres días, no quedara ninguno dellos, porque ya se morían todos de hambre, y habían enviado un bergantín de los navíos que el adelantado allí trajo a la villa de la Veracruz, para por allí hacerme saber la nueva, porque por otra parte no podían, y para traer bastimento en él, como después se lo llevaron, aunque ya habían sido socorridos de la gente que yo envié. E allí supieron cómo la gente que el adelantado Francisco de Garay había dejado en un pueblo que se dice Tamiquil, que serían hasta cien españoles de pie y de caballo, los habían todos muerto, sin escapar más de un indio de la isla de Jamaica, que escapó huyendo por los montes, del cual se informaron cómo los tomaron de noche; y hallóse por copia que la gente del adelantado eran muertos docientos y diez hombres, y de los vecinos que yo había dejado en aquella villa cuarenta y tres, que andaban por sus pueblos que tenían encomendados; y aun créese que fueron más de los de la gente del adelantado, porque no se acuerdan de todos. Con la gente que el capitán llevó, y con la que el teniente y alcalde tenían, y con la que se halló en la villa, llegaron ochenta de caballo, y repartiéronse en tres partes, y dieron la guerra por ellas en aquella provincia, en tal manera, que señores y personas principales se prendieron hasta cuatrocientos, sin otra gente baja, a los cuales todos, digo a los principales, quemaron por justicia, habiendo confesado ser ellos

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