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CAPITULO LXVIII.

Llegado Tello de Guman al pueblo del cacique Tubanamá, halló á Meneses cuasi cercado de los indios y de hambre, que lo guerreaban, que no osaban salir á buscar hierbas que comiesen, no esperando remedio de alguna parte; y puesto que muchas veces quisieran huir, pero los indios luégo eran con ellos y los atajaban, y así pensaron más morir de hambre quizá que de los flechazos. Vístolo asomar de nuevo', luégo todos huyeron que no osaron parar. De allí fueron todos juntos á las tierras de Chepo y Chepancre, Caciques y señores principales, quemando, y abrasando, matando, y robando cuanto vivo hallaban; decian que por hacer venganza de un español que le mataron á la entrada. Y, porque los indios se rehacian para venir á dar sobre ellos, acordó Tello de Guzman de enviar mensajeros al Cacique más principal, ofreciéndole paz y amistad y dando excusas de los daños que les habia hecho, y que no tuviesen temor desde adelante; convencióse aquel señor, y vino á vellos de paz, y llevólos á su casa, y hízoles todo buen hospedaje, teniendo por cierto que lo que le prometió habia de ser verdad. Estando un dia comiendo en mucha buena conversacion y hermandad, llegó, segun dijeron, un muchacho á quejarse con ciertos indios que le acompañaban, el cual dijo al capitan Tello de Guzman, que aquella tierra y señorío era suyo, y no de aquel que allí estaba, porque su padre, que era el legítimo señor, al tiempo de su muerte se lo dejó por tutor y gobernador de aquel estado, pero que despues se habia con él alzado y á él desterrado, y por tanto, que le rogaba que contra él le ayudase. Tello de Guzman, como hombre muy justo, y como si fuera Alcalde en su tierra y casa, creyendo que el mozo decia verdad, mandó luégo ahorcar, al que le tenia y hospedaba con fiesta en su casa, de un árbol, aunque, diz que,

le pesó por cierto oro que le habia dado; porque veais éstos cuán absolutos y libres son para cometer todo género de pecados. ¿Quién los hizo á éstos en tierras y señoríos agenos Alcaldes? ¿No le pesaba de quebrantar la fe y seguridad que le habia dado, y pesábale, por el oro que dél habia rescibido, matallo? Item, ¿qué sabia si aquel muchacho decia verdad, ó si el que poseia aquel señorío era más legítimo señor que su padre? ¿y con qué testigos hizo el muchacho su probanza y el poseedor si fué oido y defendido y convencido en juicio con- . tradictorio? Entregó, diz que, Tello de Guzman, siete Capitanes que servian al señor ahorcado, los cuales hizo luégo el muchacho con gran osadía y rigor hacer pedazos; dió el muchacho en señal de agradecimiento á Tello de Guzman 6.000 castellanos: por aquel precio ahorcara Tello de Guzman á 400 que le demandaran. Porque Panamá era por aquella tierra muy nombrada, propuso Tello de Guzman de ir allá, donde no halló sino algunas casas de pescadores, de lo cual, el nombre de Panamá, la última luénga, se derivaba, porque Panamá quiere decir en aquella lengua, lugar donde se toma mucho pescado. Envió desde allí á un Diego Albitez con 80 españoles, con los cuales fuese á robar y captivar los vecinos de la provincia de Chagre, que debia estar de allí ocho ó diez leguas, el cual entró por los pueblos al cuarto del alba, tomándolos todos durmiendo y descuidados, pero no les quiso hacer daño, que fué imágen, para ellos, de milagro. El Cacique, viendo que los pudieran matar y captivar y roballos, en señal de agradecimiento, con grande alegría dió á Diego Albitez 12.000 castellanos. Visto tan buena pella de oro, tan á la primera mano, creyendo que quien tan fácilmente daba tanto debia tener veinte tanto, pidióle que le hinchese de aquel metal un costal grande. Rescibió el Cacique desto mucha pena, y algo airado le respondió, «que lo hinchese de piedras del arroyo, que él ni tenia más ni criaba el oro;» confuso Diego Albitez de la respuesta del Cacique, tuvo por bien de se ir, sin consentir que se le hiciese por aquella vez mal ni daño. Tornóse Diego Albitez á juntar con Tello de Guzman en la tierra del cacique Pá

cora, la media breve; holgáronse todos mucho con el mucho oro que llevaban, y de allí acordaron de se volver al Darien á ofrecer su parte á Pedrárias y al señor Obispo, y á los demas que habian de haber sus partes por los criados que enviaban. Yendo su camino, y llegados á Tubanamá, que tantas veces habia sido corrido, robado y agraviado, vieron mucha gente de guerra que los estaba esperando con algunas banderas de camisas de lienzo, ensangrentadas de los españoles que habian muerto, y con gran gritería, que así los habian de matar, como á los que la villa de Sancta Cruz habian poblado, de que arriba se dijo algo; los cuales, como venian cansados, y quizá porque Dios los acobardaba, tuvieron gran temor, y todos desmayados, no curaron más que de huir haciendo acometimientos para su defensa de cuando en cuando. De esta manera huyendo, y llegando á la tierra de Pocorosa, á quien Juan de Ayora, como arriba fué dicho, quebrantándole la fe y paz y seguridad, hizo tantos daños, pensaron perecer de sed por falta de agua; y acaecióles aquí una cosa maravillosa, para demostracion de la pena que merecia la sed de oro que traian siempre en su ánima, que, como padeciesen gran tormento de sed, á trueque del oro que llevaban les vendieron los indios el agua. Esto no debian los indios de hacer por cudicia de haber el oro, que en tan poco ellos tenian, sino por lastimallos en aquello que más amaban y en tanto entendian que estimaban. Finalmente, de dia defendiéndose, peleando, y de noche huyendo cuanto más podian, los más dellos mal heridos, salieron de aquellas comarcas y de sus peligros. Llegados al Darien, destrozados y con ménos oro que traian por haber dado mucho dello por el agua, cuando de sed perecian, como estaban muy tristes de las adversidades que á Vallejo y á su compañía poco ántes habia acaecido, y sobre todos Pedrárias angustiado, sobreviniendo el desastre de Tello de Guzman, pensaron todos ser ya asolados. La tristeza y angustia y miedo que sobre todos los del Darien vino, y la desesperacion de Pedrárias, no puede fácilmente ser esplicado; si miraban hácia las sierras, ó montañas, ó llanos, las

ramas de los árboles y las hierbas de las çaoanas ó llanos indios armados se les antojaban, y si consideraban la mar, les parecia que venia de canoas y gente de guerra cuajada. Con estos pensamientos é imaginaciones, que les causaban terribles temores, andaban como atónitos, no sólo haciendo corrillos, pero cuasi á voces los publicaban clamando. En esto, el buen Pedrárias, como desesperado, mandó cerrar la casa de la fundicion, donde aquel tan sangriento é inícuo oro se fundia, que entre ellos era señal de guerra ó de hambre, como si Pedrárias más claro dijera: «más nos vá que juramento perder de ir á robar oro el cuidado, porque más es tiempo de buscar remedio para salvar las vidas, que en allegar hacienda ocuparnos.» Parece que mandar cerrar la fundicion, Pedrárias, en señal de guerra ó de hambre, quiso parecer al Templo de la Paz, que edificó Vespasiano en Roma, el cual, los romanos, cuando abrian, era señal de guerra, y de paz cuando lo cerraban; entendiendo en nuestro caso los fines y significaciones por el contrario. Entre las presentes angustias vino tanta devocion á Pedrárias, y en ella le debia el Obispo de ayudar, de mandar que se hiciesen oraciones y plegarias para que, diz que, Dios quitase su ira de sobre ellos; tanta era su insensibilidad que no atendian á que los nefarios crueles é inespiables pecados que, contra Dios y sus prójimos, destruyendo é infernando aquellas gentes, sólo por roballos y captivallos, cometian, era la causa: parece que habian venido en sentido reprobado, del cual habla San Pablo. El conocimiento y arrepentimiento que dellos tenian confirmarse há por lo que. se dijere adelante. Y parece tambien que Diego Albitez, que de ésta se escapó, con ambicion de sólo ya gobernar, como se via rico de aquel oro descomulgado, envió á Castilla, de secreto, á un marinero llamado Andrés Niño, tambien de pensamientos no bajos, para que le trujese del Rey una gobernacion de la mar del Sur, á quien dió para que lo fuese á negociar 2.000 castellanos; de éste Andrés Niño no es poco lo que queda por decir abajo.

CAPITULO LXIX.

Para enmienda de los pecados presentes y pasados, y por ayudar á las oraciones que mandaba hacer Pedrárias y el Obispo, porque Dios dellos su indignacion alzase, acordó Pedrárias de enviar otro Capitan, la costa abajo, llamado Gonzalo de Badajoz, en un navío con 80 hombres (y despues le envió otros 50 ó pocos más), para que desde el Nombre de Dios, ó algo más abajo, pasase á la mar del Sur y toda la gente della allanase; que no era otra cosa sino roballos, ya que lo sufriesen por sus tierras y pueblos entrar, y si les resistiesen, como dellos con tanta razon no se fiasen, los guerreasen, matasen y captivasen. Y áun, segun su costumbre, á los que quizá los recibieran de paz y les dieran todo el oro que tuvieran, no esperaban á tanto, sino comunmente, dando en ellos al cuarto del alba, los salteaban y hacian en ellos lo que arriba queda declarado. Deste Badajoz hay que decir cosas señaladas. Embarcado con su gente en el mes de Marzo de 1515 años, váse la costa de la mar abajo, y, llegados al puerto del Nombre de Dios, desque vieron la fortalecilla que habia hecho el desafortunado Nicuesa, y infinitos huesos y cruces sobre montones de piedra, que cubrian los cuerpos de los muchos suyos que allí habian muerto de pura hambre, comenzaron todos á temer y á desmayar, y á poner dificultades en la pasada adelante. Viendo su desgana, Gonzalo de Badajoz mandó luégo al Maestre del navío que sin dilacion se tornase, por quitar la esperanza de la gente de se arrepentir de la salida, porque no les quedase otro remedio sino pasar adelante; y así se puso por obra, que subieron las sierras de Capira, que son muy altas, y de allí á la tierra del cacique Totanagua, señor de mucha tierra y gente serrana; al cual, como hallasen durmiendo y descuidado, dando de noche sobre él, prendié

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