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españoles por muchas y diversas partes, pacificando y poblando esta tierra con mucho deseo que viniesen navíos con la respuesta de la relación que a vuestra majestad había hecho desta tierra, para con ellos enviar la que agora envío, y todas las cosas de oro y joyas que en ella había habido para vuestra alteza, vinieron a mí ciertos naturales desta tierra, vasallos del dicho Muteczuma, de los que en la costa de la mar moran, y me dijeron cómo junto a las sierras de San Martín, que son en la dicha costa, antes del puerto o bahía de San Juan, habían llegado diez y ocho navíos, y que no sabían quién eran; porque así como los vieron en la mar me lo vinieron a hacer saber; y tras destos dichos indios vino otro natural de la isla Fernandina, el cual me trajo una carta de un español que yo tenía puesto en la costa para que si navíos viniesen les diese razón de mí y de aquella villa que allí estaba cerca de aquel puerto, por que no se perdiesen. En la cual dicha carta se contenía: «Que en tal día había asomado un navío frontero del > dicho puerto de San Juan, solo; y que había mirado > por toda la costa de la mar, cuanto su vista podía > comprehender, y que no había visto otro; y que creía » que era la nao que yo había enviado a vuestra sacra > majestad, porque ya era tiempo que viniese. Y que >para más certificarse él quedaba esperando que la di> cha nao llegase al puerto para se informar della, y que > luego vernía a me traer la relación.» Vista esta carta, despaché dos españoles, uno por un camino y otro por otro, por que no errasen a algún mensajero si de la nao viniese. A los cuales dije que llegasen hasta el dicho puerto y supiesen cuántos navíos eran llegados, y de dónde eran y lo que traían, y se volviesen a la más priesa que fuese posible a me lo hacer saber. Y asimismo despaché otro a la villa de la Veracruz a les decir lo que de aquellos navíos había sabido, para que de allá asimismo se informasen y me lo hiciesen saber; y otro al capitán que con los ciento y cincuenta hom

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bres enviaba a hacer el pueblo de la provincia y puerto de Quacucalco, al cual escribí que doquiera que el dicho mensajero le alcanzase, se estuviese y no pasase adelante hasta que yo segunda vez le escribiese, porque tenía nueva que eran llegados al puerto ciertos navíos; el cual, según después pareció, ya cuando llegó mi carta sabía de la venida de los dichos navíos. Y enviados estos dichos mensajeros, se pasaron quince días que ninguna cosa supe, ni hobe respuesta de ninguno dellos; de que no estaba poco espantado. Y pasados estos quince días, vinieron otros indios, asimismo vasallos del dicho Muteczuma, de los cuales supe que los dichos navíos estaban ya surtos en el dicho puerto de San Juan, y la gente desembarcada, y traían por copia que había ochenta caballos y ochocientos hombres y diez o doce tiros de fuego, lo cual todo lo traía figurado en un papel de la tierra para lo mostrar al dicho Muteczuma. E dijéronme cómo el español que yo tenía puesto en la costa y los otros mensajeros que yo había enviado estaban con la dicha gente, y que les habían dicho a estos indios que el capitán de aquella gente no los dejaba venir, y que me lo dijesen. Y sabido esto, acordé de enviar un religioso (1) que yo truje en mi compañía, con una carta mía y otra de alcaldes y regidores de la villa de la Veracruz, que estaban conmigo en la dicha ciudad; las cuales iban dirigidas al capitán y gente que a aquel puerto había llegado, haciéndole saber muy por extenso lo que en esta tierra me había sucedido, y cómo tenía muchas ciudades y villas y fortalezas ganadas y conquistadas, y pacificas y sujetas al real servicio de vuestra majestad, y preso al señor principal de todas estas partes, y cómo estaba en aquella gran ciudad, y la cualidad della, y el oro y joyas que para vuestra alteza tenía, y cómo había enviado relación desta tierra a vuestra majestad. E que les pedía por

(1) El mercenario Fray Bartolomé de Olmedo.

merced me ficiesen saber quién eran, y si eran vasallos naturales de los reinos y señoríos de vuestra alteza, me escribiesen si venían a esta tierra por su real mandado, o a poblar y estar en ella, o si pasaban adelante, o habían de volver atrás, o si traían alguna necesidad, que yo les haría proveer de todo lo que a mí posible fuera. E que si eran de fuera de los reinos de vuestra alteza, asimismo me hiciesen saber si traían alguna necesidad, porque también lo remediaría pudiendo. Donde no, que los requería de parte de vuestra majestad que luego se fuesen de sus tierras y no saltasen en ellas; con apercibimiento que si así no lo ficiesen iría contra ellos con todo el poder que yo tuviese, así de españoles como de naturales de la tierra, y los prendería o mataría como extranjeros que se querían entremeter en los reinos y señoríos de mi rey y señor. E partido el dicho religioso con el dicho despacho, dende en cinco días llegaron a la ciudad de Temixtitán veinte españoles de los que en la villa de la Veracruz tenía, los cuales me traían un clérigo y otros dos legos que habían tomado en la dicha villa; de los cuales supe cómo la armada y gente que en el dicho puerto estaba era de Diego Velázquez, que venía por su mandado, y que venía por capitán della un Pánfilo de Narváez, vecino de la isla Fernandina. E que traían ochenta de caballo y muchos tiros de pólvora y ochocientos peones, entre los cuales dijeron que había ochenta escopeteros y ciento y veinte ballesteros, y que venía y se nombraba por capitán general y teniente de gobernador de todas estas partes por el dicho Diego Velázquez, y que para ello traía provisiones de vuestra majestad, e que los mensajeros que yo había enviado y el hombre que en la costa tenía estaban con el dicho Panfilo de Narváez y no los dejaban venir, el cual se había informado dellos de cómo yo tenía allí aquella villa doce leguas del dicho puerto, y de la gente que en ella estaba, y asimismo de la gente que yo enviaba a Quacucalco, y

HERNÁN CORTÉS: CARTAS-T. I.

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cómo estaban en una provincia, treinta leguas del dicho puerto, que se dice Tuchitebeque, y de todas las cosas que yo en la tierra había hecho en servicio de vuestra alteza, y las ciudades y villas que yo tenía conquistadas y pacíficas, y de aquella gran ciudad de Temixtitán, y del oro y joyas que en la tierra se habían habido; e se había informado dellos de todas las otras cosas que me habían sucedido; e que a ellos les había enviado el dicho Narváez a la dicha villa de la Veracruz, a que si pudiesen hablasen de su parte a los que en ella estaban y los atrajesen a su propósito y se levantasen contra mí; y con ellos me trajeron más de cien cartas que el dicho Narváez y los que con él estaban enviaban a los de la dicha villa, diciendo que diesen crédito a lo que aquel clérigo y los otros que iban con él de su parte les dijesen, y prometiéndoles que si así lo hiciesen, que por parte del dicho Diego Velázquez, y dél en su nombre, les serían hechas muchas mercedes; y los que lo contrario hiciesen, habían de ser muy mal tratados; y otras muchas cosas que en las dichas cartas se contenían y el dicho clérigo y los que con él venían dijeron. E casi junto con éstos vino un español de los que iban a Quacaculco, con cartas del capitán, que era un Juan Velázquez de León, el cual me facía saber cómo la gente que había llegado al puerto era Pánfilo de Narváez, que venía en nombre de Diego Velázquez, con la gente que traían, y me envió una carta que el dicho Narváez le había enviado con un indio, como a pariente del dicho Diego Velázquez y cuñado del dicho Narváez, en que por ella le decía cómo de aquellos mensajeros míos había sabido que estaba allí con aquella gente, y luego se fuese con ella a él, porque en ello haría lo que cumplía y lo que era obligado a sus deudos, y que bien creía que yo le tenía por fuerza; y otras cosas que el dicho Narváez le escribía; el cual dicho capitán, como más obligado al servicio de vuestra majestad, no sólo dejó de aceptar lo que el dicho Narváez por su letra

le decía, mas aun luego se partió, después de me haber enviado la carta, para se venir a juntar con toda la gente que tenía conmigo. E después de me haber informado de aquel clérigo, y de los otros dos que con él venían, de muchas cosas, y de la intención de los del dicho Diego Velázquez y Narváez, y de cómo se habían movido con aquella armada y gente contra mí porque yo había enviado la relación y cosas desta tierra a vuestra majestad y no al dicho Diego Velázquez, y cómo venían con dañada voluntad para me matar a mí y a muchos de los de mi compañía, que ya desde allá traían señalados. E supe asimismo cómo el licenciado Figueroa, juez de residencia en la isla Española, y los jueces y oficiales de vuestra alteza que en ella residen, sabido por ellos cómo el dicho Diego Velázquez hacía la dicha armada y la voluntad con que la hacía, constándoles el daño y deservicio que de su venida a vuestra majestad podía redundar, enviaron al licenciado Lucas Vázquez de Ayllón, uno de los dichos jueces, con su poder, a requerir y mandar al dicho Diego Velázquez no enviase la dicha armada; el cual vino y halló al dicho Diego Velázquez con toda la gente armada en la punta de la dicha isla Fernandina, ya que quería pasar, y que allí le requirió a él y a todos los que en la dicha armada venían que no viniesen, porque dello vuestra alteza era muy deservido, y sobre ellos les impuso muchas penas, las cuales no obstante, ni todo lo por el dicho licenciado requerido ni mandado, todavía había enviado la dicha armada; e que el dicho licenciado Ayllón estaba en el dicho puerto, que había venido juntamente con ella, pensando de evitar el daño que de la venida de la dicha armada se seguía; porque a él y a todos era notorio el mal propósito y voluntad con que la dicha armada venía; envié al dicho clérigo con una carta mía para el dicho Narváez, por la cual le decía cómo yo había sabido del dicho clérigo y de los que con él habían venido cómo él era capitán de la gente

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