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Luego que llegó la mañana se dispusieron los bajeles en forma de media luna que se iba disminuyendo en su mismo tamaño, y remataba en los esquifes: para cuya ordenanza daba sobrado término la grandeza del rio, y se prosiguió la entrada con un género de sosiego que iba convidando con la paz; pero á breve rato se descubrieron las canoas de los indios que esperaban en la misma disposicion, y con las mismas amenazas que la tarde antes. Ordenó Cortés que ninguno de los suyos se moviese hasta que diesen la carga: diciendo á todos que allí se debia usar primero de la rodela que de la espada, por ser aquella una guerra cuya justicia consistia en la vocacion; y deseoso de hacer algo mas por la razon para tenerla de su parte, dispuso que se adelantase Aguilar segunda vez, y los volviese á requerir con la paz, dándoles á entender que aquella armada era de amigos que solo entraban á tratar de su bien en fé de la confederacion que tenian hecha con Juan de Grijalva; y que el no admitirlos seria faltar á ella, y ocasionarlos á que se abriesen el paso con las armas, quedando por su cuenta el daño que recibiesen. Respondieron á este segundo requerimiento con hacer la seña de embestir, y se fueron mejorando ayudados de la corriente, hasta que puestos en distancia proporcionada con el alcance de sus flechas, dispararon á un tiempo tanta multitud de ellas desde las canoas, y desde la márgen mas vecina del rio, que anduvo algo apresurada en los españoles la necesidad de cubrirse y cuidar de su defensa; pero recibida la primera carga, conforme á la órden que llevaban, usaron luego de sus armas y de sus esfuerzos con tanta diligencia, que los indios de las canoas desembarazaron el paso puestos en confusion, arrojándose muchos al agua con el espanto que concibieron del mismo daño que conocian en los suyos. Prosiguieron nuestros bajeles su entrada sin otra oposicion: y acostándose á la ribera sobre el lado izquierdo, trataron de salir á tierra; pero en parage tan pantanoso y cubierto de maleza, que se vieron en segundo conflicto; porque los indios que estaban emboscados, y los que escaparon del rio, se unieron á repetir sus cargas con nueva obstinacion; cuyas flechas, dardos y piedras hacian mayor la dificultad del pantano. Pero Hernan Cortés fue doblando su gente sin dejar de pelear, en tal disposicion, que las hileras que formaba detenian el ímpetu de los indios, y cubrian á los menos diligentes en la desembarcacion.

Formado su escuadron á vista de los enemigos, cuyo número crecia por instantes, ordenó al capitan Alonso Dávila que con cien soldados se adelantase por el bosque á ocupar la villa principal de aquella provincia, que tambien se llamaba Tabasco, y distaba poco de aquel parage, segun las noticias que se tenian de la primera entrada. Cerró luego con la multitud enemiga, y la fue retirando con igual ardimiento que dificultad; porque se peleaba muchas veces con el lodo á la rodilla: y se refiere de Hernan Cortés, que forcejeando para vencer aquel impedimento, perdió en el lodo uno de los zapatos, y

peleó mucho rato con el pie descalzo sin conocer la falta ni el desabrigo generoso divertimiento, dejar de estar en sí para estar mejor en lo que hacia.

Vencido el pantano se conoció flaqueza en los indios, que en un instante desaparecieron entre la maleza, parte atemorizados de verse ya sin las ventajas del terreno, y parte cuidadosos de acudir á Tabasco de cuyo riesgo tuvieron noticia por haberse descubierto la marcha de Alonso Dávila; como se verificó despues en la multitud de gente que acudió a la defensa de aquella poblacion.

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Teníanla fortificada con un género de muralla que usaban casi en todas las Indias, hecha de troncos robustos de árboles fijos en la tierra, al modo de nuestras estacadas; pero apretados entre sí con tal disposicion, que las junturas les servian de troneras para despedir sus flechas. Era el recinto de figura redonda, sin traveses ni otras defensas; y al cerrarse el círculo dejaba hecha la entrada, cruzando por algun espacio las dos líneas que componian una calle angosta en forma de caracol, donde acomodaban dos ó tres garitas ó castillejos de madera que estrechaban el paso, y servian de ordinario á sus centinelas : bastante fortaleza para las armas de aquel nuevo mundo, donde no se entendian, con feliz ignorancia, las artes de la guerra, ni aquellas ofensas y reparos que enseñó la malicia y aprendió la necesidad de los hombres.

CAPITULO XVIII.

Ganan los españoles à Tabasco salen despues doscientos hombres á reconocer la tierra, los cuales vuelven rechazados de los indios, mostrando su valor en la resistencia y en la retirada.

A esta villa, corte de aquella provincia, y de esta suerte fortificada, llegó Hernan Cortes algo antes que Alonzo Dávila, á quien detuvieron otros pantanos y lagunas, donde le llevó engañosamente el camino; y sin dar tiempo á los indios para que se reparasen, ni á los suyos para que discurriesen en la dificultad, incorporó con su gente los cien hombres que venian de refresco y repartiendo algunos instrumentos que parecieron necesarios para deshacer la estacada, dió la señal de acometer, deteniéndose á decir solamente : « Aquel pueblo, amigos, ha de ser esta noche nuestro alojamiento: en él se han retraido los mismos que acabais de vencer en la campaña. Esa frágil muralla que los defiende, sirve mas á su temor que á su seguridad. Vamos pues á seguir la victoria comenzada, » antes que pierdan estos bárbaros la costumbre de huir, ó sirva » nuestra detencion á su atrevimiento. » Esto acabó de pronunciar con la espada en la mano; y diciendo lo demas con el ejemplo, se adelantó á todos, infundiendo en todos el deseo de adelantarse.

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Embistieron á un tiempo con igual resolucion; y desviando con

las rodelas y con las espadas la lluvia de flechas que cegaba el camino, se hallaron brevemente al pie de aquella rústica fortificacion que cercaba al lugar. Sirvieron entonces sus mismas troneras á los arcabuces y ballestas de nuestra gente, con que se apartó el enemigo, y tuvieron lugar los que no peleaban de echar en tierra parte de la estacada. No hubo dificultad en la entrada, porque los indios se retiraron á lo interior de la villa; pero á pocos pasos se reconoció que tenian atajadas las calles con otras estacadas del mismo género, donde iban haciendo rostro y dando sus cargas, aunque con poco efecto, porque se embarazaban en su muchedumbre; y los que se retiraban huyendo de un reparo en otro, desordenaban á los que acometian.

Habia en el centro de la villa una gran plaza donde los indios hicieron el último esfuerzo; pero á breve resistencia volvieron las espaldas, desamparando el lugar, y corriendo atropelladamente á los bosques. No quiso Hernan Cortés seguir el alcance, por dar tiempo á sus soldados para que descansasen, y á los fugitivos para que se inclinasen á la paz, dejándose aconsejar de su escarmiento.

Quedó entonces Tabasco por los españoles: poblacion grande y con todas las prevenciones de puesta en defensa, porque habian retirado sus familias y haciendas, y tenian hecha su provision de bastimentos, con que faltó el pillage á la codicia; pero se halló lo que pedia la necesidad. Quedaron heridos catorce ó quince de nuestros soldados, y con ellos nuestro historiador Bernal Diaz del Castillo : sigámosle tambien en lo que dice de sí, pues no se puede negar que fue valiente soldado, y en el estilo de su historia se conoce que se esplicaba mejor con la espada. Murieron de los indios considerable número, y no se averiguó el de sus heridos porque cuidaban mucho de retirarlos; teniendo á gran primor en su milicia que el enemigo no se alegrase de ver el daño que recibian.

Aquella noche se alojó nuestro ejército en tres adoratorios (1) que estaban dentro de la misma plaza donde sucedió el último combate; y Hernan Cortés echó su ronda y distribuyó sus centinelas, tan cuidadoso y tan desvelado como si estuviera en la frente de un ejército enemigo y veterano: que nunca sobran en la guerra estas prevenciones, donde suelen nacer de la seguridad los mayores peligros, y sirve tanto el recelo como el valor de los capitanes.

Hallóse con el dia la campaña desierta, y al parecer segura, porque en todo lo que alcanzaban la vista y el oido, ni habia señal, ni se percibia rumor del enemigo: reconociéronse, y se hallaron con la misma soledad los bosques vecinos al cuartel; pero no se resolvió Hernan Cortés á desampararle, ni dejó de tener por sospechosa tanta quietud; entrando en mayor cuidado cuando supo que el intérprete Melchor, que vino de la isla de Cuba, se habia escapado aquella

(1) Los adoratorios y los altares tenian entre los indios el nombre comun de Cues ó Zues: de ambos modos suelen llamarlos nuestros historiadores.

misma noche, dejando pendientes de un árbol los vestidos de cristiano cuyos informes podian hacer daño entre aquellos bárbaros, como se verificó despues, siendo él quien los indujo á que prosiguiesen la guerra, dándoles á entender el corto número de nuestros soldados, y que no eran inmortales como creian, ni rayos las armas de fuego que manejaban; cuya aprension los tenia en términos de rogar con la paz. Pero no tardó mucho en pagar su delito; pues aquellos mismos que tomaron las armas á su persuasion, hallándose vencidos segunda vez, se vengaron de su consejo, sacrificándole miserablemente á sus idolos.

Resolvió Hernan Cortés en esta incertidumbre de indicios, que Pedro de Alvarado y Francisco de Lugo, cada uno con cien hombres, marchasen por dos sendas que se descubrian algo distantes á reconocer la tierra; y que si hallasen gente de guerra, procurasen retirarse al cuartel, sin entrar en empeño superior á sus fuerzas. Ejecutóse luego esta resolucion; y Francisco de Lugo, á poco mas de una hora de marcha, dió en una emboscada de innumerables indios que le acometieron por todas partes, cargándole con tanta ferocidad, que se halló necesitado á formar de sus cien hombres un escuadroncillo pequeño con cuatro frentes, donde peleaban todos á un tiempo, y no había parte que no fuese vanguardia. Crecia el número de los enemigos y la fatiga de los españoles, cuando permitió Dios que Pedro de Alvarado, á quien iba apartando de su compañero la misma senda que seguia, encontrase con unos pantanos que le obligaron á torcer el camino, poniéndole este accidente en parage donde pudo oir las respuestas de los arcabuces: con cuyo aviso aceleró la marcha, dejándose llevar del rumor de la batalla, y llegó á descubrir los escuadrones del enemigo á tiempo que los nuestros andaban forcejeando con la última necesidad. Acercóse cuanto pudo, amparado entre la maleza de un bosque, y avisando á Cortés de aquella novedad, con un indio de Cuba que venia en su compañía, puso en órden su gente, cerró con el escuadron de su banda tan determinadamente, que los indios, atemorizados del repentino asalto, le abrieron la entrada, huyendo á diversas partes, sin darle lugar para que los rompiese.

Respiraron con este socorro los soldados de Francisco de Luzo; y luego que los dos capitanes tuvieron unida su gente y dobladas sus hileras, embistieron con otro escuadron que cerraba el camino del cuartel, para ponerse en disposicion de ejecutar la órden que tenian de retirarse.

Hallaron resistencia; pero últimamente se abrieron el paso con la espada, y empezaron su marcha, siempre combatidos y alguna vez atropellados. Peleaban los unos mientras los otros se mejoraban : y siempre que alargaban el paso para ganar algun pedazo de tierra, cargaba sobre todos el grueso de los enemigos, sin hallar á quien ofender cuando volvian el rostro : porque se retiraban con la misma velocidad que acometian, moviéndose á una parte y otra estas ave

nidas de gente, con aquel ímpetu al parecer que obedecen las olas del mar á la oposicion de los vientos.

Tres cuartos de legua habrian caminado los españoles, teniendo siempre en ejercicio las armas y el cuidado, cuando se dejó ver á poca distancia Hernan Cortés, que con el aviso que tuvo de Pedro de Alvarado, venia marchando al socorro de estas dos compañías con todo el resto de la gente y luego que le descubrieron los indios se detuvieron, dejando alejar á los que le perseguian, y estuvieron un rato á la vista, dando á entender que amenazaban ó que no temian; aunque despues se fueron deshaciendo en varias tropas, y dejaron á sus enemigos la campaña. Pero Hernan Cortés se volvió á su cuartel sin entrar en mayor empeño; porque instaba la necesidad de que curasen los que venian heridos, que fueron once de ambas compañías, de los cuales murieron dos; que en esta guerra era número de mayor sonido, y se ponderó entre todos como pérdida que hizo costosa la jornada.

CAPITULO XIX.

Pelean los españoles con un ejército poderoso de los indios de Tabasco y su comarca ; descríbese su modo de guerrear, y como quedó por Hernan Cortés la victoria.

Hiciéronse en esta ocasion algunos prisioneros: y Hernan Cortés ordenó que Gerónimo de Aguilar los fuese examinando separadamente, para saber en qué fundaban su obstinacion aquellos indios, y con qué fuerza se hallaban para mantenerla. Respondieron con alguna variedad de las circunstancias; pero concordaron en decir que estaban convocados todos los caciques de la comarca para asistir á los de Tabasco; y que el dia siguiente se habia de juntar un ejército poderoso para acabar con los españoles, de cuya prevencion era un pequeño trozo el que peleó con Francisco de Lugo y Pedro de Alvarado. Pusieron en algun cuidado á Hernan Cortés estas noticias; y sin dudar en lo que convenia, resolvió preguntarlo á sus capitanes, y obrar con su consejo lo que se habia de ejecutar con sus manos. Propúsoles « la dificultad en que se hallaban, el corto número de su » gente, y la prevencion grande que tenian hecha los indios para » deshacerlos,» sin encubrirles circunstancia alguna de lo que decian los prisioneros. Y pasó despues á considerar por otra parte «< el empeño de sus armas, poniéndoles delante de su mismo valor la desnudez y flaqueza de sus contrarios, y la facilidad con que los >> habian vencido en Tabasco y en la desembarcacion. » Y sobre todo cargó la consideracion « en la mala consecuencia de volver las espaldas á la amenaza de aquellos bárbaros, cuya jactancia podria » llevar la voz á la misma tierra donde caminaban : siendo de tanto >> peso este descrédito, que en su modo de entender, ó se debia dejar >> enteramente la empresa de Nueva España, ó no pasar de allí sin

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