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nocer el desembarco de los estrangeros dejaron sus casas, retirándose la tierra adentro con sus pobres alhajas, pequeño estorbo de la fuga.

Era Pedro de Alvarado mozo de espíritu y valor, hecho á obedecer con resolucion, pero nuevo en el mandar para tomarla por sí (1). Engañóse creyendo que mientras llegase la armada seria virtud en un soldado todo lo que no fuese ociosidad, y así ordenó que marchase la gente á reconocer lo interior de la isla; y á poco mas de una legua hallaron otro lugar despoblado tambien, pero no tan desproveido como el primero, porque habia en él alguna ropa, gallinas, y otros bastimentos que se aplicaron los soldados como bienes sin dueño, ó como despojos de la guerra que no habia; y entrando en un adoratorio de aquellos sus ídolos abominables, hallaron algunas joyuelas ó pendientes que servian á su adorno, y algunos instrumentos del sacrificio hechos de oro con mezcla de cobre, que aun siendo valadí se les hacía ligero: jornada sin utilidad ni consejo, que solo sirvió de escarmentar á los naturales de la isla y embarazar el intento que se llevaba de pacificarlos. Conoció aunque tarde Pedro de Alvarado que era licencia lo que tuvo por actividad, y así se retiró con su gente al primer alojamiento, haciendo en el camino tres prisioneros, dos indios y una india, desgraciados en huir, que se dieron sin resistencia.

Llegó la armada el dia siguiente, habiendo recogido el bajel de Diego de Ordaz, porque Hernan Cortés le avisó desde el cabo de San Anton que viniesé á incorporarse con ella, temiendo la contingencia de que se hubiese descaminado con la tempestad Pedro de Alvarado, que le traia cuidadoso; y aunque se alegró interiormente de hallarle ya en salvamento, mandó prender al piloto y reprendió ásperamente al capitan porque no habia guardado ni hecho guardar su órden, y por el atrevimiento de hacer entrada en la isla y permitir á sus soldados que saqueasen el lugar donde llegaron: sobre lo cual le dijo algunos pesares en público, y con toda la voz, como quien deseaba que su reprension fuese doctrina para los demas. Llamó luego á los tres prisioneros, y por medio de Melchor el intérprete (que venia solo en esta jornada porque habia muerto su compañero) les dió á entender lo que sentia el mal pasage que hicieron á su pueblo aquellos soldados, y mandando que se les restituyese el oro y la ropa que ellos mismos eligieron, los puso en libertad y les dió algunas bujerías que llevasen de presente á sus caciques, para que á vista de estas señales de paz perdiesen el miedo que habian concebido.

(1) Fue de muy buen cuerpo é bien proporcionado, é tenia el rostro y cara muy alegre, y en el mirar muy amoroso: é por ser tan agraciado, le pusieron por nombre los Indios Mexicanos Tonatio, que quiere decir el Sol. Era muy suelto, é buen ginete, y sobre todo ser franco é de buena conversacion..... (Bernal Diaz, cap. 205, pág. 245 vuelta.)

Alojóse la gente en el puerto mas vecino á la costa, y descansó tres dias sin pasar adelante por no aumentar la turbacion de los isleños. Pasó muestra en escuadron el ejército, y se hallaron quinientos y ocho soldados, diez y seis caballos, y ciento y nueve entre maestres, pilotos y marineros, sin los dos capellanes el licenciado Juan Diaz y el padre fray Bartolomé de Olmedo, religioso de la órden de nuestra Señora de la Merced, que asistieron á Cortés hasta el fin de la conquista.

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Pasada la muestra volvió á su alojamiento acompañado de los capitanes y soldados mas principales, y tomando entre ellos lugar poco diferente los habló en esta sustancia: « Cuando considero, amigos » y compañeros mios, cómo nos ha juntado en esta isla nuestra fe» licidad, cuántos estorbos y persecuciones dejamos atrás, y cómo » se nos han deshecho las dificultades, conozco la mano de Dios en » esta obra que emprendemos, y entiendo que en su altísima pro» videncia es lo mismo favorecer los principios que prometer los sucesos. Su causa nos lleva y la de nuestro rey, que tambien es » suya, á conquistar regiones no conocidas, y ella misma volverá » por sí mirando por nosotros. No es mi ánimo facilitaros la em» presa que acometemos: combates nos esperan sangrientos, fac>>ciones increibles, batallas desiguales en que habreis menester » socorreros de todo vuestro valor; miserias de la necesidad, incle» mencias del tiempo y asperezas de la tierra, en que os será nece»sario el sufrimiento, que es el segundo valor de los hombres, y » tan hijo del corazon como el primero que en la guerra mas veces » sirve la paciencia que las manos, y quizá por esta razon tuvo Hér»cules el nombre de invencible, y se llamaron trabajos sus haza» ñas. Hechos estais á padecer y hechos á pelear en estas islas que dejais conquistadas: mayor es nuestra empresa, y debemos ir provenidos de mayor osadía, que siempre son las dificultades del » tamaño de los intentos. La antigüedad pintó en lo mas alto de los » montes el templo de la fama, y su simulacro en lo mas alto del templo; dando á entender que para hallarla, aun despues de ven»cida la cumbre, era menester el trabajo de los ojos. Pocos somos, » pero la union multiplica los ejércitos, y en nuestra conformidad » está nuestra mayor fortaleza : uno, amigos, ha de ser el consejo >> en cuanto se resolviere: una la mano en la ejecucion; comun la utilidad, y comun la gloria en lo que se conquistare. Del valor de >> cualquiera de nosotros se ha de fabricar y componer la seguridad » de todos. Vuestro caudillo soy, y seré el primero en aventurar la >> vida por el menor de los soldados: mas tendreis que obedecer en » mi ejemplo que en mis órdenes; y puedo aseguraros de mí que » nie basta el ánimo á conquistar un mundo entero, y aun me lo promete el corazon con no sé qué movimiento estraordinario, que » suele ser el mejor de los presagios. Alto, pues, á convertir en » obras las palabras; y no os parezca temeridad esta confianza mia, » pues se funda en que os tengo á mi lado, y dejo de fiar de mí todo » lo que espero de vosotros. »

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Así los persuadia y animaba, cuando llegó noticia de que se habian dejado ver algunos indios á pequeña distancia, y aunque al parecer venian desunidos y sin aparato de guerra, mandó Cortés que se previniese la gente sin ruido de cajas, y que estuviese encubierta al abrigo del mismo alojamiento, hasta ver si se acercaban y con qué determinacion.

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CAPITULO XV.

Pacifica Hernan Cortés los isleños de Cozumel: hace amistad con el cacique: derriba los ídolos da principio á la introduccion del Evangelio; y procura cobrar unos españoles que estaban prisioneros en Yucatan.

Estaban los indios en pequeñas tropas discurriendo al parecer entre sí, como quien observaba el movimiento, y se animaba en la quietud de nuestra gente. Ibanse acercando los mas atrevidos; y como estos no recibian daño se atrevian los cobardes: con que en breve rato llegaron algunos al cuartel, y hallaron en Cortés y en los demas tan favorable acogida, que convocaron á sus compañeros. Vinieron muchos aquel dia, y andaban entre los soldados con alegre familiaridad, tan hallados con sus huéspedes, que apenas se les conocia la admiracion: antes se portaban como gente enseñada á tratar con forasteros. Habia en esta isla un ídolo muy venerado entre aquellos bárbaros, cuyo nombre tenia inficionada la devocion de diferentes provincias de la tierra firme, que frecuentaban su templo en contínuas peregrinaciones: y así estaban los isleños de Cozumel hechos á comerciar con naciones estrangeras de diversos trages y lenguas; por cuya causa, ó no estrañarian la novedad de nuestra gente, ó la estrañarian sin encogimiento.

Aquella noche se retiraron todos á sus casas; y el dia siguiente vino el cacique principal de la isla á visitar á Cortés con grande aunque deslucido acompañamiento, trayendo él mismo su embajada y su regalo. Recibióle con agasajo y cortesía, y por medio del intérprete le aseguró de su benevolencia, y le ofreció su amistad y la de su gente; á que respondió que la admitia, y que era hombre que la sabria mantener. Oyóse entre los indios que le acompañaban uno, que al parecer repetia mal pronunciado el nombre de Castilla; y Hernan Cortés, en quien nunca el divertimiento llegaba á ser descuido, reparó en ello y mandó al intérprete que averiguase la significacion de aquella palabra; cuya advertencia, aunque pareció entonces casual, fue de tanta consideracion para facilitar la conquista de Nueva España como veremos despues.

Decia el indio que nuestra gente se parecia mucho á unos prisioneros que estaban en Yucatan, naturales de una tierra que se llamaba Castilla; y apenas lo oyó Cortés, cuando resolvió ponerlos en liber

tad y traerlos á su compañía (1). Informóse mejor, y hallando que estaban en poder de unos indios principales que residian dos jornadas la tierra adentro de Yucatan, comunicó su intento al cacique para que le dijese si eran indios guerreros los que tenian en su dominio aquellos cristianos, y con qué fuerza se podria conseguir el sacarlos de la esclavitud. Respondióle con pronta y notable advertencia que seria lo mas seguro tratar de rescatarlos á trueque de algunas dádivas; porque entrando de guerra se espondria á que matasen los esclavos, y á no quedar airoso con el castigo de sus dueños. Abrazó Hernan Cortés su consejo, admirándose de hallar tan buena política en el cacique, á quien debió de enseñar algo de la razon que de estado aquello poco que tenia de príncipe.

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Dispuso luego que Diego de Ordaz pasase con su bajel y con la gente de su cargo á la costa de Yucatan por la parte mas vecina á Cozumel, que serian cuatro leguas de travesía, y que echase en tierra los indios que señaló el mismo cacique, para esta diligencia: los cuales llevaron carta de Cortés para los prisioneros, con algunas bujerías que sirviesen de precio á su rescate; y Diego de Ordaz órden para esperarlos ocho dias, en cuyo término ofrecieron los indios volver con la respuesta.

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Entretanto Cortés marchó con su gente unida á reconocer la isla, no porque le pareciese necesario ir en defensa, sino porque no se desmandasen los soldados, y recibiesen algun daño los naturales. Decíales : « que aquella era una pobre gente sin resistencia, cuya » sinceridad pedia como deuda el buen tratamiento, y cuya pobreza ataba las manos á la codicia: que de aquel pequeño pedazo de » tierra no se habia de sacar otra riqueza que la buena fama. Y no penseis, proseguia, que la opinion que aquí se ganáre se estrecha » á los cortos límites de una isla miserable; pues el concurso de los peregrinos que suelen acudir á ella, como habeis entendido, lle» vará vuestro nombre á otras regiones, donde habremos menester » despues el crédito de piadosos y amigos de la razon para facilitar >> nuestros intentos, y tener menos que pelear donde haya mas que adquirir. » Con estas y otras amigables pláticas los llevaba contentos y reprimidos. Iban siempre acompañados del cacique y de muchos indios que acudian con bastimentos, y pasaban cuentas de vidrio por buena moneda, creyendo que hacian á los compradores el mismo engaño que padecian.

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A poco trecho de la costa se hallaron en el templo (2) de aquel idolo tan venerado, fábrica de piedra en forma cuadrada, y de no

(1) Solís estaba mal informado de este asunto. En las instrucciones que dió Velazquez à Cortés cuando este se hizo á la vela, le encargó mucho el rescate de los seis españoles prisioneros que estaban en Yucatan; por consiguiente Cortés lo sabia antes que se lo dijesen los indios.

(2) Los indios daban á sus templos el nombre de Teucalli, palabra compuesta de Teult, Dios; y calli, casa: esto es, casa de Dios: significacion semejante á la que dan los cristianos á los suyos.

despreciable arquitectura. Era el ídolo de figura humana; pero de horrible aspecto y espantosa fiereza, en que se dejaba conocer la semejanza de su original. Observóse esta misma circunstancia en todos los ídolos que adoraba aquella gentilidad, diferentes en la hechura y en la significacion; pero conformes en lo feo y abominable: ó acertasen aquellos bárbaros en lo que fingian; ó fuese que el demonio se les aparecia como es, y dejaba en su imaginacion aquellas especies; con que sería primorosa imitacion del artífice la fealdad del simulacro.

Dicen que se llamaba este ídolo Cozumel, y que dió á la isla el nombre que se conserva hoy en ella: mal conservado, si es el mismo que el demonio tomó para sí: falta de advertencia que se ha vinculado en los mapas contra toda razon. Habia gran concurso de indios cuando llegaron los españoles; y en medio de ellos estaba un sacerdote que se diferenciaba de los demas en no sé qué ornamento ó media vestidura, de que tenia mal cubiertas las carnes : y al parecer los predicaba ó inducia con voces y ademanes dignos de risa; porque desvariaba en tono de sermon, y con toda aquella gravedad y ponderacion que cabe en un hombre desnudo. Interrumpióle Cortés, y vuelto al cacique le dijo: « que para mantener la amistad que » entre los dos tenian asentada, era necesario que dejase la falsa >> adoracion de sus ídolos, y que á su ejemplo hiciesen lo mismo sus » vasallos. » Y apartándose con él y con el intérprete, le dió á entender su engaño, y la verdad de nuestra religion, con argumentos manuables acomodados á la rudeza de sus oidos; pero tan eficaces, que el indio quedó asombrado sin acertar á responder, como quien tenia entendimiento para conocer su ignorancia. Cobróse y pidió licencia para comunicar aquel negocio á los sacerdotes: porque en puntos de religion les dejaba ó les cedia la suprema autoridad. De cuya conferencia resultó el venir aquel venerable predicador acompañado de otros de su profesion, y el dar todos grandes voces que, descifradas por el intérprete, contenian diferentes protestas de parte del cielo contra cualquiera que se atreviese á turbar el culto de sus dioses, intimando que se veria el castigo al mismo instante que se intentase el atrevimiento. Irritóse Cortés de oir semejante amenaza, y los soldados, hechos á observar su semblante, conocieron su determinacion y embistieron con el ídolo, arrojándole del altar hecho pedazos, y ejecutando lo mismo con otros ídolos menores que ocupaban diferentes nichos. Quedaron atónitos los indios de ver posible aquel destrozo y como el cielo se estuvo quedo, y tardó la venganza que esperahan, se fue convirtiendo en desprecio la adoracion, y empezaron á correrse de tener dioses tan sufridos: siendo esta vergüenza el primer esfuerzo que hizo la verdad en sus corazones. Corrieron la misma fortuna otros adoratorios; y en el principal de ellos, limpio ya de aquellos fragmentos inmundos, se fabricó un altar y se colocó una imágen de nuestra Señora, fijando á la entrada una cruz grande que labraron con piadosa diligencia los carpinteros

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