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miento á los dictámenes del corazon. Unos querian que se tratase desde luego de poner en salvo la persona del rey sacándole á parage mas seguro; otros que se fortificase aquella parte de la ciudad que ocupaba la corte, y otros que se intentase primero desalojar los españoles, obligándolos á ceder la tierra que habian ocupado. Inclinóse Guatimozin al consejo de los mas valerosos; y escluyendo el desamparar la ciudad, con resolucion de morir entre los suyos, ordenó que al amanecer se acometiese con todo el resto á los cuarteles enemigos. Para cuyo efecto juntaron y distribuyeron sus tropas con ánimo de aplicar todas sus fuerzas al esterminio de los españoles. Y poco despues que se declaró la mañana se dejaron ver de los tres alojamientos, donde llegó primero el aviso de sus prevenciones; y la artillería que mandaba las calles hizo tan riguroso estrago en su vanguardia, que no se atrevieron á ejecutar la órden que traian, antes se desengañaron brevemente de que no era posible su empresa; y sin llegar á lo estrecho del ataque dieron principio á la fuga 'con apariencias de retirada: cuyo movimiento, espacioso y remiso por la frente, dió lugar á los españoles para que avanzasen hasta medir las armas, y sin mas diligencia que la que hubieron menester para seguir el alcance, quedó roto el enemigo, y mejorado el alojamiento de la noche siguiente.

Entróse despues en mayor dificultad, porque fue necesario caminar arruinando los edificios, batiendo los reparos, y cegando las aberturas de las calles; pero en uno y otro se procuró ganar el tiempo, y en menos de cuatro dias se hallaron los tres capitanes á vista del Tlateluco, á cuyo centro caminaban por líneas dife

rentes.

Fue Pedro de Alvarado el primero que llegó á poner los pies dentro de aquella gran plaza, donde intentaron doblarse los enemigos que llevaba cargados; pero no se les dió lugar para que lo consiguiesen, ni era fácil pasar á la operacion desde la fuga; y al primer combate desampararon el puesto, retirándose confusamente á las calles de la otra banda. Reconoció entonces Pedro de Alvarado que tenia cerca de sí un grande oratorio, cuyas gradas y torres ocupaba el enemigo; y con deseo de asegurar las espaldas, envió algunas compañías para que le asaltasen y mantuviesen; lo cual se consiguió sin dificultad, porque los defensores trataban ya de retirarse con el ejemplo de los suyos. Redujo luego á un escuadron toda su gente para disponer su alojamiento, y mandó hacer en lo alto del adoratorio algunas ahumadas para dar aviso á los demas capitanes del parage donde se hallaba, ó para solicitar con aquella demostracion el aplauso de su diligencia.

Llegó poco despues el trozo que gobernaba Cristóbal de Olid y mandaba Hernan Cortés; y la multitud que desembocó en la plaza huyendo el avance de su gente, dió en el escuadron que formó con otro intento Pedro de Alvarado, donde perecieron casi todos combatidos por ambas partes; y sucedió lo mismo á los que rechazaba

en su distrito Gonzalo de Sandoval, que tardó poco en arribar al mismo parage.

Los que se habian retraido á las calles que miraban al resto de la ciudad, viendo unidas las fuerzas de los españoles, huyeron desalentados á guardar la persona de su rey, creyendo que se hallaban ya en el último conflicto, con que se pudo tratar del alojamiento sin oposicion; y Hernan Cortés aplicó alguna gente á la defensa de las calles que se dejaban atras para tener seguras las espaldas; y dispuso que los bergantines con sus canoas cuidasen de correr el distrito de las tres calzadas, avisando en diligencia de cualquiera novedad que mereciese reparo.

Fue menester al mismo tiempo desembarazar la plaza de los cadáveres mejicanos, para cuyo efecto señaló algunas tropas de indios confederados que los fuesen echando en las calles de agua mas profundas, con cabos españoles que no los dejasen escapar con la carga miserable para celebrar aquellos banquetes de carne humana que daban la última solemnidad á sus victorias; y con todo este cuidado no fue posible atajar por la raiz el inconveniente, pero se redimió el esceso y se pudo componer la tolerancia con la disimulacion.

Vinieron aquella noche diferentes cuadrillas de paisanos, poco menos que difuntos, á dar su libertad por el sustento; y aunque se llegó á sospechar que venian arrojados como gente inútil que no podian sustentar, hicieron compasion á todos: y Hernan Cortés, que ya no esperaba del asedio lo que se prometia de sus manos, ordenó que se les diese algun refresco para que saliesen á buscar su vida fuera de la ciudad.

Por la mañana se vieron llenas de mejicanos las calles de su distrito; pero vinieron solamente á cubrir el trabajo de otras fortificaciones en que habian discurrido para defender la última retirada; y Hernan Cortés, viendo que no acometian ni provocaban, suspendió la entrada que tenia resuelta; porque deseaba repetir la instancia de la paz, teniendo entonces por verosímil que se rindiesen á capitular, ó conociesen por lo menos que no era su intento destruirlos, pues ofrecia partidos unida su gente, y teniendo á su disposicion la mayor parte de la ciudad. Llevaron esta embajada tres ó cuatro prisioneros de los mas principales, y se aguardó la respuesta, no sin otra esperanza de que hacia fuerza la proposicion, porque se retiró enteramente la multitud que solia concurrir á la defensa de las calles.

Era el distrito que ocupaba Guatimozin con sus nobles ministros y militares, un ángulo muy espacioso de la ciudad, cuya mayor parte aseguraba la vecindad de la laguna; y por la otra, que distaba poco de Tlateluco, tenian cerradas todas las avenidas, con una circunvalacion de paredes ó murallas de tablazon y fagina que se daban la mano con los edificios, y tenian delante un foso de agua profunda que abrieron casi á la mano, haciendo cortaduras en las

calles de tierra para dar corriente á las acequias. Entró Hernan Cortés el dia siguiente con la mayor parte de los españoles á reconocer el parage que desamparó el enemigo, y llegó á vista de sus fortificaciones, cuya línea se halló coronada por todas partes de innumerable gente, pero con señas de paz, que se reducian á callar el toque de sus instrumentos y la irritacion de sus voces. Repitióse otras veces esta diligencia de acercarse los españoles sin ofender ni provocar; y se conoció que tenian ellos la misma órden; porque bajaban siempre las armas, dando á entender con el silencio y la quietud, que no les eran desagradables los tratados que ocasionaban aquel género de tregua.

Pero al mismo tiempo se hizo reparo en los esfuerzos con que procuraban esconder la necesidad que padecian, y ostentar que no deseaban la paz con falta de valor. Poníanse á comer en público sobre los terrados, y arrojaban tortillas de maiz al pueblo para que se creyese que les sobraba el bastimento; y salian de cuando en cuando algunos capitanes á pedir batalla singular con el mas valiente de los españoles; pero duraban poco en la instancia, y se volvian á recoger, tan ufanos del atrevimiento como pudieran de la victoria.

Uno de estos se acercó al parage donde se hallaba Hernan Cortés, que parecia hombre de cuenta en los adornos de su desnudez, y eran sus armas espada y rodela, de las que perdieron los españoles sacrificados. Insistia con grande arrogancia en su desafío; y cansado Hernan Cortés de sufrir sus voces y sus ademanes, le hizo decir por su intérprete : « que trujese otros diez como él, y permitiria que

pasase á batallar con todos juntos aquel español,» señalando á su page de rodela. Conoció el indio su desprecio; pero sin darse por entendido, volvió á la porfia con mayor insolencia; y el page, que se llamaba Juan Nuñez de Mercado, y seria de hasta diez y seis ó diez y siete años, persuadido á que le tocaba el duelo como señalado para él, se apartó del concurso disimuladamente, lo que hubo menester para lograr su hazaña sin que le detuviesen; y pasando como pudo el foso, cerró con el mejicano, que ya le aguardaba prevenido; pero recibiendo en la rodela su primer golpe, le dió al mismo tiempo una estocada con tan briosa resolucion, que sin necesitar de segunda herida, cayó muerto á sus pies: accion que tuvo grande aplauso entre los españoles, y mereció á los enemigos igual admiracion. Volvió luego á los pies de su amo con la espada y la rodela del vencido; y él, que se pagó enteramente de su temprano valor, le abrazó repetidas veces, y ciñéndole de su mano la espada que ganó por sus puños, le dejó confirmado en la opinion de valiente, y admitido á las veras de otra edad en las conversaciones del ejército.

En los tres o cuatro dias que duró esta suspension de armas, hube frecuentes conferencias entre los mejicanos sobre la proposicion de la paz. La mayor parte de los votos queria que se admitiesen los

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tratados, conociendo el estado miserable á que se hallaban reducidos; y algunos clamaban por la continuacion de la guerra, fundado interiormente su parecer en el semblante de su rey; pero aquellos sacerdotes inmundos que votaban, mandando como intérpretes de sus dioses, fortalecieron el bando menor, mezclando las ofertas de la victoria con misteriosas amenazas, dichas á manera de oráculos por cuyo medio encendieron los ánimos haciéndolos partícipes de su furor: con que votaron todos á una voz que se volviese á las armas; y Guatimozin lo resolvió en la misma conformidad, calificando su obstinacion con la obediencia de los dioses. Pero mandó al mismo tiempo, que antes de romper la tregua saliesen todas las piraguas y canoas á una ensenada que hacia la laguna por aquella parte de la ciudad, para tener prevenida la retirada caso que se llegasen á ver en el último aprieto.

Ejecutóse luego esta órden, y fueron saliendo á la ensenada innumerables embarcaciones, sin otra gente que la necesaria para los remos de cuya novedad avisaron á Hernan Cortés los españoles de la laguna, y él conoció luego que hacian aquella prevencion los mejicanos para escapar con la persona de su rey, dejando pendiente la guerra, y litigiosa la posesion de la ciudad. Nombró con este cuidado por general de todos los bergantines á Gonzalo de Sandoval, para que sitiase á lo largo la ensenada, tomando por su cuenta los accidentes de aquella surtida; y poco despues movió su ejército con ánimo de acercarse á las fortificaciones, y adelantar la resolucion de la paz con las amenazas de la guerra. Pero los enemigos tenian ya la órden para defenderse; y antes que llegase la vanguardia, publicaron sus gritos el rompimiento del tratado. Dispusiéronse al combate con grande osadía, y á breve rato se conoció que iba desmayando su orgullo, porque al esperimentar el destrozo que hicieron las primeras baterías en aquella frágil muralla que tenian por impenetrable, se desengañaron de su peligro; y segun parece avisaron de él á Guatimozin, porque tardaron poco en hacer llamada con lienzos blancos, repitiendo á voces el nombre de la paz.

Dióseles á entender por los intérpretes que podrian acercarse los que tuviesen que proponer de parte de su príncipe; y con esta permision se presentaron á la otra parte del foso cuatro mejicanos en trage de ministros, los cuales, hechas con afectada gravedad las humillaciones de su costumbre, dijeron á Cortés : « que la magestad » suprema del poderoso Guatimozin, su señor, los habia nombrado » por tratadores de la paz, y los enviaba para que, oyendo al ca»pitan de los españoles, volviesen á informarle de lo que se debia capitular en ella. » Respondió Hernan Cortés : « que la paz era » el único fin de sus armas; y aunque pudieran ellas dar entonces » la ley á los que tardaban tanto en conocer la razon, venia desde luego en abrir la plática para que se volviese al tratado; pero » que materias de semejante calidad se ajustaban dificultosamente

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» por terceras personas; y así era necesario que su príncipe se dejase ver, ó por lo menos se acercase con sus ministros y consejeros, por si hubiese alguna dificultad que necesitase de consulta; puesto que se hallaba con ánimo de venir en cuantos partidos no fuesen repugnantes á la superior autoridad de su rey á cuyo fin » le ofrecia con empeño de su palabra, » y añadió la fuerza del juramento: « que por su parte no solo cesaria la guerra, pero se procurarian lograr en su obsequio todas las atenciones que mirasen á la seguridad y al respeto de su persona. »

Retiráronse con este mensage los enviados, satisfechos al parecer de su despacho, y volvieron aquella misma tarde á decir: « que su príncipe vendria el dia siguiente con sus criados y ministros á escuchar desde mas cerca los capítulos de la paz. » Era su intento entretener la conferencia con varios pretestos hasta que se acabasen de juntar sus embarcaciones para ejecutar la retirada que ya tenian resuelta y así volvieron á la hora señalada los mismos enviados, suponiendo que no podia venir Guatimozin hasta otro dia por un accidente que le habia sobrevenido : alargóse despues el plazo con pretesto de ajustar algunas condiciones en órden al sitio y á la formalidad de las vistas; y últimamente se pasaron cuatro dias en estas interlocuciones, y se conoció mas tarde que debiera el engaño. Pero Hernan Cortés creyó que deseaban la paz, gobernándose por el estado en que se hallaban, tanto que tuvo hechas algunas prevenciones de aparato y ostentacion para el recibimiento de Guatimozin; y cuando supo lo que pasaba en la laguna, quedó avergonzado interiormente de haber mantenido su buena fé sobre tantas dilaciones, y prorumpió en amenazas contra el enemigo, sirviéndose de la cólera para ocultar su desaire; y hallando, al parecer, alguna diferencia entre las dos confesiones de ofendido y engañado.

CAPITULO XXV.

Intentan los mejicanos retirarse por la laguna: pelean sus canoas con los bergantines para facilitar el escape de Guatimozin ; y finalmente se consigue su prision y se rinde la ciudad.

Llegó el dia que señaló Hernan Cortés por último plazo á los ministros de Guatimozin, y al amanecer reconoció Gonzalo de Sandoval que se iban embarcando con grande aceleracion los mejicanos en las canoas de la ensenada. Puso luego esta novedad en la noticia de Cortés; y juntando los bergantines que tenia distribuidos en diferentes puestos, se fue acercando poco á poco para dar alcance á su artillería. Moviéronse al mismo tiempo las canoas enemigas en que venian los nobles y casi todos los cabos principales de la plaza; porque traian discurrido hacer un esfuerzo grande contra

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