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jico, le habian muerto, cuando llegó Hernan Cortés, ocho españoles pérdida en que se mezcló el sentimiento con los aplausos de su valor.

Consideró Hernan Cortés que no le salia bien la cuenta de sus disposiciones, porque se iba reduciendo el sitio de Méjico á este género de acometimientos y retiradas: guerra en que se gastaban los dias, y se aventuraba la gente sin ganancia que pasase de hostilidad, ni mereciese nombre de progreso: el camino de las calzadas tenia suma dificultad con aquellos fosos y reparos que volvian los mejicanos á fortificar todos los dias, y con aquella persecucion de las canoas, cuyo número escesivo cargaba siempre á la parte que desabrigaban los bergantines; y uno y otro perdia nuevos medios que facilitasen la empresa (1).

(1) Si fuese lícito á los escritores del siglo XIX juzgar de la táctica empleada por Cortés en el sitio de la ciudad de Méjico; si no fuese tan aventurado el calcular los movimientos del ejército sitiador sin tener á la vista un plano muy circunstanciado de la topografía de aquella capital en su estado antiguo, sus medios de defensa y sus puntos de ataque, aun nos atreveríamos á hacer algunas observaciones sobre la inutilidad, á nuestro modo de ver, de las primeras tentativas, y de las repetidas y numerosas pérdidas que sufrieron los españoles por el sistema que desde luego adoptó su gefe para combatir la ciudad. Reducida toda su teoría á entrar por una de las calzadas hasta penetrar en la ciudad; precisados los conquistadores á ganar todas las cortaduras de la calzada y de las calles, defendidas por parapetos á cuyo amparo peleaban con doble tenacidad los mejicanos; precisados igualmente á retirarse á su cuartel general para ganar de nuevo al dia siguiente los mismos puntos que habian abandonado el anterior; y ofreciendo cada calle multitud de fortalezas naturales formadas por las azoteas de las casas, las torres de los ídolos, y los grandes canales formados por las aguas de las lagunas, cuyas cortaduras estaban defendidas por parapetos; imposible era en verdad consiguiesen por semejante medio la rendicion de una capital que contaba con sobrado número de combatientes para no economizar sus pérdidas y sostener esos combates diarios en los cuales tenian de su parte las ventajas del terreno. El corto número de españoles que llevaba Cortés debió darle á conocer la necesidad de economizar repetidos encuentros que necesariamente habian de ocasionarle disminucion sensible de sus fuerzas materiales. Por consiguiente estaba indicado el sistema de bloqueo, que era el mas seguro pero tambien el menos acomodado á la impaciencia de Cortés y de sus capitanes, acostumbrados en aquella guerra á arrollarlo todo á fuerza de armas. Sin embargo debió adoptarle; y la poblacion se hubiera rendido forzosamente antes de los tres meses que próximamente duró el sitio; porque cuanto menor hubiese sido la pérdida de los mejicanos en muertos, heridos y prisioneros, mas pronto hubieran consumido los víveres de que se proveyeron para la defensa. Contenia Méjico una guarnicion que algunos de nuestros historiadores hacensubir á 200,000 hombres, número escesivo en verdad. Situado en medio de dos inmensas lagunas, solamente se comunicaba con tierra firme por medio de unas espaciosas calzadas y de las canoas. Ahora bien, la primera diligencia de Cortés debió ser, antes de poner sitio en regla, concluir la obra que comenzó á su llegada; esto es Sojuzgar como luego lo hizo, todas las ciudades situadas en las calzadas y en las márgenes de las lagunas, estos preliminares le aseguraban la imposibilidad de que los indios condujesen de modo alguno bastimentos á la plaza. Los bergantines ausiliados por el crecido número de canoas amigas que Cortés llegó á reunir, y al abrigo de los parapetos ó albarradas de los puntos militares de la ribera, suficiente amparo contra las armas de los mejicanos, hubieran hecho inú. tiles las numerosas canoas de que estos podian disponer; y por consiguiente era físicamente imposible que la plaza recibiera el menor ausilio por su medio. Por otra

Mandó entonces que cesasen las entradas hasta otra órden, y puso la mira en prevenirse de canoas que le asegurasen el dominio de la laguna; para cuyo efecto envió personas de satisfaccion á conducir las que hubiese de reserva en las poblaciones amigas, con las

parte los numerosos combatientes encerrados dentro de Méjico, carecian de terreno en donde desplegar su fuerza, pues solo tenian el de las calzadas: y dado caso que obligados de la necesidad hubiesen intentado una salida por las tres principales, en habiendo cortado estas y habiéndolas enfilado con los pedreros puestos en batería bastaban estas pequeñas piezas y los mosquetes para barrer á mansalva columnas enteras, cuyo frente no podia esceder de doce á catorce hombres; sin contar para ese caso con el daño que podian hacer los bergantines en aquellas cuando se hallasen encajonadas en terreno tan angosto. Esto es respecto del sitio de Méjico.

Si fijamos la atencion en su anterior entrada en la misma ciudad, no puede menos de sorprendernos el temerario empeño de encerrarse dentro de una poblacion tan numerosa y guerrera con un puñado de españoles, cuyo valor si bien heróico, era impotente contra la asombrosa fuerza material que podia cargar sobre ellos. Diráse á esto que entró de esa manera por la confianza y seguridad manifestadas por Motezuma y los mayores caciques de las inmediaciones de Méjico; pero si aquí puede tener alguna disculpa, á su regreso despues de la rota de Narbaez, y cuando ya los mejicanos habian comenzado las hostilidades contra Pedro de Alvarado, no tiene ninguna plausible : Cortés incurrió á nuestro modo de ver, en errores militares de gran cuantía que dieron por resultado los lastimosos sucesos de la siempre memorable noche triste. No formaremos como él sentimento alguno por haber dejado de visitar á Motezuma apenas llegó en socorro de Alvarado. En nuestro sentir aquel príncipe abdicó, aun para sus mismos súbditos, desde el momento en que se entregó á discrecion de los españoles; y si aquellos lo entendieron así, se deja conocer por el desenlace de tan terrible drama y la muerte que de su mano recibió el desgraciado Motezuma. Este, pues, desde que se levantó el estandarte de la sublevacion, era para Cortés una carga inútil, un amigo de cuya amistad ninguna ventaja podia prometerse ; y si ya las circunstancias colocaban á Cortés en el caso de no guardar miramientos con un pueblo levantado en masa contra los españoles, menos debia guardarlos con un príncipe que, ó habia perdido el prestigio necesario para hacerse obedecer de sus súbditos y atajar la sublevacion en su orígen, ó la alimentaba secretamente con la esperanza de recobrar su libertad é inmolar á sus opresores. Cualquiera de los estremos de esta disyuntiva entraba en la jurisdiccion de la prudencia militar; y cualquiera de ellos pudo hacer palpable á Cortés la necesidad de aumentar sus fuerzas y precaverse contra los reveses de la guerra. Por consiguiente en nuestra opinion cometió el error militar de no haber llevado en su auxilio buena parte de las fuerzas de Zempoala y Tlascala, dejando en esta un presidio de españoles que con las restantes fuerzas de la república reprimiese las incursiones de los enemigos fronterizos: fue tambien otro error no dejar igual presidio de españoles y aliados en Tácuba para guarecer la calzada que vá por ese punto, y facilitar la retirada en caso necesario; y fue otro error mas grave disponer tan solo la construccion de un puente de campaña, para salvar tres cortaduras de la calzada en el caso de que los mejicanos rompiesen ó arrancasen como debian hacerlo los puentes levadizos que estas tenian. Lo único que aconsejaba la política prudente era que no entrasen en la plaza los aliados por no provocar el odio de los mejicanos; pero debieron quedar aquellos situados convenientemente para proteger la retirada.

Repetimos de nuevo la desconfianza con que hacemos estas observaciones, sin datos seguros en que apoyarnos, y con relacion á un guerrero que tan justos títulos tiene á la gloria que rodea su nombre. Pero si le admiramos como tal en el campo de batalla, en el sitio de Méjico solo nos es permitido considerarle como hombre de valor y serenidad incomparables.

cuales, y con las que vinieron de Tezcuco y Chalco, se juntó un grueso que puso en nuevo cuidado al enemigo. Dividiólas en tres cuerpos; y formando su guarnicion de aquellos indios que sabian manejarlas, nombró capitanes de su nacion que las gobernasen por escuadras; y con este refuerzo, repartido entre los bergantines, envió cuatro á Gonzalo de Sandoval, cuatro á Pedro de Alvarado, y él pasó con los cinco restantes á incorporarse con el maestre de campo Cristóbal de Olid.

Repitiéronse desde aquel dia las entradas con mayor facilidad, porque faltaron totalmente las ofensas que mas embarazaban ; Ꭹ Hernan Cortés ordenó al mismo tiempo, que los bergantines y canoas rondasen la laguna y corriesen el distrito de las tres calzadas para impedir los socorros de la ciudad; por cuyo medio se hicieron repetidas presas de las embarcaciones que intentaban pasar con bastimentos y barriles de agua, y se tuvo noticia del aprieto en que se hallaban los sitiados. Cristóbal de Olid llegó algunas veces á poner en ruina los burgos ó primeras casas de la ciudad: Pedro de Alvarado y Gonzalo de Sandoval hacian el mismo daño en sus ataques; con lo cual, y con los buenos sucesos de aquellos dias, mudaron de semblante las cosas. Concibió el ejército nuevas esperanzas, y hasta los soldados menores facilitaban la empresa. entrando en las ocasiones con aquel género de alegre solicitud semejante al valor, que suele hacer atrevidos á los que llevan la victoria en la imaginacion, porque tuvieron la suerte de hallarse alguna vez entre los vencedores.

CAPITULO XXII.

Sirvense de varios ardides los mejicanos para su defensa: emboscan sus canoas contra los bergantines; y Hernan Cortés padece una rota de consideracion, volviendo cargado á Cuyoacan.

Fue notable y en algunas circunstancias digna de admiracion, la diligencia con que defendieron su ciudad los mejicanos. Obraba como natural en ellos el valor, criados en la malicia, y sin otro camino de ascender á las mayores dignidades; pero en esta ocasion pasaron de valientes á discursivos, porque necesitaron de inventar novedades contra un género de invasion, cuya gente, cuyas armas y cuyas disposiciones eran fuera del uso en aquella tierra, y lograron algunos golpes, en que se acreditó su ingenio de mas que ordinariamente advertido. Queda referida la industria con que hallaron camino de fortificar sus calzadas, y no fue menor la que practicaron despues, enviando por diferentes rodeos canoas de gastadores á limpiar los fosos que iban cegando los españoles, para cargarlos al tiempo de la retirada con todas sus fuerzas : ardid que ocasionó algunas pérdidas en las primeras entradas. Dieron con el tiempo en

otro arbitrio mas reparable, porque supieron obrar contra su costumbre cuando lo pedia la ocasion; y hacian de noche algunas salidas, solo á fin de inquietar los cuarteles, fatigando á sus enemigos con la falta del sueño, para esperarlos despues con tropas de refresco.

Pero en nada se conoció tanto su vigilancia y habilidad como en lo que discurrieron contra los bergantines, cuya fuerza desigual intentaron deshacer buscándolos desunidos; á cuyo efecto fabricaron treinta grandes embarcaciones de aquellas que llamaban piraguas; pero de mayores medidas, y empavesadas con gruesos tablones para recibir la carga, y pelear menos descubiertos. Con este género de armada salieron de noche á ocupar unos carrizales ó bosques de cañas palustres, que producia por algunas partes la laguna tan densas y elevadas, que venian á formar diferentes malezas, impenetrables á la vista. Era su intencion provocar á los bergantines que salian de dos en dos á impedir los socorros de la ciudad; y para llamarlos al bosque, llevaron prevenidas tres ó cuatro canoas de bastimentos que sirviesen de cebo á la emboscada, y bastante número de gruesas estacas, las cuales fijaron debajo del agua, para que chocando en ellas los bergantines, se hiciesen pedazos, ó fuesen mas fáciles de vencer : prevenciones y cautelas, de que se conoce que sabian discurrir en su defensa, y en la ofensa de sus enemigos tocando en las sutilezas que hicieron ingenioso al hombre contra el hombre; y son como enseñanzas del arte militar, ό sinrazones de que se compone la razon de la guerra.

Salieron el dia siguiente á correr aquel parage dos bergantines de los cuatro que asistian á Gonzalo de Sandoval en su cuartel, á cargo de los capitanes Pedro de Barba y Juan Portillo; y apenas los descubrió el enemigo, cuando echó por otra parte sus canoas para que dejándose ver á lo largo fingiesen la fuga y se retirasen al bosque; lo cual ejecutaron tan á tiempo, que los dos bergantines se arrojaron á la presa con todo el ímpetu de los remos; y á breve rato dieron en el lazo de la estacada oculta, quedando totalmente impedidos y en estado que ni podian retroceder ni pasar adelante.

Salieron al mismo tiempo las piraguas enemigas, y los cargaron por todas partes con desesperada resolucion. Llegaron á verse los españoles en contingencia de perderse; pero llamando al corazon los últimos esfuerzos de su espíritu, mantuvieron el combate para divertir al enemigo, entretanto que algunos nadadores saltaron al agua, y á fuerza de brazos y de instrumentos rompieron ó apartaron aquellos estorbos, en que zabordaban los buques, cuya diligencia bastó para que pudiesen tomar la vuelta y jugar su artillería, dando al través con la mayor parte de las piraguas, y siguiendo las balas el alcance de las que procuraban escapar. Quedó con bastante castigo el estratagema de los mejicanos; pero salieron de la ocasion maltratados los bergantines, heridos y fatigados los españoles. Murió peleando el capitan Juan Portillo, á cuyo valor y acti

vidad se debió la mayor parte del suceso; y el capitan Pedro de Barba salió con algunas heridas penetrantes, de que murió tambien dentro de tres dias pérdidas ambas que sintió Hernan Cortés con notables demostraciones, y particularmente la de Pedro de Barba, porque le faltó en él un amigo igualmente seguro en todas fortunas y un soldado valeroso sin achaques de valiente, y cuerdo sin tibiezas de reportado.

Tardó poco en venirse á las manos la venganza de este suceso, porque los mejicanos volvieron á reparar sus piraguas, y con nuevas embarcaciones de iguales medidas se ocultaron otra vez en el mismo bosque, fortificándole con nueva estacada, y creyendo menos advertidamente lograr segundo golpe sin dar otro color al engaño. Llegó dichosamente á noticia de Hernan Cortés este movimiento del enemigo, y procurando adelantar cuanto pudo la satisfaccion de su pérdida, ordenó que fuesen de noche á la deshilada seis bergantines á emboscarse dentro de otro cañaveral, que se descubria no muy distante de la celada enemiga, y que usando de su misma estratagema saliese al amanecer uno de ellos, dando á entender con diferentes puntas que buscaba las canoas de la provision, y acercándose despues á las piraguas ocultas, lo que fuese necesario para fingir que las habia descubierto, y para tomar entonces la vuelta, llamándolas con fuga diligente hácia el parage de la contra emboscada prevenida. Sucedió todo como se habia dispuesto: salieron los mejicanos con sus piraguas á seguir el alcance del bergantin fugitivo, abalanzándose á la presa, que ya daban por suya, con grandes alaridos y mayor velocidad, hasta que llegando á distancia conveniente, les salieron al encuentro los otros bergantines, recibiéndolos antes que se pudiesen detener con la artillería, cuyo rigor se llevó de la primera carga buena parte de las piraguas, dejando á las demas en estado, que ni el temor encontraba con la fuga; ni la turbacion las apartaba del peligro. Perecieron casi todas á la reputacion de los tiros, y murió la mayor parte de la gente que las defendia; con que no solo se vengó la muerte de Pedro de Barba y Juan Portillo, pero se rompió enteramente su armada, quedando Hernan Cortés no sin conocimiento de que aprendió de los mejicanos el ardid ó la invencion de hacer emboscadas en el agua; pero con particular satisfaccion de haber sabido imitarlos para deshacerlos.

Llegaban por entonces frecuentes avisos de lo que pasaba en la ciudad, por ser muchos los prisioneros que venian de las entradas; y sabiendo Hernan Cortés que se hacian ya sentir entre los sitiados la hambre y la sed, ocasionando rumores en el pueblo, y varias opiniones entre los soldados, puso mayor diligencia en cerrar el paso á las vituallas; y para dar nueva razon á sus armas, envió dos ó tres nobles de los mismos prisioneros á Guatimozin : « convidándole con la paz, y ofreciéndole partidos ventajosos, en ór» den á dejarle con el reino, y en toda su grandeza, quedando

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