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nazas desde aquel puesto, donde á su parecer estaban seguros de los bergantines. No tuvo por conveniente dejar consentido este atrevimiento á vista de la ciudad, cuyos miradores y terrados estaban cubiertos de gente, observando las primeras operaciones de la armada; y hallando en el mismo sentir á sus capitanes, se acercó á los surgideros de la isla, y saltó en tierra con ciento y cincuenta españoles, repartidos por dos ó tres sendas que guiaban á la cumbre, y subieron peleando, no sin alguna dificultad, porque los enemigos eran muchos y se defendian valerosamente, hasta que perdida la esperanza de mantener la eminencia, se retiraron al castillo, donde no podian mover las armas de apretados, y perecieron muchos, aunque fueron mas los que se perdonaron por no ensangrentar la espada en los rendidos, cuando se despreciaba como embarazosa la carga de los prisioneros.

Logrado en esta breve interpresa el castigo de aquellos mejicanos, volvieron los españoles á cobrar sus bergantines, y cuando se disponian para tomar el rumbo de Iztacpalapa, fue preciso discurrir en nuevo accidente, porque se dejaron ver á la parte de Méjico algunas canoas que iban saliendo á la laguna, cuyo número crecia por instantes. Serian hasta quinientas las que se adelantaron á boga lenta para que saliesen las demas; y á breve rato fueron tantas las que arrojó de sí la ciudad, y las que se juntaron de las poblaciones vecinas, que haciendo la cuenta por el espacio que ocupaban, se juzgó que pasarian de cuatro mil; cuya multitud con lo que abultaban los penachos y las armas, formaba un cuerpo hermosamente formidable, que al juicio de los ojos venia como anegando la laguna.

Dispuso Hernan Cortés sus bergantines, formando una espaciosa media luna para dilatar la frente y pelear con desahogo. Iba fiado en el valor de los suyos, y en la superioridad de las mismas embarcaciones, bastando cada una de ellas á entenderse con mucha parte de la flota enemiga. Movióse con esta seguridad la vuelta de los mejicanos para darles á entender que admitia la batalla; y despues hizo alto para entrar en ella con toda la respiracion de sus remeros, porque la calma de aquel dia dejaba todo el movimiento en la fuerza de sus brazos. Detúvose tambien el enemigo, y pudo ser que con el mismo cuidado. Pero aquella inefable providencia, que no se descuidaba en declararse por los españoles, dispuso entonces que se levantase de la tierra un viento favorable, que hiriendo por la popa en los bergantines, les dió todo el impulso de que necesitaban para dejarse caer sobre las embarcaciones mejicanas. Dieron principio al ataque las piezas de artillería, disparadas á conveniente distancia, y cerraron despues los bergantines á vela y remo, llevándose tras sí cuanto se les puso delante. Peleaban los arcabuces y ballestas sin perder tiro : peleaba tambien el viento, dándoles con el humo en los ojos, y obligándolos á proejar para defenderse; y peleaban hasta los mismos bergantines, cuyas proas hacian pedazos

á los buques menores, sirviéndose de su flaqueza para echarlos á pique sin recelar el choque. Hicieron alguna resistencia los nobles que ocupaban las quinientas embarcaciones de la vanguardia: lo demas fue todo confusion y zozobrar las unas al impulso de las otras. Perdieron los enemigos la mayor parte de su gente quedó rota y deshecha su armada, cuyas reliquias miserables siguieron los bergantines hasta encerrarlas á balazos en las acequias de la ciudad.

Fue de grande consecuencia esta victoria, por lo que influyó en las ocasiones siguientes el crédito de incontrastables que adquirieron este dia los bergantines, y por lo que desanimó á los mejicanos el hallarse ya sin aquella parte de sus fuerzas, que consistia en la destreza y agilidad de sus canoas, no por las que perdieron entonces, número limitado, respecto de las que tenian de reserva, sino porque se desengañaron de que no eran de servicio, ni podian resistir á tan poderosa oposicion. Quedó por los españoles el dominio de la laguna, y Hernan Cortés tomó la vuelta cerca de la ciudad, despidiendo algunas balas, mas á la pompa del suceso que al daño de los enemigos. Y no le pesó de ver la multitud de mejicanos que coronaban sus torres y azoteas á la esperacion de la batalla, tan gustoso de haberles dado en los ojos con su pérdida, que aunque á la verdad eran muchos para enemigos, le parecieron pocos para testigos de su hazaña: complacencias de vencedores que suelen comprender á los mas advertidos, como adornos de la victoria, ό como accidentes de la felicidad.

CAPITULO XXI.

Pasa Hernan Cortés á reconocer los trozos de su ejército en las tres calzadas de Cuyoacan, Iztacpalapa y Tácuba, y en todas fue necesario el socorro de los bergantines; deja cuatro á Gonzalo de Sandoval, cuatro á Pedro de Alvarado, y él se recoge á Cuyoacan con los cinco restantes.

Eligió parage cerca de Tezcuco donde pasar la noche y atender al descanso de la gente con alguna seguridad; pero al amanecer, cuando se disponian los bergantines para tomar el rumbo de Iztacpalapa, se descubrió un grueso considerable de canoas que navegaban aceleradamente la vuelta de Cuyoacan, con que pareció conveniente ir primero con el socorro á la parte amenazada. No fue posible dar alcance á la flota enemiga, pero se llegó poco despues, y á tiempo que se hallaba Cristóbal de Olid empeñado en la calzada, y reducido á pelear por la frente con los enemigos que la defendian, y por los costados con las canoas que llegaron de refresco, en términos de retirarse, perdiendo la tierra que se habia ganado.

Enseñó la necesidad á los mejicanos cuanto pudiera el arte de la guerra para defender el paso de las calzadas. Tenian levantados há

cia la parte de la ciudad los puentes de aquellos ojos ó cortaduras donde perdian su fuerza las avenidas ó crecientes de la laguna, y aplicando algunas vigas y tablones por la espalda para subir en hileras sucesivas á dar la carga por lo alto, dejaban á trechos formadas unas trincheras con foso de agua, que impedian y dificultaban los avances. Este género de fortificacion habian hecho en las tres calzadas por donde amenazó la invasion de los españoles, y en todas se discurrió casi lo mismo para vencer esta dificuldad. Peleaban los arcabuces y ballestas contra los que se descubrian por lo alto de la trinchera, entretanto que pasaban de mano en mano las faginas para cegar el foso; y despues se acercaba una pieza de artillería, que á pocos golpes desembarazaba el paso, barriendo el trozo siguiente de la calzada con los mismos fragmentos de su fortificacion.

Tenia ganado Cristóbal de Olid el primer foso cuando llegaron las canoas enemigas; pero al descubrir los bergantines, huyeron á toda fuerza de remos las de aquella banda, peligrando solamente las que pudo encontrar el alcance de la artillería; y porque no dejaban de pelear las que á su parecer estaban seguras de la otra parte, mandó Hernan Cortés ensanchar el foso de la retaguardia para dar paso á tres ó cuatro bergantines, de cuya primera vista resultó la fuga total de las canoas ; y los enemigos que defendian la puente inmediata, viéndose descubiertos á las baterías de agua y tierra, se recogieron desordenadamente al último reparo vecino á la ciudad.

Descansó la gente aquella noche, sin desamparar el avance de la calzada; y al amanecer se prosiguió la marcha con poca ó ninguna oposicion, hasta que llegando á la última puente que desembocaba en la ciudad, se halló fortificada con mayores reparos, y atrincheradas las calles que se descubrian, con tanto número de gente á su defensa, que llegó á parecer aventurada la faccion; pero se conoció la dificuldad despues del empeño, y no era conveniente retroceder sin algun escarmiento de los enemigos. Jugaron su artillería los bergantines, haciendo miserable destrozo en las bocas de las calles, entretanto que trabajaba Cristóbal de Olid en cegar el foso y romper las fortificaciones de la calzada. Lo cual ejecutado, se arrojó á los enemigos que las defendian, haciendo lugar con su vanguardia para que saliesen á tierra las naciones de su cargo. Acercáronse al mismo tiempo las tropas de la ciudad al socorro de los suyos, y fue valerosa por todas partes su resistencia; pero á breve rato perdieron alguna tierra, y Hernan Cortés, que no pudo sufrir aquella lentitud con que se retiraban, saltó en la ribera con treinta españoles, y dió tanto calor al avance, que tardaron poco los enemigos en volver las espaldas, y se ganó la calle principal de Méjico, huyendo por aquella parte hasta la gente que ocupaba los terrados.

Tropezóse luego con otra dificultad, porque los mejicanos que iban huyendo habian ocupado un adoratorio, poco distante de la entrada, en cuyas torres, gradas y cerca esterior se descubria tanto número de gente, que parecia un monte de armas y plumas todo el

edificio. Desafiaban á los españoles con la voz tan entera como si acabaran de vencer y Hernan Cortés, no sin alguna indignacion de ver en ellos el orgullo tan cerca de la cobardía, mandó traer de los bergantines tres ó cuatro piezas de artillería, cuyo primer estrago les dió á conocer su peligro, y brevemente fue necesario bajar la puntería contra los que iban huyendo á lo interior de la ciudad. Quedó sin enemigos todo aquel parage, porque los que peleaban desde las azoteas y ventanas, se movieron al paso que los demas; con que avanzó el ejército, y se ganó el adoratorio sin contradiccion.

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Fue grande la pérdida de gente que hicieron este dia los mejicanos. Entregáronse al fuego los ídolos, cuyos horribles simulacros sirvieron de luminarias al suceso. Y Hernan Cortés quedó satisfecho de haber puesto los pies dentro de la ciudad. Y hallando el adoratorio capaz de mas que ordinaria defensa, no solo determinó alojar su ejército en él aquella noche, pero tuvo sus impulsos de mantener aquel puesto para estrechar el sitio, y tener adelantado el cuartel de Cuyoacan: pensamiento que participó á sus capitanes, con los motivos que le dictaba entonces la primera inclinacion de su discurso; pero todos á una voz le representaron : « que no sabiendo » el estado en que tenian sus entradas Gonzalo de Sandoval y Pe» dro de Alvarado, seria temeridad esponerse á perder el paso de » la calzada, y con él la esperanza de los víveres y municiones, de » que necesitaban para conservarse. Que su conduccion no se debia >> fiar de los bergantines, porque no cabiendo en las acequias de aquel parage, necesitaron de hacer su desembarco con bastante dis>> tancia para que no fuese posible recibirlos ni trasportarlos, sin disponerse á una batalla para cada socorro. Que los trozos del ejército debian caminar á un mismo paso en sus ataques para di» vidir las fuerzas del enemigo, y darse la mano hasta en el tiempo » de acuartelarse dentro de la ciudad. Y finalmente, que las dispo>>siciones resueltas, con parecer de todos los cabos, sobre la forma de gobernar el sitio de Méjico, no se debian alterar, sin madura consideracion, ni entrar en aquel empeño voluntario, sin mas causa que dar sobrado crédito á la victoria de aquel dia ; no siendo » totalmente seguras las consecuencias de los buenos sucesos, que » á manera de lisonjas solian muchas veces engañar la cordura, de» leitando la imaginacion. » Conoció Hernan Cortés que le aconsejaban lo mas conveniente, por ser una de sus mejores prendas la facilidad con que solia desenamorarse de sus dictámenes para enamorarse de la razon, y se retiró la mañana siguiente á Cuyoacan, llevando á sus dos lados la escolta de los bergantines; con que no se atrevieron los enemigos á inquietar la marcha.

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Pasó el mismo dia á Iztacpalapa, donde halló á Gonzalo de Sandoval en términos de perderse. Habia ocupado los edificios de la tierra y alojado su ejército, poniéndose lo mejor que pudo en defensa ; pero los enemigos, que se recogieron á la parte del agua, procura

ban ofenderle desde sus canoas. Hizo considerable daño en las que se acercaban : arruinó algunas casas: rompió dos ó tres socorros de Méjico, que intentaron atacarle por tierra; y aquel dia porque los enemigos habian desamparado una casa grande, que distaba poco de la tierra, se resolvió á ocuparla para mejorarse, y desviar las ofensas de su cuartel. Facilitó el paso con algunas faginas arrojadas al agua, y entró á ejecutarlo con parte de su gente; pero apenas lo consiguió, cuando avanzaron las canoas que tenian puestas en celada, llevando consigo tropas de nadadores que deshiciesen el camino de la retirada, por cuyo medio consiguieron el sitiarle por todas partes, ofendiéndole al mismo tiempo desde los terrados y ventanas de las casas vecinas.

En este conflicto se hallaba cuando llegó Hernan Cortés, y descubriendo aquella multidud de canoas en las calles de agua, que miraban á la parte de Méjico, dió calor á la boga, y empezó á jugar su artillería con tanto efecto, que así por el daño que hicieron las balas, como por el miedo que tenian á los bergantines, huyeron todas á un tiempo, con ansia de salir á la laguna por las calles mas retiradas, y con tanto desórden, que cargando en ellas la gente de los terrados, se fueron muchas á pique, y las demas vinieron á caer en el lazo de los bergantines, buscando con la fuga el peligro que procuraban evitar. Hicieron este dia los mejicanos una pérdida que pudo suponer algo en el menoscabo de sus fuerzas ; Ꭹ reconociéndose despues aquella parte de la ciudad que tenian ocupada, se hallaron algunos prisioneros y bastante despojo, no tanto para la riqueza, como para la recreacion de los soldados. Conoció Hernan Cortés, á vista de las dificultades que habia esperimentado Gonzalo de Sandoval en Iztacpalapa, que no era posible poner en operacion el trozo de su cargo, ni usar de la calzada, sin deshacer enteramente aquel abrigo de las canoas mejicanas, arruinando la media ciudad: detencion que seria dañosa para el estado que tenian las demas entradas, y determinó que se desamparase por entonces aquel puesto, y pasase Gonzalo de Sandoval con su gente á ocupar el de Tepeaquilla, donde habia otra calzada mas estrecha para los ataques; pero de mayor utilidad para impedir los socorros del enemigo, que segun los avisos antecedentes, introducia por aquel parage los víveres de que ya necesitaba. Ejecutóse luego esta resolucion, y marchó la gente por tierra, siguiendo la misma costa los bergantines, hasta que se ocupó el nuevo cuartel; y hecho el alojamiento con poco embarazo, porque se halló despoblado el lugar, navegó Hernan Cortés la vuelta de Tácuba.

Halló desamparada esta ciudad Pedro de Alvarado, con que tuvo menos que vencer para dar principio á sus entradas. Ejecutó algunas con varios sucesos, batiendo reparos y cegando fosos, de la misma forma que se gobernaba en las suyas Cristóbal de Olid; y aunque hizo muy considerable daño á los enemigos, y alguna vez se adelantó hasta poner fuego en las primeras casas de Mé

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