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por un puñado de españoles en remotos y desconocidos climas. Pero tambien tenian especial interés los estrangeros en atenuar cuanto fuera dable ese raudal de gloria, empañando su brillante resplandor no pocas veces funesto á su poder y ambicion. Ni han perdonado medio para conseguirlo, ya encareciendo como cruel y sanguinaria la conducta de los conquistadores; ya señalando como único móvil de su arrojo y valentía la sed del oro que se produce en aquellas vastas regiones, ya en fin censurando con sobrado rigor la historia de tan notables acontecimientos. Pero á los ojos de la sensatez y de la severa imparcialidad, tan exagerados se presentan los estraños vituperios como los aplausos propios; y tan disculpables los alhagos del amor nacional, como los celos que despierta la envidia en quien no puede ser participe de los aplausos.

Mas los estrangeros no podian juzgar de nuestras cosas de igual manera que nosotros mismos faltábales para ello el conocimiento de nuestro carácter, de nuestro modo de ver y de sentir con especialidad en el siglo á que tan celebrada conquista se refiere. Cuatro eran los elementos morales que á la sazon constituian nuestra sociedad española, á saber; orgullo nacional, ambicion de gloria, celo fervoroso por la propagacion de la fé, y deseo de aumentar el poder y el esplendor de sus príncipes. Si cupiere alguna duda en ello, examínese cuidadosamente la Historia de Bernal Diaz del Castillo, de ese veterano de la conquista, que si bien quejoso de su fortuna, no escribió capítulo ni página alguna de su obra en que no se descubran esos pensamientos dominantes de la época. Ya viejo, y no tan bien hallado como le correspondia por sus servicios, cébase su imaginacion sin embargo de eso, en la gran loa que alcanzaron los conquistadores; en el nuevo lustre que daban á su patria con sus relevantes hazañas; en los beneficios que debieron aquellos naturales al cristianismo; y en el poder que ostentaban ante la Europa entera los dos primeros príncipes de la dinastia austriaca, que por entonces ocuparon el sólio español.

El mismo espíritu, aunque ya debilitado, predominaba en el siglo de D. Antonio Solis; si bien este escritor mantenia tan vivo en su ánimo el entusiasmo que le inspiraban Cortés y su pequeño ejército; de tal manera llenaba su fantasía la grandeza de sus hazañas; que no pudo menos de trasladar á su historia, en muchos de sus pormenores, el ansia de ofrecer á la imaginacion de los demas, con la misma fuerza con que se presentaba en la suya, la idea sublime de aquella estraordinaria conquista. Los estrangeros, pues, que por una parte no estudiaron á fondo el carácter y tendencia particular de aquella sociedad española, y que por otra los impulsaba el espíritu de rivalidad á mirar con afectado desden los nuevos triunfos de una nacion temible entonces por su poder, juzgaron de la conquista y de sus historiadores, por las áridas leyes de la crítica que todo lo sujeta al rígido compás del arte, sin tener en cuenta el entusiasmo del corazon y el fuego de la fantasía con semejante medio lograron que en sus censuras apareciese rebajada la grandeza de los hechos, trivial y defectuosa su narracion histórica.

Por lo mismo que la de Solís era como el resúmen de los coronistas de Nueva España; por lo mismo que la fama literaria del autor daba mas autoridad á los hechos y mayor realce á su historia; se esforzaron en deprimirla, no solo por los defectos que en realidad contiene, sino hasta por los accidentes literarios con que aquel supo adornarla. Oigamos ha

blar de ella á Mr. Robertson, el mas tolerante de todos, y hallaremos, sin embargo, refundido en su juicio el de los demas críticos estrangeros. << No conozco ningun otro autor cuya gloria literaria sobrepuje en tanto » grado á su mérito positivo. Solís está considerado entre sus compa>>triotas como uno de los escritores mas puros de la lengua castellana : >> y si es permitido á un estrangero aventurar su opinion en materia de >> la que solamente los españoles deben ser jueces, me atreveré á decir » que tiene derecho para merecer ese título. Pero, aun cuando su len>> guage sea correcto, no por eso es clara su diccion. Demasiado cuidadas >> sus frases, participan á veces de cierta dureza y aun de hinchazon: >> las figuras de que se vale son comunes é impropias; y sus reflexiones » superficiales. Sin embargo, podríansele perdonar fácilmente esos de>>fectos, si por otra parte no careciese de todas las grandes cualidades >> necesarias á un historiador. Desprovisto de esa industriosa paciencia >> que conduce al conocimiento de lo verdadero, y de la imparcialidad >> que todo lo pesa con reflexiva atencion, solo ha tratado de establecer >> su sistema favorito haciendo de Cortés un héroe perfecto, sin tacha, » y dotado de todo género de virtudes; por cuyo motivo no ha fijado >> tanto su atencion en el descubrimiento de la verdad, como en referir >> cuanto contribuyese á embellecer su asunto. Todas sus discusiones >> críticas son capciosas y fundadas en hechos controvertibles : aun >> cuando alguna vez cita las cartas de Cortés (á Carlos I), parece >> como si no las hubiese consultado; y aunque critica frecuentemente á >> Gomara, no por eso deja de preferir su autoridad, la mas sospechosa » de todas, á la de otros historiadores contemporáneos. >>

Semejante censura, vertida por la pluma de un historiador de tan esclarecido mérito como Mr. Robertson, ha hecho enmudecer á los demas criticos, entre ellos los nuestros, y aun obligádoles á no discordar en lo mas minimo del dictámen de tan respetable escritor, atribuyendo á cortedad de su propia vista lo que no podian considerar enteramente ajustado al rigor de opinion tan terminante.

Sin embargo está muy lejos Solis de merecer esa amarga censura, y mucho mas de faltarle, como asegura Mr. Robertson, todas las grandes cualidades de historiador. No lo sentia asi el abate Andrés cuando al hablar de aquel se espresaba en estos términos : « Si hubiese aparecido al» gunos años antes, libre de las alusiones, similes, sutilezas y otros >> defectos del pasado siglo (el XVII), y se hubiera limitado á escribir la >> historia con la viveza y amenidad de las descripciones; con la claridad, » calor y rapidez de la narracion; con la verdad y espresiva exactitud de >> los caractéres; con la fluidez, elegancia y dulzura de estilo; y con todas >> las dotes que adornan su obra; poco hubiera dejado que desear en ma>> teria de perfeccion histórica. Si hoy á pesar de tantos defectos encanta » y arrebata su lectura sin que se la pueda soltar de la mano, ¿qué seria >> si limpia de aquellas no muy leves manchas, se hubiese presentado en >> toda su pureza y esplendor? »

Este crítico español, sin desconocer ni disculpar los defectos de la obra de Solis, se acercó mas que Mr. Robertson al verdadero juicio que de ella puede formarse y por cierto no le niega como este las grandes cualidades históricas; antes considerando que no todas se refunden en la de la exactitud sobre la cual versa el defecto mas notable de la Historia de la Conquista de Méjico, se estendió á enumerar las buenas prendas que el critico inglés no quiso reconocer en su autor, aunque lamentándose de que

los vicios introducidos en el gusto literario desde el último tercio del siglo XVI, y divulgados con mayor frenesi en el siguiente, hubiesen cubierto de bastantes lunares una obra tan recomendable.

Los juicios que de la misma hicieron separadamente el marqués de Mondejar y el erudito D. Nicolás Antonio que corren unidos asi á esta como á las demas ediciones hasta ahora conocidas, podrian tener algun valor si se fundasen en reglas de buena crítica, y no se descubriese la amistosa indulgencia de ambos con Solis, ataviada con las galas del panegirico. Por eso, y porque pueden ser consultados fácilmente de cuantos gusten leer esta historia, escusamos hacer mérito especial de algunas alabanzas que con sobrada justicia le tributaron aquellos estimables humanistas.

En nuestro modo de sentir, el grande y principal defecto de Solis consiste en haber tenido el obstinado empeño de dar á su obra el carácter de la epopeya: de este nacen todos los demas. Ocupada su mente con ese pensamiento alhagueño, desdeñó multitud de indagaciones minuciosas pero necesarias para darnos á conocer detalladamente las leyes civiles y militares, las costumbres y usos domésticos, el sistema moral, los fundamentos, dogmas y creencia religiosa de un pueblo que se ofrecia á la espectacion del antiguo continente como un estraordinario fenómeno que arrojaba de su seno la inmensidad del Oceano. Util y necesario habria sido tambien que Solis hubiese dado cuenta del verdadero estado de las artes industriales en aquellos paises describiendo en lo posible los medios mecánicos de que se valian unos hombres que desconocieron el uso de los metales para hacer de ellos instrumentos acomodados á la fabricacion: y por último era un punto de sumo interés y de loable empeño, hallar la razon, el fundamento de la singular anomalía que se observa en el estado moral de los mejicanos que por una parte se roza con hechos de una civilizacion bastante adelantada, y por otra con los que son peculiares al estado salvage; indagacion que intentó Robertson, pero que no llevó a cabo con tan cumplido éxito como de su talento debia esperarse. Bien conocemos las muchas dificultades en que hubiera tropezado para llenar satisfactoriamente esa importantisima tarea; pero dado el caso de que aun con el titulo de coronista de S. M. se le hubiese negado el archivo del Consejo de Indias, y los gabinetes del rey, en donde se hallaban varios objetos curiosos procedentes de Nueva España; todavia le quedaba el recurso de impetrar del monarca las órdenes necesarias para que las autoridades de aquel pais, y aun los mismos misioneros que tantos objetos curiosos inspeccionaron por si mismos, y tantas narraciones tradicionales recogian de los mismos indios; proporcionasen cuantos datos él juzgase necesarios para dar á su obra la importancia que merecia. Seguramente no contó Herrera con mas medios para llenar un objeto tan vasto como era la conquista de toda la América española; y sin embargo acompañó su obra con varios diseños y observaciones que si bien en corto número, sirven no obstante para dar alguna idea sensible de lo mismo que refiere, como lo hicieron en tiempos mas modernos Boturini, Benaduci, Lorenzana, Robertson y algun otro. Pero Solis perdió de vista ese grande y principal objeto de la historia, y separando lo útil de lo deleitable, contra el consejo de Horacio, se atuvo á lo segundo, como medio mas cierto de ganar aplausos de la muchedumbre. He aquí pues, la parte exacta de la censura que hizo Mr. Robertson al juzgar á Solis desprovisto de esa industriosa paciencia que conduce al conocimiento de lo verdadero.

Otro de los defectos que se puede censurar en nuestro historiador por

mas que se encuentre autorizado con el ejemplo de célebres historiadores de la antigüedad, es el uso frecuente de oraciones ó discursos adornados de todas las galas de la elocuencia. Ese artificio retórico-dramático, sobrado repugnante en la historia cuando pertenece á pueblos semisalvages, le comunica cierto sabor fabuloso que hace dudar de su verdad, aun cuando alhague el gusto con las bellezas de elocucion. Y como precisamente los discursos mas notables semejantes á los de Magiscatzin, Xicotencal y Cacumatzin, en que sobresalen pensamientos graves, nobles y elevados, con estilo elegante y conceptuoso, bien agenos de la selvatica rusticidad de unos hombres incultos y feroces, son sin duda los mas sobresalientes; á vueltas del agrado de los sentidos desaparece la verdad de las cosas, y se desecha al fin como falso lo que al principio cautivó por agradable: verdad es que en ese punto merece disculpa Solis, por cuanto hubo de sacrificar al gusto de su tiempo la conveniencia histórica que no le era de todo punto desconocida : lo mismo puede decirse respecto del estilo sentencioso, del cual hizo sobrado uso, y no siempre con oportunidad, por obedecer á la moda literaria de su época.

Pero en cambio de estos y algunos otros defectos en que Solís manifiesta no haber consultado detenidamente los documentos de que á la sazon pudo disponer, y no haberse sujetado á las leyes de la crítica sensata, sino en alguna ocasion para juzgar varios hechos que no podia calificar de históricos sin que tuviesen por lo menos el carácter de verosimiles, se hallan tantas cosas que alabar en la obra de nuestro historiador, que hasta en sus mismos errores sobresalen abundantemente las bellezas de lenguage, de estilo y de narracion, y con especialidad de caractères. En este particular es necesario perdonarle su conato épico, en gracia de la destreza con que acertó á seguir las huellas de los historiadores romanos, que tan detenidamente habia estudiado.

Necesario es todo el empeño de deprimir á un autor, como se echa de ver en la censura de Mr. Robertson, para no conceder á Solis sino el titulo de escritor puro y correcto y este dictámen dado con la desconfianza de un estrangero que no puede juzgar enteramente de las buenas cualidades de un lenguage ageno del suyo, le rebaja en seguida añadiendo que no por eso es clara su diccion. No sabemos en que fundaba su juicio aquel crítico, para semejante fallo; porque á escepcion de algun concepto mas ó menos alambicado y del uso de la antítesis de que se hacia gala en tiempo de Solis, y cuyo contagio no pudo evitar, su locucion es tan clara, fácil y corriente, que no pocas veces se le cita como modelo digno de estudiarse. Sus frases demasiado cuidadas, dice aquel censor, participan á veces de cierta dureza y aun de sinrazon. Sin negar que alguna vez incurra en el defecto de su tiempo, no podemos sin embargo convenir en que la frase escogida y la elegancia en la elocucion, se reputen como defectos relativamente al estilo propio de la historia; porque en ese caso condenariamos á Tito Livio, Salustio, y otros historiadores de la antigüedad, por las mismas cualidades que en ellos tanto se aplauden.

Nuestros lectores van á juzgar nuevamente la obra de Solís, y escusado es por lo tanto empeñarnos en prevenir favorablemente su opinion. Sin embargo veamos en que consiste esa cuidada frase, esa dureza, esa hinchazon de que le acusa Robertson. Abrámos el libro por cualquier parte.....« Hallaron resistencia; pero últimamente se abrieron el paso » con la espada, y empezaron su marcha, siempre combatidos y alguna >> vez atropellados. Peleaban los unos mientras los otros se mejoraban,

» y siempre que alargaban el paso para ganar algun pedazo de tierra, >> cargaba sobre todos el grueso de los enemigos, sin hallar á quien ofen>> der cuando volvian el rostro ; porque se retiraban con la misma velo>>cidad que acometian, moviéndose à una parte y otra estas avenidas » de gente, con aquel ímpetu al parecer que obedecen las olas del mar » á la oposicion de los vientos. >>

He aquí la diccion, la fuerza y estilo general de la obra de nuestro autor: digase si en ese periodo hay oscuridad en la diccion, demasiado aliño en la frase, y la dureza é hinchazon de que se le acusà: digase si se advierten esos defectos en los rasgos breves, espresivos, enérgicos con que suele darnos idea cumplida de algun personage, tal como él le concibió, y como se ve en esta, de Cisneros. « Quedó la suma del >> gobierno á cargo del cardenal arzobispo de Toledo don Fray Francisco >> Jimenez de Cisneros, varon de espiritu resuelto, de superior capaci– >> dad, de corazon magnánimo, y en el mismo grado religioso, prudente >> y sufrido, juntándose en él, sin embarazarse con su diversidad, estas >> virtudes morales y aquellos atributos heróicos; pero tan amigo de los >> aciertos, y tan activo en la justificacion de sus dictámenes, que perdia >> muchas veces lo conveniente, por esforzar lo mejor; y no bastaba su >> celo á corregir los ánimos inquietos, tanto como á irritarlos su integri>> dad. » Perdonen los censores de Solís, si al leer este y otros semejantes trozos, nos atrevemos á mirar con desden la poca exactitud de sus críticas.

Conocemos muy bien que estos solos ejemplos no bastan para poner á cubierto de censura los que pueda haber defectuosos el libro de que tratamos. Pero en la imposibilidad de hacinar citas para desvanecer los cargos que hace Robertson á su autor, á menos de dar á este exámen una estension desproporcionada, nos hemos limitado á esos dos ejemplos para dar alguna idea de los que respecto del estilo abundan copiosamente en la historia de Solis.

De superficial en sus reflexiones le acusa igualmente el autor inglés, sin haberse tomado siquiera el trabajo de señalar alguna de las pocas que tienen esa tacha. Si hubiese dicho que anduvo escaso en las reflexiones criticas á que tanto se prestaba su historia, hallando tan discordes en multitud de hechos á los mismos autores de quienes tomó los datos para componerlas, sin duda habria acertado con la verdad. Solis no se tomó ese trabajo eludió la dificultad cuando de vencerla no se le presentaba ventaja conocida para su principal objeto; y á veces no vaciló en dar cabida á opiniones que podian ser recusadas como contrarias á la buena crítica, si con ellas conseguia dar mayor interés y agrado á sus narraciones.

De ese defecto, que nuestra imparcialidad nos pone en la obligacion de confesar sin reserva, se valió Robertson para despojar á Solís de todas las grandes cualidades necesarias á un historiador. No pretendemos colocarle á igual altura que al mismo Robertson, Millot, Gibbon, Ferguson, y otros esclarecidos escritores del siglo pasado; pero no suscribiremos tampoco á rebajar sus buenas prendas hasta el punto que lo hizo el historiador inglés. Muchos son los requisitos que ha de reunir quien aspire al título de historiador perfecto la crítica no ha concedido hasta el dia ese dictado á ninguno, así de los antiguos como de los modernos, porque en todos ha echado de menos algunas de las condiciones indispensables para merecer tan superior calificacion. En ese punto corren igual fortuna

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