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»cidle de mi parte, pues sois nobles y debeis observar la ley con que recibís el beneficio, que vengo á tomar satisfaccion de la mala guerra que se me hizo en mi retirada, rompiendo alevosamente los pactos con que me dispuse á ejecutarla; y sobre todo, » á vengar la muerte del gran Motezuma, principal motivo de mi » enojo. Que me hallo con un ejército en que no solo viene multipli»cado el número de los españoles invencibles, sino alistadas cuan> tas naciones, aborrecen el nombre mejicano; y que brevemente >> le pienso buscar en su corte con todos los rigores de una » guerra que tiene al cielo de su parte, resuelto á no desistir de » tan justa indignacion, hasta dejar reducidos á polvo y ceniza » todos sus dominios, y anegada en la sangre de sus vasa» llos la memoria de su nombre. Pero si todavía por escusar la » propia ruina y la desolacion de sus pueblos, se inclinare á la paz, » estoy pronto á concedérsela con aquellos partidos que fueren » razonables; porque las armas de mi rey, imitando hasta en esto »los rayos celestiales, hieren solo donde hallan resistencia, mas » obligadas siempre á los dictámenes de la piedad, que á los impulsos de la venganza. »

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Dió fin á su razonamiento, y señalando escolta de soldados españoles álos ocho prisioneros, ordenó que se les diese luego embarcacion para que se retirasen por la laguna; y ellos arojándose á sus pies mal persuadidos á la diferencia de su fortuna, ofrecieron poner esta proposicion en la noticia de su príncipe, facilitando la paz con oficiosa prontitud; pero no volvieron con la respuesta, ni Hernan Cortés hizo esta diligencia, porque le pareciese posible reducir entonces á los mejicanos, sino por dar otro paso en la justificacion de sus armas, y acreditar con aquellos bárbaros su clemencia : virtud que suele aprovechar á los conquistadores, porque dispone los ánimos de los que se han de sujetar, y amable siempre hasta en los enemigos, ó parece bien á los que tienen uso de razon, ó se hace por lo menos respetar de los que no la conocen.

CAPITULO XIV.

Conduce los bergantines à Tezcuco Gonzalo de Sandoval; y entretanto que se dispone su apresto y última formacion, sale Cortés á reconocer con parte del ejército las riberas de la laguna.

Llegó en esta sazon la noticia de que se habian acabado los bergantines, y Martin Lopez avisó á Cortés que trataria luego de su conduccion; porque la república de Tlascala tenia prontos diez mil tamenes ó indios de carga, los ocho mil que parecian necesarios para llevar la tablazon, jarcias, herrage y demas adherentes, y los dos mil que irian de respeto para que se fuesen alternando y sucediendo enel trabajo, sin comprender en este número á los que

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se habian de ocupar en el transporte de los víveres para el sustento de esta gente, y de quince ó veinte mil hombres de guerra, con sus cabos que aguardaban esta ocasion para marchar al ejército, con los cuales partiria de aquella ciudad el dia siguiente, resuelto á esperar en la última poblacion de Tlascala el convoy de los españoles que habia de salir al camino; porque no se atreveria sin mayores fuerzas á intentar el tránsito peligroso de la tierra mejicana. Eran aquellos bergantines la única prevencion que faltaba para estrechar el sitio de Méjico, y Hernan Cortés celebró esta noticia con tal demostracion, que la hizo plausible á todo el ejército. Encargó luego el convoy á Gonzalo de Sandoval con doscientos españoles, quince caballos y algunas compañías de tlascaltecas, para que unidos con el socorro de la república, pudiesen resistir á cualquiera invasion de los mejicanos.

Antonio de Herrera dice que salieron de Tlascala con el maderámen de los bergantines ciento y ochenta mil hombres de guerra: número que de muy inverisímil se pudiera buscar entre las erratas de la impresion. Quince mil dice Bernal Diaz del Castillo: mas fácil es de creer, sobre los que asistian al ejército. Encargó la república el gobierno de esta gente á uno de los señores ó caciques de los barrios, que se llamaba Chechimecal, mozo de veinte y tres años; pero de tan elevado espíritu, que se tenia por uno de los primeros capitanes de su nacion. Salió Martin Lopez, de Tlascala, con ánimo de aguardar el socorro de los españoles en Gualipar, poblacion poco distante de los confines mejicanos. Disonó mucho á Chechimecal esta detencion, persuadido á que bastaba su valor y el de su gente para defender aquella conducta de todo el poder mejicano; pero últimamente se redujo á observar las órdenes de Cortés, ponderando como hazaña la obediencia. Dispuso Martin Lopez la marcha, empezando á llevar cuidadosa y ordenada la gente desde que salió de la ciudad. Iban delante los arcos y las hondas, con algunas lanzas de guarnicion, en cuyo seguimiento marchaban los tamenes y el bagage, y despues el resto de la gente cubriendo la retaguardia: con que llegó el caso de verse puesta en ejecucion la rara novedad de conducir bajeles por tierra; los cuales, si nos fuera lícito incurrir en alguna de las metáforas, que tal vez se hallan en la historia, se pudiera decir que iban como empezando á navegar sobre hombros humanos, entre aquellas hondas que al parecer se formaban de los peñascos y eminencias del camino : admirable invencion de Cortés, que se vió entonces practicada, y al referirse come sucedió, parece soñada la verdad, ó que toman los ojos el oficio de la fantasía.

Caminaba entretanto Gonzalo de Sandoval la vuelta de Tlascala, y se detuvo un dia en Zulepeque, lugar poco distante del camino, que andaba fuera de la obediencia, sobre ser el mismo donde sucedió la muerte insidiosa de aquellos pobres españoles de la Vera-Cruz que pasaban á Méjico. Llevaba órden para castigar ó reducir de paso esta poblacion; pero apenas volvió el ejército la frente para torcer

la marcha, cuando los vecinos desampararon el lugar huyendo á los montes. Envió Gonzalo de Sandoval tres ó cuatro compañías de tlascaltecas, con algunos españoles en alcance de los fugitivos, y entrando en el pueblo, creció su irritacion y su impaciencia con algunas señas lastimosas de la pasada iniquidad. Hallóse un rótulo escrito en la pared con letras de carbon que decia : « en esta casa estuvo preso » el sin ventura Juan Yuste con otros muchos de su compañía. » Y se vieron poco despues en el adoratorio mayor las cabezas de los mismos españoles maceradas al fuego para defenderlas de la corrupcion pavoroso espectáculo que conservando los horrores de la muerte, daba nueva fealdad á los horribles simulacros del demonio. Escitó entonces la piedad los espíritus de la ira; y Gonzalo de Sandoval resolvió salir con toda su gente á castigar aquella execrable atrocidad con el último rigor; pero apenas se dispuso á ejecutarlo, cuando volvieron las compañías que avanzaron de su órden, grande número de prisioneros, hombres, mugeres y niños, dejando muertos en el monte á cuantos quisieron escapar ó tardaron en rendirse. Venian maniatados y temerosos, significando con lágrimas y alaridos su arrepentimiento. Arrojáronse todos á los pies de los españoles, y tardaron poco en merecer su compasion. Hízose rogar de los suyos Gonzalo de Sandoval para encarecer el perdon ; y timamente los mandó desatar, y los dejó en la obediencia del rey, que se obligaron con el cacique los mas principales por toda la poblacion, como lo cumplieron despues, hiciéselo el temor ó el agradecimiento.

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Mandó luego recoger aquellos despojos miserables de los españoles muertos para darles sepultura, y pasó adelante con su ejército, llegando á los términos de Tlascala, sin accidente de consideracion. Salieron á recibirle Martin Lopez, y Chechimecal con sus tlascaltecas puestos en escuadron. Saludáronse los dos ejércitos, primero con el regocijo de la salva y de las voces, y despues con los brazos y cortesías particulares. Diéronse al descanso de los recien venidos las horas que parecieron necesarias, y cuando llegó el tiempo de caminar, dispuso la marcha Gonzalo de Sandoval, dando á los españoles y tlascaltecas de su cargo la vanguardia, y el cuerpo del ejército á los tamenes con alguna guarnicion por los costados, dejando á Chechimecal con la gente de su cargo en la retaguardia. Pero él se agravió de no ir en el puesto mas avanzado, con tanta destemplanza que se temió su retirada, y fue necesario que pasase Gonzalo de Sandoval á sosegarle. Quiso darle á entender que aquel lugar que le habia señalado era el mejor del ejército, por ser el mas aventurado, respecto de lo que se debia recelar, que los mejicanos acometiesen por las espaldas; pero él no se dió por convencido, antes le respondió, que así como en el asalto de Méjico habia de ser el primero que pusiese los pies dentro de sus muros, queria ir siempre delante para dar ejemplo á los demas; y se halló Sandoval obligado á quedarse con él para dar estimacion á la retaguardia: notable punto de

vanidad, y uno de aquellos que suelen producir graves inconvenientes en los ejércitos; porque la primera obligacion del soldado es la obediencia y bien entendido, el valor tiene sus límites razonables, que inducen siempre á dejarse hallar de la ocasion, pero nunca obligan á pretender el peligro.

Marchó el ejército en su primera ordenanza por la tierra enemiga; y aunque los mejicanos se dejaron ver algunas veces en las eminencias distantes, no se atrevieron á intentar faccion, ó tuvieron por bastante hazaña el ofender con las voces.

Hízose alto poco antes de llegar á Tezcuco por complacer á Chechimecal, que pidió algun tiempo á Gonzalo de Sandoval para componerse y adornarse de plumas y joyas; y ordenó lo mismo á sus cabos, diciendo que aquel acto de acercarse á la ocasion, se debia tratar como fiesta entre los soldados: esterioridad ó hazañería propia de aquel orgullo y de aquellos años. Esperó Hernan Cortés fuera de la ciudad con el rey de Tezcuco y todos sus capitanes, este socorro tan deseado; y despues de cumplir con los primeros agasajos, y dar algun tiempo á las aclamaciones de los soldados, se hizo la entrada con toda solemnidad, marchando en hileras los tamenes como los soldados. Ibanse acomodando la tablazon, el herrage y demas géneros, con distincion, en un grande astillero que se habia prevenido cerca de los canales.

Alegróse todo el ejército de ver puesta en salvamento aquella prevencion, tan necesaria para tomar de veras la empresa de Méjico, que igualmente se deseaba: y Hernan Cortés volvió su corazon al cielo, que premiaba su piedad y su intencion, con esperanzas ó poco menos que certidumbre de la victoria.

Trató luego Martin Lopez de la segunda formacion de los bergantines, y se le dieron nuevos oficiales para las fraguas, ligazon de las maderas y demas oficios de la marinería. Pero reconociendo Hernan Cortés, que segun el informe de los maestros, serian menester mas de veinte dias para que pudiesen estar de servicio estas embarcaciones, tomó resolucion de gastar aquel tiempo en reconocer personalmente las poblaciones de la ribera, observando los puestos que debia ocupar para impedir los socorros de Méjico, y hacer de paso el daño que pudiese á los enemigos. Comunicólo á sus capitanes; y pareciendo á todos digna de su cuidado esta diligencia, se dispuso á ejecutarla, encargando á Gonzalo de Sandoval el gobierno de Tezcuco, y particularmente la obra de los bergantines. Hallábale siempre su eleccion á propósito para todo, y en lo mucho que le ocupaba se conoce la estimacion que, hacia de su valor y capacidad. Pero al tiempo que discurria en nombrar los capitanes y en señalar la gente que le habia de seguir en esta jornada, le pidió audiencia Chechimecal, y sin haber sabido que se trataba de salir en canipaña, le propuso: « que los hombres como él, nacidos para la » guerra, se hallaban mal en el ocio de los cuarteles, particular» mente cuando se habian pasado cinco dias sin ocasion de sacar la

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espada; y que su gente venia de refresco, y deseaba dejarse ver » de los enemigos; á cuya instancia y la de su propio ardimiento, » le suplicaba encarecidamente, que le señalase luego alguna fac>>cion en que pudiese manifestar sus brios y entretenerse con los mejicanos, mientras llegaba el caso de acabar con ellos en el >> asalto de su ciudad. » Pensaba Hernan Cortés llevarle consigo, pero no le agradó aquella jactancia intempestiva; y poco satisfecho de los reparos que hizo en el camino, cuya noticia le dió Sandoval, le respondió con algun género de ironía : « que no solamente le tenia prevenida faccion de importancia, en que pudiese dar algun alivio » á su bizarría, pero estaba en ánimo de acompañarle para ser testigo de sus hazañas. » Cansábase naturalmente de los hombres arrogantes, porque se halla pocas veces el valor donde falta la modestia; pero no dejó de conocer que aquellos arrojamientos del espíritu eran ardores juveniles, propios de su edad, y vicio frecuente de soldados bisoños, que salieron bien de las primeras ocasiones, y á pocas esperiencias de su ánimo quieren tratar el valor como valentía, y á la valentía como profesion.

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CAPITULO XV.

Marcha Hernan Cortés á Yaltocan (1), donde halla resistencia; y vencida esta dificultad, pasa con su ejército á Tácuba; y despues de romper á los mejicanos en diferentes combates, resuelve y ejecuta su retirada.

Pareció conveniente dar principio á esta jornada por Yaltocan, lugar situado á cinco leguas de Tezcuco, en una de las lagunas menores que desaguaban en el lago mayor. Era importante castigar á sus moradores; porque habiéndoles ofrecido la paz, llamándolos á la obediencia pocos dias antes, respondieron con grande desacato hiriendo y maltratando á los mensageros: escarmiento en que iba considerada la consecuencia para las demas poblaciones de la ribera. Partió Hernan Cortés á esta espedicion, despues de oir misa con todos los españoles, dando su particular instruccion á Gonzalo de Sandoval, y sus amigables advertencias al rey de Tezcuco, á Xicotencal y á los demas cabos de las naciones que dejaba en la ciudad. Llevó consigo á los capitanes Pedro de Alvarado y Cristóval de Olid con doscientos y cincuenta españoles y veinte caballos: una compañía que se formó lucida y numerosa de los nobles de Tezcuco: y á Chechimecal con sus quince mil tlascaltecas, á que se agregaron otros cinco mil de los que gobernaba Xicotencal; y habiendo caminado poco mas de cuatro leguas, se descubrió un ejército de mejicanos, puesto en batalla, y dividido en grandes escuadrones, con resolucion al parecer de intentar en campaña la defensa del lugar

(1) Xaltocam.

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