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No quiere Bernal Diaz del Castillo que se hallase Cortés en esta espedicion. Puédese dudar si fue por autorizar la disculpa de haberse quedado en Segura de la Frontera, como lo confiesa pocos renglones antes, ó si le llevó inadvertidamente la pasion de contradecir en esto, como en todo, á Francisco Lopez de Gomara; porque los demas escritores afirman lo que dejamos referido, y el mismo Hernan Cortés en la carta para el emperador, escrita en treinta de octubre de mil quinientos y veinte, dá los motivos que le obligaron á seguir entonces el ejército. Sentimos que se ofrezcan estas ocasiones de impugnar al autor que vamos siguiendo: pero en este caso fuera culpa de Cortés, indigna en su cuidado, no haber asistido personalmente donde le llamaban desde tan cerca desconfianzas de los suyos, quejas de los confederados, voces de poco respeto entre los de Narbaez, Cristóbal de Olid, que gobernaba el ejército, parcial de los recelosos, y una empresa de tanta consideracion aventurada. Perdone Bernal Diaz, que cuando lo dijese como lo entendió, pudo antes caber un descuido en su memoria, que una falta en la verdad, y un desacierto en la vigilancia de Cortés.

CAPITULO V.

Procura Hernan Cortés adelantar algunas prevenciones de que necesitaba para la empresa de Méjico: hállase casualmente con un socorro de españoles : vuelve á Tlascala y halla muerto á Magiscatzin.

Apenas llegó Hernan Cortés á Tepeaca y á Segura de la Frontera, cuando le avisaron de Tlascala que su grande amigo Magiscatzin quedaba en los últimos plazos de la vida : noticia de gran sentimiento suyo; porque le debia una voluntad apasionada, que se habia hecho recíproca y de igual correspondencia con el trato y la obligacion. Pero deseando socorrerle con la mejor prueba de su amistad, despachó luego al padre fray Bartolomé de Olmedo para que atendiese al socorro de su alma, procurando reducirle al gremio de la iglesia. Estaba cuando llegó este religioso poco menos que rendido á la fuerza de la enfermedad; pero con el juicio libre y el ánimo dispuesto á recibir. nueva impresion, porque le desagradaban los ritos y la multiplicidad de sus dioses; y hallaba menos disonancia en la religion de los españoles, inclinado á las congruencias que le dictaba la razon natural, y ciego, al parecer, mas por falta de luz, que por defecto de los ojos. Trabajó poco en persuadirle fray Bartolomé porque halló conocido el error y deseado el acierto con que solo necesitó de instruirle y amonestarle para escitar la voluntad y quitar el entendimiento. Pidió á breve rato con grandes ansias el bautismo, y le recibió con entera deliberacion, gastando el poco tiempo que le duró la vida en fervorosas ponderaciones de su felicidad, y en exhortar á sus hijos que dejasen la idolatria y obedeciesen á su amigo Hernan

Cortés, procurando con todas veras, y como punto de conveniencia propia, la conservacion de los españoles; porque segun lo que le decia en aquella hora el corazon, estaba creyendo que habia de caer en sus manos el dominio de aquella tierra. Pudo inspirárselo Dios; pero tambien pudo colegirlo de los antecedentes, y ser dictámen suyo este que se refiere como profecía. Lo que no se debe dudar es que le premió Dios con aquella última docilidad y estraordinaria vocacion lo que obró en favor de los cristianos, así como le tomó por instrumento principal del abrigo que tantas veces debieron á la república de Tlascala. Fue hombre de virtudes morales, y de tan ventajosa capacidad, que llegó á ser el primero en el senado, y casi á mandar en sus resoluciones, porque cedian todos á su autoridad y á su talento; y él sabia disponer como absoluto, sin esceder los límites de aconsejar como repúblico. Sintió Hernan Cortés su muerte como pérdida incapaz de consuelo, aunque le hacia mas falta como amigo, que como director de sus intentos, por hallarse ya introducido en la voluntad y en el respeto de toda la república. Pero el cielo que al parecer cuidaba animarle para que no desistiese, le socorrió entonces con un suceso favorable que mitigó su tristeza, y puso mejor condicion sus esperanzas.

de

Llegó al surgidero de San Juan de Ulúa un bajel de mediano porte, en que venian trece soldados españoles y dos caballos, con algunos bastimentos y municiones que remitia Diego Velazquez de socorro á Pánfilo de Narbaez, creyendo que tendria ya por suyas las conquistas de aquella tierra, y á su devocion el ejército de Cortés. Venia por cabo de esta gente Pedro de Barba, el que se hallaba gobernador de la Habana cuando salió Hernan Cortés de la isla de Cuba, debiendo á su amistad el último escape de las asechanzas con que se procuró embarazar su viaje. Apenas descubrió el bajel Pedro Caballero, á cuyo cargo estaba el gobierno de la costa, cuando salió en un esquife á reconocerle. Saludó con grande afecto á los recien venidos; y en la cortesía ó sumision con que le preguntó Pedro de Barba por la salud de Pánfilo de Narbaez, conoció á lo que venia. Respondióle sin detenerse : « que no solo se hallaba » con salud, sino en grandes prosperidades, porque todas aquellas » regiones le habian dado la obediencia; y Hernan Cortés andaba fugitivo por los montes con pocos de los suyos: » cautela ó falta de verdad en que se pudo alabar la prontitud y el desembarazo, pues fue bastante para sacarlos á tierra sin recelo, y para dar con ellos en la Vera-Cruz, donde se descubrió el engaño y se hallaron presos por Hernan Cortés, aplaudiendo Pedro de Barba el ardid y la disimulacion de Pedro Caballero : porque á la verdad no le pesó de hallar á su amigo en mejor fortuna.

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Fueron llevados á Segura de la Frontera, y Hernan Cortés celebró con particular gusto la dicha de hallarse con mas españoles, y la notable circunstancia de recibir por mano de su eneniigo este socorro. Agasajó mucho á Pedro de Barba, y le dió luego una com

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pañía de ballesteros, en fé de que tenia presente su amistad. Repartió algunas dádivas entre los soldados, con que se ajustaron á servir debajo de su mano. Leyóse despues reservadamente la carta que traia Pedro de Barba para Narbaez, en que le ordenaba Diego Velazquez, suponiéndole vencedor y dueño de aquellas conquistas: « que se mantuviese á toda costa en ellas, para cuyo efecto le ofrecia grandes socorros. » Y últimamente le decia : « que si no hubiese » muerto á Cortés se le remitiese luego con bastante seguridad, » porque tenia órden espresa del obispo de Burgos para enviarle » preso á la córte: » y seria justificada la órden, si se atendió á no dejar su causa en manos de su enemigo; aunque del empeño con que favorecia este ministro á Diego Velazquez, se puede temer que solo se trataba de que fuese mas ruidoso y mas ejemplar el castigo, dando á la venganza particular algo de la vindicta pública.

Dentro de ocho dias llegó á la costa segundo bajel con nuevo so

dirigido á Pánfilo de Narbaez, y le aprendió con la misma industria Pedro Caballero. Traia ocho soldados, una yegua y cantidad considerable de armas y municiones á cargo del capitan Rodrigo Morejon de Lobera, y todos pasaron luego á Segura, donde se incorporaron voluntariamente con el ejército, siguiendo el ejemplar de los que vinieron delante. Llegaban estos socorros por camino tan fuera de la esperanza, que los miraba Hernan Cortés como sucesos de buen auspicio, pareciéndole que traian dentro de sí algunas especies, como intencionales de la felicidad venidera.

Pero al mismo tiempo le desvelaban las prevenciones de su empresa. Tenia en su imaginacion resuelta la conquista de Méjico; y la grande asistencia de gente con que se halló en aquella jornada, le confirmó en este dictámen ; pero siempre le daba cuidado el paso de la laguna, cuya dificultad era inevitable; porque una vez hallada por los enemigos la defensa de romper los puentes de las calzadas, no se debia fiar de los pontones levadizos: invencion que solo pudieron disculpar las angustias del tiempo; á cuyo fin discurrió en fabricar doce ó trece bergantines que pudiesen resistir á las canoas de los indios, y transportar su ejército á la ciudad. Los cuales pensaba llevar desarmados sobre hombros de indios tamenes á la ribera mas cercana del lago, desde los montes de Tlascala, catorce ó quince leguas por lo menos de áspero camino. Tenia raras ideas su imaginativa, y naturalmente aborrecia los ingenios apagados, á quien parece imposible lo muy dificultoso.

Comunicó su discurso á Martin Lopez, de cuyo ingenio y grande habilidad fiaba el desempeño de aquel notable designio; y hallando en él, no solamente aprobado el intento, sino facilitada la ejecucion que tomó luego por su cuenta, le mandó que se adelantase á Tlascala, llevando consigo los soldados españoles que sabian algo de este ministerio, y diese principio á la obra, sirviéndose tambien de los indios que hubiese menester para el corte de la madera, y lo demas que se pudiese fiar de su industria. Ordenó al

mismo tiempo que se trujese de la Vera-Cruz la clavazon, jarcias y demas adherentes que se reservaron de aquellos bajeles que hizo echar á pique. Y porque tenia observado que producian aquellos montes un género de árboles que daban resina, los hizo beneficiar, y sacó de ellos toda la brea que hubo menester para la carena de los buques.

Hallábase tambien falto de pólvora, y consiguió poco despues el fabricarla de ventajosa calidad, haciendo buscar el azufre, cuyo uso ignoraban los indios, en el volcan que reconoció Diego de Ordaz, donde le pareció que no podia faltar este ingrediente; y hubo algunos soldados españoles, entre los cuales nombra Juan de Laet á Montano y á Mesa el artillero, que se ofrecieron á vencer segunda vez aquella horrible dificultad, y volvieron finalmente con el azufre que fue necesario para la fábrica. En todo estaba y á todo atendia Hernan Cortés, tan lejos de fatigarse, que al parecer descansaba en su misma diligencia.

Hechas todas estas prevenciones que se fueron perfeccionando en breves dias, trató de volverse á Tlascala para estrechar cuanto pudiese los términos de su conquista; y antes de partir dejó sus instrucciones al nuevo ayuntamiento de Segura, y por cabo militar al capitan Francisco de Orozco, dándole hasta veinte soldados españoles, y quedando á su obediencia la milicia del pais.

Resolvió entrar de luto en la ciudad por la muerte de Magiscatzin : prevínose de ropas negras que vistieron sobre las armas él y sus capitanes, á cuyo efecto mandó tenir algunas mantas de la tierra. Hízose la entrada sin mas aparato que la buena ordenanza, y un silencio artificioso en los soldados que iba publicando el duelo de su general. Tuvo esta demostracion grande aplauso entre los nobles y plebeyos de la ciudad, porque amaban todos al difunto como padre de la patria; y aunque no se pone duda en el sentimiento de Cortés, que se lamentaba muchas veces de su pérdida, y tenia razon para sentirla, se puede creer que vistió el luto con ánimo de ganar voluntades; y que fue una esterioridad á dos luces, en que hizo cuanto pudo por su dolor, sin olvidarse de hacer algo por el aura popular.

Tenian los senadores sin proveer el cargo de Magiscatzin, que gobernaba como cacique por la república el barrio principal de la ciudad, para que hiciese Cortés la eleccion, ó seguir en ella su dictámen; y él, ponderando las atenciones que se debian á la buena memoria del difunto, nombró y dispuso que nombrasen los demas á su hijo mayor, mozo bien acreditado en el juicio y el valor, y de tanto espíritu, que subió al tribunal sin estrañar la silla ni hallar novedad en las materias del gobierno; y últimamente dió tan buena cuenta de su capacidad en lo mas importante, que poco despues pidió con grandes veras el bautismo, y le recibió con pública solemnidad, llamándose don Lorenzo de Magiscatzin: efecto maravilloso de las razones que oyó á fray Bartolomé de Olmedo en

la conversion de su padre, cuya fuerza meditada y digerida en la consideracion, le fue llamando poco a poco al conocimiento de su ceguedad. Bautizóse tambien por este tiempo el cacique de Izucan, mancebo de poca edad, que vino á Tlascala con la investidura y representacion del nuevo señorío, para dar las gracias á Cortés de que hubiese determinado en su favor un pleito que le ponian sus parientes sobre la herencia de su padre : que todo se lo consultaban, comprometiendo en él sus diferencias los caciques y particulares de los pueblos comarcanos, y recibiendo sus decisiones como leyes inviolables: tanto le veneraban, y tan seguros del acierto le obedecian.

El ruido que hicieron en la ciudad estas conversiones, despertó al anciano Xicotencal, que andaba mal hallado con las disonancias de la gentilidad, y se dejaba estar en el error envejecido con una disposicion negligente, que se divertia con facilidad ó con falta de resolucion vicio casi natural en la vejez. Pero el ejemplar de Magiscatzin, hombre de igual autoridad á la suya, y el verle reducido á la religion católica en el artículo de la muerte, le hizo tanta fuerza, que dió los oidos á la enseñanza, y poco despues el corazon al desengaño, recibiendo el bautismo con pública detestacion de sus errores. No parece á la verdad que pudieron llegar á mejor estado los principios del Evangelio en aquella tierra, convertidos los magnates y los sábios de la república, por cuyo dictámen se gobernaban los demas; pero no dieron lugar á este cuidado las ocurrencias de aquel tiempo: Hernan Cortés embebido en las disposiciones de aquella conquista: fray Bartolomé de Olmedo con falta de obreros que le ayudasen; y uno y otro en inteligencia de que no se podia tratar con fundamento de la religion, hasta que impuesto el yugo á los mejicanos se consiguiese la paz, que miraban como disposicion necesaria para traer aquellos ánimos belicosos de los tlascaltecas al sosiego de que necesitaba la enseñanza y nueva introduccion de la doctrina evangélica. Dejóse para despues lo mas esencial: enfriáronse los ejemplares y duró la idolatría. Púdose lograr en los dias que se detuvo el ejército el primer fruto, por lo menos, de aquella oportunidad favorable; pero no sabemos que se intentase ó consiguiese otra conversion: tiempo erizado, bullicios de armas y rumores de guerra, enseñados á llevarse tras sí las demas atenciones, y algunas veces á que se oigan mejor las máximas de la violencia con el silencio de la razon.

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