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Pudo tanto en los ánimos de aquellos senadores la constancia pundonorosa del anciano, que se mitigó por su contemplacion el rigor de la sentencia, reduciéndose los votos á menos sangrienta demostracion. Hiciéronle traer preso al senado, y despues de reprender su atrevimiento con destemplada severidad, le quitaron el baston de general, deponiéndole del ejercicio y prerogativas del cargo, con la ceremonia de arrojarle violentamente por las gradas del tribunal; cuya ignominia le obligó dentro de pocos dias á valerse de Cortés con demostraciones de verdadera reconciliacion ; y á instancia suya fue restituido en sus honores y en la gracia de su padre; aunque despues de algunos dias volvió á reverdecer la raiz infecta de su mala intencion, y reincidió en nueva inquietud que le costó la vida como veremos en su lugar. Pudieron ambos lances producir inconvenientes de grande amenaza y dificultoso remedio; pero el de Xicotencal llegó á noticia de Cortés cuando estaba prevenido el daño y castigado el delito, y el de los embajadores mejicanos dejó satisfechos á los menos confiados, quedando en uno y otro nuevamente acreditada la rara fidelidad de los tlascaltecas; que vista en una gente de tan limitada policía, y en aquel desabrigo de los medios humanos, llegó á parecer milagrosa, ó por lo menos se miraba enconces como uno de los efectos en que no se halla razon natural si se busca entre las causas inferiores.

CAPITULO III.

Ejecútase la entrada en la provincia de Tepeaca; y vencidos los rebeldes que aguardaron en campaña con la asistencia de los mejicanos, se ocupa la ciudad, donde se levanta una fortaleza con el nombre de Segura de la Frontera.

Entretanto que andaba Xicotencal el mozo convocando las milicias de su república, cebado ya en la guerra de Tepeaca, y deseoso entonces de borrar con los escesos de su diligencia las especies de su infidelidad, procuraba Cortés encaminar los ánimos de los suyos al conocimiento de que no se podia escusar el castigo de aquella nacion, poniéndoles delante su rebeldía, la muerte de los españoles, y cuantos motivos podian hacer á la compasion y llamar á la venganza; pero no todos se ajustaban á que fuese conveniente aquella faccion, en cuyo dictámen sobresalieron los de Narbaez, que á vista de los trabajos padecidos se acordaban con mayor afecto del ocio y de la comodidad, clamando por asistir á las grangerías que dejaron en la isla de Cuba. Tenian por impertinente la guerra de Tepeaca, insistiendo en que se debia retirar el ejército á la VeraCruz para solicitar asistencias de Santo Domingo y Jamaica, y volver menos aventurados á la empresa de Méjico, no porque tuviesen ánimo de perseverar en ella, sino por acercarse con algun

color á la lengua del agua para clamar ó resistir con mayor fuerza. Y llegó á tanto su osadía, que hicieron notificar á Hernan Cortés una protesta en forma legal, adornada con algunos motivos de mayor atrevimiento que sustancia, en que andaba el bien público y el servicio del rey, procurando apretar los argumentos del temor y de la flojedad.

Sintió vivamente Cortés que se hubiesen desmesurado á semejante diligencia en tiempo que tenian los enemigos, que asistian en Tepeaca, ocupado el camino de la Vera-Cruz, y no era posible penetrarle sin hacer la guerra que rehusaban. Hízolos llamar á su presencia, y necesitó de toda su reportacion para no destemplarse con ellos; porque la tolerancia ó el disimulo de una injuria propia es dificultad que suele caber en ánimos como el suyo; pero sufrir en un despropósito la injuria de la razon, es en los hombres de juicio la mayor hazaña de la paciencia.

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Agradeció como pudo los buenos deseos con que solicitaban la conservacion del ejército; y sin detenerse á ponderar las razones que ocurrian para no faltar al empeño que estaba hecho con los tlascaltecas, aventurando su amistad, y dejando consentida la traicion de los tepeaqueses, se valió de motivos proporcionados al discurso de unos hombres á quien hacia poca fuerza lo mejor para cuyo efecto les dijo solamente : « que teniendo el enemigo los pasos es» trechos de la montaña, precisamente se habia de pelear para » salir á lo llano: que ir solos á esta faccion seria perder voluntariamente, ó por lo menos aventurar sin disculpa el ejército : que ni era practicable pedir socorro á los tlascaltecas, ni ellos le >> darian para una retirada que se hacia contra su voluntad; y que » una vez sujeta la provincia rebelde, y asegurado el camino, en >> lo cual asistiria con todas sus fuerzas la república, les ofrecia >> sobre la fé de su palabra que podrian retirarse con licencia suya » cuantos no se determinasen á seguir sus banderas. » Con que los dejó reducidos á servir en aquella guerra, quedando en conocimiento de que no eran á propósito para entrar en mayores empeños; y trató de poner luego en ejecucion su jornada con que se quietaron por entonces.

Eligió hasta ocho mil tlascaltecas de buena calidad, divididos en tropas segun su costumbre, con algunos capitanes de los que ya • tenia esperimentados en el viage de Méjico. Dejó á cargo de su nuevo amigo Xicotencal que siguiese con el resto de sus milicias; y puesta en órden su gente, se halló con cuatrocientos y veinte soldados españoles, inclusos los capitanes, y diez y siete caballos, armada la mayor parte de picas, espadas y rodelas, algunas ballestas y pocos arcabuces, porque no sobraba la pólvora, cuya falta obligó á que se dejasen los demas en casa de Magiscatzin.

Marchó el ejército con grandes aclamaciones del concurso popular y grande alegría de los mismos soldados tlascaltecas : pronósticos de la victoria en que tenian su parte los espíritus de la venganza.

Hízose alto aquel dia en el primer lugar de la tierra enemiga, situado tres leguas de Tlascala y cinco de Tepeaca, ciudad capital que dió su nombre á la provincia. Retiróse la poblacion á la primera vista del ejército y solo dieron alcance los batidores á seis ó siete paisanos que aquella noche hallaron agasajo y seguridad entre los españoles, no sin alguna repugnancia de los tlascaltecas, en cuya irritacion tuvieron diferente acogida. Llamólos á la mañana Hernan Cortés, y alentándolos con algunas dádivas los puso á todos en libertad, encargándoles que por el bien de su nacion dijesen de su parte á los caciques y ministros principales de la ciudad: «< que venia con aquel ejército á castigar la muerte de tantos españoles como » habian perdido alevosamente la vida en su distrito, y la traicion > calificada con que se habian negado á la obediencia de su rey; » pero que determinándose á tomar las armas contra los mejicanos, » para cuyo efecto los asistiria con sus fuerzas y las de Tlascala, quedaria borrada con un perdon general la memoria de ambas culpas, y serian restituidos á su amistad, escusando los daños de » una guerra, cuya razon los amenazaba como delincuentes, y los ⚫ trataria como enemigos.

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Partieron con este mensage, y al parecer bastantemente asegurados, porque doña Marina y Aguilar añadieron á lo que dictaba Cortés, algunos amigables consejos y seguridades en órden á que podian volver sin recelo, aunque fuese mal admitida la proposicion de la paz. Y así lo ejecutaron el dia siguiente, acompañándolos en esta funcion dos mejicanos, que al parecer venian como celadores de la embajada para que no se alterasen los términos de la repulsa, cuya sustancia fue insolente y descomedida: « que no querian la » paz, ni tardarian mucho en buscar á sus enemigos en campaña >> para volver con ellos maniatados á las aras de sus dioses. » A que añadieron otros desprecios y amenazas de hombres que hacian la cuenta con el número de su ejército. No se dió por satisfecho Hernan Cortés con esta primera diligencia, y los volvió á despachar con nuevo requerimiento que ordenó para su mayor justificacion, en que les protestaba : « que no admitiendo la paz con las » condiciones propuestas, serian destruidos á fuego y á sangre » como traidores á su rey, y quedarian esclavos de los vencedo»res, perdiendo enteramente la libertad cuantos no perdiesen la » vida.» Hízose la notificacion á los enviados con asistencia de los intérpretes, y dispuso que llevasen por escrito una copia del mismo requerimiento, no porque le hubiesen de leer, sino porque al oir de sus mensageros aquella intimacion de tanta severidad, temiesen algo mas de las palabras sin voz que llevaba el papel : que como estrañaban tanto en los españoles el oficio de la pluma, teniendo por sobrenatural que pudiesen hablarse y entenderse desde lejos, quiso darles en los ojos con lo que les hacia ruido en el cuidado; que fue como llamarlos al miedo por el camino de la admiracion.

Pero sirvió de poco este primor, porque fué aun mas briosa y mas descortés la segunda respuesta; con la cual llegó el aviso de que venia marchando en diligencia mas que ordinaria el ejército enemigo, y Hernan Cortés, resuelto á buscarle, ordenó luego su gente, y la puso en marcha sin detenerse á instruirla ni animarla, porque los españoles estaban diestros en aquel género de batallas, y los tlascaltecas iban tan deseosos de pelear, que trabajó mas la razon en detenerlos.

Aguardaban los enemigos mal emboscados entre unos maizales, aunque los produce tan densos y crecidos la fertilidad de aquella tierra, que pudieran lograr el lazo si fuera mayor su advertencia; pero se reconoció desde lejos el bullicio de su natural inquietud: y la noticia de los batidores llegó á tiempo que dadas las órdenes y prevenidas las armas, se consiguió el acercarse á la celada con un género de sosiego que procuraba imitar el descuido.

Dióse principio al combate prolongando los escuadrones, lo que fue necesario para guardar las espaldas; y los mejicanos que traian la vanguardia, se hallaron acometidos por todas partes cuando se andaban disponiendo para ocupar la retirada. Facilitó su turbacion el primer avance, y fueron pasados á cuchillo cuantos no se retiraron anticipadamente. Fuese ganando tierra sin perder la formacion del ejército, y porque las flechas y demas armas arrojadizas perdian la fuerza y la puntería en las cañas del maiz, lo hicieron todo las espadas y las picas. Rehiciéronse despues los enemigos, y esperaron segundo choque, alargando la disputa con el último esfuerzo de la desesperacion; pero se detuvo poco en declararse la victoria, porque los mejicanos cedieron, no solamente la campaña, sino todo el pais buscando su refugio en otros aliados; y á su ejemplo se retiraron los tepeaqueses con el mismo desórden tan atemorizados, que vinieron aquella misma tarde sus comisarios á rendir la ciudad, pidiendo cuartel, y dejándose á la discrecion ó á la clemencia de los vencedores.

Perdió el enemigo en esta faccion la mayor parte de sus tropas, hiciéronse muchos prisioneros, y el despojo fue considerable. Los tlascaltecas pelearon valerosaniente; y lo que mas se pudo estrañar, tan atentos á las órdenes, que á fuerza de su mejor disciplina murieron solamente dos ó tres de su nacion. Murió tambien un caballo, y de los españoles hubo algunos heridos, aunque tan ligeramente que no fue necesario que se retirasen. El dia siguiente se hizo la entrada en la ciudad; y así los magistrados como los militares que salieron al recibimiento, y el concurso popular que los seguia, vinieron desarmados á manera de reos, llevando en el silencio de los semblantes confesada ó reconocida la confusion de su delito.

Humilláronse todos al acercarse, hasta poner la frente sobre la tierra; y fue necesario que los alentase Cortés para que se atreviesen á levantar los ojos. Mandó luego que los intérpretes aclamasen,

levantando la voz, al rey don Cárlos, y publicasen el perdon general en su nombre, cuya noticia rompió las ataduras del miedo, y empezaron las voces y los saltos á celebrar el contento. Señalóse á los tlascaltecas su cuartel fuera de poblado porque se temió que pudiese mas en ellos la costumbre de maltratar á sus enemigos que la sujecion á las órdenes en que se iban habituando; y Hernan Cortés se alojó en la ciudad con sus españoles, con la union y cautela que pedia la ocasion, durando en este género de recelo hasta que se conoció la sencillez de aquellos ánimos, que á la verdad fueron solicitados y asistidos por los mejicanos, así para la primera traicion, como para los demas atrevimientos.

Hallábanse ya escarmentados y pesarosos de haber dado segunda vez la cerviz al yugo intolerable de aquella nacion; y tan desengañados en el conocimiento de que, aun viniendo como amigos, no sabian abstenerse de mandar en las haciendas, en las honras y en las vidas, que hicieron ellos mismos diferentes instancias á Hernan Cortés para que no desamparase la ciudad; de que se tomó pretesto para levantar allí una fortaleza que se les dió á entender era para defenderlos, siendo para sujetarlos; y sobre todo, para dar seguridad al paso de la Vera Cruz, á cuyo fin convenia mantener aquel puesto, que siendo fuerte por naturaleza, podia recibir con facilidad los reparos del arte. Cerráronse las avenidas con algunas trincheras de fagina y tierra que diesen recinto á la ciudad, atando las quiebras de la montaña; y en lo mas eminente se levantó una fortificacion de materia mas sólida en forma de castillo, que se tuvo por bastante retirada para cualquier accidente de los que se podian ofrecer en aquel género de guerra. Dióse tanto calor á la fábrica, y asistieron á ella los naturales y circunvecinos con tanta solicitud y en tanto número, que se puso en defensa dentro de breves dias ; Ꭹ Hernan Cortés señaló algunos españoles que se quedasen á defender aquella plaza que hizo llamar Segura de la Frontera, y fue la segunda poblacion española del imperio mejicano.

Desembarazose primero para dar cobro á estas disposiciones, de los prisioneros mejicanos y tepeaqueses de la victoria pasada; y ordenó que fuesen llevados á Tlascala con particular cuidado, porque ya se apreciaban como alhajas de valor, habiéndose introducido entonces en aquella tierra el herrarlos y venderlos como esclavos: abuso y falta de humanidad que tuvo su principio en las islas donde se practicaba ya este género de terror contra los indios rebeldes ; aunque no se refiere como disculpa el ejemplar, que siempre yerra segunda vez quien sigue lo culpable, y por mas que fuese ageno el primer desacierto, quedaria con circunstancias de reincidencia la imitacion.

No se detuvo muchos dias el remedio y la reprension de semejante desórden, aunque llegó á noticia del emperador, fundado en algunos de los motivos que hacen lícita la esclavitud entre los cristianos, y fue punto que ventiló en largas disputas y papeles. Pero

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