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>> peleando con un ejército de número tan desigual, obligados á » traer en contrario movimiento las manos y los pies. » A que añadió : « que para evitar esta resolucion tan peligrosa y de tantos >> inconvenientes, habia discurrido en asaltar al enemigo en su alojamiento con el favor de la noche; pero que le parecia diligencia » infructuosa, porque solo se habia de conseguir que huyese la » multitud para volverse á juntar: costumbre á que se reducia lo » mas prolijo de aquella guerra: que despues habia pensado en >> mantener aquel puesto; esperando en él á que se cansasen los mejicanos de asistir en la campaña; pero que la falta de bastimentos, que ya se padecia, dejaba este recurso en términos de impracti » cable. » Y últimamente dijo: « que tambien se le habia ofrecido, » si convendria,» y esto era lo que llevaba resuelto, « marchar aquella misma noche, y amanecer dos ó tres leguas de aquel pa» rage que no moviéndose los enemigos, segun su estilo hasta la mañana, tendria la conveniencia de adelantar el camino sin otro > cuidado; y cuando se resolviesen á seguir el alcance, llegarian cansados, y seria mas fácil continuar la retirada con menos >> briosa oposicion. Pero que viniendo tan quebrantado el ejército y » tan fatigada la gente, seria inhumanidad, fuera de toda razon, ponerla, sin nueva causa en el trabajo de una marcha intempestiva, obscura la noche y el camino incierto; aunque la ocasion, »ó el aprieto en que se hallaban, pedia remedios estraordinarios, » breve determinacion; y donde nada era seguro, pesar las dificultades, y fiar el acierto de menor inconveniente. »>

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Apenas acabó su razonamiento, cuando se conformaron todos los capitanes en que solo era posible, ó menos aventurada la resolucion de adelantar la marcha, sin mas detencion que la que fuese necesaria para dejar algunas horas al descanso de la gente, y quedó resuelta para la media noche, conformándose Cortés con su mismo dictámen, y tratándole como ageno: primor de que solia valerse para escusar disputas, cuando instaba la resolucion, y de que solo pueden usar los que saben el arte de preguntar decidiendo, que se consigue con no dejar que discurrir preguntando.

CAPITULO XX.

Continúan su retirada los españoles, padeciendo en ella grandes trabajos y dificultades, hasta que llegando al valle de Otumba, queda vencido y deshecho en batalla campal todo el poder mejicano.

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Poco antes de la hora señalada se convocó la gente que cuidadosa, y despertó sin dificultad. Dióse á un tiempo la órden y la razon de la órden, con que se dispusieron todos a la marcha, conociendo el acierto y alabando la resolucion. Mandó Hernan Cortés que se dejasen cebados los fuegos para deslumbrar al enemigo de

aquel movimiento; y encargando á Diego de Ordaz la vanguardia con guias de satisfaccion, puso la fuerza principal en la retaguardia, y se quedó en ella por hallarse mas cerca del peligro, y afianzar con su cuidado la seguridad de los que iban delante. Particron con el recato conveniente, y ordenando á las guias que se apartasen del camino real para volverle á cobrar con el dia, marcharon poco mas de media legua, que dejase de perseverar en la vigilancia de los oidos el silencio de la noche.

Pero al entrar en tierra mas quebrada y montuosa, dieron los batidores en una celada que no supieron encubrir los mismos que procuraban ocultarse, porque avisaron del riesgo anticipadamente las voces y las piedras. Bajaban de los montes y salian de la maleza diversas tropas de indios que acometian desunidamente por los costados; y aunque no eran de tanto grueso que obligasen á detener la marcha fue necesario caminar desviando los enemigos que se acercaban, romper diferentes emboscadas, y disputar algunos pasos estrechos. Temióse al principio segunda invasion del ejército que se dejaba de la otra parte del adoratorio; y algunos de nuestros escritores refieren esta faccion como alcance de aquellos mejicanos; pero no fueron conforme á su estilo de pelear estos acometimientos interpolados y desunidos, ni caben con lo que obraron despues y en nuestro sentir eran las milicias de aquellos lugares cercanos que de órden anterior salian á cortar la marcha ocupando las quiebras del camino; porque si los mejicanos hubieran descubierto la retirada, vinieran de tropel, como solian, entráran al ataque por la retaguardia, y no se hubieran dividido en tropas menores para convertir la guerra en hostilidad.

Con este género de contradiccion, de menos peligro que molestia, caminó dos leguas el ejército, y poco antes de amanecer se hizo alto en otro adoratorio menos capaz y menos eminente que el pasado; pero bastante para reconocer la campaña y medir con el número de los enemigos la resolucion que pareciese de mayor seguridad. Descubrióse con el dia la calidad y desunion de aquellos indios; y hallándose reducido á correrías de paisanos, lo que se llegó á recelar como nueva carga del ejército enemigo, se volvió á la marcha sin mas detencion, con ánimo de adelantarla cuanto fuese posible para evitar ó hacer mas dificultoso el alcance de los mejicanos.

Duraron los indios en la importunacion de sus gritos, siguiendo desde lejos como perros amedrentados que ponian la cólera en el latido, hasta que dos leguas mas adelante se descubrió un lugar en parage oportuno, y al parecer de considerable poblacion. Eligióle Cortés para su alojamiento, y dió las órdenes para que se ocupase por fuerza si no bastase la suavidad; pero se halló desamparado totalmente de sus habitantes, y con algunos bastimentos que no pudieron retirar, tan necesarios entonces como el descanso para la restauracion de las fuerzas.

Aquí se detuvo el ejército un dia, y algunos dicen que fueron dos,

porque no permitió mayor diligencia el estado en que se hallaban los heridos. Hiciéronse despues otras dos marchas, entrando en terreno de mayor aspereza y esterilidad, todavía fuera del camino, y con alguna incertidumbre del acierto en los que guiaban. No se halló cubierto donde pasar la noche; ni cesaba la persecucion de aquellos indios, que anduvieron siempre á la vista, si ya no fueron otros que iban saliendo con la primera órden á correr su distrito. Pero sobre todo se dejó sentir en aquellos tránsitos la hambre y sed, que llegó á términos de congoja y desaliento. Animábanse unos á otros los soldados y los capitanes, y hacia sus esfuerzos la paciencia, como ambiciosa de parecer valor. Llegáronse á comer las yerbas y raices del campo, sin atender al recelo de que fuesen venenosas; aunque los mas advertidos gobernaban su eleccion por el conocimiento de los tlascaltecas. Murió uno de los caballos heridos, y se olvidó, con alegre facilidad, la falta que hacia en el ejército, porque se repartió como regalo particular entre los mas necesitados, y estos celebraron la fiesta convidando á sus amigos: banquete sazonado entonces, en que cedieron á la necesidad los escrúpulos del apetito.

Terminaron estas dos marchas en un lugar pequeño, cuyos vecinos franquearon la entrada sin retirarse como los demas, ni dejar de asistir con agrado y solicitud á cuanto se les ordenaba : puntualidad y agasajo que fue nuevo ardid de los mejicanos para que sus enemigos se acercasen menos cuidadosos al lazo que tenian prevenido. Manifestaron sin violencia los víveres de su provision, y trajeron de otros lugares cercanos lo que bastó para que se olvidase lo padecido. Por la mañana se dispuso el ejército para subir la cuesta que por la otra parte declina en el valle de Otumba, donde se habia de caer necesariamente para tomar el camino de Tlascala. Reconocióse novedad en los indios que venian siguiendo la marcha, porque sus gritos y sus irrisiones tenian mas de contento que de indignacion. Reparó doña Marina en que decian muchas veces : « andad, tiranos, que presto llegareis donde perezcais. » Y dieron que discurrir estas voces, porque se repetian mucho para no tener algun motivo particular. Hubo quien llegase á dudar si aquellos indios, confinantes ya con los términos de Tlascala, festejarian el peligro á que iban encaminados los españoles, con noticia de que hubiese alguna mudanza en la fidelidad ó en el afecto de aquella nacion; pero Hernan Cortés y los de mejor conocimiento, miraron esta novedad como indicio de alguna celada vecina, porque no faltaban esperiencias de la sencillez ó facilidad con que solian publicar lo mismo que procuraban encubrir.

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Ibase continuando la marcha, prevenidos ya y dispuestos los ánimos para entrar en nueva ocasion, cuando volvieron los batidores con noticia de que tenian ocupado los enemigos todo el valle que se descubria desde la cumbre, cerrando el camino que se buscaba con formidable número de guerreros. Era el ejército mismo de los me

jicanos, que se dejó en el parage del primer adoratorio, reforzado con nuevas tropas y nuevos capitanes. Reconocieron por la mañana segun la presuncion que se ajusta mas con las circunstancias del suceso, la retirada intempestiva de los españoles, y aunque no desconfiaron de conseguir el alcance, temieron advertidamente, con la esperiencia de aquella noche, que no seria posible acabar con ellos antes de salir á tierra de Tlascala, si se iban asegurando en los puestos ventajosos de la montaña: y despacharon á Méjico para que se tomase con mayores veras lo que tanto importaba, cuya proposicion fue tan bien admitida en la ciudad, que partió luego toda la nobleza con el resto de las milicias que tenian convocadas á incorporarse con su ejército; y en el breve plazo de tres ó cuatro dias se dividieron por caminos diferentes, marchando al abrigo de los montes con tanta celeridad, que se adelantaron á los españoles y ocuparon el llano de Otumba: campaña espaciosa donde podian pelear sin embarazarse y esperar encubiertos notables advertencias en lo discurrido, y rara ejecucion de lo resuelto, que uno y otro se pudiera envidiar en cabos de mayor esperiencia, y en gente de menos bárbara disciplina.

No se llegó á recelar entonces que fuesen los mejicanos, antes se iba creyendo al subir la cuesta que se habrian juntado aquellas tropas que andaban esparcidas para defender algun paso con la inconstancia y flojedad que solian, pero al vencer la cumbre se descubrió un ejército poderoso de menos confusa ordenanza que los pasados, cuya frente llenaba todo el espacio del valle, pasando el fondo los términos de la vista: último esfuerzo del poder mejicano, que se componia de varias naciones, como lo denotaban la diversidad y separacion de insignias y colores. Dejábase conocer en el centro de la multitud el capitan general del imperio en unas andas vistosamente adornadas, que sobre los hombros de los suyos le mantenian superior á todos, para que se temiese al obedecer sus órdenes la presencia de los ojos. Traia levantado sobre la cuja el estandarte real, que no se fiaba de otra mano, y solamente se podia sacar en las ocasiones de mayor empeño : su forma una red de oro mazizo pendiente de una pica, y en el remate muchas plumas de varios tintes, que uno y otro contendria su misterio de superioridad sobre los otros geroglíficos de las insignias menores: vistosa confusion de armas y penachos en que tenian su hermosura los horrores.

Reconocida por todo el ejército la nueva dificultad á que debian preparar el ánimo y las fuerzas; volvió Hernan Cortés á examinar los semblantes de los suyos, con aquel brio natural que hablaba sin voz á los corazones; y hallándolos mas cerca de la ira que de la turbacion, «<llegó el caso, dijo, de morir ó vencer: la causa de nues»tro Dios milita por nosotros. » Y no pudo proseguir, porque los mismos soldados le interrumpieron clamando por la órden de acometer, con que solo se detuvo en prevenirlos de algunas advertencias que pedia la ocasion; y apellidando, como solia, unas veces á San

tiago y otras á San Pedro, avanzó prolongada la frente del escuadron para que fuese unido el cuerpo del ejército con las alas de la cabaIlería, que iba señalada para defender los costados y asegurar las espaldas. Dióse tan á tiempo la primera carga de arcabuces y ballestas, que apenas tuvo lugar el enemigo para servirse de las armas arrojadizas. Hicieron mayor daño las espadas y las picas, cuidando al mismo tiempo los caballos de romper y desbaratar las tropas que se inclinaban á pasar de la otra banda para sitiar por todas partes el ejército. Ganóse alguna tierra de este primer avance. Los españoles no daban golpe sin herida, ni herida que necesitase de segundo golpe. Los tlascaltecas se arrojaban al conflito con sed rabiosa de la sangre mejicana; y todos tan dueños de su cólera, que mataban con eleccion buscando primero á los que parecian capitanes; pero los indios peleaban con obstinacion, acudiendo menos unidos que apretados á llenar el puesto de los que morian; y el mismo estrago de los suyos era nueva dificultad para los españoles, porque se iba cebando la batalla con gente de refresco. Retirábase al parecer todo el ejército cuando cerraban los caballos, ó salian á la vanguardia las bocas de fuego, y volvia con nuevo impulso á cobrar el terreno perdido moviéndose á una parte y otra la muchedumbre con tanta velocidad, que parecia un mar proceloso de gente la campaña, y no lo dementian los flujos y reflujos.

Peleaba Hernan Cortés á caballo socorriendo con su tropa los mayores aprietos, y llevando en su lanza el terror y el estrago del enemigo; pero le traia sumamente cuidadoso la porfiada resistencia de los indios, porque no era posible que se dejasen de apurar las fuerzas de los suyos en aquel género de contínua operacion; y discurriendo en los partidos que podria tomar para mejorarse ó salir al camino, le socorrió en esta congoja una observacion de las que solia depositar en su cuidado para servirse de ellas en la ocasion. Acordóse de haber oido referir á los mejicanos que toda la suma de sus batallas consistia en el estandarte real, cuya pérdida ó ganancia decidia sus victorias ó las de sus enemigos; y fiado en lo que se turbaba y descomponia el enemigo al acometer de los caballos, tomó resolucion de hacer un esfuerzo estraordinario para ganar aquella insignia sobresaliente, que ya conocia. Llamó á los capitanes Gonzalo de Sandoval, Pedro de Alvarado, Cristóval de Olid y Alonso Dávila para que le siguiesen y guardasen las espaldas, con los demas que asistian á su persona; y haciéndoles una breve advertencia de lo que debian obrar para conseguir el intento, embistieron á poco mas de media rienda por la parte que parecia mas flaca ó menos distante del centro. Retiráronse los indios, temiendo como solian, el choque de los caballos; y antes que se cobrasen al segundo movimiento, se arrojaron á la multitud confusa y desordenada con tanto ardimiento y desembarazo, que rompiendo y atro pellando escuadrones enteros, pudieron llegar sin detenerse al parage donde asistia el estandarte del imperio con todos los nobles

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