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razon, no se habian de contar los cobardes en el número de los vencidos.

Retiróse finalmente Cortés con los últimos que pudo recoger de la retaguardia, y al tiempo que iba penetrando, con poca ó ninguna oposicion, el segundo espacio de la calzada, llegó á incorporarse con él Pedro de Alvarado, que debió la vida poco menos que á un milagro de su espíritu y su actividad : porque hallándose combatido por todas partes, muerto el caballo, y con uno de los canales por la frente, fijó su lanza en el fondo de la laguna, y saltó con ella de la otra parte, ganando elevacion con el impulso de los pies, y librando el cuerpo sobra la fuerza de los brazos: maravilloso atrevimiento, que se miraba despues como novedad monstruosa, ó fuera del curso natural; y el mismo Alvarado, considerando la distancia y el suceso, hallaba diferencia entre lo hecho y lo factible. No quiso acomodarse Bernal Diaz del Castillo á que dejase de ser fingido este salto; antes le impugnó en su historia, no sin alguna demasía, porque lo deja y vuelve á repetir con desconfianza de hombre que temió ser engañado entonces, ó que alguna vez se arrepintió de haber creido con facilidad. Y en nuestro sentir es menos tolerable que Pedro de Alvarado se pusiese á fingir en aquella coyuntura una hazaña, sin proporcion ni probabilidad, que cuando se creyese, dejaba mas encarecida su ligereza que acreditado su valor. Referimos lo que afirmaron y creyeron los demas escritores, y lo que autorizó la fama, dando á conocer aquel sitio por el nombre del Salto de Alvarado, sin hallar gran disonancia en confesar que pudieron concurrir en este caso, como en otros, lo verdadero y lo inverisímil; y á vista del aprieto en que se halló Pedro de Alvarado, se nos figura menos digno de admiracion el suceso, teniéndole no tanto por raro contingente, negado á la humana diligencia, como por un esfuerzo extraordinario de la última necesidad.

CAPITULO XIX,

Marcha Hernan Cortés la vuelta de Tlascala: siguenle algunas tropas de los lugares vecinos, hasta que uniéndose con los mejicanos acometen al ejército, y le obligan å tomar el abrigo de un adoratorio.

Acabó de salir el ejército á tierra con la primera luz del dia, y se hizo alto cerca de Tácuba; no sin recelos de aquella poblacion numerosa y parcial de los mejicanos; pero se tuvo atencion á no desamparar luego la cercanía de la laguna, por dar algun tiempo á los que pudiesen escapar de la batalla; y fue bien discurrida esta detencion, porque se logró el recoger algunos españoles y tlascaltecas que mediante su valor ó su diligencia, salieron nadando á la ribera, ó tuvieron suerte de poderse ocultar en los maizales del contorno. Dieron estos noticia de que se habia perdido totalmente la última

porcion de la retaguardia, y puesta en escuadron la gente, se halló que faltaban del ejército casi doscientos españoles, mas de mil tlascaltecas; cuarenta y seis caballos, y todos los prisioneros mejicacanos, que sin poderse dar á conocer en la turbacion de la noche, fueron tratados como enemigos por los mismos de su nacion (1). Estaba la gente quebrantada y recelosa, disminuido el ejército, y sin artillería, pendiente la ocasion, y apartado el término de la retirada; y sobre tantos motivos de sentimiento, se miraba como infelicidad de mayor peso la falta de algunos cabos principales, en cuyó número fueron los mas señalados Amador de Lariz, Francisco de Morla y Francisco de Saucedo, que perdieron la vida cumpliendo á toda costa con sus obligaciones. Murió tambien Juan Velazquez de Leon, que se retiraba en lo último de la retaguardia, y cedió á la muchedumbre, durante en el valor hasta el último aliento: pérdida que fue de general sentimiento, porque le respetaban todos como á la segunda persona del ejército. Era capitan de grande utilidad, no menos para el consejo, que para las ejecuciones; de austera condicion y contínuas veras, pero sin desagrado ni prolijidad; apasionado siempre de lo mejor, y de ánimo tan ingénuo, que se apartó de su pariente Diego Velazquez, porque le vió descaminado en sus dictámenes, y siguió á Cortés, porque iba en su bando la razon. Murió con opinion de hombre necesario en aquella conquista y dejó su muerte igual ejercicio á la memoria que al deseo.

Descansaba Hernan Cortés sobre una piedra, entretanto que sus capitanes atendian á la formacion de la marcha, tan rendido á la fatiga interior, que necesitó mas que nunca de sí, para medir con la ocasion el sentimiento: procuraba socorrerse de su constancia, y pedia treguas á la consideracion; pero al mismo tiempo que daba las órdenes y animaba la gente con mayor espíritu y resolucion, prorumpieron sus ojos en lágrimas, que no pudo encubrir á los que le asistian flaqueza varonil, que por ser en causa comun, jaba sin ofensa la parte irascible del corazon. Seria digno espectá culo de grande admiracion, verle afligido sin faltar á la entereza del aliento y bañado el rostro en lágrimas sin perder el semblante de vencedor.

de

Preguntó por el astrólogo, bien fuese para indignarse con él, por la parte que tuvo en apresurar la marcha, ó para seguir la disimulacion, burlándose de su ciencia; y se averiguó que habia muerto en el primer asalto de la calzada, sucediendo á este miserable lo que ordinariamente se verifica en los de su profesion. No hablamos de los que saben con fundamento la facultad, proporcionando el uso de ella con los términos de la razon, sino de los que se

(1) Dice Cortés en sus relaciones, que en el paso de la calzada murieron 150 españoles, 45 yeguas y caballos, y mas de 2000 tlascaltecas. No hace mención de la total pérdida que sufrió en ese y los demas combates hasta llegar á la provincia de Tlascala; pero Bernal Diaz la hace subir en todos esos encuentros á 800 españoles.

introducen á judiciarios ó adivinos: hombres que por la mayor parte viven y mueren desastradamente, siempre solicitos de agenas felicidades, y siempre infelices ó menos cuidadosos de su fortuna: tanto que alguno de los autores clásicos llegó á presumir, que solo el inclinarse á la vana observacion de las estrellas, se podia tener por argumento de nacer con mala estrella.

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Fue de gran consuelo para Hernan Cortés y para todo el ejército que pudiesen escapar de la batalla y de la confusion de la noche doña Marina y Gerónimo de Aguilar, instrumentos principales de aquella conquista, y tan necesarios entonces como en lo pasado; porque sin ellos fuera imposible incitar ó atraer los ánimos de las naciones que se iban á buscar. Y no se tuvo á menor felicidad que se detuviesen los mejicanos en seguir el alcance, porque dieron tiempo á los españoles para que respirasen de su fatiga y pudiesen marchar, llevando en grupa los heridos, y en menos apresurada formacion el ejército. Nació esta detencion de un accidente inopinado que se pudo atribuir á providencia del cielo murieron al rigor de las armas enemigas los hijos de Motezuma, que asistian á su padre, y los demas prisioneros que venian asegurados en el convoy del bagage; porque cebados al amanecer los indios en el despojo de los muertos, reconocieron atravesados en sus mismas flechas á estos príncipes miserables que veneraban con aquella especie de adoracion que dieron á su padre. Quedaron al verlos como absortos y espantados, sin atreverse á pronunciar la causa de su turbacion unos se apartaban para que llegasen otros; y unos y otros enmudecian, dando voces á la curiosidad con el silencio. Corrió finalmente la noticia por sus tropas, cayó sobre todos el miedo y el asombro, suspendiéndose por un rato el uso de sentidos y potencias, con aquel género de súbita enagenacion, que llamaban terror pánico los antiguos. Resolvieron los cabos que se diese cuenta de aquella novedad al emperador; y él, que necesitaba de afectar el sentimiento para cumplir con los que no le fingian, ordenó que hiciese alto el ejército, dando principio á la ceremonia de los llantos y clamores funerales, que debian preceder á las exequias, hasta que llegasen los sacerdotes con el resto de la ciudad á entregarse de aquellos cuerpos reales, para conducirlos al entierro de sus mayores. Debieron los españoles á la muerte de estos príncipes, el primer desahogo de su turbacion y el primer alivio de su cansancio; pero la sintieron como una de sus mayores pérdidas, y particularmente Cortés que amaba en ellos la memoria de su padre, y llevaba en el derecho del mayor, parte de sus esperanzas (1).

Marchaba entretanto Cortés la vuelta de Tlascala con guias de

(1) La batalla nocturna en la calzada fue la mas horrorosa y funesta para los españoles; é hizo en ellos impresion tan dolorosa, que desde entonces le dieron el sobrenombre de noche triste.

aquella nacion, puesto el ejército en batalla, y sin dejar de tener por sospechosa la tardanza del enemigo, en cuyas operaciones acierta mas veces el temor que la seguridad.

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Tardaron poco en dejarse ver algunas tropas de guerreros que seguian la huella sin acercarse, gente de Tácuba, Escapuzalco y Tenecuya, convocada por los mejicanos para que saliesen á entretrener la marcha en tanto que se desembarazaban ellos de su funcion ¡notable advertencia en aquellos bárbaros! Fueron de poco impedimento en el camino, porque anduvieron siempre á distancia que solo podian ofender con las voces ; pero duraron en este género de hostilidad hasta que llegando la multitud mejicana se unieron todos apresuradamente; y sirviéndose de su ligereza para el avance, acomotieron con tanta resolucion, que fue necesario hacer alto para detenerlos.

Dióse mas frente al escuadron; pasaron' á ella los arcabuces y ballestas; y se volvió á la batalla en parage abierto, sin retirada ni seguridad en las espaldas. Morian cuantos indios se acercaban, sin escarmentar á los demas. Salian los caballos á escaramuzar, y hacian grande operacion; pero crecia por instantes el número de los enemigos, y ofendian desde lejos los arcos y las hondas. Cansábanse los españoles de tanto resistir, sin esperanza de vencer; y ya empezaba en ellos el valor á quejarse de las fuerzas, cuando Hernan Cortés, que andaba en la batalla como soldado, sin traer embarazadas las atenciones de capitan, descubrió una elevacion del terreno, poco distante del camino, que mandaba por todas partes la campaña, sobre cuya eminencia se levantaba un edificio torreado, que parecia fortaleza, ó lo fingieron así los ojos de la necesidad. Resolvióse á lograr en aquel parage las ventajas del sitio; y señalando algunos soldados que se adelantasen á reconocerle, movió el ejército y trató de ocuparle, no sin mayor dificultad, porque fue necesario ganar la cumbre con el rostro en el enemigo, y echar algunas mangas de arcabuceros contra sus avenidas; pero se consiguió el intento con felicidad, porque se halló el edificio sin resistencia, y en él cuanto pudiera entonces fabricar la imaginacion.

Era un adoratorio de ídolos silvestres, á cuya invocacion encomendaban aquellos bárbaros la fertilidad de sus cosechas. Dejáronle desierto los sacerdotes y ministros que asistian al culto abominable de aquel sitio, huyendo la vecindad de la guerra, como gente de otra profesion. Tenia el átrio bastante capacidad y su género de muralla, que unida con las torres daba conveniente disposicion para quedar en defensa. Empezaron á respirar los españoles al abrigo de aquellos reparos, que allí se miraban como fortaleza inespugnable. Volvieron los ojos y los corazones al cielo, recibiendo todos aquel alivio de su congoja, como socorro de superior providencia, y permaneció fuera del peligro esta devota consideracion ; pues en memoria de lo que importó la mansion de aquel adoratorio, para salir de un conflicto, en que se tuvo á la vista el último riesgo,

fabricaron despues en el mismo parage una ermita de nuestra Seǹora, con título de los Remedios, que se conserva hoy, durando en la santa imágen el oficio de remediar necesidades, y en la devocion de los fieles comarcanos el reconocimiento de aquel beneficio.

No se atrevieron los enemigos á subir la cuesta, ni dieron indicio de intentar el asalto; pero se acercaron á tiro de piedra, ciñendo por todas partes la eminencia, y hacian algunos avances para disparar sus flechas, hiriendo las mas veces al aire, y algunas con rabiosa puntería las paredes, como en castigo de que se oponian á su venganza. Todo era gritos y amenazas que descubrian la flaqueza de su atrevimiento, procurando llenar los vacíos del valor. Costó poca diligencia el detenerlos, hasta que declinando el dia se retiraron todos hacia el camino de la ciudad, fuese por cumplir con el sol, volviéndose á la observancia de su costumbre, ó porque se hallaban rendidos de haber estado casi en contínua batalla desde la media noche antecedente. Reconocióse desde las torres que hacian alto en la campaña, y procuraban encubrirse, divididos en diferentes ranchos, como si no hubieran dado bastantes evidencias de su intento, y publicando al retirarse que dejaban pendiente la cuestion.

Dispuso Hernan Cortés su alojamiento, con el cuidado á que obligaba una noche mal segura en puesto amenazado. Mandó que se mudasen con breve interpolacion las guardias y las centinelas, para que tocase á todos el descanso. Hiciéronse algunos fuegos, tanto porque pedia este socorro la destemplanza del tiempo como por consumir las flechas mejicanas, y quitar al enemigo el uso de aquella municion.

Dióse un refresco limitado á la gente, del bastimento que se halló en el adoratorio, y pudieron escapar algunos indios del bagage. Atendióse con particular aplicacion á la cura de los heridos, que tuvo su dificultad en aquella falta de todo; pero se inventaron medicinas manuales que aliviaban acaso los dolores, y sirvieron á la provision de hilas y vendas las mantas de los caballos (1).

Cuidaba de todo Hernan Cortés, sin apartar la imaginacion del empeño en que se hallaba; y antes de retirarse á reparar las fuerzas con algun rato de sosiego, llamó á sus capitanes para conferir brevemente con ellos lo que se debia ejecutar en aquella ocurrencia. Ya lo llevaba premeditado; pero siempre se recataba de obrar por sí en las resoluciones aventuradas; y era grande artífice de atraer los votos á lo mejor, sin descubrir su dictámen, ni socorrerse de su autoridad. Propuso las operaciones con sus inconvenientes, dejándoles arbitrio entre lo posible y lo dificultoso. Entró suponiendo : « que no era para dos veces la congoja en que se vieron aquella tarde; ni se podia repetir sin temeridad el empeño de marchar

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(1) Segun Bernal Diaz, suplian los españoles la falta de ungüentos para curarse las heridas con unto de hombre que tomaban de los indios muertos en la pelea; y añade que era muy eficaz su efecto.

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