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laguna, donde no era posible doblarse, ni servirse de la caballería, descubiertos los dos costados á las embarcaciones enemigas, y obligados á romper por la frente, y resistir por la retaguar» dia. Los que llevaban la contraria opinion decian : que no era practicable intentar de noche una marcha con bagage y artillería por camino incierto, y levantado sobre las aguas, cuando la cstacion del tiempo, nublado entonces y lluvioso, daba en los ojos >> con la ceguedad y el desacierto de semejante resolucion. Que la > faccion de mover un ejército con todos sus impedimentos, y > con el embarazo de ir echando puentes para franquear el paso, » no era obra para ejecutarla sin ruido y sin detencion; ni en la » guerra eran seguras las cuentas alegres, sobre los descuidos del enemigo, que alguna vez se pueden lograr, pero nunca se deben presumir que la costumbre que se daba por cierta en los meji>canos de no tomar las armas en llegando la noche, demas de > haberse visto interrumpida en la faccion de poner fuego al cuartel, » y en la de ocupar el adoratorio, no era bastante prenda para » creer que hubiesen abandonado enteramente la única surtida » que debian asegurar; y que siempre tendrian por menor inconveniente salir peleando á riesgo descubierto, que hacer una retirada con apariencias de fuga, para llegar sin crédito al abrigo de las naciones confederadas, que acaso desestimarian » su amistad, perdido el concepto de su valor, ó por lo menos seria mala política necesitar de los amigos, y buscarlos sin reputacion. >>

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Tuvo mas votos la opinion de que se hiciese de noche la retirada ; y Hernan Cortés cedió al mayor número dejándose llevar, al parecer, de algun motivo reservado. Convinieron todos en que se apresurase la salida; y últimamente se resolvió que fuese aquella misma noche, porque no se dejase tiempo al enemigo para discurrir en nuevas prevenciones, ó para embarazar el camino de la calzada con algunos reparos ó trincheras, de las que solian usar en el paso de las acequias. Dióse calor á la fábrica del puente; y aunque se puede creer que tuvo intento Hernan Cortés de que se hiciesen otros dos, por ser tres los canales que se habian roto, no cupo en el tiempo esta prevencion, ni pareció necesaria, creyendo que se podria mudar el puente de un canal á otro, como fuese pasando el ejército suposiciones en que ordinariamente se conoce tarde la distancia que hay entre el discurso y la operacion.

No se puede negar que se portó Hernan Cortés en esta controversia de sus capitanes con mas neutralidad ó menos accion que solia. Túvose por cierto que llegó á la junta inclinado á lo mismo que se resolvió, por haber atendido á la vana prediccion de un astrólogo, que al entrar en ella, le aconsejó misteriosamente que marchase aquella misma noche, porque se perderia la mayor parte de su ejército, si dejaba pasar cierta constelacion favorable, que andabacerca de termin ar en otro aspecto infortunado. Llamábase

Botello este adivino, soldado español, de plaza sencilla, y mas conocido en el ejército por el renombre del Nigromántico, á que respondia sin embarazarse, teniendo este vocablo por atributo de su habilidad: hombre sin letras ni principios, que se preciaba de penetrar los futuros contingentes; pero no tan ignorante como los que saben con fundamento las artes diabólicas, ni tan sencillo, que dejase de gobernarse por algunos caractéres, números ó palabras de las que tienen dentro de sí la estipulacion abominable del primer engañado. Reíase ordinariamente Cortés de sus pronósticos, despreciando el sugeto por la profesion, y entonces le oyó con el mismo desprecio; pero incurrió en la culpa de oirle, poco menor que la de consultarle; y cuando necesitaba de su prudencia para elegir lo mejor, se le llevó tras sí el vaticinio despreciado : gente perjudicial, y observaciones peligrosas, que deben aborrecer los mas advertidos, y particularmente los que gobiernan; porque al mismo tiempo que se conoce su vanidad, dejan preocupado el corazon con algunas especies, que inclinan al temor ó á la seguridad; y cuando llega el caso de resolver, suelen alzarse con el oficio del entendimiento las aprensiones ó los desvaríos de la imaginacion.

CAPITULO XVIII.

Marcha el éjercito recatadamente, y al entrar en la calzada le descubren y acometen los indios con todo el grueso por agua y tierra: peléase largo rato, y últimamente se consigue con dificuldad y considerable pérdida, hasta salir al parage de Tácuba.

Envióse aquella misma tarde nuevo embajador mejicano á la ciudad, con pretesto de continuar la proposicion que llevó á su cargo el sacerdote diligencia que pareció conveniente para deslumbrar al enemigo, dándole á entender que se corria de buena inteligencia en el tratado; y que á lo mas largo se dispondria la marcha dentro de ocho dias. Trató luego Hernan Cortés de apresurar las disposiciones de su jornada, cuyo breve plazo daba estimacion á los ins

tantes.

Distribuyó las órdenes : instruyó á los capitanes, previniendo con atenta precaucion los accidentes que se podian ofrecer en la marcha. Formó la vanguardia, poniendo en ella doscientos soldados españoles, con los tlascaltecas de mayor satisfaccion, y hasta veinte caballos, á cargo de los capitanes Gonzalo de Sandoval, Francisco de Acevedo, Diego de Ordaz, Francisco de Lugo y Andres de Tapia. Encargó la retaguardia, con algo mayor número de gente y caballos, á Pedro de Alvarado, Juan Velazquez de Leon, y otros cabos de los que vinieron con Narbaez. En la batalla ordenó que fuesen los prisioneros, artillería y bagage, con el resto del ejército : reser

vando para que asistiesen á su persona, y á las ocurrencias, donde Ilamase la necesidad, hasta cien soldados escogidos, con los capitanes Alonso Dávila, Cristóbal de Olid y Bernardino Vazquez de Tapia. Hizo despues una breve oracion á los soldados, ponderando aquella vez las dificultades y peligros del intento, porque andaba muy válida en los corrillos la opinion de que no peleaban de noche los mejicanos, y era necesario introducir el recelo para desviar la seguridad, enemiga lisonjera en las facciones militares, porque inclina los ánimos al descuido para entregarlos á la turbacion; así como suele prevenirlos el temor prudente contra el miedo vergonzoso.

Mandó luego sacar á una pieza de su cuarto el oro y plata, joyas y prescas del tesoro que tenia en depósito Cristóbal de Guzman, su camarero y de él se apartó el quinto del rey en los géneros mas preciosos y de menos volumen, de que se hizo entrega formal á los oficiales que llevaban la cuenta y razon del ejército, dando para su conducion una yegua suya, y algunos caballos heridos, por no embarazar los indios que podian servir en la ocasion. Pasaria el resíduo, segun el cómputo que se pudo hacer, de setecientos mil pesos, cuya riqueza desamparó con poca ó ninguna repugnancia, protestando públicamente: « que no era tiempo de retirarla, ni to» lerable que se detuviese á ocupar indignamente las manos que » debian ir libres para la defensa de la vida y de la reputacion. » Pero reconociendo en los soldados menos aplaudido el acierto de aquella pérdida inescusable, añadió al apartarse : « que no se debia » mirar entonces la retirada como desamparo del caudal adquirido, » ni del intento principal, sino como una disposicion necesaria » para volver á la empresa con mayor esfuerzo, al modo que suele » servir al impulso del golpe la diligencia de retirar el brazo. » Y les dió á entender, que no seria gran delito aprovecharse de lo que buenamente pudiesen; que fue lo mismo en la sustancia, que dejar la moderacion al arbitrio de la codicia; y aunque los mas, viendo en su poder aquel tesoro abandonado, cuidaron de quedar aligerados y prontos para lo que se ofreciese, hubo algunos, y particularmente los de Narbaez, que se dieron al pillage con sobrada inconsideracion, acusando la estrechez de las mochilas, y sirviéndose de los hombros contra la voluntad de las fuerzas : dispensacion en que al parecer dormitaron las advertencias militares de Cortés : porque no pudo ignorar que la riqueza en el soldado, no solo es embarazo esterior cuando llega el caso de pelear, sino impedimento que suele hacer estorbo en el ánimo, siendo mas fácil en los de pocas obligaciones desprenderse del pundonor que desasirse de la presa.

No le hallamos otra disculpa, que haberse persuadido á que podria ejecutar su marcha sin oposicion; y si esta seguridad, que no parece de su genio, tuvo alguna relacion al vaticinio del astrólogo, dado el error de haberle atendido, no se debe mirar

como nuevo descuido, sino como segundo inconveniente de la primera culpa.

Seria poco menos de media noche cuando salieron del cuartel, sin que las centinelas ni los batidores hallasen que reparar ό que advertir; y aunque la lluvia y la obscuridad favorecian el intento de caminar cautamente, y aseguraban el recelo de que pudiese durar el enemigo en sus reparos, se observó con tanta puntualidad el silencio y el recato, que no pudiera obrar el temor lo que pudo en aquellos soldados la obediencia. Pasó el puente levadizo á la vanguardia, y los que le llevaban á su cargo, le acomodaron á la primera canal; pero aferró tanto en las piedras que le sustentaban, con el peso de los caballos y artillería, que no quedó capaz de poderse mudar á los demas canales, como se habia presupuesto, ni llegó el caso de intentarlo, porque antes que acabase de pasar el ejército el primer tramo de la calzada, fue necesario acudir á las armas, y se hallaron acometidos por todas partes cuando menos lo recelaban.

Fue digna de admiracion en aquellos bárbaros la maestría con que dispusieron su faccion, y observaron con vigilante disimulacion el movimiento de sus enemigos. Juntaron y distribuyeron sin rumor la multitud inmanejable de sus tropas: sirviéronse de la obscuridad y del silencio para lograr el intento de acercarse sin ser descubiertos. Cubrióse de canoas armadas el ámbito de la laguna, que venian por los dos costados sobre la calzada; entrando al combate con tanto sosiego y desembarazo, que se oyeron sus gritos y el estruendo belicoso de sus caracoles, casi al mismo tiempo que se dejaron sentir los golpes de sus flechas.

Pereciera sin duda todo el ejército de Cortés, si hubieran guardado los indios en el pelear la buena ordenanza que observaron al acometer; pero estaba en ellos violenta la moderacion; y al empezar la cólera cesó la obediencia, y prevaleció la costumbre, cargando de tropel sobre la parte donde reconocieron el bulto del ejército, tan oprimidos unos de otros, que se hacian pedazos las canoas, chocando en la calzada; y era segundo peligro de las que se acercaban, el impulso de las que procuraban adelantarse. Hicicron sangriento destrozo los españoles en aquella gente desnuda y desordenada, pero no bastaban las fuerzas al contínuo ejercicio de las espadas y los chuzos; y á breve rato se hallaron tambien acometidos por la frente, y llegó el caso de volver las caras á lo mas ejecutivo del combate porque los indios que se hallaban distantes, ó los que no pudieron sufrir la pereza de los remos, se arrojaron al agua, y sirviéndose de su agilidad y de sus armas, treparon sobre la calzada en tanto número, que no quedaron capaces de mover las armas; cuyo nuevo sobresalto tuvo en aquella ocasion circunstancias de socorro, porque fueron fáciles de romper; y muriendo casi todos, bastaron sus cuerpos á cegar el canal, sin que fuese necesario otra diligencia que irlos arrojando en él para que sirviesen de

puente al ejército. Así lo refieren algunos escritores, aunque otros dicen que se halló dichosamente una viga de bastante latitud que dejaron sin romper en la segunda puente, por la cual pasó desfilada la gente, llevando por el agua los caballos al arbitrio de la rienda. Como quiera que sucediese, que no son fáciles de concordar estas noticias, ni todas merecen reflexion, la dificultad de aquel paso inescusable se venció mediando la industria ó la felicidad : y la vanguardia prosiguió su marcha, sin detenerse mucho en el último canal, porque se debió á la vecindad de la tierra la disminucion de las aguas, y se pudo esguazar fácilmente lo que restaba del lago: teniéndose á dicha particular, que los enemigos, de tanta gente como les sobraba, no hubiesen echado alguna de la otra parte; porque fuera entrar en nueva y mas peligrosa disputa los que iban saliendo á la ribera, fatigados y heridos, con el agua sobre la cintura; pero no cupo en su advertencia esta prevencion, ni al parecer descubrieron la marcha; ó seria lo mas cierto, que no se hizo lugar entre su confusion y desórden el intento de impedirla.

Pasó Hernan Cortés con el primer trozo de su gente; y ordenando sin detenerse á Juan de Xaramillo que cuidase de ponerla en escuadron como fuese llegando, volvió á la calzada con los capitanes Gonzalo de Sandoval, Cristóbal de Olid, Alonso Dávila, Francisco de Morla y Gonzalo Dominguez. Entró en el combate animando á los que peleaban, no menos con su presencia que con su ejemplo: reforzó su tropa con los soldados que parecieron bastantes para detener al enemigo por las dos avenidas, y entretanto mandó que se retirase lo interior de las hileras, haciendo echar al agua la artillería para desembarazar el paso, y dar corriente á la marcha. Fue mucho lo que obró su valor en este conflicto; pero mucho mas lo que padeció su espíritu, porque le traia el aire á los oidos envueltas en el horror de la obscuridad, las voces de los españoles, que llamaban á Dios en el último trance de la vida : cuyos lamentos, confusamente mezclados con los gritos y amenazas de los indios, le traian al corazon otra batalla entre los incentivos de la ira y los afectos de la piedad.

Sonaban estas voces lastimosas á la parte de la ciudad, donde no era posible acudir, porque los enemigos que andaban en la laguna, cuidaron de romper el puente levadizo antes que acabase de pasar la retaguardia, donde fue mayor el fracaso de los españoles, porque cerró con ellos el principal grueso de los mejicanos, obligándolos á que se retirasen á la calzada, y haciendo pedazos á los menos diligentes, que por la mayor parte fueron de los que faltaron á su obligacion, y rehusaron entrar en la batalla por guardar el oro que sacaron del cuartel. Murieron estos ignominiosamente, abrazados con el peso miserable que los hizo cobardes en la ocasion, y tardos en la fuga. Destruyeron su opinion, y dañaron injustamente al crédito de la faccion, porque se pusieron en el cómputo de los muertos, como si hubieran vendido á mejor precio la vida; y de buena

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