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» tenian de su parte la disculpa del buen sonido, pues se reducian » á pedir la libertad de su rey, persuadidos á que no la tenia, y >> errando el camino de pretenderla : que ya llegaba el caso de ser >> inescusable que saliesen de Méjico sin mas dilacion Cortés y los » suyos para que pudiese volver por su autoridad, poner en suje »cion á los rebeldes, y atajar el fuego desviando la materia. » Repitió lo que habia padecido por no faltar á su palabra, y tocó ligeramente los recelos que mas le congojaban; pero fueron rendidas las instancias que hizo á Cortés para que no le replicase que se descubrian las influencias del temor en las eficacias del ruego.

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Hallábase ya Hernan Cortés con dictámen de que le convenia retirarse por entonces, aunque no sin esperanzas de volver á la empresa con mayor fundamento; y sirviéndose de lo que llevaba discurrido para estrañar menos esta proposicion, le respondió sin detenerse : « que su ánimo y su entendimiento estaban conformes >> en obedecerle con ciega resignacion, porque solo deseaba eje» cutar lo que fuese de su mayor agrado, sin discurrir en los motivos de aquella resolucion, ni detenerse á representar inconve» nientes que tendria previstos y considerados; en cuyo exámen debe rendir su juicio el inferior, ó suele bastar por razon la » voluntad de los príncipes. Que sentiria mucho apartarse de su » lado sin dejarle restituido en la obediencia de sus vasallos, par» ticularmente cuando pedia mayor precaucion la circunstancia de

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haberse declarado la nobleza por los populares novedad que » necesitaba de todo su cuidado; porque los nobles, roto una vez » el freno de su obligacion, se hallan mas cerca de los mayores >> atrevimientos; pero que no le tocaba formar dictámenes que pu» diesen retardar su obediencia, cuando le proponia, como remedio necesario, su jornada, conociendo la enfermedad y los humores » de que adolecia su república: sobre cuyo presupuesto, y la cer» tidumbre de que marcharia luego con su ejército la vuelta de Zempoala, debia suplicarle que antes de su partida hiciese dejar » las armas á sus vasallos, porque no seria de buena consecuencia. » que atribuyesen á su rebeldia lo que debian á la benignidad de su rey; cuyo reparo hacia mas por el decoro de su autoridad, que porque le diese cuidado la obtinacion de aquellos rebeldes, » pues dejaba el empeño de castigarlos por complacerle, llevando » en su espada y en el valor de los suyos todo lo que habia menes» ter para retirarse con seguridad.

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No esperaba Motezuma tanta prontitud en las respuestas de Cortés: creyó hallar en él mayor resistencia, y temia estrecharle con la porfia ó con la desazon en materia que tenia resuelta y deliberada. Dióle á entender su agradecimiento con demostraciones de particular gratitud. Salió al semblante y á la voz el desahogo de su respiracion. Ofreció mandar luego á sus vasallos que dejasen las armas, y aprobó su advertencia, estimándola como disposicion necesaria

para que llegasen menos indignos á capitular con su rey: punto en que no habia discurrido, aunque sentia interiormente la disonancia de tanto contemporizar con los que merecian su desagrado, y no hallaba camino de componer la soberanía con la disimulacion. Al mismo tiempo que duraba esta conferencia se tocó un arma muy viva en el cuartel. Salió Hernan Cortés á reconocer sus defensas, y halló la gente por todas partes empeñada en la resistencia de un asalto general que intentaron los enemigos. Estaba siempre vigilante la garnicion, y fueron recibidos con todo el rigor de las bocas de fuego pero no fue posible detenerlos, porque cerraron los ojos al peligro y acometieron de golpe, impelidos unos de otros con tanta precipitacion, que caminando al parecer su vanguardia sin propio movimiento, logró al primer avance la determinacion de arrimarse á la muralla. Fuéronse quedando los arcos y las hondas en la distancia que habian menester, y empezaron á repetir sus cargas para desviar la oposicion del asalto, que al mismo tiempo se intentaba y resistia con igual resolucion. Llegó por algunas partes el enemigo á poner el pie dentro de los reparos; y Hernan Cortés, que tenia formado su retén de tlascaltecas y españoles en el patio principal, acudia con nuevos socorros á los puntos mas aventurados, siendo necesario toda su actividad y todo el ardimiento de los suyos para que no flaquease la defensa, ó se llegase á conocer la falta que hacen las fuerzas al valor.

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Supo Motezuma el conflicto en que se hallaba Cortés; llamó á doňa Marina, y por su medio le propuso : « que segun el estado pre» sente de las cosas y lo que tenia discurrido, seria conveniente dejarse ver desde la muralla para mandar que se retirasen los se» diciosos populares, y viniesen desarmados los nobles á repre» sentar lo que unos y otros pretendian. » Admitió Cortés su proposicion, teniendo ya por necesaria esta diligencia para que respirase por un rato su gente, cuando no bastase para vencer la obstinacion de aquella multitud inexorable. Y Motezuma se dispuso luego á ejecutar esta diligencia con ansia do reconocer el ánimo de sus vasallos . en lo tocante á su persona. Hízose adornar de las vestiduras reales: pidió la diadema y el manto imperial : no perdonó las joyas de los actos públicos, ni otros resplandores afectados que publicaban su desconfianza, dando á entender con este cuidado que necesitaba de accidentes su presencia para ganar el respeto de los ojos, ó que le convenia socorrerse de la púrpura y el oro para cubrir la flaqueza interior de la magestad. Con todo este aparato, y con los mejicanos principales que duraban en su servicio, subió al terrado contrapuesto á la mayor avenida. Hizo calle la guarnicion y asomándose uno de ellos al pretil, dijo en voces altas : que previniesen todos su atencion y su reverencia, porque se habia dignado el gran-Motezuma de salir á escucharlos y favorecerlos. Cesaron los gritos al oir su nombre, y cayendo el terror sobre la ira, quedaron apagadas las voces y amedrentada la respiracion. Dejóse ver entonces de la mu

chedumbre, llevando en el semblante una severidad apacible compuesta de su enojo y su recelo. Doblaron muchos la rodilla cuando le descubrieron, y los mas se humillaron hasta poner el rostro con la tierra, mezclándose la razon de temerle con la costumbre de adorarle. Miró primero á todos, y despues á los nobles, con ademan de reconocer á los que conocia. Mandó que se acercasen algunos, llamándolos por sus nombres. Honrólos con el título de amigos y parientes, forcejeando con su indignacion. Agradeció el afecto con que deseaban su libertad, sin faltar á la decencia de las palabras; y su razonamiento, aunque le hallamos referido con alguna diferencia, fue, segun dicen los mas, en esta conformidad.

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«Tan lejos estoy, vasallos mios, de mirar como delito esta con» mocion de vuestros corazones, que no puedo negarme inclinado » á vuestra disculpa. Esceso fue tomar las armas sin mi licencia, >> pero esceso de vuestra fidelidad. Creísteis, no sin alguna razon, » que yo estaba en este palacio de mis predecesores detenido y vio» lentado y el sacar de opresion á vuestro rey es empeño grande » para intentado sin desórden, que no hay leyes que puedan sujetar el nimio dolor á los términos de la prudencia; y aunque tomás>>teis con poco fundamento la ocasion de vuestra inquietud (porque >> yo estoy sin violencia entre los forasteros que tratais como enemigos) ya veo que no es descrédito de vuestra voluntad el engaño » de vuestro discurso. Por mi eleccion he perseverado con ellos; y he debido toda esta benignidad á su atencion, y todo este obsequio al príncipe que los envia. Ya están despachados: ya he re» suelto que se retiren y ellos saldrán luego de mi corte; pero no » es bien que me obedezcan primero que vosotros, ni que vaya de» lante de vuestra obligacion su cortesía. Dejad las armas y venid como debeis á mi presencia, para que cesando el rumor y ca» llando el tumulto, quedeis capaces de conocer lo que os favorezco » en lo mismo que os perdono. »>

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Así acabó su oracion y nadie se atrevió á responderle. Unos le miraban asombrados y confusos de hallar el ruego donde temian la indignacion; y otros lloraban de ver tan humilde á su rey, ó lo que disuena mas, tan humillado. Pero al mismo tiempo que duraba esta suspension, volvió á remolinar la plebe, y pasó en un instante del miedo á la precipitacion, fácil siempre de llevar á los estremos su inconstancia, y no faltaria quien la fomentase cuando tenian elegido nuevo emperador, ó estaban resueltos á elegirle, que uno y otro se halla en los historiadores.

Creció el desacato á desprecio, dijéronle á grandes voces que ya no era su rey, que dejase la corona y el cetro por la rueca y el huso, llamándole cobarde, afeminado y prisionero vil de sus enemigos. Perdíanse las injurias en los gritos, y él procuraba, con el sobrecejo y con la mano, hacer lugar á sus palabras, cuando empezó á disparar la multitud, y vió sobre sí el último atrevimiento de sus vasallos. Procuraron cubrirle con las rodelas dos soldados

que puso Hernan Cortés á su lado previniendo este peligro; pero no bastó su diligencia para que dejasen de alcanzarle algunas flechas, y mas rigurosamente una piedra que le hirió en la cabeza, rompiendo parte de la sien, cuyo golpe le derribó en tierra sin sentido : suceso que sintió Cortés como uno de los mayores contratiempos que se le podian ofrecer. Hízole retirar á su cuarto, y acudió con nueva irritacion á la defensa del cuartel; pero se halló sin enemigos en quien tomar satisfaccion de su enojo; porque al mismo instante que vieron caer á su rey, ó pudieron conocer que iba herido, se asombraron de su misma culpa, y huyendo sin saber de quién, ó creyendo que llevaban á las espaldas la ira de sus dioses, corrieron á esconderse del cielo con aquel género de confusion ó fealdad espantosa que suelen dejar en el ánimo al acabarse de cometer los enormes delitos.

Pasó luego Hernan Cortés al cuarto de Motezuma, que volvió en sí dentro de breve rato; pero tan impaciente y despechado, que fue necesario detenerle para que no se quitase la vida. No era posible curarle porque desviaba los medicamentos : prorumpia en amenazas que terminaban en gemidos: esforzábase la ira y declinaba en pusilanimidad: la persuasion le ofendia, y los consuelos le irritaban cobró el sentido para perder el entendimiento; y pareció conveniente dejarle por un rato y dar algun tiempo á la consideracion para que se desembarazase de las primeras disonancias de la ofensa. Quedó encargado á su familia y en miserable congoja, batallando con las violencias de su natural y el abatimiento de su espíritu; sin aliento para intentar el castigo de los traidores, y mirando como hazaña la resolucion de morir á sus manos bárbaro recurso de ánimos cobardes que gimen debajo de la calamidad, y solo tienen valor contra el que puede menos.

CAPITULO XV.

Muere Motezuma sin querer reducirse á recibir el bautismo: envia Cortés el cuerpo á la ciudad: celebran sus exequias los mejicanos; y se describen las calidades que concurrieron en su persona.

Perseveró en su impaciencia Motezuma, y se agravaron al mismo paso las heridas, conociéndose por instantes lo que influyen las pasiones del ánimo en la corrupcion de los humores. El golpe de la cabeza pareció siempre de cuidado, y bastaron sus despechos para que se hiciese mortal, porque no fue posible curarle como era necesario hasta que le faltaron las fuerzas para resistir á los remedios. Padecíase lo mismo para reducirle á que tomase algun alimento, cuya necesidad le iba estenuando: solo duraba en él alentada y vigorosa la determinacion de acabar con su vida, creciendo su desesperacion con la falta de sus fuerzas. Conocióse á tiempo el pe

ligro; y Hernan Cortés, que faltaba pocas veces de su lado porque se moderaba y componia en su presencia, trató con todas veras de persuadirle á lo que mas le importaba. Volvióle á tocar el punto de la religion, llamándole con suavidad á la detestacion de sus errores y al conocimiento de la verdad. Habia mostrado en diferentes ocasiones alguna inclinacion á los ritos y preceptos de la fé católica; desagradando á su entendimiento los absurdos de la idolatría, y llegó á dar esperanzas de convertirse; pero siempre lo dilataba por su diabólica razon de estado, atendiendo á la supersticion agena cuando le dejaba la suya : y dando al temor de sus vasallos mas que á la reverencia de sus dioses.

Hizo Cortés de su parte cuanto pedia la obligacion de cristiano. Rogábale unas veces fervoroso y otras enternecido que se volviese á Dios y asegurase la eternidad recibiendo el bautismo. El padre fray Bartolomé de Olmedo le apretaba con razones de mayor eficacia: los capitanes que se preciaban de sus favorecidos querian entenderse con su voluntad doña Marina pasaba de la interpretacion á los motivos y á los ruegos; y diga lo que quisiere la emulacion ó la malicia, que hasta en este cuidado culpa de omisos á los españoles, no se omitió diligencia humana para reducirle al camino de la verdad. Pero sus respuestas eran despropósitos de hombre precito discurrir en su ofensa; prorumpir en amenazas : dejarse caer en la desesperacion, y encargar á Cortés el castigo de los traidores; en cuya batalla, que duró tres dias, rindió al demonio la eterna posesion de su espíritu, dando á la venganza y á la ferocidad las últimas cláusulas de su aliento; y dejando al mundo un ejemplo formidable de lo que se deben temer en aquella hora las pasiones, enemigas siempre de la conformidad, y mas absolutas en los poderosos; porque falta el vigor para sujetarlas, al mismo tiempo que prevalece la costumbre de obedecerlas.

Fue general entre los españoles el sentimiento de su muerte, porque todos le amaban con igual afecto; unos por sus dádivas, y otros por su gratitud y benevolencia. Pero Hernan Cortés, que le debia mas que todos y hacia mayor pérdida, sintió esta desgracia tan vivamente, que llegó á tocar su dolor en congoja y desconsuelo; y aunque procuraba componer el semblante por no desalentar á los suyos, no bastaron sus esfuerzos para que dejase de manifestar el secreto de su corazon con algunas lágrimas que se vinieron á sus ojos tarde ó mal detenidas. Tenia fundada en la voluntaria sujecion de aquel príncipe la mayor fábrica de sus designios. Habíasele cerrado con su muerte la puerta principal de sus esperanzas. Necesitaba ya de tirar nuevas líneas para caminar al fin que pretendia, y sobre todo le congojaba que hubiese muerto en su obstinacion : último encarecimiento de aquella infelicidad, y punto esencial que le dividia el corazon entre la tristeza y el miedo, tropezando en el horror todos los movimientos de la piedad.

Su primera diligencia fue llamar á los criados del difunto, y ele

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