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CAPITULO X.

Llega Hernan Cortés á Zempoala, donde halla resistencia: consigue con las armas la victoria prende á Narbaez, cuyo ejército se reduce á servir debajo de su

mano.

Habria marchado el ejército de Cortés algo mas de media legua cuando volvieron los batidores con una centinela de Narbaez que cayó en sus manos, y dieron noticia que se les habia escapado entre la maleza otra que venia poco despues : accidente que destruia el presupuesto de hallar descuidado al enemigo. Hízose una breve consulta entre los capitanes, y vinieron todos en que no era posible que aquel soldado, caso que hubiese descubierto el ejército, se atreviese por entonces á seguir el camino derecho, siendo mas verisimil que tomase algun rodeo por no dar en el peligro : de que resultó, con aplauso comun, la resolucion de alargar el paso para llegar antes que la espía, ó entrar al mismo tiempo en el cuartel de los enemigos: suponiendo que si no se lograse la ventaja de asaltarlos dormidos, se conseguiria por los menos la de hallarlos mal despiertos, y en el preciso embarazo de la primera turbacion. Así lo discurrieron sin detenerse, y empezaron á marchar en mayor diligencia, dejando en un ribazo fuera del camino los caballos, el bagage y los demas impedimentos. Pero la centinela que debió á su miedo parte de su agilidad, consiguió el llegar antes, y puso en arma el cuartel diciendo á voces que venia el enemigo. Acudieron á las armas los que se hallaron mas prontos: lleváronle á la presencia de Narbaez, y él despues de hacerle algunas preguntas, despreció el aviso, y al que le traia, teniendo por impracticable que se atreviese Cortés á buscarle con tan poca gente dentro de su alojamiento, ni pudiese campear en noche tan obscura y tempestuosa.

Serian poco mas de las doce cuando llegó Hernan Cortés á Zempoala, y tuvo dicha en que no le descubriesen los caballos de Narbaez, que al parecer perdieron el camino con la obscuridad, si no se apartaron de él para buscar algun abrigo en que defenderse del agua. Pudo entrar en la villa, y llegar con su ejército á vista del adoratorio, sin hallar un cuerpo de guardia, ni una centinela en que detenerse. Duraba entonces la disputa de Narbaez con el soldado que se afirmaba de haber reconocido, no solamente los batidores, sino todo el ejército en marcha diligente; pero se buscaban todavía pretestos á la seguridad, y se perdia en el exámen de la noticia el tiempo que, aun siendo incierta, se debia lograr en la prevencion. La gente andaba inquieta y desvelada cruzando por el átrio superior unos dudosos, y otros en la inteligencia de su capitan; pero todos con las armas en las manos, y poco menos que prevenidos.

Conoció Hernan Cortés que le habian descubierto; y hallándose ya en el segundo caso que llevaba discurrido, trató de asaltarlos antes que se ordenasen. Hizo la seña de acometer, y Gonzalo de Sandoval con su vanguardia empezó á subir las gradas segun el órden que llevaba. Sintieron el rumor algunos de los artilleros que estaban de guardia, y dando fuego á dos ó tres piezas, tocaron al arma segunda vez, sin dejar duda en la primera. Siguióse al estruendo de la artillería el de las cajas y las voces, y acudieron luego á la defensa de las gradas los que se hallaron mas cerca. Creció brevemente la oposicion : estrechóse á las picas y á las espadas el combate; y Gonzalo de Sandoval hizo mucho en mantenerse forcejeando á un tiempo con el mayor número de la gente, y con la diferencia del sitio inferior; pero le socorrió entonces Cristóbal de Olid; y Hernan Cortés dejando formado su reten, se arrojó á lo mas ardiente del conflicto, y facilitó el avance de unos y otros, obrando con la espada lo que infundia con la voz, á cuyo esfuerzo no pudieron resistir los enemigos, que tardaron poco en dejar libre la última grada, y poco mas en retirarse desordenadamente, desamparando el átrio y la artillería. Huyeron muchos á sus alojamientos, y otros acudieron á cubrir la puerta del torreon principal, donde se volvió á pelear breve rato con igual valor de ambas partes.

Dejóse ver á este tiempo Páufilo de Narbaez, que se detuvo en armarse á persuasion de sus amigos; y despues de animar á los que peleaban, y hacer cuanto pudo para ordenarlos, se adelantó con tanto denuedo á lo mas recio del combate, que hallándose cerca Pedro Sanchez Farfan, uno de los soldados que asistian á Sandoval, le dió un picazo en el rostro, de cuyo golpe le sacó un ojo y derribó en tierra sin mas aliento que el que hubo menester para decir que le habian muerto. Corrió esta voz entre sus soldados, y cayó sobre todos el espanto y la turbacion con varios efectos, porque unos le desampararon ignominiosamente; otros se detuvieron por falta de movimiento, y los que mas se quisieron esforzar á socorrerle peleaban embarazados y confusos del súbito accidente: con que se hallaron obligados á retroceder, dando lugar á los vencedores para que le retirasen. Bajáronle por las gradas poco menos que arrastrando. Envió Cortés á Gonzalo de Sandoval para que cuidase de asegurar su persona, lo cual se ejecutó entregándole al último escuadron; y el que poco antes miraba con tanto descuido aquella guerra, se halló al volver en sí, no solo con el dolor de su herida, sino en poder de sus enemigos, y con dos pares de grillos que le ponian mas lejos su libertad.

Llegó el caso de cesar la batalla porque cesó la resistencia. Encerráronse todos los de Narbaez en sus torreones tan amedrentados, que no se atrevian á disparar, y solo cuidaban de poner estorbos á la entrada. Los de Cortés apellidaron á voces la victoria, unos por Cortés, y otros por el rey, y los mas atentos por el Espíritu Santo: gritos de alborozo anticipado que ayudaron entonces al terror de

los enemigos, y fue circunstancia que hizo al caso en aquella coyuntura que se persuadiesen los mas á que traia Cortés un ejército muy poderoso : el cual á su parecer ocupaba gran parte de la campaña; porque desde las ventanas de su encerramiento descubrian á diferentes distancias algunas luces que interrumpiendo la obscuridad parecian á sus ojos cuerdas encendidas y tropas de arcabuceros, siendo unos gusanos que resplandecen de noche, semejantes á nuestras lucernas ó noctilucas, aunque de mayor tamaño y resplandor en aquel hemisferio : aprension que hizo particular batería en el vulgo del ejército, y que dejó dudosos á los que mas se animaban : tanto engaña el temor á los afligidos, y tanto se inclinan los adminículos menores de la casualidad á ser parciales de los afortunados. Mandó Cortés que cesasen las aclamaciones de la victoria; cuya credulidad intempestiva suele dañar en los ejércitos, y se debe atajar, porque descuida y desordena los soldados. Hizo volver la artillería contra los torreones: dispuso que á guisa de pregon se publicase indulto general á favor de los que se rindiesen : ofreciendo partidos razonables y comunicacion de intereses á los que se determinasen á seguir sus banderas: libertad y pasage álos que se quisiesen retirar á la isla de Cuba; y á todos salva la ropa y las personas : diligencia que fue bien discurrida, porque importó mucho que se hiciese notoria esta manifestacion de su ánimo antes que el dia, cuya primera luz no estaba lejos, desengañase aquella gente de las pocas fuerzas que los tenian oprimidos, y les diese resolucion para cobrarse de la pusilanimidad mal concebida: que algunas veces el miedo suele hacerse temeridad, avergonzando al que le tuvo con poco fundamento.

Apenas se acabó de intimar el bando á las tres separaciones donde se habia retraido la gente, cuando empezaron á venir tropas de oficiales y soldados á rendirse. Iban entregando las armas como llegaban, y Cortés sin faltar á la urbanidad ni al agasajo, hizo tambien desarmar á sus confidentes, porque no se les conociese la inclinacion, ó porque diesen ejemplo á los demas. Creció tanto en breve tiempo el número de los rendidos, que fue necesario dividirlos y asegurarlos con guardia suficiente, hasta que saliendo el dia se descubriesen las caras y los efectos.

Cuidó en este intermedio Gonzalo de Sandoval de que se curase la herida de Narbaez; y Hernan Cortés que acudia incansablemente á todas partes, y tenia en aquella su principal cuidado, se acercó á verle con algun recato por no afligirle con su presencia; pero le descubrió el respeto de sus soldados; y Narbacz volviéndole á mirar con semblante de hombre que no acababa de conocer su fortuna, le dijo : « tened en mucho, señor capitan, la dicha que habeis conseguido en hacerme vuestro prisionero. » A que le respondió Cortés: » de todo, amigo, se deben las gracias a Dios; pero sin género de » vanidad os puedo asegurar que pongo esta victoria y vuestra prision entre las cosas menores que se han obrado en esta tierra. »

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Llegó entonces noticia de que se resistia con obstinacion uno de los torreones donde se habian hecho fuertes el capitan Salvatierra y Diego Velazquez el mozo, deteniendo con su autoridad y persuasiones á los soldados que se hallaban con ellos. Volvió Cortés á subir las gradas: hízoles intimar que se rindiesen, ó serian tratados con todo el rigor de la guerra; y viéndolos resueltos á defenderse ó capitular, dispuso, no sin alguna cólera, que se disparasen al torreon dos piezas de artillería, y poco despues ordenó á los artilleros que levantasen la mira y diesen la carga en lo alto del edificio, .mas para espantar que para ofender. Así lo ejecutaron, y no fue necesaria mayor diligencia para que saliesen muchos á pedir cuartel, dejando libre la entrada de la torre que acabó de allanar Juan Velazquez de Leon con una escuadra de los suyos: prendieron á los capitanes Salvatierra y Velazquez, enemigos declarados, de quien se podia temer que aspirasen á ocupar el vacío de Narbaez, con que se declaró enteramente la victoria por Cortés. Murieron de su parte solo dos soldados, y hubo algunos heridos, de los cuales hay quien diga que murieron otros dos. En el ejército contrario quedaron muertos quince soldados, un alferez y un capitan, y fue mucho mayor el número de los heridos. Narbaez y Salvatierra fueron llevados á la VeraCruz con la guardia que pareció necesaria. Quedó prisionero de Juan Velazquez de Leon Diego Velazquez el mozo; y aunque le tenia justamente irritado con el lance de Zempoala, cuidó con particular asistencia de su cura y regalo : generosidad en que medió como intercesora la igualdad de la sangre, y como superior la nobleza del ánimo. Y todo esto quedó ejecutado antes de amanecer. ¡Notable faccion! en que se midieron por instantes los aciertos de Cortés, y los desalumbramientos de Narbaez.

Al romper el alba llegaron los dos mil chinantecas que se habian prevenido; y aunque vinieron despues de la victoria, celebró Cortés el socorro, teniéndole por oportuno para que viesen los de Narbaez que no le faltaban amigos que le asistiesen. Miraban aquellos pobres rendidos con vergüenza y confusion el estado en que se hallaban : dióles el dia con su ignominia en los ojos vieron llegar este socorro, y conocieron las pocas fuerzas con que se habia conseguido la victoria maldecian la confianza de Narbaez : acusaban su descuido, y todo cedia en mayor estimacion de Cortés, cuya vigilancia, y ardimiento ponderaban con igual admiracion. Prerogativa es del valor en la guerra particularmente, que no le aborrezcan los mismos que le envidian pueden sentir su fortuna los perdidosos; pero nunca desagradan al vencido las hazañas del vencedor: máxima que se verificó en esta ocasion, porque cada uno sin fiarse de los demas, iba inclinando á mejorar de capitan, y á seguir las banderas de un ejército donde vencian y medraban los soldados. Habia entre los prisioneros algunos amigos de Cortés, muchos aficionados á su valor y muchos á su liberalidad. Rompieron los amigos el velo de la disimulacion : dieron principio á sus aclamaciones, con que se de

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clararon luego los aficionados, siguiendo á la mayor parte los demas. Permitióse que fuesen llegando á la presencia del nuevo capitan : arrojáranse muchos á sus pies, si él no los detuviera con los brazos dieron todos el nombre haciendo pretension de ganar antigüedad en las listas : no hubo entre tantos uno que se quisiese volver á la isla de Cuba; y logró con esto Hernan Cortés el principal fruto de su empresa, porque no deseaba tanto vencer como conquistar aquellos españoles. Fue reconociendo los ánimos; y halló en todos bastante sinceridad, pues ordenó luego que se les volviesen las armas: accion que resistieron algunos de sus capitanes; pero no faltarian motivos á esta seguridad, siendo amigos los que mas suponian entre aquella gente, y estando allí los chinantecas que aseguraban su partido. Conocieron ellos el favor que recibian: aplaudieron esta confianza con nuevas aclamaciones, y él se halló en breves horas con un ejército que pasaba ya de mil españoles ; presos los enemigos de quien se podia recelar, con una armada de once navíos y siete bergantines á su disposicion; deshecho el último esfuerzo de Velazquez, y con fuerzas proporcionadas para volver á la conquista principal: debiéndose todo á su gran corazon, suma vigilancia y talento militar; y no menos al valor de sus soldados que abrazaron primero con el ánimo una resolucion tan peligrosa, y despues con la espada y con el brio le dieron, no solamente la victoria, sino el acierto de la misma resolucion: porque al voto de los hombres que dan ó quitan la fama, el conseguir es crédito del intentar; y las mas veces se debe á los sucesos el quedar con opinion de prudentes los consejos aventurados (1).

(1) En este acontecimiento importante que puso en inminente riesgo la fortuna de Cortés y todo cuanto hasta entonces habia adelantado en la conquista de Nueva España, se manifiestan en todo su esplendor las relevantes cualidades que, como politico y como militar, reunia en su persona aquel hombre estraordinario; cuyo arrojo solo puede medirse por la grandeza misma de los pensamientos que puso en ejecucion. La venida de Pánfilo de Narvaez con fuerzas muy superiores á las suyas, cuando tan crítica era su situacion en medio de un gran pueblo, admirado pero no vencido, rodeado por todas partes de provincias enemigas y belicosas, y mal seguro todavía de la reciente amistad de otros pueblos que fácilmente podian reconocer en la causa comun de todo el pais la salvacion de su independencia; eran por sí mismos suficientes motivos para hacer desmayar otra alma menos varonil y acendrada que la de Hernan Cortés. Este negociando un amistoso acontecimiento legal con el imprudente Narvaez, y obligado por último recurso á apelar á la suerte de las armas habiendo de dividir sus escasas fuerzas para conservar su dominacion en Méjico y arriesgar una dudosa batalla en los campos de Zempoala, se muestra tan grande y sublime como mezquinos sus miserables competidores. Mientras aquel atento á lo que debia á su Rey yá él mismo, procura conservar lo adquirido y combatir valerosamente á sus antagonistas, estos no escuchando otro acento que el de una ruin venganza, apelan á traidoras asechanzas, al soborno y al engaño, para levantar el pais contra el conquistador, aventurando en ello la misma conquista y el honor de las armas españolas: y no satisfechos de la seguridad que su mayor fuerza numérica debia inspirarles, aun conciben la villanía de poner á precio las cabezas de Cortés y de sus principales capitanes. Su vergonzosa derrota fué un nuevo baldon para su nombre; y si el de Narvaez ha pasado hasta nosotros con el sello de la

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