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» los de su cortejo, » exhortándolos por su misma seguridad á la union entre sí, y á la modestia con los demas.

Despachó correo á Gonzalo de Sandoval, ordenándole que le saliese á recibir, ó le esperase con los españoles de su cargo en el parage donde pensaba detenerse, y que dejase la fortaleza de la Vera-Cruz á la confianza de los confederados, que seria poco menos que abandonarla; porque ya no era tiempo de mantenerse desunidos, ni aquella fortificacion que se fabricaba contra los indios, era capaz de resistir á los españoles. Previno los víveres que parecieron necesarios, para no ir á la providencia ó á la estorsion de los paisanos hizo juntar los indios de carga que habian de conducir el bagage; y tomando la mañana el dia de la marcha, dispuso que se dijese una misa del Espíritu Santo, y que la oyesen todos sus soldados, y encomendasen á Dios el buen suceso de aquella jornada : protestando en presencia del altar que solo deseaba su servicio y el de su rey, inseparables en aquella ocurrencia; y que iba sin odio ni ambicion, puesta la mira en ambas obligaciones, y asegurado en lo mismo que abogaba por él la justicia de su causa.

Entró luego á despedirse de Motezuma, y le pidió con encarecimiento «< que cuidase de aquellos pocos españoles que dejaba en su > compañía, que no los desamparase, ó descubriese con apartarse » de ellos, porque de cualquiera mudanza ó menos gratitud que >> reconociesen los suyos, podian resultar graves inconvenientes que pidiesen graves remedios; y que sentiria mucho hallarse obligado á volver quejoso, cuando iba tan reconocido: á que añadió que Pedro de Alvarado quedaba substituyendo su persona; » y así, como le tocaban en su ausencia las prerogativas de embajador, dejaba en él su misma obligacion de asistir en todo á su » mayor servicio; y que no desconfiaba de volver con mucha bre» vedad á su presencia, libre de aquel embarazo, para recibir sus órdenes, disponer su viage, y llevar al emperador con sus pre» sentes la noticia de su amistad y confederacion, que seria la joya de su mayor aprecio. »

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Volvióse á contristar Motezuma de que saliese con fuerzas tan desiguales. Pidióle « que si necesitase de las armas para dar á en» tender su razon, procurase dilatar el rompimiento hasta que lle» gasen los socorros de su gente, que tendria prontos en el numéro » que los pidiese. Dióle palabra de no desamparar á los españoles » que dejaba con Pedro de Alvarado, ni hacer mudanza en su habi»tacion pendiente su ausencia. » Y añade Antonio de Herrera que le salió acompañando largo trecho con todo el séquito de su corte; pero atribuye, con malicia voluntaria, esta demostracion á lo que deseaba verse libre de los españoles, suponiéndole ya desabrido y de mal ánimo contra Hernan Cortés y contra los suyos. Lo que vemos es que cumplió puntualmente su palabra, perseverando en aquel alojamiento, y en su primera benignidad, por mas que se le ofrecieron grandes turbaciones, que pudo remediar con volverse á

su palacio; y tanto en lo que obró para defender á los españoles que le asistian, como en lo que dejó de obrar contra los demas en esta desunion de sus fuerzas se conoce que no hubo doblez ó novedad en su intencion. Es verdad que llegó á desear que se fuesen, porque le instaba la quietud de su república; pero nunca se determinó á romper con ellos, ni dejó de conocer el vínculo de la salvaguardia real en que vivian; y aunque parecen estas atenciones de príncipe menos bárbaro, y poco adecuadas á su condicion, fue una de las maravillas que obró Dios para facilitar esta conquista, la mudanza total de aquel hombre interior, porque la rara inclinacion y el temor reverencial que tuvo siempre á Cortés, se oponian derechamente á su altivez desenfrenada, y se deben mirar como dos afectos enemigos de su genio, que tuvieron de inspirados todo aquello que les faltaba de naturales.

CAPITULO VIII.

Marcha Hernan Cortés la vuelta de Zempoala, y sin conseguir la gente que tenia prevenida en Tlascala continúa su viage hasta Matalequita, donde vuelve á las pláticas de la paz, y con nueva irritacion rompe la guerra.

Dióse principio á la marcha, y se fue siguiendo el camino de Cholula con todas las cautelas y resguardos que pedia la seguridad, y abrazaba fácilmente la costumbre de aquellos soldados, diestros en las puntualidades que ordena la milicia, y hechos á obedecer sin discurrir. Fueron recibidos en aquella ciudad con agradable prontitud, convertido ya en veneracion afectuosa el miedo servil con que vinieron á la obediencia. De allí pasaron á Tlascala, y media legua de aquella ciudad hallaron un lucido acompañamiento, que se componia de la nobleza y el senado. La entrada se celebró con notables demostraciones de alegría, correspondientes al nuevo mérito con que volvian los españoles por haber preso á Motezuma, y quebrantado el orgullo de los mejicanos: circunstancia que multiplicó entonces los aplausos, y mejoró las asistencias. Juntóse luego el senado para tratar de la respuesta que se debia dar á Hernan Cortés sobre la gente de guerra que habia pedido á la república. Y aquí hallamos otra de aquellas discordancias de autores, que ocurren con frecuente infelicidad en estas narraciones de las Indias, obligando algunas veces á que se abrace lo mas verisímil, y otras á buscar trabajosamente lo posible. Dice Bernal Diaz que pidió cuatro mil hombres, y que se los negaron con pretesto de que no se atrevian sus soldados á tomar las armas contra españoles, porque no se hallaban capaces de resistir á los caballos y armas de fuego: y Antonio de Herrera, que dieron seis mil hombres efectivos, y le ofrecian mayor número; los cuales refiere que se agregaron á las compañías

de los españoles, y que á tres leguas de marcha se volvieron, por no estar acostumbrados á pelear lejos de sus confines. Pero como quiera que sucediese (que no todo se debe apurar), es cierto que no se hallaron los tlascaltecas en esta faccion: pidiólos Hernan Cortés mas por hacer ruido á Narbaez, que porque se fiase de sus armas ni fuese de codiciar su estilo de pelear contra enemigos españoles : pero tambien es cierto que salió de aquella ciudad sin queja suya ni desconfianza de los tlascaltecas; porque los buscó despues, y los halló cuando los hubo menester contra otros indios, en cuyos combates eran valientes y resueltos, como lo asegura el haber conservado su libertad á despecho de los mejicanos, tan cerca de su corte, y en tiempo de un príncipe que tenia su mayor vanidad en el renombre de conquistador.

Detúvose poco el ejército en Tlascala, y alargando los tránsitos, pasó á Matalequita, lugar de indios amigos, distante doce leguas de Zempoala, donde llegó casi al mismo tiempo Gonzalo de Sandoval con la gente de su cargo, y siete soldados mas, que se pasaron á la Vera-Cruz del ejército de Narbaez el dia siguiente á la prision del oidor, teniendo por sospechoso aquel partido. Supo de ellos Hernan Cortés cuanto pasaba en el cuartel de su enemigo, y Gonzalo de Sandoval le dió mas frescas noticias de todo, porque antes de partir tuvo inteligencia para introducir en Zempoala dos soldados españoles, que imitaban con propiedad los ademanes y movimientos de los indios, y no les desayudaba el color para la semejanza. Estos se desnudaron con alegre solicitud, y cubriendo parte de su desnudez con los arreos de la tierra, entraron al amanecer en Zempoala con dos banastas de fruta sobre la cabeza; y puestos entre los demas que manejaban este género de grangería, la fueron trocando á cuenta de vidrio, tan diestros en fingir la simplicidad y la codicia de los paisanos, que nadie hizo reparo en ellos; con que pudieron discurrir por la villa, y escapar á su salvo con la noticia que buscaban pero no contentos con esta diligencia, y deseando tambien llevar averiguado con qué género de guardias pasaba la noche aquel ejército volvieron á entrar con segunda carga de yerba entre algunos indios que salian á forragear; y no solo reconocieron la poca vigilancia del cuartel, pero la comprobaron, trayendo á la Vera-Cruz un caballo que pudieron sacar de la misma plaza, sin que hubiese quien se lo embarazase; y acertó á ser del capitan Salvatierra; uno de los que mas irritaban á Narbaez contra Hernan Cortés circunstancia que dió estimacion á la presa. Hicieron estos esploradores por su fama cuanto cupo en la industria y el valor; y se callaron desgraciadamente sus nombres en una faccion tan bien ejecutada, y en una historia donde se hallan á cada paso hazañas menores con dueño encarecido.

Fundaba Cortés parte de sus esperanzas en la corta milicia de aquella gente; y el descuido con que gobernaba su cuartel Pánfilo de Narbaez, le traia varios designios á la imaginacion : podia nacer

de lo mismo que desestimaba sus fuerzas, y así lo conocia; pero no le pesaba de verlas tan desacreditadas que produjesen aquella seguridad en el ejército contrario, la cual favorecia su intento, y á su parecer militaba de su parte, en que discurria sobre buenos principios; siendo evidente que la seguridad es enemiga del cuidado, y ha destruido á muchos capitanes. Débese poner entre los peligros de la guerra, porque ordinariamente cuando llega el caso de medir las fuerzas, queda mejor el enemigo despreciado. Trató de abreviar sus disposiciones, y estrechar á Narbaez con las instancias de la paz que por su parte debian preceder al rompimiento.

Hizo reseña de su gente, y se halló con doscientos sesenta y seis españoles, inclusos los oficiales y los soldados que vinieron con Gonzalo de Sandoval, sin los indios de carga que fueron necesarios para el bagage. Despachó segunda vez al padre fray Bartolomé de Olmedo, para que volviese á porfiar en el ajustamiento, y le avisó brevemente del poco efecto que producian sus diligencias. Pero deseando hacer algo mas por la razon, ó ganar algun tiempo en que pudiesen llegar los dos mil indios que aguardaba de Chinantla, determinó enviar al capitan Juan Velazquez de Leon, creyendo que por su autoridad y por el parentesco de Diego Velazquez seria mejor admitida su mediacion. Tenia esperimentada su fidelidad, y pocos dias antes le habia repetido las ofertas de morir á su lado, con ocasion de poner en sus manos una carta que le escribió Narbaez, llamándole á su partido con grandes conveniencias: demostracion á cuyo agradecimiento correspondió Hernan Cortés, fiando entonces de su ingenuidad y entereza tan peligrosa negociacion.

Creyeron todos cuando llegó á Zempoala que iba reducido á seguir las banderas de su pariente; y Narbaez salió á recibirle con grande alborozo; pero cuando llegó á entender su comision, y conoció que se iba empeñando en apadrinar la razon de Cortés, atajó el razonamiento, y se apartó de él con alguna desazon, aunque no sin esperanzas de reducirle ; porque antes de volver á la plática ordenó que se hiciese un alarde á sus ojos de toda su gente, deseando al parecer atemorizarle, ó convencerle con aquella vana ostentacion de sus fuerzas. Aconsejáronle algunos que le prendiese, pero no se atrevió, porque tenia muchos amigos en aquel ejército; antes le convidó á comer el dia siguiente, y convidó tambien á los capitanes de su confidencia, para que le ayudasen á persuadirle. Diéronse á la urbanidad y cumplimiento los principios de la conversacion; pero á breve rato se introdujo la murmuracion de Cortés entre las licencias del banquete, y aunque procuró disimular Juan Velazquez por no destruir el negocio de su cargo, pasando á términos indecentes la irrision y el desacato, no se pudo contener en el desaire de su paciencia, y dijo en voz alta y descompuesta : « que pa»sasen á otra plática, porque delante de un hombre como él no de>>bian tratar como ausente á su capitan; y que cualquiera dellos » que no tuviese á Cortés y á cuantos le seguian por buenos vasallos

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» del rey, se lo dijese con menos testigos, y le desengañaria como quisiese. » Callaron todos, y calló Pánfilo de Narbaez, como embarazado en la dificultad de la respuesta; pero un capitan mozo, sobrino de Diego Velazquez, y de su mismo nombre, se adelantó á decirle « que no tenia sangre de Velazquez, ó la tenia indignamente quien apadrinaba con tanto empeño la causa de un traidor: » á que respondió Juan Velazquez desmintiéndole, y sacando la espada con tanta resolucion de castigar su atrevimiento, que trabajaron todos en reprimirle; y últimamente le instaron en que se volviese al real de Cortés, porque temieron los inconvenientes que podria ocasionar su detencion; y él lo ejecutó luego, llevándose consigo al padre fray Bartolomé de Olmedo, y diciendo al partir algunas palabras poco advertidas, que hacian á su venganza, ó la trataban como decision del rompimiento.

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Quedaron algunos de los capitanes mal satisfechos de que Narbaez le dejase volver sin ajustar el duelo de su pariente, para oirle y despacharle bien ó mal, segun lo que de nuevo representase; cuyo propósito decian : « que una persona de aquella suposicion y autoridad, se debia tratar con otro género de atencion que de » su juicio y entereza no se podia creer que hubiese venido con proposiciones descaminadas, ó menos razonables: que las puntualidades de la guerra nunca llegaban á impedir la franqueza de » los oidos; ni era buena política, ó buen camino de poner en cui» dado al enemigo, darle á entender que se temia su razon : » discursos que pasaron de los capitanes á los soldados, con tanto conocimiento de la poca justificacion con que se procedia en aquella guerra, que Pánfilo de Narbaez necesitó para sosegarlos de nombrar persona que fuese á disculpar en su nombre y el de todos aquella falta de urbanidad, y á saber de Cortés á qué punto se reducia la comision de Juan Velazquez de Leon; para cuya diligencia eligieron él y los suyos al secretario Andres de Duero, que por menos apasionado contra Hernan Cortés, pareció á propósito para la satisfaccion de los mal 'contentos; y por criado de Diego Velazquez no desmereció la confianza de los que procuraban estorbar el ajustamiento. Hernan Cortés entretanto, con las noticias que llevaron fray Bartolomé de Olmedo y Juan Velazquez de Leon, entró en conocimiento de que habia cumplido sobradamente con las diligencias de la paz; y teniendo ya por necesario el rompimiento, movió su ejército con ánimo de acercarse mas, y ocupar algun puesto ventajoso donde aguardar á los chinantecas, y aconsejarse con el tiempo.

Iba continuando su marcha cuando volvieron los batidores con noticia de que venia de Zempoala el secretario Andres de Duero; y Hernan Cortés, no sin esperanza de alguna favorable novedad, se adelantó á recibirle. Saludáronse los dos con igual demostracion de su afecto : renováronse con los abrazos, ó se volvieron á formar los antiguos vínculos de su amistad : concurrieron al aplauso de su venida todos los capitanes, y antes de llegar á lo inmediato de la

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