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licencia, si ya no la resolvió políticamente, considerando que no estaria bien cerca de Narbaez un hombre de aquella violencia y precipitacion, para que se consiguiese la paz que tanto convenia. Puédese creer que se dieron la mano en su resolucion el propio sentimiento y la conveniencia principal; y si obró con esta mira, como lo persuade la misma reportacion con que le habia sufrido y respetado, no se debe culpar todo el hecho por este ó aquel motivo menos moderado : que algunas veces acierta el enojo lo que no acertára la modestia, y sirve la ira de dar calor á la prudencia.

CAPITULO VI.

Discursos y prevenciones de Hernan Cortés en órden á escusar el rompimiento; introduce tratados de paz: no los admite Narbaez; antes publica la guerra, y prende al licenciado Lucas Vazquez de Ayllon.

De todas estas particularidades iba teniendo Hernan Cortés frecuentes avisos que hicieron evidencia su recelo; y poco despues supo que habia tomado tierra Pánfilo de Narbaez, y marchaba con su ejército en órden la vuelta de Zempoala. Padeció mucho aquellos dias con su mismo discurso, vario en los medios y perspicaz en los inconvenientes. No hallaba partido en que no quedase mal satisfecho su cuidado. Buscar á Narbaez en la campaña con fuerzas tan desiguales era temeridad, particularmente cuando se hallaba obligado á dejar en Méjico parte de su gente para cubrir el cuartel, defender el tesoro adquirido, y conservar aquel género de guardia en que se dejaba estar Motezuma. Esperar á su enemigo en la ciudad era revolver los humores sediciosos de que adolecian ya los mejicanos, darles ocasion para que se armasen con pretesto de la propia defensa, y tener otro peligro á las espaldas: introducir pláticas de paz con Narbaez y solicitar la union, de aquellas fuerzas, siendo lo mas conveniente, le pareció lo mas dificultoso, por conocer la dureza de su condicion y no hallar camino de reducirle, aunque se rindiese á rogarle con su amistad; á que no se determinaba por ser el ruego poco feliz con los porfiados, y en proposiciones de paz desairado medianero. Poníasele delante la perdicion total de su conquista, el malogro de aquellos grandes principios, la causa de la religion desatendida, el servicio del rey, atropellado; y era su mayor congoja el hallarse obligado á fingir seguridad y desahogo, trayendo en el rostro la quietud, y dejando en el pecho la tempestad.

A Motezuma decia que aquellos españoles eran vasallos de su rey que traerian segunda embajada en prosecucion de la primera : que venian con ejército por costumbre de su nacion : que procuraria disponer que se volviesen, y se volveria con ellos pues se hallaba ya despachado, sin que hubiese dejado su grandeza que desear á los que venian de nuevo con la misma proposicion. A sus soldados

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animaba con varios presupuestos, cuya falencia conocia. Decíales que Narbaez era su amigo, y hombre de tantas obligaciones y de tan buena capacidad, que no dejaria de inclinarse á la razon, anteponiendo el servicio de Dios y del rey á los intereses de un particular que Diego Velazquez habia despoblado la isla de Cuba para disponer su venganza, y á su parecer les enviaba un socorro de gente con que proseguir su conquista: porque no desconfiaba de que se hiciesen compañeros los que venian como enemigos. Con sus capitanes andaba menos recatado; comunicábales parte de sus recelos, discurria como de prevencion en los accidentes que se podian ofrecer; ponderaba la poca milicia de Narbaez, la mala calidad de su gente, la injusticia de su causa, y otros motivos de consuelo en que trabajaba tambien su disimulacion, dándoles en la verdad mas esperanzas que tenia.

Pidióles finalmente su parecer, como lo acostumbraba en casos de semejante consecuencia, y disponiendo que le aconsejasen lo que tenia por mejor, resolvió tentar primero el camino de la paz, y hacer tales partidos á Narbaez, que no se pudiese negar á ellos sin cargar sobre sí los inconvenientes del rompimiento. Pero al mismo tiempo hizo algunas prevenciones para cumplir con su actividad. Avisó á sus amigos los de Tlascala que le tuviesen prontos hasta seis mil hombres de guerra para una faccion en que seria posible haberlos menester. Ordenó al cabo de tres ó cuatro soldados españoles que andaban en la provincia de Chinantla descubriendo las minas de aquel parage, que procurase disponer con los caciques una leva de otros dos mil hombres, y que los tuviese prevenidos para marchar con ellos al primer aviso. Eran los chinantecas enemigos de los mejicanos, y se habian declarado con grande afecto por los españoles, y enviado secretamente á dar la obediencia; gente valerosa y guerrera, que le pareció tambien á propósito para reforzar su ejército; y acordándose de haber oido alabar las picas ó lanzas de que usaban en sus guerras, por ser de vara consistente y de mayor alcance que las nuestras, dispuso que le trajesen luego trescientas para repartirlas entre sus soldados, y las hizo armar con puntas de cobre templado que suplia bastantemente la falta del hierro prevencion que adelantó á las demas porque le daba cuidado la caballería de Narbaez, y porque hubiese tiempo de imponer en el manejo de ellas á los españoles.

Llegó entretanto Pedro de Solís con los presos que remitia Gonzalo de Sandoval: avisó á Cortés, y esperó su órden antes de entrar en la laguna. Pero él que ya los aguardaba por la noticia que vino delante, salió á recibirlos con mas que ordinario acompañamiento. Mandó que les quitasen las prisiones: abrazólos con grande humanidad, y al licenciado Guevara primera y segunda vez con mayor agasajo. Díjole: « que castigaria á Gonzalo de Sandoval la → desatencion de no respetar como debia su persona y dignidad. Llevóle á su cuarto, dióle su mesa, y le significó algunas veces con

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bien adornada esterioridad « cuánto celebraba la dicha de tener á » Pánfilo de Narbaez en aquella tierra, por lo que se prometia de » su amistad y antiguas obligaciones. » Cuidó de que anduviesen delante de él alegres y animosos los españoles. Púsole donde viese los favores que le hacia Motezuma, y la veneracion con que le trataban los príncipes mejicanos. Dióle algunas joyas de valor con que iba quebrantando los ímpetus de su natural. Hizo lo mismo con sus compañeros, y sin darles á entender que necesitaba de sus oficios para suavizar á Narbaez, los despachó dentro de cuatro dias inclinados á su razon y cautivos de su liberalidad.

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Hecha esta primorosa diligencia, y dejando al tiempo lo que podria fructificar, resolvió enviar persona de satisfaccion que propusiese á Narbaez los medios que parecian praticables y eran convenientes. Eligió para esta negociacion al padre fray Bartolomé de Olmedo, en quien concurrian con ventajas conocidas la elocuencia y la autoridad. Abrevió cuanto fue posible su despacho, y le dió cartas para Narbaez, para el licenciado Lucas Vazquez de Ayllon, y para el secretario Andres de Duero con diferentes joyas que repartiese, conforme al dictámen de su prudencia. Era la importancia de la paz el argumento de las cartas, y en la de Narbaez le daba la bien venida con palabras de toda estimacion; y despues de acordarle su amistad y confianza, « le informaba el estado en que tenia » su conquista, descubriéndole por mayor las provincias que habia sujetado, la sagacidad y valentía de sus naturales, y el poder y grandezas de Motezuma. » No tanto para encarecer su hazaña, como para traerle al conocimiento de lo que importaba que se uniesen ambos ejércitos á perfeccionar la empresa. Dábale á entender cuánto se debia recelar que los mejicanos, gente advertida y belicosa, llegasen á conocer discordia entre los españoles, porque sabrian aprovecharse de la ocasion y destruir ambos parti»dos para sacudir el yugo forastero. » Y últimamente le decia : « que para escusar lances y disputas convendria que sin mas dilacion le hiciese notorias las órdenes que llevaba; porque si eran del rey estaba pronto á obedecerlas, dejando en sus manos » el baston y el ejército de su cargo; pero si eran de Diego Velaz>> quez debian ambos considerar con igual atencion lo que aventu» raban; porque á vista de una dependencia, en que se interponia » la causa del rey, hacian poco bulto las pretensiones de un vasallo, » que se podrian ajustar á menos costa, siendo su ánimo satisfa» cerle todo el gasto de su primer avío, y partir con él no solamente las riquezas, sino la misma gloria de la conquista. » En este sentir concluyó su carta; y pareciéndole que se habia detenido mucho en el deseo de la paz, añadió en el fin algunas cláusulas briosas, dándole á entender que no se valia de la razon porque le faltasen » las manos; y que de la misma suerte que sabia ponderarla, sabria » defenderla. »

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Tenia Panfilo de Narbaez asentado su cuartel y alojado su ejér

cito en Zempoala; y el cacique gordo anduvo muy solícito en el agasajo de aquellos españoles, creyendo que venian de socorro á su amigo Hernan Cortés; pero tardó poco en desengañarse, porque no hallaba en ellos el estilo á que le tenian enseñado los primeros; y aunque no traian lengua para darse á entender, hablaban las demostraciones y los diferenciaba el proceder. Reconoció en Narbaez un género de imperiosa desazon que le puso en cuidado, y no le quedó que dudar cuando vió que le quitaba contra su voluntad todas las alhajas y joyas que habia dejado en su casa Hernan Cortés. Los soldados, á quien servia de licencia el ejemplo de su capitan, trataban á sus huéspedes como enemigos, y ejecutaba la estorsion lo que mandaba la codicia.

Llegó el licenciado Guevara y refirió los sucesos de su jornada, las grandezas de Méjico, cuán bien recibido estaba Hernan Cortés en aquella corte, lo que le amaba Motezuma y respetaban sus vasallos: encareció la humanidad y cortesía con que le hrabia recibido y hospedado: empezó á discurrir en lo que deseaba, que no se llegase á conocer discordia entre los españoles, inclinándose al ajustamiento; y no pudo proseguir porque le atajó Narbaez, diciéndole que se volviese á Méjico si le hacian tanta fuerza los artificios de Cortés, y le arrojó de su presencia con desabrimiento. Pero el clérigo y sus compañeros buscaron nuevo auditorio, pasando con aquellas noticias y con aquellas dádivas á los corrillos de los soldados, y se logró en lo que mas importaba la diligencia de Cortés: porque algunos se inclinaron á su razon: otros á su liberalidad, quedando todos aficionados á la paz, y llegando los mas á tener per sospechosa la dureza de Narbaez.

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Poco despues vino el padre fray Bartolomé de Olmedo, y halló en Pánfilo de Narbaez mas entereza que agasajo. Puso en sus manos la carta, leyóla por cumplimiento, y con señas de hombre que se reprimia, se dispuso á escucharle, dando á entender que sufria la embajada por el embajador. Fue la oracion del religioso elocuente y sustancial. Acordó en el exordio « las obligaciones de su profe» sion para introducirse á medianero desinteresado en aquellas » diferencias. » Procuró « sincerar el ánimo de Cortés, como testigo de vista obligado á la verdad. » Asentó « que por su parte » seria fácil de conseguir cuanto se le propusiese razonable y con» veniente: » ponderó« lo que se aventuraba en la desunion de » los españoles: cuanto adelantaria Diego Velazquez su derecho » si cooperase con aquellas armas á la perfeccion de la conquista;» y añadió «< que teniéndolas él á su disposicion debia medir el uso » de ellas con el estado presente de las cosas; punto que vendria » presupuesto en su instruccion: pues se dejaba siempre á la pru»dencia de los capitanes el arbitrio de los medios con que se » habia de asegurar el pretendido; y ellos estaban obligados á » obrar segun el tiempo y sus accidentes, para no destruir con la ejecucion el intento de las órdenes. »

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La respuesta de Narbaez fue precipitada y descompuesta: « que » no era decente á Diego Velazquez el pactar con un súbdito rebelde » cuyo castigo era el primer negocio de aquel ejército : que mandaria luego declarar por traidores á cuantos le siguiesen; y que » traia bastantes fuerzas para quitarle de las manos la conquista, » sin necesitar de advertencias presumidas ó consejos de culpados » que se valian para persuadirle de la razon con que se hallaban » para temerle.»> Replicóle fray Bartolomé sin dejar su moderacion : que mirase bien lo que determinaba, porque antes de llegar á Méjico habia provincias enteras de indios guerreros amigos de D Cortés que tomarian las armas en su defensa; y que no era tan » fácil como pensaba el atropellarle; porque sus españoles estaban » arrestados á perderse con él, y que tenia de su parte á Motezuma, príncipe de tantas fuerzas que podria juntar un ejército para cada uno de sus soldados; y últimamente, que una materia de aquella » calidad no era para resuelta de la primera vez; que la discur»riese con segunda reflexion, y él volveria por la respuesta. »> Con lo cual se despidió, dejando en sus oidos este género de animosidad, porque le pareció necesaria para mitigar aquella confianza de sus fuerzas en que consistia la mayor vehemencia de su obstinacion.

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Pasó luego á ejecutar las otras diligencias de su instruccion. Visitó al licenciado Lucas Vazquez de Ayllon y al secretario Andres de Duero que alabaron su celo, aprobando lo que propuso á Narbaez, y ofreciendo asistir á su despacho con todos los medios posibles, para que consiguiese la paz que tanto convenia. Dejóse ver de los capitanes y soldados que conocia : publicó su comision: procuró acreditar la intencion de Cortés: hizo desear el ajustamiento: repartió con buena eleccion sus joyas y sus ofertas; y pudo esperar que se formase partido á favor de Cortés, ó por lo menos á favor de la paz, si Pánfilo de Narbaez, que tuvo noticia de estas pláticas, no le hubiera estrechado á que no las prosiguiese. Mandóle venir á su presencia y á grandes voces le atropelló con injurias y amenazas. Llamóle amotinador y sedicioso: calificó por especie de traicion el andar sembrando entre su gente las alabanzas de Cortés; y estuvo resuelto á prenderle, como se hubiera ejecutado si no se interpusiera el secretario Andres de Duero; á cuya instancia corrigió su dictámen ordenando que saliese luego de Zenipoala.

Pero el licenciado Lucas Vazquez de Ayllon, que llegó advertidamente á la sazon, fue de sentir que se debia convocar antes una junta en que se hallasen todos los cabos del ejército para que se discurriese con mayor acuerdo la respuesta que se habia de dar á Hernan Cortés, puesto que se mostraba inclinado á la paz, y no parecia dificultoso que se llegase á poner en términos proporcionados y decentes ; á cuya proposicion se inclinaban algunos de los capitanes que se hallaron presentes; pero Narbaez la oyó con un género de impaciencia que tocaba en desprecio y para responder de una vez

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