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nocidos, y á los nobles y ministros que viniesen á verle : cuidando de que entrasen unos y saliesen otros con pretesto de que no embarazasen. Cortés entró á visitarle aquella misma tarde, pidiendo licencia y observando las puntualidades y ceremonias que cuando le visitaba en su palacio. Hicieron la misma diligencia los capitanes y soldados de cuenta: diéronle rendidas gracias de que honrase aquella casa como si le hubiera traido á ella su eleccion; y él estuvo tan alegre y agradable con todos, como si no se halláran presentes los que fueron testigos de su resistencia. Repartió por su mano algunas joyas que hizo traer advertidamente para ostentar su desenojo ; y por mas que se observaban sus acciones y palabras, no se conocia flaqueza en su seguridad, ni dejaba de parecer rey en la constancia con que procuraba juntar los dos estremos de la dependencia y de la magestad. A ninguno de sus criados y ministros, cuya comunicacion se le permitió desde luego, descubrió el secreto de su opresion, ó porque se avergonzase de confesarla, ó porque temió perder la vida si ellos se inquietasen. Todos miraron por entonces como resolucion suya este retiro, con que no pasaron á discurrir en la osadía de los españoles, que de muy grande se les pudo esconder entre los imposibles á que no está obligada la imaginacion.

Así se dispuso y consiguió la prision de Motezuma : y él estuvo dentro de pocos dias tan bien hallado en ella, que apenas tuvo espíritu para desear otra fortuna. Pero sus vasallos vinieron á conocer con el tiempo que le tenian preso los españoles por mas que le dorasen con el respeto la sujecion. No se lo dejaron dudar las guardias que asistian á su cuarto, y el nuevo cuidado con que se tomaban las armas en el cuartel. Pero ninguno se movió á tratar de su libertad, ni se sabe qué razon tuviesen él para dejarse estar sin repugnancia en aquella opresion, y ellos para vivir en la misma insensibilidad sin estrañar la indecencia de su rey. Digno fue de grande admiracion el ardimiento de los españoles; pero no se debe admirar menos este apocamiento de ánimo en Motezuma, príncipe tan poderoso y de tan soberbio natural, y esta falta de resolucion en los mejicanos, gente belicosa y de suma vigilancia en la defensa de sus reyes. Podríamos decir que anduvo tambien la mano de Dios en estos corazones, y no pareceria sobrada credulidad, ni seria nuevo en su providencia, que ya le vió el mundo facilitar las empresas de su pueblo quitando el espíritu á sus enemigos.

CAPITULO XX.

Cómo se portaba en la prision Motezuma con los suyos y con los españoles: traen preso á Qualpopoca, y Cortés le hace castigar con pena de muerte, mandando echar unos grillos á Motezuma mientras se ejecutaba la sentencia.

Vieron los españoles dentro de breves dias convertido en palacio su alojamiento, sin dejar de guardarle como cárcel de tal prisionero. Perdió la novedad entre los mejicanos aquella gran resolucion. Algunos, sintiendo mal de la guerra que movió Qualpopoca en la Vera-Cruz, alababan la demostracion de Motezuma, y ponderaban como grandeza suya el haber dado su libertad en rehenes de su inocencia. Otros creian que los dioses, con quien tenia familiar comunicacion, le habrian aconsejado lo mas conveniente á su persona; y otros, que iban mejor, veneraban su determinacion sin atreverse á examinarla ; que la razon de los reyes no habla con el entendimiento, sino con la obligacion de los vasallos. Él hacia sus funciones de rey con la misma distribucion de horas que solia: daba sus audiencias: escuchaba las consultas ó representaciones de sus ministros, y cuidaba del gobierno político y militar de sus reinos poniendo particular estudio en que no se conociese la falta de su libertad.

La comida se le traia de palacio con numeroso acompañamiento de criados, y con mayor abundancia que otras veces; repartíanse las sobras entre los soldados españoles; y él enviaba los platos mas regalados á Cortés y á sus capitanes; conocíalos á todos por sus nombres, y tenia observados hasta los genios y las condiciones, de cuya noticia usaba en la conversacion, dando al buen gusto y á la discrecion algunos ratos sin ofender á la magestad ni á la decencia. Estaba con los españoles todo el tiempo que le dejaban los negocios; y solia decir que no se hallaba sin ellos. Procuraban todos agradarle, y era su mayor lisonja el respeto con que le trataban; desagradábase de las llanezas; y si alguno se descuidaba en ellas, procuraba reprimir el esceso, dando á entender que le conocia tan celoso de su dignidad, que sucedió el ofenderse con grande irritacion de una indecencia que le pareció advertida en cierto soldado español, y pidió al cabo de la guardia que le ocupase otra vez lejos de su persona, ó le mandaria castigar si se le pusiese delante.

Algunas tardes jugaba con Hernan Cortés al totoloque, juego que se componia de unas bolas pequeñas de oro, con que tiraban á herir ó derribar ciertos bolillos ó señales del mismo metal á distancia proporcionada. Jugábanse diferentes joyas y otras alhajas que se perdian ó ganaban á cinco rayas. Motezuma repartia sus ganancias con los españoles, y Cortés hacia lo mismo con sus criados. Solia

tantear Pedro de Alvarado; y porque algunas veces se descuidaba en añadir algunas rayas á Cortés, le motejaba con galantería de mal contador; pero no por eso dejaba de pedirle otras veces que tentease, y que tuviese cuenta de que no se le olvidase la verdad. Parecia señor hasta en el juego, sintiendo el perder como desaire de la fortuna, y estimando la ganancia como premio de la victoria.

No se dejaba de introducir en estas conversaciones privadas el punto de la religion : Hernan Cortés le habló diferentes veces, procurando reducirle con suavidad á que conociese su engaño: fray Bartolomé de Olmedo repetia sus argumentos con la misma piedad y con mayor fundamento: doña Marina interpretaba estos razonamientos con particular afecto; y añadia sus razones caseras, como persona recien desengañada, que tenia presentes los motivos que la redujeron: pero el demonio le tenia tan ocupado el ánimo, que se dejaba conquistar su entendimiento, y se quedaba inexpugnable su corazon; no se sabe que le hablase ó se le apareciese como solia desde que los españoles entraron en Méjico, antes se tiene por cierto, que al dejarse ver la cruz de Cristo en aquella ciudad, perdieron la fuerza los conjuros, y enmudecieron los oráculos; pero estaba tan ciego y tan dejado á sus errores, que no tuvo actividad para desviarlos, ni supo aprovecharse de la luz que se le puso delante; pudo ser esta dureza de su ánimo, fruto miserable de los otros vicios y atrocidades con que tenia desobligado á Dios, ó castigo de aquella misma negligencia con que daba los oidos y negaba la inclinacion á la verdad.

A veinte dias, ó poco mas, llegó el capitan de la guardia, que partió á la frontera de la Vera-Cruz, y trajo preso á Qualpopoca, con otros cabos de su ejército, que se dieron al sello real sin resistencia. Entró con ellos á la presencia de Motezuma : y él los habló reservadamente, permitiéndolo Cortés, porque deseaba que los redujese á callar la órden que tuvieron suya, y dejarse engañar de aquella esterior confianza en que le mantenia. Pasó despues con ellos el mismo capitan al cuarto de Cortés, y se los entregó, diciéndole de parte de su amo: « que se los enviaba para que averiguase » la verdad y los castigase por su mano con el rigor que merecian. » Encerróse con ellos, y confesaron luego los cargos « de haber roto » la paz de su autoridad, haber provocado con las armas á los españoles de la Vera-Cruz, y ocasionado la muerte de Argüello, » hecha de su órden á sangre fria en un prisionero de guerra, sin tomar en la boca la órden que tuvieron de su rey; hasta que reconociendo que iba de veras su castigo, tentaron el camino de hacerle cómplice para escapar las vidas: pero Hernan Cortés negó los oidos á este descargo, tratándole como invencion de los delincuentes. Juzgóse militarmente la causa, y se les dió sentencia de muerte, con la circunstancia de que fuesen quemados públicamente sus cuerpos delante del palacio real; como reos que habian incurrido en caso de lesa magestad. Discurrióse luego en la ejecucion,

y pareció no dilatarla; pero temiendo Hernan Cortés que se inquietase Motezuma, ó quisiese defender á los que morian por haber ejecutado sus órdenes, resolvió atemorizarle con alguna bizarría que tuviese apariencias de amenaza, y le acordase la sujecion en que se hallaba. Ocurrióle otro arrojamiento notable, á que le debió de inducir la facilidad con que se consiguió el de su prision, ó el ver tan rendida su paciencia. Mandó buscar unos grillos de los que se traian prevenidos para los delincuentes, y con ellos descubiertos en las manos de un soldado, se puso en su presencia, llevando consigo á doña Marina y tres ó cuatro de sus capitanes. No perdonó las reverencias con que solia respetarle; pero dando á la voz y al semblante mayor entereza, le dijo:: « que ya quedaban condenados á muerte Qualpopoca y los demas delincuentes por haber confe»sado su delito, y ser digno de semejante demostracion; pero que » le habian culpado en él, diciendo afirmativamente que le come»tieron de su órden; y así era necesario que purgase aquellos in»dicios vehementes con alguna mortificacion personal, porque » los reyes, aunque no están obligados á las penas ordinarias, » eran súbditos de otra ley superior que mandaba en las coronas; » y debian imitar en algo á los reos, cuando se hallaban culpados » y trataban de satisfacer á la justicia del cielo. » Dicho esto, mandó con imperio y resolucion que le pusiesen las prisiones, sin dar lugar á que le replicase; y en dejándole con ellas, le volvió las espaldas, y se retiró á su cuarto, dando nueva órden á las guardias para que no se le permitiese por entonces la comunicacion de sus ministros.

Fue tanto el asombro de Motezuma cuando se vió tratar con aquella ignominia, que le faltó al principio la accion para resistir, y despues la voz para quejarse. Estuvo mucho rato como fuera de sí: los criados que le asistian acompañaban su dolor con el llanto, sin atreverse á las palabras, arrojándose á sus pies para recibir el peso de los grillos y él volvió de su confusion con principios de impaciencia; pero se reprimió brevemente, y atribuyendo su infelicidad á la disposicion de sus dioses, esperó el suceso, no sin cuidado al parecer de que peligraba su vida; pero acordándose de quién era para temer sin falta de valor.

No perdió tiempo Cortés en lo que llevaba resuelto: salieron los reos al suplicio, hechas las prevenciones necesarias para que no se aventurase la ejecucion. Consiguióse á vista de innumerable.pueblo, sin que se oyese una voz descompuesta, ni hubiese que recelar. Cayó sobre aquella gente un terror que tenia parte de admiracion, y parte de respeto. Estrañaban aquellos actos de jurisdiccion en unos estrangeros, que cuando mucho se debian portar como embajadores de otro príncipe; y no se atrevieron á poner duda en su potestad, viéndola establecida con la tolerancia de su rey; de que resultó el concurrir todos al espectáculo con un género de quietud amortiguada, que sin saber en qué consistia, dejó su lugar al escar

miento. Ayudó mucho en esta ocasion el estar mal recibida entre los mejicanos la invasion de Qualpopoca, y se hizo su delito mas aborrecible con la circunstancia de culpar á su rey: descargo que pasó por increible, y aun siendo verdadero se culpára como atrevido y sedicioso. Débese mirar este castigo como tercer atrevimiento de Cortés, que se logró como se habia discurrido, y se discurrió sobre principios irregulares. Él lo resolvió, y lo tuvo por conveniente y posible: conocia la gente con quien trataba, y lo que suponia en cualquier acontecimiento la gran prenda que tenia en su poder. Dejémonos cegar de su razon, ó no la traigamos al juicio de la historia, contentándonos con referir el hecho como pasó, y que una vez ejecutado fue de gran consecuencia para dar seguridad á los españoles de la Vera-Cruz, y reprimir por entonces los principios de rumor que andaban entre los nobles de la ciudad.

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Volvió luego Cortés al cuarto de Motezuma, y con alegre urbanidad le dijo: «< que ya quedaban castigados los traidores que se » atrevieron á manchar su fama, y él habia cumplido ventajosa» mente con su obligacion, sujetándose á la justicia de Dios con aquella breve intermision de su libertad. » Y sin mas dilacion le mandó quitar los grillos, ó como escriben algunos, se puso de rodillas para quitárselos él mismo por sus manos; y se puede creer de su advertencia, que procuraria dar con semejante cortesanía mayor recomendacion al desagravio. Recibió Motezuma con grande alborozo este alivio de su libertad, abrazó dos ó tres veces á Cortés, y no acababa de cumplir con su agradecimiento. Sentáronse luego en conversacion amigable, y Cortés usó con él de otro primor como los que andaba siempre meditando, porque mandó que se retirasen las guardias, diciéndole que se podria volver á su palacio cuando quisiese, por haber cesado ya la causa de su detencion. Y le ofreció este partido sobre seguro de que no le aceptaria, por haberle oido decir muchas veces con firme resolucion, que ya no le convenia volverse á su palacio, ni apartarse de los españoles hasta que se retirasen de su corte; porque perderia mucho de su estimacion, si llegasen á entender sus vasallos que recibia de agena mano su libertad : dictámen que se hizo suyo con el tiempo, siendo en la verdad influido; porque doña Marina, y algunos de los capitanes le habian puesto en él á instancia de Cortés, que se valia de su misma razon de estado para tenerle mas seguro en la prision : pero entonces, conciendo lo que traia dentro de sí la oferta de Cortés, dejó este motivo, tratándole como ageno de aquella ocasion, y se valió de otro mas artificioso, porque le respondió: « que agradecia mucho la voluntad con que deseaba restituirle á su » casa; pero que tenia resuelto no hacer novedad, atendiendo á » la conveniencia de los españoles: porque una vez en su palacio » le apretarian sus nobles y ministros en que tomase las armas contra » ellos para satisfacerse del agravio que habia recibido. »> Por cuyo medio quiso dar á entender, que se dejaba estar en la prision para

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