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remedios y lograban admirables efectos, hijos de la esperiencia, que sin distinguir la causa de la enfermedad, acertaban con la salud del enfermo. Repartíanse francamente de los jardines del rey todas las yerbas que recetaban los médicos ó pedian los dolientes, y solian preguntar si aprovechaban, hallando vanidad en sus medicinas ó persuadido á que cumplia con la obligacion del gobierno, cuidando así de la salud de sus vasallos.

En todos estos jardines y casas de recreacion habia muchas fuentes de agua dulce y saludable que traian de los montes vecinos, guiada por diferentes canales, hasta encontrar con las calzadas, donde se ocultaban los encañados que la introducian en la ciudad; para cuya provision se dejaban algunas fuentes públicas, y se permitia, no sin tributo considerable, que los indios vendiesen por las calles la que podian conducir de otros manantiales. Creció mucho en tiempo de Motezuma el beneficio de las fuentes, porque fue suya la obra del gran conducto por donde vienen á Méjico las aguas vivas que se descubrieron en la sierra de Chapultepec, distante una legua de la ciudad. Hízose primero de su órden y traza un estanque de piedra donde recogerlas, midiendo su altura con la declinacion que pedia la corriente; y despues un paredon grueso con dos canales descubiertas de fuerte argamasa, de las cuales servia la una mientras que se limpiaba la otra fábrica de grande utilidad, cuya invencion le dejó tan vanaglorioso, que mandó poner su efigie y la de su padre, no sin alguna semejanza, esculpidas en dos medallas de piedra, con ambicion de hacerse memorable, por aquel beneficio, de su ciudad.

Uno de los edificios que hizo mayor novedad entre las obras de Motezuma, fue la casa que llamaban de la tristeza, donde solia retirarse cuando se morian sus parientes, y en otras ocasiones de calamidad ó mal suceso que pidiese pública demostracion. Era de horrible arquitectura, negras las paredes, los techos y los adornos; y tenia un género de claraboyas ó ventanas pequeñas que daban penada la luz, ó permitian solamente la que bastaba para que se viese la obscuridad: formidable habitacion donde se detenia todo lo que tardaba en despedir sus quebrantos, y donde se le aparecia con mas facilidad el demonio; fuese por lo que ama los horrores el príncipe de las tinieblas, ó por la congruencia que tienen entre sí el espíritu maligno y el humor melancólico.

Fuera de la ciudad tenia grandes quintas y casas de recreacion, con muchas y copiosas fuentes que daban agua para los baños y estanques para la pesca; en cuya vecindad habia diferentes bosques para diferentes géneros de caza : ejercicio que frecuentaba y entendia, manejando con primor el arco y la flecha. Era la montería su principal divertimiento, solia muchas veces salir con sus nobles á un parque muy espacioso y ameno, cuyo distrito estaba cercado por todas partes con un foso de agua, donde le traian y encerraban las reses de los montes vecinos, entre las cuales solian venir algu

nos tigres y leones. Habia gente señalada en Méjico y en otros lugares del contorno, que se adelantaba para estrechar, y conducir las fieras al sitio destinado, siguiendo casi en estas batidas el estilo de nuestros monteros. Tenian aquellos indios mejicanos grande osadía y ajilidad en perseguir y sujetar los animales mas feroces; y Motezuma gustaba mucho de mirar el combate de sus cazadores, y lograr algunos tiros que se aplaudian como aciertos de mayor importancia. Nunca se apeaba de sus andas si no es cuando se ponia en algun lugar eminente, y siempre con bastante circunvalacion de chuzos y flechas que asegurasen su persona; no porque le faltase valor ni dejase de aventajar á todos en la destreza, sino porque miraba como indigno de su majestad aquellos riesgos voluntarios; pareciéndole, y no sin conocimiento de su dignidad, que solo eran decentes para el rey los peligros de la guerra.

CAPITULO XV.

Dáse noticia de la ostentacion y puntualidad con que se hacia servir Motezuma en su palacio ; del gasto de su mesa, de sus audiencias, y otras particularidades de su economía y divertimientos.

Era correspondiente á la suntuosidad y soberbia de sus edificios el fausto de su casa, y los aparatos de que adornaba su persona para mantener la reverencia y el temor de sus vasallos; á cuyo fin inventó nuevas ceremonias y superfluidades, enmendando como defecto la humanidad con que se trataron hasta él los reyes mejicanos. Aumentó como dijimos, en los principios de su reinado el número, la calidad y el lucimiento de la familia real, componiéndola de gente noble, mas o menos ilustre, segun los ministerios de su ocupacion punto que resistieron entonces sus consejeros, representándole que no convenia desconsolar al pueblo con escluirle totalmente de su servicio; pero él ejecutó lo que le aconsejaba su vanidad, y era una de sus máximas que los príncipes debian favorecer desde lejos á la gente sin obligaciones, y considerar que no se hicieron los beneficios de la confianza para los ánimos plebeyos.

Tenia dos géneros de guardias: una de gente militar y tan numerosa, que ocupaba los patios y repartia diferentes escuadras á las puertas principales; y otra de caballeros cuya introduccion fue tambien de su tiempo: constaba de hasta doscientos hombres de calidad conocida; y estos entraban todos los dias en palacio con el mismo fin de guardar á la persona real y asistir á su cortejo. Estaba repartido por turnos con tiempo señalado este servicio de los nobles, y se iban mudando con tal disposicion, que comprendia toda la nobleza, no solo de la ciudad, sino del reino; y venian á cumplir con esta obligacion cuando les tocaba el turno desde las ciudades mas remotas. Era su asistencia en las antecámaras, donde comian de lo

que sobraba en la mesa del rey. Solia permitir que entrasen algunos en su cámara, mandándolos llamar: no tanto por favorecerlos, como para saber si asistian, y tenerlos á todos en cuidado. Jactábase de haber introducido este género de guardia, y no sin alguna política mas que vulgar; porque solia decir á sus ministros, que le servia de tener en algun ejercicio la obediencia de los nobles para enseñarlos á vivir dependientes, y de conocer los sugetos de su reino para emplearlos segun su capacidad.

Casaban los reyes mejicanos con hijas de otros reyes tributarios suyos, y Motezuma tenia dos mugeres de esta calidad, con título de reinas, en cuartos separados de igual pompa y ostentacion. El número de sus concubinas era exorbitante y escandaloso; pues hallamos escrito, que habitaban dentro de su palacio mas de tres mil mugeres entre amas y criadas, y que venian al exámen de su antojo cuantas nacian con alguna hermosura en sus dominios; porque sus ministros y ejecutores las recogian á manera de tributo y vasallage, trátandose como importancia del reino la torpeza del rey.

Deshacíase de este género de mugeres con facilidad, poniéndolas en estado para que ocupasen otras su lugar; y hallaban maridos entre la gente de mayor calidad, porque salian ricas, y á su parecer condecoradas; tan lejos estaba de tener estimacion de virtud la honestidad en una religion donde no solo se permitian, pero se mandaban las violencias de la razon natural (1). Afectaba mucho el recogimiento de su casa, y tenia mugeres ancianas que atendiesen al decoro de sus concubinas sin permitir el menor desacierto en su proceder, no tanto porque le disonasen las indecencias, como porque le predominaban los celos; y este cuidado con que procuraba mantener el recato de su familia, que tiene por sí tanto de loable y puesto en razon, era en él segunda liviandad, y pundonor poco generoso que se formaba en la flaqueza de otra pasion.

Sus audiencias no eran fáciles ni frecuentes; pero duraban mucho, y se adornaba esta funcion de grande aparato y solemnidad. Asistian á ella los próceres que tenian entrada en su cuarto: seis ó siete consejeros cerca de la silla, por si ocurriese alguna materia digna de consulta; y diferentes secretarios que iban notando con aquellos símbolos que le servian de letras las resoluciones y decretos, cada uno segun su negociacion. Entraba descalzo el pretendiente y hacia tres reverencias sin levantar los ojos de la tierra, diciendo en la primera Señor, en la segunda mi Señor, y en la tercera gran Señor. Hablaba en acto de mayor humillacion, y se volvia despues á retirar por los mismos pasos, repitiendo sus reverencias sin volver las

(1) Es falso. Así en Nueva España como en el Perú se castigaban las cohabitaciones ilegítimas y hasta las tenidas entre personas libres. Habia ademas unos como monasterios ó conventos semejantes á los de nuestras monjas, en donde vivian mugeres que guardaban castidad y eran castigadas con pena de muerte si la quebrantaban. (Torquemada, lib. 4, cap. 19.—Oríg. de los indios, lib. 3, pág. 116.)

espaldas, y cuidando mucho de los ojos, porque habia ciertos ministros que castigaban luego los menores descuidos; y Motezuma era observantísimo en estas ceremonias : cuidado que no se debe culpar en los príncipes, por consistir en ellas una de las prerogativas que los diferencian de los otros hombres; y tener algo de sustancia en el respeto de los súbditos estas delicadezas de la majestad. Escuchaba con atencion, y respondia con severidad, midiendo al parecer la voz con el semblante. Si alguno se turbaba en el razonamiento, le procuraba cobrar, ó le señalaba uno de los ministros que le asistian para que le hablase con menos embarazo; y solia despacharle mejor, hallando en aquel miedo respectivo, lisonja y discrecion. Preciábase mucho del agrado y humanidad con que sufria las impertinencias de los pretendientes, y la desproporcion de las pretensiones; y á la verdad procuraba por aquel rato corregir los ímpetus de su condicion; pero no todas veces lo podia conseguir, porque cedia lo violento á lo natural, y la soberbia reprimida se parece poco á la benignidad.

Comia solo, y muchas veces en público; pero siempre con igual aparato. Cubríanse los aparadores ordinariamente con mas de doscientos platos de varios manjares á la condicion de su paladar; y algunos de ellos tan bien sazonados, que no solo agradaron entonces á los españoles, pero se han procurado imitar en España: que no hay tierra tan bárbara donde no se precie de ingenioso en sus desórdenes el apetito.

Antes de sentarse á comer registraba los platos, saliendo á reconocer las diferencias de regalos que contenian; y satisfecha la gula de los ojos, elegia los que mas le agradaban, y se repartian los demas entre los caballeros de su guardia: siendo esta profusion cuotidiana una pequeña parte del gasto que se hacia de ordinario en sus cocinas, porque comian á su costa cuantos habitaban en palacio, y cuantos acudian á él por obligacion de su oficio. La mesa era grande, pero baja de pies, y el asiento un taburete proporcionado. Los manteles de blanco y sutil algodon, y las servilletas de lo mismo, algo prolongadas. Atajábase la pieza por la mitad con una baranda ó biombo, que sin impedir la vista, señalaba término al concurso y apartaba la familia. Quedaban dentro cerca de la mesa tres ó cuatro ministros ancianos de los mas favorecidos, y cerca de la baranda uno de los criados mayores que alcanzaba los platos. Salian luego hasta veinte mugeres vistosamente ataviadas que servian la vianda, y ministraban la copa con el mismo género de reverencias que usaban en sus templos. Los platos eran de barro muy fino y solo servian una vez, como los manteles y servilletas que se repartian luego entre los criados. Los vasos de oro sobre salvas de lo mismo; y algunas veces solia beber en cocos ó conchas naturales costosamente guarnecidas. Tenian siempre á la mano diferentes géneros de bebidas, y él señalaba las que apetecia; unas con olor, otras de yerbas saludables, y algunas confecciones de menos honesta cali

dad. Usaba con moderacion de los vinos, ó mejor diríamos cerbezas que hacian aquellos indios, liquidando los granos del maiz por infusion y cocimiento: bebida que turbaba la cabeza como el vino mas robusto. Al acabar de comer tomaba ordinariamente un género de chocolate á su modo, en que iba la substancia del cacao, batida con el molinillo, hasta llenar la jícara de mas espuma que licor; y despues el humo del tabaco suavizado con liquidámbar; vicio que llamaban medicina, y en ellos tuvo algo de supersticion, por ser el zumo de esta yerba uno de los ingredientes con que se dementaban y enfurecian los sacerdotes siempre que necesitaban de perder el entendimiento para entender al demonio.

Asistian ordinariamente á la comida tres ó cuatro juglares de los que mas sobresalian en el número de sus sabandijas; y estos procuraban entretenerle, poniendo como suelen su felicidad, en la risa de los otros, y vistiendo las mas veces en trage de gracia la falta de respeto. Solia decir Motezuma que los permitia cerca de su persona porque le decian algunas verdades: poco las apeteceria quien las buscaba en ellos, ó tendria por verdades las lisonjas: sentencia que se pondera entre sus discreciones; pero mas reparamos en que llegase á conocer, hasta un príncipe bárbaro, la culpa de admitirlos, pues buscaba colores con que honestarlo.

Despues del rato del sosiego solian entrar sus músicos á divertirle; y al son de flautas y caracoles, cuya desigualdad de sonidos concertaban con algun género de consonancia, le cantaban diferentes composiciones en varios metros que tenian su número y cadencia, variando los tonos con alguna modulacion buscada en la voluntad de su oido. El ordinario asunto de sus canciones eran los acaecimientos de sus mayores, y los hechos memorables de sus reyes; y estas se cantaban en los templos, y enseñaban á los niños para que no olvidasen las hazañas de su nacion: haciendo el oficio de la historia con todos aquellos que no entendian las pinturas y geroglíficos de sus anales. Tenian tambien sus cantilenas alegres, de que usaban en sus bailes con estribillos y repeticiones de música mas bulliciosa; y eran tan inclinados á este género de regocijos, y á otros espectáculos en que mostraban sus habilidades, que casi todas las tardes habia fiestas públicas en alguno de los barrios, unas veces de la nobleza, y otras de la gente popular : y en aquella sazon fueron mas frecuentes y de mayor solemnidad por el agasajo de los españoles; fomentándolas y asistiéndolas Motezuma contra el estilo de su austeridad, como quien deseaba con algun género de ambicion que se contasen los ejercicios de la ociosidad entre las grandezas de su corte.

La mas señalada entre sus fiestas era un género de danzas que llaman << mitotes : » componíanse de innumerable muchedumbre; unos vistosamente adornados, y otros en trages y figuras estraordinarias. Entraban en ellas los nobles, mezclándose con los plebeyos en honor de la festividad, y tenian ejemplar de haber entrado sus

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