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mercaderes mejicanos que frecuentaban las ferias de Cholula, donde se dispuso el cuartel con todos los resgardos y prevenciones que aconsejaba la poca seguridad con que se iba pisando aquella tierra.

Motezuma entretanto duraba en su irresolucion, desanimado con el malogro de sus ardides, y sin aliento para usar de sus fuerzas. Hízose devocion esta falta de espíritu : estrechóse con sus dioses: frecuentaba los templos y los sacrificios: manchó de sangre humana todos sus altares mas cruel cuando mas afligido: y siempre crecia su confusion y se hallaba en mayor desconsuelo, porque andaban encontradas las respuestas de sus ídolos, y discordes en el dictámen los espíritus inmundos que le hablaban en ellos. Unos le decian que franquease las puertas de la ciudad á los españoles, y así conseguiria el sacrificarlos sin que se pudiesen escapar ni defender otros que los apartase de sí y tratase de acabar con ellos, sin dejarse ver; y él se inclinaba mas á esta opinion, haciéndole disonancia el atrevimiento de querer entrar en su corte contra su voluntad, y teniendo á desaire de su poder aquella porfía contra sus órdenes, ó sirviéndose de la autoridad para mejorar el nombre á la soberbia. Pero cuando supo que se hallaban ya en la provincia de Chalco, frustrado el último estratagema de la montaña, fue mayor su inquietud y su impaciencia: andaba como fuera de sí no sabia qué partido tomar : sus consejeros le dejaban en la misma incertidumbre que sus oráculos. Convocó finalmente una junta de sus magos y agoreros; profesion muy estimada en aquella tierra, donde habia muchos que se entendian con el demonio, y la falta de las ciencias daba opinon de sábios á los mas engañados. Propúsoles que necesitaba de su habilidad para detener aquellos estrangeros, de cuyos designios estaba receloso. Mandóles que saliesen al camino y los ahuyentasen ó entorpeciesen con sus encantos, á la manera que solian obrar otros efectos estraordinarios en ocasiones de menor importancia. Ofrecióles grandes premios si lo consiguiesen, y los amenazó con pena de la vida si volviesen á su presencia sin haberlo conseguido.

Esta órden se puso en ejecucion, y con tantas veras, que se juntaron brevemente numerosas cuadrillas de nigrománticos y salieron contra los españoles, fiados en la eficacia de sus conjuros, y en el imperio que á su parecer tenian sobre la naturaleza. Refieren el padre José de Acosta y otros autores fidedignos, que cuando llegaron al camino de Chalco, por donde venia marchando el ejército, y al empezar sus invocaciones y sus círculos se les apareció el demonio en figura de uno de sus ídolos, á quien llamaban Tezcatlecupa, dios infausto y formidable; por cuya mano pasaban, á su entender, las pestes, las esterilidades y otros castigos del cielo. Venia como despechado y enfurecido, afeando con el ceño de la ira la misma fiereza del ídolo inclemente; y traia sobre sus adornos ceñida una soga de esparto que le apretaba con diferentes vueltas el

pecho, para mayor significacion de su congoja, ó para dar á entender que le arrastraba mano invisible. Postráronse todos para darle adoracion, y él sin dejarse obligar de su rendimiento, y fingiendo la voz con la misma ilusion que imitó la figura, los habló en esta sustancia: « Ya, mejicanos infelices, perdieron la fuerza vues»tros conjuros: ya se desató enteramente la trabazon de nuestros » pactos. Decid á Motezuma, que por sus crueldades y tiranías » tiene decretada el cielo su ruina; y para que le representeis mas ⚫ vivamente la desolacion de su imperio, volved á mirar esa ciudad miserable, desamparada ya de vuestros dioses. » Dicho esto desapareció, y ellos vieron arder la ciudad en horribles llamas, que se desvanecieron poco á poco, desocupando el aire y dejando sin alguna lesion los edificios. Volvieron á Motezuma con esta noticia temerosos de su rigor, librando en ella su disculpa; pero le hicieron tanto asombro las amenazas de aquel dios infortunado y calamitoso, que se detuvo un rato sin responder, como quien recogia las fuerzas interiores, ó se acordaba de sí para no descaecer; y depuesta desde aquel instante su natural ferocidad, dijo, volviendo á mirar á los magos y á los demas que le asistian: «¿qué podemos hacer si nos desamparan nuestros dioses? Vengan los estrangeros, y caiga » sobre nosotros el cielo, que no nos hemos de esconder, ni es » razon que nos halle fugitivos la calamidad. » Y prosiguió poco despues: « solo me lastiman los viejos, niños y mugeres, á quien » faltan las manos para cuidar de su defensa. » En cuya consideracion se hizo alguna fuerza para detener las lágrimas. No se puede negar que tuvo algo de príncipe la primera proposicion, pues ofreció el pecho descubierto á la calamidad que tenia por inevitable, y no desdijo de la magestad la ternura con que llegó á considerar la opresion de sus vasallos afectos ambos de ánimo real, entre cuyas virtudes ó propiedades no es menos heróica la piedad que la constancia.

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Empezóse luego á tratar del hospedage que se habia de hacer á los españoles, de la solemnidad y aparatos del recibimiento; y con esta ocasion se volvió á discurrir en sus hazañas, en los prodigios con que habia prevenido el cielo su venida, en las señas que traian de aquellos hombres orientales prometidos á sus mayores, y en la turbacion y desaliento de sus dioses, que á su parecer se daban por vencidos y cedian el dominio de aquella tierra, como deidades de inferior gerarquía; y todo fue menester para que se llegase á poner en términos posibles aquella gran dificultad de penetrar sobre tan porfiada resistencia, y con tan poca gente, hasta la misma corte de un príncipe tan poderoso, absoluto en sus determinaciones, obedecido con adoracion, y enseñado al temor de sus vasallos.

CAPITULO IX.

Viene al cuartel á visitar à Cortés de parte de Motezuma el señor de Tezcuco, su sobrino: continúase la marcha y se hace alto en Quitlavaca, dentro ya de la laguna de Méjico.

De aquellas caserías donde se alojó el ejército de la otra parte de la montaña, pasó el dia siguiente á un pequeño lugar, jurisdiccion de Chalco, situado en el camino real, á poco mas de dos leguas, donde acudieron luego el cacique principal de la misma provincia y otros de la comarca. Traian sus presentes con algunos bastimentos, y Cortés los agasajó con mucha humanidad y con algunas dádivas; pero se reconoció luego en su conversacion que se recataban de los embajadores mejicanos, porque se detenian y embarazaban fuera de tiempo, y daban á entender lo que callaban en lo mismo que decian. Apartóse con ellos Hernan Cortés, y á роса diligencia de los intérpretes dieron todo el veneno del corazon. Quejáronse destempladamente de las crueldades y tiranías de Motezuma: ponderaron lo intolerable de sus tributos, que pasaban ya de las haciendas á las personas, pues los hacia trabajar sin estipendio en sus jardines y en otras obras de su vanidad; decian con lágrimas: «< que hasta las mugeres se habian hecho contribucion de » su torpeza y la de sus ministros, puesto que las elegian y dese» chaban á su antojo, sin que pudiesen defender los brazos de la » madre á la doncella, ni la presencia del marido á la casada. » Representando uno y otro á Hernan Cortés como á quien lo podia remediar, y mirándole como á deidad que bajaba del cielo con jurisdiccion sobre los tiranos. Él los escuchó compadecido, y procuró mantenerlos en la esperanza del remedio, dejándose llevar por entonces del concepto en que le tenian, ó resistiendo á su engaño con alguna falsedad. No pasaba en estas permisiones de su política los términos de la modestia: pero tampoco gustaba de obscurecer su fama, donde se miraba como parte de razon el desvarío de aquella gente.

Volvióse á la marcha el dia siguiente, y se caminaron cuatro leguas por tierra de mejor temple y mayor amenidad, donde se conocia el favor de la naturaleza en las arboledas, y el beneficio del arte en los jardines. Hizose alto en Amecameca, donde se alojó el ejército, lugar de mediana poblacion, fundado en una ensenada de la gran laguna, la mitad en el agua y la otra mitad en tierra firme, al pie de una montañuela estéril y fragosa. Concurrieron aquí muchos mejicanos con sus armas y adornos militares; y aunque al principio se creyó que los traia la curiosidad, creció tanto el número, que dieron cuidado y no faltaron indicios que persuadiesen al recelo. Valióse Cortés de algunas esterioridades para detenerlos

y atemorizarlos hízose ruido con las bocas de fuego: disparáronse al aire algunas piezas de artillería: ponderóse y aun se provocó la ferocidad de los caballos, cuidando los intérpretes de dar significacion al estruendo y engrandecer el peligro; por cuyo medio se conseguió el apartarlos del alojamiento antes que cerrase la noche. No se verificó que viniesen con ánimo de ofender, ni parece verisímil que se intentase nueva traicion cuando estaba Motezuma reducido á dejarse ver; aunque despues mataron las centinelas algunos indios, sobre acercarse demasiado con apariencias de reconocer el cuartel; y pudo ser que alguno de los caudillos mejicanos condujese aquella gente con ánimo de asaltar cautelosamente á los españoles, creyendo no seria desagradable á su rey, por considerarle rendido á la paz con repugnancia de su natural y de su conveniencia; pero esto se quedó en presuncion, porque á la mañana solo se descubrieron en el camino que se habia de seguir, algunas tropas de gente desarmada que tomaban lugar para ver á los estrangeros.

Tratábase ya de poner en marcha el ejército, cuando llegaron al cuartel cuatro caballeros mejicanos, con aviso de que venia el príncipe Cacumatzin, sobrino de Motezuma, y señor de Tezcuco, á visitar á Cortés de parte de su tio, y tardó poco en llegar. Acompañábanle muchos nobles con insignias de paz, y ricamente adornados. Traíanle sobre sus hombros otros indios de su familia en unas andas cubiertas de varias plumas, cuya diversidad de colores se correspondia con proporcion; era mozo de hasta veinte y cinco años, de recomendable presencia; y luego que se apeó, pasaron delante algunos de sus criados á barrer el suelo que habia de pisar, y á desviar con grandes ademanes y contenencias la gente de los lados; ceremonias que siendo ridículas daban autoridad. Salió Cortés á recibirle hasta la puerta de su alojamiento con todo aquel aparato de que adornaba su persona en semejantes funciones. Hízole al llegar una complida reverencia, y él correspondió tocando la tierra, y despues los labios con la mano derecha. Tomó su lugar despejadamente, y habló con sosiego de hombre que sabia estar sin admiracion á vista de la novedad. La substancia de su razonamiento fue : « dar la bien venida, con palabras puestas en su lugar, » á Cortés y á todos los cabos de su ejército : ponderar la gratitud » con que los esperaba el gran Motezuma, y cuánto deseaba la correspondencia y amistad de aquel príncipe del Oriente que los enviaba, cuya grandeza debia reconocer por algunas razones que » entenderian de su boca : » y por via de discurso propio volvió á dificultar, como los demas embajadores, la entrada de Méjico, fingiendo «< que se padecia esterilidad en todos los pueblos de su contribucion; » y proponiendo, como punto que sentia su rey, » mal asistidos que se hallarian los españoles donde faltaba el sus>> tento para los vecinos. » Cortés respondió, sin apartarse del misterio con que iba cebando las aprensiones de aquella gente, << que su rey, siendo un monarca, sin igual en otro mundo,

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al nacimiento del sol, tenia tambien algunas razones de alta con>>sideracion para ofrecer su amistad á Motezuma, y comunicarle diferentes noticias que miraban á su persona y esencial conveniencia; cuya proposicion no desmereceria su gratitud, ni él podia dejar de admitir con singular estimacion la licencia que se » le concedia para dar su embajada, sin que le hiciese algun em» barazo la esterilidad que se padecia en aquella corte; porque sus españoles necesitaban de poco alimento para conservar sus fuerzas, » y venian enseñados á padecer y despreciar las incomodidades y trabajos de que se afligian los hombres de inferior naturaleza. >> No tuvo Cacumatzin que replicar á esta resolucion, antes recibió con estimacion y rendimiento algunas joyuelas de vidrio estraordinario que le dió Cortés, y acompañó el ejército hasta Tezcuco, ciudad capital de su dominio, donde se adelantó con la respuesta de su embajada.

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Era entonces Tezcuco una de las mayores ciudades de aquel imperio : refieren algunos que seria como dos veces Sevilla, y otros que podia competir con la corte de Motezuma en la grandeza; y presumia no sin fundamento de mayor antigüedad. Estaba la frente principal de sus edificios sobre la orilla de aquel espacioso lago, en parage de grande amenidad, donde tomaba principio la calzada oriental de Méjico. Siguióse por ella la marcha sin detencion, porque se llevaba intento de pasar á Iztacpalapa (1), tres leguas mas adelante, sitio proporcionado para entrar en Méjico el dia siguiente á buena hora. Tendria por esta parte la calzada veinte pies de ancho, y era de piedra y cal, con algunas labores en la superficie. Habia en la mitad del camino sobre la misma calzada otro lugar de hasta dos mil casas, que se llamaba Quitlavaca; y por estar fundado en el agua, le llamaron entonces Venezuela. Salió el cacique muy acompañado y lucido al recibimiento de Cortés, y le pidió que honrase por aquella noche su ciudad, con tanto afecto, y tan repetidas instancias, que fue preciso condescender á sus ruegos por no desconfiarle. Y no dejó de hallarse alguna conveniencia en hacer aquella mansion para tomar noticias; porque viendo desde mas cerca la dificultad, entró Cortés en algun recelo de que le rompiesen la calzada, ó levantasen los puentes para embarazar el paso á su gente.

Registrábase desde allí mucha parte de la laguna, en cuyo espacio se descubrian varias poblaciones y calzadas, que la interrumpian y la hermoseaban; torres y capiteles, que al parecer nadaban sobre las aguas, árboles y jardines fuera de su elemento; y una inmensidad de indios, que navegando en sus canoas, procuraban acercarse á ver los españoles, siendo mayor la muchedumbre que

(1) Ixtapalapa. En su comarca y en la de Ixtapaluca, poco distante de aquella. se recogia abundantemente la sal.

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