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tuallas corria con abundancia y liberalidad, y todas las demostraciones eran favorables, y convidaban á la seguridad; tanto que se llegaron á tener por falsos y ligeramente creidos los rumores antecedentes (fácil á todas horas en fabricar ó fingir sus alivios el cuidado), pero no tardó mucho en manifestar la verdad, ni aquella gente acertó á dudar en su artificio hasta lograr sus intentos: astuta por naturaleza y profesion, pero no tan despierta y avisada que se supiesen entender su habilidad y su malicia.

Fueron poco a poco retirando los víveres : cesó de una vez el agasajo y asistencia de los caciques. Los embajadores de Motezuma tenian sus conferencias recatadas con los sacerdotes: conocíase algun género de irrision y falsedad en los semblantes; y todas las señales inducian novedad, y despertaban el recelo mal adormecido. Trató Cortés de aplicar algunos medios para inquirir y averiguar el ánimo de aquella gente, y al mismo tiempo se descubrió de sí misma la verdad; adelantándose á las diligencias humanas la providencia del cielo, tantas veces esperimentada en esta conquista.

Estrechó amistad con doña Marina una india anciana, muger principal y emparentada en Cholula. Visitábala muchas veces con familiaridad, y ella no se lo desmerecia con el atractivo natural de su agrado y discrecion. Vino aquel dia mas temprano, y al parecer asustada ó cuidadosa, retiróla misteriosamente de los españoles, y encargando el secreto con lo mismo que recataba la voz, empezó á condolerse de su esclavitud, y á persuadirla « que se apartase de » aquellos estrangeros aborrecibles, y se fuese á su casa, cuyo » albergue la ofrecia como refugio de su libertad. » Doña Marina, que tenia bastante sagacidad, confirió esta prevencion con los demas indicios; y fingiendo que venia oprimida y contra su voluntad entre aquella gente, facilitó la fuga y aceptó el hospedage con tantas ponderaciones de su agradecimiento, que la india se dió por segura, y descubrió todo el corazon. Díjola : « que convenia en todo » caso que se fuese luego, porque se acercaba el plazo señalado » entre los suyos para destruir á los españoles, y no era razon que » una muger de sus prendas pereciese con ellos; que Motezuma » tenia prevenidos á poca distancia veinte mil hombres de guerra » para dar calor á la faccion : que de este grueso habian entrado ya » en la ciudad á la deshilada seis mil soldados escogidos: que se » habia repartido cantidad de arnias entre los paisanos: que tenian » de repuesto muchas piedras sobre los terrados, y abiertas en las » calles profundas zanjas, en cuyo fondo habian fijado estacas puntiagudas, fingiendo el plano con una cubierta de la misma tierra » fundada sobre apoyos frágiles para que cayesen y se mancasen »los caballos que Motezuma trataba de acabar con todos los españoles; pero encargaba que le llevasen algunos vivos para satis» facer á su curiosidad y al obsequio de sus dioses, y que habia presentado á la ciudad una caja de guerra hecha de oro cóncavo >> primorosamente vaciado, para escitar los ánimos con este favol

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militar. » Y últimamente doña Marina, dando á entender que se alegraba de lo bien que tenia dispuesta su empresa; y dejando caer algunas preguntas, como quien celebraba lo que inquiria, se halló con noticia cabal de toda la conjuracion. Fingió que se queria ir luego en su compañía; y con pretesto de recoger sus joyas y algunas preseas de su peculio, hizo lugar para desviarse de ella sin desconfiarla dió cuenta de todo á Cortés, y él mandó prender á la india que á pocas amenazas confesó la verdad, entre turbada y convencida.

Poco despues vinieron unos soldados tlascaltecas recatados en trage de paisanos, y dijeron á Cortés de parte de sus cabos: « que » no se descuidase, porque habian visto desde su cuartel que los de » Cholula retiraban á los lugares del contorno su ropa y sus mu» geres : » señal evidente de que maquinaban alguna traicion. Súpose tambien que aquella mañana se habia celebrado en el templo mayor de la ciudad un sacrificio de diez niños de ambos sexos; ceremonia de que usaban cuando querian emprender algun hecho militar; y al mismo tiempo llegaron dos ó tres zempoales que saliendo casualmente á la ciudad, habian descubierto el engaño de las zanjas, y visto en las calles de los lados algunos reparos y estacadas que tenian hechos para guiar los caballos al precipicio.

No se necesitaba de mayor comprobacion para verificar el intento de aquella gente; pero Hernan Cortés quiso apurar mas la noticia, y poner su razon en estado que no se la pudiesen negar, teniendo algunos testigos principales de la misma nacion que hubiesen confesado el delito, para cuyo efecto mandó llamar al primer sacerdote, de cuya obediencia pendian los demas, y que le trajesen otros dos ó tres de la misma profesion, gente que tenia grande autoridad con los caciques, y mayor con el pueblo. Fuélos examinando separadamente, no como quien dudaba de su intencion, sino como quien se lamentaba de su alevosía; y dándoles todas las señas de lo que sabia, callaba el modo para cebar su admiracion con el misterio, y dejarlos desvariar en el concepto de su ciencia. Ellos se persuadieron á que hablaban con alguna deidad que penetraba lo mas oculto de los corazones, y no se atrevieron á proseguir su engaño; antes confesaron luego la traicion con todas sus circunstancias, culpando á Motezuma, de cuya órden estaba dispuesta y prevenida. Mandólos aprisionar secretamente por que no moviesen algun ruido en la ciudad. Dispuso tambien que se tuviese cuidado con los embajadores de Motezuma, sin dejarlos salir, ni comunicar con los de la tierra; y convocando á sus capitanes, les refirió todo el caso, y les dió á entender cuanto convenia no dejar sin castigo aquel atentado; facilitando la faccion, y ponderando sus consecuencias con tanta energia y resolucion, que todos se redujeron á obedecerle, dejando á su prudencia la direccion y el acierto.

Hecha esta diligencia, llamó á los caciques gobernadores de la ciudad, y publicó su jornada para otro dia; no porque la tuviese dis

puesta ni fuese posible, sino por estrechar el término á sus prevenciones. Pidióles bastimentos para la marcha, indios de carga para el bagage, y hasta dos mil hombres de guerra que le acompañasen, como lo habian hecho los tlascaltecas y zempoales. Ellos ofrecieron con alguna tibieza y falsedad los bastimentos y tamenes, y con mayor prontitud la gente armada que se les pedia, en que andaban encontrados los designios. Pedíala Cortés para desunir sus fuerzas y tener en su poder parte de los traidores que habia de castigar; y los caciques la ofrecian para introducir en el ejército contrario aquellos enemigos encubiertos, y servirse de ellos cuando llegase la ocasion ardides ambos que tenian su razon militar, si puede llamarse razon este género de engaños que hizo lícitos la guerra y nobles el ejemplo.

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Dióse noticia de todo á los tlascaltecas, y órden para que estuviesen alerta, y al rayar el dia se fuesen acercando á la poblacion como que se movian para seguir la marcha, y en oyendo el primer golpe de los arcabuces, entrasen á viva fuerza en la ciudad, y viniesen á incorporarse con el ejército, llevándose tras sí toda la gente que hallasen armada. Cuidóse tambien de que los españoles y zempoales tuviesen prevenidas sus armas, y entendida la faccion en que las habian de emplear. Y luego que llegó la noche, cerrado ya el cuartel con las guardias y centinelas á que obligaba la ocurrencia presente, llamó Cortés á los embajadores de Motezuma, y con señas de intimidad, como quien les fiaba lo que no sabian, les dijo: « que habia >> descubierto y averiguado una gran conjuracion que le tenian ar» mada los caciques y ciudadanos de Cholula : dióles señas de todo » lo que ordenaban y disponian contra su persona y ejército : pon>> deró cuánto faltaban á las leyes de la hospitalidad, al estableci» miento de la paz, y al seguro de su príncipe. » Y añadió: « que no solamente lo sabia por su propia especulacion y vigilancia: pero se lo habian confesado ya los principales conjurados; disculpán>> dose del trato doble con otra mayor culpa, pues se atrevian á decir » que tenian órden y asistencias de Motezuma para deshacer alevo»samente su ejército lo cual ni era verisímil, ni se podia creer

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semejante indignidad de un príncipe tan grande. Por cuya causa >> estaba resuelto á tomar satisfaccion de su ofensa con todo el rigor >> de sus armas, y se lo comunicaba para que tuviesen comprendida » su razon, y entendido que no le irritaba tanto el delito principal, >> como la circunstancia de querer aquellos sediciosos autorizar su >> traicion con el nombre de su rey. »

Los embajadores procuraron fingir como pudieron que no sabian la conjuracion, y trataron de salvar el crédito de su príncipe, siguiendo el camino en que los puso Cortés con bajar el punto de su queja. No convenia entonces desconfiar á Motezuma, ni hacer de un poderoso resuelto á disimular, un enemigo poderoso descubierto: por cuya consideracion se determinó á desbaratar sus designios sin darle á entender que los conocia; tratando solamente de castigar la

obra en sus instrumentos, y contentándose con reparar el golpe sin atender al brazo. Miraba como empresa de poca dificultad el deshacer aquel trozo de gente armada que tenian prevenida para socorrer la sedicion, hecho á mayores hazañas con menores fuerzas; y estaba tan lejos de poner duda en el suceso, que tuvo á felicidad (ó por lo menos así lo ponderaba entre los suyos) que se le ofreciese aquella ocasion de adelantar con los mejicanos la reputacion de sus armas : y á la verdad no le pesó de ver tan embarazado en los ardides el ánimo de Motezuma; pareciéndole que no discurriria en mayores intentos quien le buscaba por las espaldas, y descubria entre sus mismos engaños la flaqueza de su resolucion.

CAPITULO VII.

Castígase la traicion de Cholula: vuélvese á reducir y pacificar la ciudad, y se hacen amigos los de esta nacion con los tlascaltecas.

Fueron llegando con el dia los indios de carga que se habian pedido, y algunos bastimentos, prevenido uno y otro con engañosa puntualidad. Vinieron despues en tropas deshiladas los indios armados que con pretesto de acompañar la marcha traian su contraseña para embestir por la retaguardia cuando llegase la ocasion: en cuyo número no anduvieron escasos los caciques; antes dieron otro indicio de su intencion, enviando mas gente que se les pedia; pero Hernan Cortés los hizo dividir en los patios del alojamiento, donde los aseguró mañosamente, dándoles á entender que necesitaba de aquella separacion para ir formando los escuadrones á su modo. Puso luego en órden sus soldados bien instruidos en lo que debian ejecutar; y montando á caballo con los que le habian de seguir en la faccion, hizo llamar á los caciques para justificar con ellos su determinacion; de los cuales vinieron algunos, y otros se escusaron. Díjoles en voz alta, y doña Marina se lo interpretó con igual vehemencia: « que ya estaba descubierta su traicion, y resuelto su castigo, de cuyo rigor conocerian cuánto les convenia la paz que » trataban de romper alevosamente. » Y apenas empezó á protestarles el daño que recibiesen, cuando ellos se retiraron á incorporarse con sus tropas, huyendo en mas que ordinaria diligencia, y rompiendo la guerra con algunas injurias y amenazas que se dejaron oir desde lejos. Mandó entonces Hernan Cortés que cerrase la infantería con los indios naturales que tenia divididos en los patios; y aunque fueron hallados con las armas prevenidas para ejecutar su traicion, y trataron de unirse para defenderse, quedaron rotos Y deshechos con poca dificultad; escapando solamente con la vida los que pudieron esconderse, ó se arrojaron por las paredes, sirvién

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dose de su lijereza y de sus mismas lanzas para saltar de la otra parte (1).

Aseguradas las espaldas con el estrago de aquellos enemigos encubiertos, se hizo la seña para que se moviesen los tlascaltecas ; avanzó poco á poco el ejército por la calle principal, dejando en el cuartel la guardia que pareció necesaria. Echáronse delante algunos de los zempoales que fuesen descubriendo las zanjas porque no peligrasen los caballos. No estaban descuidados entonces los de Cholula, que hallándose ya empeñados en la guerra descubierta, convocaron el resto de los mejicanos, y unidos en una gran plaza donde habia tres ó cuatro adoratorios, pusieron en lo alto de sus átrios y torres parte de su gente, y los demas se dividieron en diferentes escuadrones para cerrar con los españoles. Pero al mismo tiempo que desembocó en la plaza el ejército de Cortés, y se dió de una parte y otra la primera carga, cerró por la retaguardia con los enemigos el trozo de Tlascala; cuyo inopinado accidente los puso en tanto pavor y desconcierto, que ni pudieron huir ni supieron defenderse; y solo se hallaba mas embarazo que oposicion en algunas tropas descaminadas que andaban de un peligro en otro con poca ó ninguna eleccion gente sin consejo que acometia para escapar, y las mas veces daban el pecho sin acordarse de las manos. Murieron muchos en este género de combates repetidos, pero el mayor número escapó á los adoratorios, en cuyas gradas y terrados se descubrió una multitud de hombres armados que ocupaban mas que guarnecian las eminencias de aquellos grandes edificios. Encargáronse de su defensa los mejicanos; pero se hallaban ya tan embarazados y oprimidos,

(1) Nada dice Cortés de haber recibido en el cuartel esa fuerza armada de Cholula, y menos haberlos hecho matar dentro de los patios sin medio de defensa: eso hubiera sido ademas de felonia, barbárie. Solamente dice que mandó, á una señal convenida, dar sobre multitud de indios que andaban al rededor del cuartel y otros que habian entrado dentro: no dice si estaban armados; pero era natural que lo estuvieran y fuesen los primeros destinados á cargar sobre los españoles. Añade Cortés que luego soltó á los personages de Cholula que tuvo maniatados, en vista de las protestas que le hicieron de sumision y obediencia. Por estos hechos en que no anduvo Solis muy acertado, se puede decidir si el castigo de esa ciudad fue tan atroz como ponderan los estrangeros, y si entraba ó no en el derecho de la

guerra.

Cortés describe la ciudad y provincia de Cholula, encareciendo su mucha poblacion como lo hace hablando de Tlascala; en términos de asegurar que no habia un pedazo de tierra sin labrar, y que á pesar de eso escaseaba el pan por esceso de consumidor. Si hubiéramos de dar crédito à semejantes hipérboles, vendríamos á concluir que los pueblos incultos y bárbaros tienen mayor poblacion que los civilizados, lo cual se halla en contradiccion manifiesta con los resultados que dan los cálculos estadísticos y probabilidades de la vida. El mismo Cortés supone que en Cholula habia 20 mil casas, y otras tantas en los arrabales: por consiguiente haciendo igual cómputo que el hecho en la nota de la pág. 166, resultará en la ciudad y arrabales una poblacion de 200 mil almas: esto es casi tan numerosa como Madrid. Ahora bien cotéjese esto con lo que dice Herrera, quien compara á Cholula con nuestra Valladolid, y podrá inferirse el crédito que merecen semejantes exajeraciones.

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