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mucho en que no fuese por aquella ciudad: pero él, que deseaba darle satisfaccion de lo que agradecia su cuidado y estimaba su consejo, convocó luego á sus capitanes, y en su presencia se propuso la duda y se pesaron las razones que por una y otra parte ocurrian, cuya resolucion fue: «que ya no era posible dejar de admitir el alojamiento que proponian los mejicanos sin que pareciese rece»lo anticipado ni cuando fuese cierta la sospecha, convenia pasar » á mayor empeño, dejando la traicion á las espaldas; antes se » debia ir á Cholula para descubrir el ánimo de Motezuma, y dar » nueva reputacion al ejército con el castigo de sus asechanzas. >> Redújose Magiscatzin al mismo dictámen, venerando con docilidad el superior juicio de los españoles. Pero sin apartarse del recelo que le obligó á sentir lo contrario, pidió licencia para juntar las tropas de su república, y asistir á la defensa de sus amigos en un peligro tan evidente, que no era razon que por ser ellos invencibles quitasen á los tlascaltecas la gloria de cumplir con su obligacion. Pero Hernan Cortés, aunque no dejaba de conocer el riesgo, ni le sonó mal este ofrecimiento, se detuvo en admitirle porque le hacia disonancia el empezar tan presto á disfrutar los socorros de aquella gente recien pacificada, y así le respondió agradeciendo mucho su atencion; y últimamente le dijo: « que no era necesaria por enton» ces aquella prevencion; » pero se lo dijo con flojedad, como quien deseaba que se hiciese y no queria darlo á entender especie de rehusar que suele ser poco menos que pedir.

CAPITULO V.

Hállanse nuevos indicios del trato doble de Cholula : marcha el ejército la vuelta de aquella ciudad, reforzado con algunas capitanías de Tlascala.

Era cierto que Motezuma, sin resolverse á tomar las armas contra los españoles, trataba de acabar con ellos, sirviéndose del ardid primero que de la fuerza. Teníanle de nuevo atemorizado las respuestas de sus oráculos; y el demonio, á quien embarazaba mucho la vecindad de los cristianos, le apretaba con horribles amenazas en que los apartase de sí: unas veces enfurecia los sacerdotes y agoreros para que le irritasen y enfureciesen: otras se le aparecia tomando la figura de sus ídolos, y le hablaba para introducir desde mas cerca el espíritu de la ira en su corazon; pero siempre le dejaba inclinado á la traicion y al engaño, sin proponerle que usase de su poder y de sus fuerzas, ó no tendria permision para mayor violencia, ó como nunca sabe aconsejar lo mejor, le retiraba los medios generosos para envilecerle con lo mismo que le animaba. Por una parte le faltaba el valor para dejarse ver de aquella gente prodigiosa; y por otra le parecia despreciable y de corto número su ejército para empeñar descubiertamente sus armas; y hallando pun

donor en los engaños, trataba solo de apartarlos de Tlascala, donde no podia introducir las asechanzas, y llevarlos á Cholula, donde las tenia ya dispuestas y prevenidas.

Reparó Hernan Cortés en que no venian los de aquel gobierno á visitarle, y comunicó su reparo á los embajadores mejicanos, estrañando mucho la desatencion de los caciques á cuyo cargo estaba su alojamiento, pues no podian ignorar que le habian visitado con menos obligacion todas las poblaciones del contorno. Procuraron ellos disculpar á los de Cholula, sin dejar de confesar su inadvertencia, y al parecer solicitaron la enmienda con algun aviso en diligencia, porque tardaron poco en venir de parte de la ciudad cuatro indios mal ataviados, gente de poca suposicion para embajadores, segun el uso de aquellas naciones: desacato que acriminaron los de Tlascala como nuevo indicio de su mala intencion; y Hernan Cortés no los quiso admitir, antes mandó que se volviesen luego, diciendo en presencia de los mejicanos: «< que sabian poco de urbanidad » los caciques de Cholula, pues querian enmendar un descuido con » una descortesía. »

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Llegó el dia de la marcha, y por mas que los españoles tomaron la mañana para formar su escuadron y el de los zempoales, hallaron ya en el campo un ejército de tlascaltecas, prevenido por el senado á instancia de Magiscatzin, cuyos cabos dijeron á Cortés : « que tenian órden de la república para servir debajo de su mano » y seguir sus banderas en aquella jornada, no solo hasta Cholula, sino hasta Méjico, donde consideraban el mayor peligro de su empresa. » Estaba la gente puesta en órden, y aunque unida Ꭹ apretada, segun el estilo de su milicia, ocupaba largo espacio de tierra, porque habian convocado todas las naciones de su confederacion, y hecho un esfuerzo estraordinario para la defensa de sus amigos: suponiendo que llegaria el caso de afrontarse con las huestes de Motezuma. Distinguíanse las capitanías por el color de los penachos, y por la diferencia de las insignias, águilas, leones y otros animales feroces levantados en alto, que no sin presuncion de geroglíficos ó empresas, contenian significacion, y acordaban á los soldados la gloria militar de su nacion. Algunos de nuestros escritores se alargan á decir que constaba todo el grueso de cien mil hombres armados: otros andan mas detenidos en lo verisímil; pero con el número menor, queda grande la accion de los tlascaltecas, digna verdaderamente de ponderacion por la sustancia y por el modo. Agradeció Cortés con palabras de todo encarecimiento esta demostracion, y necesitó de alguna porfia para reducirlos á que no convenia que le siguiese tanta gente cuando iba de paz; pero lo consiguió finalmente, dejándolos satisfechos con permitir que le siguiesen algunas capitanías con sus cabos, y quedase reservado el grueso para marchar en su socorro si lo pidiese la necesidad. Nuestro Bernal Diaz escribe que llevó consigo dos mil tlascaltecas : Antonio de Herrera dice tres mil; pero el mismo Hernan Cortés confiesa en sus

relaciones que llevó seis nil; y no cuidaba tan poco de su gloria, que supondria mayor número de gente para dejar menos admirable su resolucion.

Puesta en órden la marcha...; pero no pasemos en silencio una novedad que merece reflexion, y pertenece á este lugar. Quedó en Tlascala, cuando salieron los españoles de aquella ciudad, una cruz de madera fija en lugar eminente y descubierto, que se colocó de comun consentimiento el dia de la entrada; y Hernan Cortés no quiso que se deshiciese, por mas que se notasen como culpas los escesos de su piedad; antes encargó á los caciques su veneracion: pero debia de ser necesaria mayor recomendacion, para que durase con seguridad entre aquellos infieles porque apenas se apartaron de la ciudad los cristianos, cuando á vista de los indios bajó del cielo una prodigiosa nube á cuidar de su defensa. Era de agradable y esquisita blancura; y fue descendiendo por la region del aire, hasta que dilatada en forma de columna, se detuvo perpendicularmente sobre la misma cruz, donde perseveró mas ó menos distinta (¡maravillosa providencia!) tres ó cuatro años que se dilató por varios accidentes la conversion de aquella provincia. Salia de la nube un género de resplandor mitigado que infundia veneracion, y no se dejaba mezclar entre las tinieblas de la noche. Los indios se atemorizaban al principio conociendo el prodigio, sin discurrir en el misterio; pero despues consideraron mejor aquella novedad, y perdieron el miedo sin menoscabo de la admiracion. Decian públicamente que aquella santa señal encerraba dentro de sí alguna deidad, y que no en vano la veneraban tanto sus amigos los españoles procuraban imitarlos doblando la rodilla en su presencia, y acudian á ella en sus necesidades, sin acordarse de los ídolos, ó frecuentando menos sus adoratorios; cuya devocion (si así se puede llamar aquel género de afecto que sentian como influencia de causa no conocida) fue creciendo con tanto fervor de nobles y plebeyos, que los sacerdotes y agoreros entraron en celos de su religion, y procuraron diversas veces arrancar y hacer pedazos la cruz; pero siempre volvian escarmentados, sin atreverse á decir lo que les sucedia por no desautorizarse con el pueblo. Así lo refieren autores fidedignos; y así cuidaba el cielo de ir disponiendo aquellos ánimos para que recibiesen despues con menos resistencia el Evangelio; como el labrador tes de repartir la semilla, facilita su produccion con el primer beneficio de la tierra.

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No se ofreció novedad en la primera marcha, porque ya no lo era el concurso innumurable de los indios que salian á los caminos, aquellos alaridos que pasaban por aclamaciones. Camináronse cuatro leguas de las cinco que distaba entonces Cholula de la antigua Tlascala, y pareció hacer alto cerca de un rio de apacible ribera, por no entrar con la noche á los ojos en lugar de tanta poblacion. Poco despues que se asentó el cuartel y distribuyeron las órdenes

convenientes á su defensa y seguridad, llegaron segundos embajadores de aquella ciudad, gente de mas porte y mejor adornada. Traian un regalo de vituallas diferentes, y dieron su embajada con grande aparato de reverencias, que se redujo á disculpar la tardanza de sus caciques, con pretesto de que no podian entrar en Tlascala, siendo sus enemigos los de aquella nacion: ofrecer el alojamiento que tenia prevenida su ciudad; y ponderar el regocijo con que celebraban sus ciudadanos la dicha de merecer unos huéspedes tan aplaudidos por sus hazañas, y tan amables por su benignidad: dicho uno y otro con palabras al parecer sencillas, ó que traian bien desfigurado el artificio. Hernan Cortés admitió gratamente la disculpa y el regalo, cuidando tambien de que no se conociese afectacion en su seguridad; y el dia siguiente, poco despues de amanecer, se continuó la marcha con la misma órden, y no sin algun cuidado, que obligó á mayor vigilancia, porque tardaba el recibimiento de la ciudad, y no dejaba de hacer ruido este reparo entre los demas indicios. Pero al llegar el ejército cerca de la poblacion, prevenidas ya las armas para el combate, se dejaron ver los caciques y sacerdotes con numeroso acompañamiento de gente desarmada. Mandó Cortés que se hiciese alto para recibirlos, y ellos cumplieron con su funcion tan reverentes y regocijados, que no dejaron que recelar por entonces al cuidado con que observaban sus acciones y movimientos; pero al reconocer el grueso de los tlascaltecas que venian en la retaguardia torcieron el semblante, y se levantó entre los mas principales del recibimiento un rumor desagradable, que volvió á despertar el recelo en los españoles. Dióse órden á doña Marina para que averiguase la causa de aquella novedad, y por su medio respondieron «que los de Tlascala no podian entrar con armas en su ciudad, >> siendo enemigos de su nacion, y rebeldes á su rey. » Instaban en que se detuviesen, y retirasen luego á su tierra, como estorbos de la paz que se venia publicando; y representaban sus inconvenientes, sin alterarse ni descomponerse : firmes en que no era posible, pero contenida la determinacion en los límites del ruego.

Hallóse Cortés algo embarazado con esta demanda, que parecia justificada y podia ser poco segura: procuró sosegarlos con esperanzas de algun temperamento que mediase aquella diferencia; y comunicando brevemente la materia con sus capitanes, pareció que seria bien proponer á los tlascaltecas que se alojasen fuera de la ciudad hasta que se penetrase la intencion de aquellos caciques, ó se volviese á la marcha. Fueron con esta proposicion, que al parecer tenia su dureza, los capitanes Pedro de Alvarado y Cristóval de Olid; y la hicieron, valiéndose igualmente de la persuasion y de la autoridad, como quien llevaba la órden y obligaba con dar la razon. Pero ellos anduvieron tan atentos, que atajaron la instancia diciendo: « que no venian á disputar, sino á obedecer; y que tratarian luego » de abarracarse fuera de la poblacion, en parage donde pudiesen » acudir prontamente á la defensa de sus amigos, ya que se queria

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» aventurar contra toda razon, fiándose de aquellos traidores. » Comunicóse luego este partido con los de Cholula, y le abrazaron tambien con facilidad, quedando ambas naciones no solo satisfechas, sino con algun género de vanidad hecha de su misma oposicion los unos porque se persuadieron á que vencian, dejando poco airosos y desacomodados á sus enemigos; y los otros porque se dieron á entender que el no admitirlos en su ciudad era lo mismo que temerlos: así equivoca la imaginacion de los hombres la esencia y el color de las cosas, que ordinariamente se estiman como se aprenden, y se aprenden como se desean.

CAPITULO VI.

Entran los españoles en Cholula, donde procuran engañarlos con hacerles en lo esterior buena acogida: descúbrese la traicion que tenian prevenida, y se dispone su castigo.

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La entrada que los españoles hicieron en Cholula fue semejante á la de Tlascala innumerable concurso de gente que se dejaba romper con dificultad; aclamaciones de bullicio; mugeres que arrojaban y repartian ramilletes de flores; caciques y sacerdotes que frecuentaban reverencias y perfumes; variedad de instrumentos, que hacian mas estruendo que música, repartidos por las calles; y tan bien imitado en todos el regocijo, que llegaron á tenerle por verdadero los mismos que venian recelosos. Era la ciudad de tan hermosa vista, que la comparaban á nuestra Valladolid, situada en un llano desahogado por todas partes del horizonte, y de grande amenidad : dicen tendria veinte mil vecinos dentro de sus muros, y que pasaria de este número la poblacion de sus arrabales.

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Frecuentábanla ordinariamente muchos forasteros, parte como santuario de sus dioses, y parte como emporio de su mercancía. Las calles eran anchas y bien distribuidas; los edificios mayores y de mejor arquitectura que los de Tlascala, cuya opulencia se hacia mas suntuosa con las torres, que daban á conocer la multitud de sus templos; la gente menos belicosa que sagaz; hombres de trato y oficiales; poca distincion, y mucho pueblo.

El alojamiento que tenian prevenido se componia de dos ó tres casas grandes y contiguas, donde cupieron españoles y zempoales, y pudieron fortificarse unos y otros como lo aconsejaba la ocasion y no lo estrañaba la costumbre. Los tlascaltecas eligieron sitio para su cuartel poco distante de la poblacion; y cerrándole con algunos reparos, hacian sus guardias, y ponian sus centinelas, mejorada ya su milicia con la imitacion de sus amigos. Los primeros tres ó cuatro dias fue todo quietud y buen pasage.

Los caciques acudian con puntualidad al obsequio de Cortés, y procuraban familiarizarse con sus capitanes. La provision de las vi

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