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CAPITULO XXI.

Vienen al cuartel nuevos embajadores de Motezuma para embarazar la paz de Tlascala: persevera el senado en pedirla, y toma el mismo Xicotencal á su cuenta esta negociacion.

Creció con estas victorias la fama de los españoles; y Motezuma que tenia frecuentes noticias de lo que pasaba en Tlascala, mediante la observacion de sus ministros y la diligencia de sus correos, entró en mayor aprension de su peligro cuando vió sojuzgada y vencida por tan pocos hombres aquella nacion belicosa que tantas veces habia resistido á sus ejércitos. Hacíanle grande admiracion las hazañas que le referian de los estrangeros, y temian que una vez reducidas á su obediencia los tlascaltecas se sirviesen de su rebeldía y de sus armas, y pasasen á mayores intentos en daño de su imperio. Pero es muy de reparar que en medio de tantas perplejidades y recelos no se acordase de su poder, ni pasase á formar ejército para su defensa y seguridad; antes sin tratar (por no sé qué genio superior á su espíritu) de convocar sus gentes, ni atreverse á romper la guerra, se dejaba todo á las artes de la política, y andaba fluctuando entre los medios suaves. Puso entonces la mira en deshacer esta union de españoles y tlascaltecas; y no lo pensaba mal, que cuando falta la resolucion, suele andar muy despierta y muy solícita la prudencia. Resolvió para este fin hacer nueva embajada y regalo á Cortés; cuyo pretesto fue complacerse de los buenos sucesos de sus armas, y de que le ayudase á castigar la insolencia de sus enemigos los tlascaltecas; pero el fin principal de esta diligencia fue pedirle con nuevo encarecimiento que no tratase de pasar á su corte con mayor ponderacion de las dificultades que le obligaban á no conceder esta permision. Llevaron los embajadores instruccion secreta para reconocer el estado en que se hallaba la guerra de Tlascala, y procurar (en caso que se hablase de la paz, y los españoles se inclinasen á ella) divertir y embarazar su conclusion, sin manifestar el recelo de su príncipe, ni apartarse de la negociacion hasta darle cuenta, y esperar su órden.

Vinieron con esta embajada cinco mejicanos de la primera suposicion entre sus nobles; y pisando con algun recato los términos de Tlascala, llegaron al cuartel poco despues que partieron los ministros de la república. Recibiólos Hernan Cortés con grande agasajo y cortesía, porque ya le tenia con algun cuidado el silencio de Motezuma. Oyó su embajada gratamente, recibió tambien y agradeció el presente, cuyo valor seria de hasta mil pesos en piezas diferentes de oro lijero, sin otras curiosidades de pluma y algodon, y no les dió por entonces su respuesta, porque deseaba que viesen antes de partir á los de Tlascala rendidos y pretendientes de la paz:

ni ellos solicitaron su despacho, porque tambien deseaban detenerse; pero tardaron poco en descubrir todo el secreto de su instruccion, porque decian lo que habian de callar, preguntando con poca industria lo que venian á inquirir; y á breve tiempo se conoció todo el temor de Motezuma, y lo que importaba la paz de Tlascala para que viniese á la razon.

La república entretanto, deseosa de poner en buena fé á los españoles, envió sus órdenes á los lugares del contorno para que acudiesen al cuartel con bastimentos, mandando que no llevasen por ellos precio ni rescate, lo cual se ejecutó puntualmente y creció la provision sin que se atreviesen los paisanos á recibir la menor recompensa. Dos dias despues se descubrió por el camino de la ciudad una considerable tropa de indios que se venian acercando con insignias de paz; y avisado Cortés, mandó que se les franquease la entrada, y para recibirlos mezcló entre su acompañamiento á los embajadores mejicanos, dándoles á entender que les confiaba lo que deseaba poner en su noticia. Venia por cabo de los tlascaltecas el mismo Xicotencal, que tomó la comision de tratar ó concluir este gran negocio, bien fuese por satisfacer al senado, enmendando con esta accion su pasada rebeldía, ó porque se persuadió á que convenia la paz, y como ambicioso de gloria, no quiso que se debiese á otro el bien de su república. Acompañábanle cincuenta caballeros de su faccion y parentela, bien adornados á su modo. Era de mas que mediana estatura, de buen talle, mas robusto que corpulento: el trage, un manto blanco airosamente manejado, muchas plumas, y algunas joyas puestas en su lugar: el rostro de poco agradable proporcion; pero que no dejaba de infundir respeto, haciéndose mas reparable por el denuedo que por la fealdad. Llegó con desembarazo de soldado á la presencia de Cortés, y hechas sus reverencias tomó asiento, dijo quien era, y empezó su oracion: « confesando que tenia toda la culpa de la guerra pasada, porque » se persuadió á que los españoles eran parciales de Motezuma, » cuyo nombre aborrecia; pero que ya como primer testigo de sus » hazañas, venia con los méritos de rendido á ponerse en las manos » de su vencedor, deseando merecer con esta sumision y recono

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cimiento el perdon de su república, cuyo nombre y autoridad » traia, no para proponer sino para pedir rendidamente la paz, y » admitirla como se la quisiesen conceder: que la demandaba una » y dos y tres veces en nombre del senado, nobleza y pueblo de » Tlascala suplicándole con todo encarecimiento que honrase luego aquella ciudad con su asistencia, donde hallaria prevenido alojamiento para toda su gente, y aquella veneracion y servi>> dumbre que se podia fiar de los que siendo valientes se rendian á >> rogar y obedecer; pero que solamente le pedia, sin que pare»ciese condicion de la paz sino dádiva de su piedad, que se hiciese » buen pasage á los vecinos y se reservasen de la licencia militar >> sus dioses y sus mugeres. »

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Agradó tanto á Cortés el razonamiento y desahogo de Xicotencal, que no pudo dejar de manifestarlo en el semblante á los que le asistian, dejándose llevar del afecto que le merecian siempre los hombres de valor; pero mandó á doña Marina que se lo dijese así, porque no pensase que se alegraba de su proposicion, y volvió á cobrar su entereza para ponderarle no sin alguna vehemencia « la » poca razon que habia tenido su república en mover una guerra » tan injusta, y él en fomentar esta injusticia con tanta obstina»cion » en que se alargó sin prolijidad á todo lo que pedia la razon; y despues de acriminar el delito para encarecer el perdon, concluyó «< concediendo la paz que le pedian, y que no se les haria >> violencia ni estorsion alguna en el paso de su ejército ; » á que añadió : « que cuando llegase el caso de ir á su ciudad, se les avi>> saria con tiempo, y se dispondria lo que fuese necesario para su » entrada y alojamiento. »

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Sintió mucho Xicotencal esta dilacion, mirándola como pretesto para examinar mejor la sinceridad del tratado; y con los ojos en el auditorio, dijo: « razon teneis, ó Teules grandes (así llamaban á sus dioses), para castigar nuestra verdad con vuestra desconfianza; » pero si no basta para que me creais el hablaros en mí toda la república de Tlascala, yo que soy el capitan general de sus ejércitos, » y estos caballeros de mi séquito, que son los primeros nobles y » mayores capitanes de mi nacion, nos quedaremos en rehenes de >> vuestra seguridad, y estaremos en vuestro poder prisioneros ó aprisionados todo el tiempo que os detuviereis en nuestra ciudad.» No dejó de asegurarse mucho Hernan Cortés con este ofrecimiento; pero como deseaba siempre quedar superior, le respondió: « que » no era menester aquella demostracion para que se creyese que » deseaban lo que tanto les convenia, ni su gente necesitaba de » rehenes para entrar segura en su ciudad, y mantenerse en ella » sin recelo, como se habia mantenido en medio de sus ejércitos armados; pero que la paz quedaba firme y asegurada en su palabra, » y su jornada seria lo mas presto que se pudiese disponer. » Con que disolvió la plática y los salió acompañando hasta la puerta de su alojamiento, donde agasajó de nuevo con los brazos á Xicotencal; y dándole despues la mano, le dijo al despedirse: « que solo tar» daria en pagarle aquella visita el breve tiempo que habia me» nester para despachar unos embajadores de Motezuma : » palabras que dieron bastante calor á la negociacion, aunque las dejó caer como cosa en que no reparaba.

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Quedóse despues con los mejicanos, y ellos hicieron grande irrision de la paz y de los que la proponian, pasando á culpar, no sin alguna enfadosa presuncion, la facilidad con que se dejaron persuadir los españoles; y volviendo el rostro á Cortés le dijeron como que le daban doctrina : « que se admiraban mucho de que un hombre tan sabio no conociese á los de Tlascala, gente bárbara » que se mantenia de sus ardides mas que de sus fuerzas; y que

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» mirase lo que hacia, porque solo trataban de asegurarle para » servirse de su descuido y acabar con él y con los suyos. » Pero cuando vieron que se afirmaba en mantener su palabra, y en que no podia negar la paz á quien se la pedia, ni faltar al primer instituto de sus armas, quedaron un rato pensativos; de que resultó el pedirle, convertida en ruego la persuasion, que dilatase por seis dias el marchar á Tlascala: en cuyo tiempo irian los dos mas principales á poner en la noticia de su príncipe todo lo que pasaba, y quedarian los demas á esperar su resolucion. Concedióselo Hernan Cortés, porque no le pareció conveniente romper con el respeto de Motezuma, ni dejar de esperar lo que diese de sí esta diligencia, siendo posible que se allanasen con ella las dificultades que ponia en dejarse ver. Así se aprovechaba de los afectos que reconocia en en los tlascaltecas y en los mejicanos; y así daba estimacion á la paz, haciéndosela desear á los unos y temer á los otros.

LIBRO TERCERO.

CAPITULO PRIMERO.

Dase noticia del viaje que hicieron á España los enviados de Cortés, y de las contradicciones y embarazos que retardaron su despacho.

Razon es ya que volvamos á los capitanes Alonso Hernandez Portocarrero y Francisco de Montejo, que partieron de la Vera-Cruz con el presente y cartas para el rey: primera noticia y primer tributo de la Nueva España. Hicieron su viaje con felicidad, aunque pudieron aventurarla por no guardar literalmente las órdenes que llevaban; cuyas interpretaciones suelen destruir los negocios, y aciertan pocas veces con el dictámen del superior. Tenia Francisco de Montejo en la isla de Cuba, cerca de la Habana, una de las estancias de su repartimiento; y cuando llegaron á vista del cabo de San Anton, propuso á su compañero, y al piloto Anton de Alaminos, que sería bien acercarse á ella, y proveerse de algunos bastimentos de regalo para el viaje, pues estando aquella poblacion tan distante de la ciudad de Santiago, donde residia Diego Velazquez, se contravenia poco á la substancia del precepto que les puso Cortés, para que se apartasen de su distrito. Consiguió su intento, logrando con este color el deseo que tenia de ver su hacienda, y arriesgó no solo el bajel, sino el presente, y todo el negocio de su cargo; porque Diego Velazquez, á quien desvelaban contínuamente los celos de Cortés, tenia distribuidas por todas las poblaciones vecinas á la costa diferentes espías que le avisasen de cualquiera novedad, temiendo que enviase alguno de sus navíos á la isla de Santo Domingo para dar cuenta de su descubrimiento, y pedir socorro á los religiosos gobernadores, cuya instancia deseaba prevenir y embarazar. Supo luego por este medio lo que pasaba en la estancia de Montejo, y despachó en breves horas dos bajeles muy veleros, bien artillados y guarnecidos, para que procurasen aprehender á todo riesgo el navío de Cortés ; disponiendo la faccion con tanta celeridad, que fue necesaria toda la ciencia y toda la fortuna del piloto Alaminos para escapar de este peligro que puso en contingencia todos los progresos de Nueva España.

Bernal Diaz del Castillo mancha con poca razon la fama de Fran

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