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puede negar á los indios el valor con que intentaron este género de pelear, nuevo en su milicia, por la noche y por la fortificacion. Ayudábanse unos á otros con el hombro y con los brazos para ganar la muralla y recibian las heridas haciéndolas mayores con su mismo impulso, ó cayendo los primeros, sin escarmiento de los que venian detrás. Duró largo rato el combate, peleando contra ellos tanto como nuestras armas su mismo desórden; hasta que desengañado Xicotencal de que no era posible á sus fuerzas lo que intentaba, mandó que se hiciese la seña de recoger; y trató de retirarse. Peró Hernan Cortés, que velaba sobre todo, luego que reconoció su flaqueza y vió que se apartaban atropelladamente de la muralla, echó fuera parte de su infantería y todos los caballos que tenia ya prevenidos con pretales de cascabeles, para que abultasen mas con el ruido y la novedad, cuyo repentino asalto puso en tanto pavor á los indios, que solo trataron de escapar sin hacer resistencia. Dejaron considerable número de muertos en la campaña, con algunos heridos que no pudieron retirar, y de los españoles quedaron solo heridos dos ó tres soldados, y muerto uno de los zempoales suceso que pareció tambien milagroso considerada la multitud innumerable de flechas, dardos y piedras que se hallaron dentro del recinto; y victoria, que por su facilidad y poca costa, se celebró con particular demostracion de alegría entre los soldados: aunque no sabian entonces cuánto les importaba el haber sido valientes de noche, ni la obligacion en que estaban á los magos de Tlascala; cuyo desvarío sirvió tambien en esta obra, porque levantó á lo sumo el crédito de los españoles, y les facilitó la paz, que es el mejor fruto de la guerra (1).

(1) Despues del primer encuentro con los 5 mil tlascaltecas, tuvo lugar la primera batalla en la que segun Solís tomaron parte 40 mil indios: Herrera señala 30 mil; y Hernan Cortés dice que peleó contra 150 mil: la diferencia es harto notable. En la segunda pone Solís 50 mil: Herrera 150 mil, y Cortés 149 mil, y añade: que cubrian toda la tierra : frase hiperbólica que sienta bien en el soldado, mas no en el historiador. Herrera habla de otras dos batallas que no menciona Cortés; ni tampoco Solis hace mérito de ninguna otra como no sea el asalto nocturno al cuartel de los españoles. Bernal Diaz del Castillo, á quien copia en esto Solís, dá igual número á los ejércitos de Tlascala: pero refiere otra tercer batalla que es la segunda citada por Solís, sin decir el número de los enemigos. Difícil es poner de acuerdo pareceres tan opuestos, aun entre los que tomaron parte en los mismos acontecimientos que refieren.

Solís siguió á Herrera en el episodio del senado de Tlascala sobre la guerra, y discursos de Magiscatzin y Xicotencal. Cortés en sus relaciones no hace mencion

de ello.

CAPITULO XX.

Manda el senado á su general que suspenda la guerra, y él no quiere obedecer; antes trata de dar nuevo asalto al cuartel de los españoles: conócense, y castiganse sus espías, y dase principio á las pláticas de la paz.

Desvanecidas en la ciudad aquellas grandes esperanzas que se habian concebido, sin otra causa que fiar el suceso de sus armas al favor de la noche, volvió á clamar el pueblo por la paz : inquietáronse los nobles, hechos ya populares con menos ruido; pero con el mismo sentir quedaron sin aliento y sin discurso los senadores; y su primera demostracion fue castigar en los agoreros su propria liviandad; no tanto porque fuese novedad en ellos el engaño, como porque se corrieron de haberlos creido. Dos ó tres de los mas principales fueron sacrificados en uno de sus templos, y los demas tendrian su reprension, y quedarian obligados á mentir con menos libertad en aquel auditorio.

Juntóse despues el senado para tratar el negocio principal, y todos se inclinaron á la paz sin controversia concediendo al entendimiento de Magiscatzin la ventaja de haber conocido antes la verdad; y confesando los mas incrédulos que aquellos estrangeros eran sin duda los hombres celestiales de sus profecías. Decretóse por primera resolucion que se despachase luego espresa órden á Xicotencal para que suspendiese la guerra y estuviese á la mira, teniendo entendido que se trataba de la paz, y que por parte del senado quedaba ya resuelta, y se nombrarian luego embajadores que la propusiesen y ajustasen con los mejores partidos que se pudiesen conseguir á favor de su república.

Pero Xicotencal estaba tan obstinado contra los españoles, y tan ciego en el empeño de sus armas, que se negó totalmente á la obediencia de esta órden, y respondió con arrogancia y desabrimiento que él y sus soldados eran el verdadero senado, y mirarian por el crédito de su nacion, ya que la desamparaban los padres de la patria. Tenia dispuesto el asaltar segunda vez á los españoles de noche, y dentro de su cuartel; no porque hiciese caso de las adivinaciones pasadas, sino porque le pareció mejor tenerlos encerrados, para que viniesen vivos á sus manos; pero trataba de ir á esta faccion con mas gente y con mejores noticias; y sabiendo que algunos paisanos de los lugares circunvecinos acudian al cuartel con bastimentos por la codicia de los rescates, se sirvió de este medio para facilitar suempresa, y nombró cuarenta soldados de su satisfaccion, que vestidos en trage de villanos, y cargados de frutas, gallinas y pan de maiz, entrasen dentro de la plaza, y procurasen observar la calidad y fuerza de su fortificacion, y por qué parte se podria dar el asalto con menos dificultad. Algunos dicen que fueron estos indios como embaja

dores del mismo Xicotencal, con pláticas fingidas de paz; en cuyo caso seria mas culpable la inadvertencia de los nuestros; pero bien fuese con este ó con aquel pretesto, ellos entraron en el cuartel, y estuvieron entre los españoles mucha parte de la mañana sin que se hiciese reparo en su detencion, hasta que uno de los soldados zempoales advirtió que andaban reconociendo cautelosamente la muralla, y asomándose á ella por diferentes partes con recatada curiosi dad, de que avisó luego á Cortés; y como en este género de sospechas no hay indicio leve, ni sombra que no tenga cuerpo, mandó que los prendiesen al instante, lo cual se ejecutó con facilidad, y examinados separadamente, dijeron con poca resistencia la verdad, unos en el tormento, y otros en el temor de recibirle : concordando todos en que aquella misma noche se habia de dar segundo asalto al cuartel, á cuya faccion, vendria ya marchando su general con veinte mil hombres, y los habia de esperar á distancia de una legu para disponer sus ataques segun la noticia que le llevasen de las flaquezas que hubiesen observado en la muralla.

Sintió mucho Hernan Cortés este accidente, porque se hallaba con poca salud, y le costaba el disimular su enfermedad mayor trabajo que padecerla; pero nunca se rindió á la cania, y solo cuidaba de curarse cuando no habia de que cuidar. Refiérese de él (no lo pasemos en silencio) que una de las ocasiones que se ofrecieron sobre Tlascala le halló recien purgado, y que montó á caballo, y anduvo en la disposicion de la batalla, y en los peligros de ella, sin acordarse del achaque ni sentir el remedio, que hizo el dia siguiente su operacion cobrando con la quietud del sugeto su eficacia y su actividad. Don fray Prudencio de Sandoval en su historia del Emperador lo califica por milagro que Dios obró con él : dictámen que impugnarán los filósofos, á cuya profesion toca el discurrir como pudo en este caso arrebatarse la facultad natural en seguimiento de la imaginacion ocupada en mayor negocio: ó cómo se recogieron los espíritus al corazon y á la cabeza, llevándose tras sí el calor natural con que se habia de actuar el medicamento. Pero el historiador no debe omitir la sencilla narracion de un suceso en que se conoce cuanto se entregaba este capitan al cuidado vigilante de lo que debia mandar y disponer en la batalla: ocupacion verdaderamente que necesita de todo el hombre por grande que sea; y ponderaciones que alguna vez son permitidas en la historia, por lo que sirven al ejemplo y animan la imitacion.

Averiguados ya los designios de Xicotencal por la confesion de sus espías, trató Hernan Cortés de prevenir todo lo necesario para la defensa de su cuartel, y pasó luego á discurrir en el castigo que merecian aquellos delincuentes condenados á muerte segun las leyes

guerra: pero le pareció que el hacerlos matar sin noticia de los enemigos, seria justicia sin escarmiento; y como necesitaba menos de su satisfaccion que del terror ageno, ordenó que á los que estuvieron mas negativos, que serian catorce ó quince, se les cor

tasen las manos á unos, y á otros los dedos pulgares, y los envió de esta suerte á su ejército; mandándoles que dijesen de su parte á Xicotencal que ya le quedaban esperando; y que se los enviaba con la vida, porque no se le malograsen las noticias que llevaban de sus fortificaciones.

Hizo grande horror en el ejército de los indios que venia ya marchando á su faccion este sangriento espectáculo: quedaron todos atónitos, notando la novedad y el rigor del castigo; y Xicotencal mas que todos, cuidadoso de que hubiesen descubierto sus designios, siendo este el primer golpe que le tocó en el ánimo, y empezó á quebrantar su resolucion; porque se persuadió á que no podian sin alguna divinidad aquellos hombres haber conocido sus espías, y penetrado su pensamiento; con cuya imaginacion empezó á congojarse, y á dudar en el partido que debia tomar; pero cuando ya estaba inclinado á resolver su retirada, la halló necesaria por otro accidente, y se hizo sin su voluntad lo mismo que resistia su obstinacion. Llegaron á este tiempo diferentes ministros del senado, que autorizados con su representacion, le intimaron que arrimase el baston de general; porque vista su inobediencia, y el atrevimiento de su respuesta, se habia revocado el nombramiento, en cuya virtud gobernaba las armas de la república. Mandaron tambien á los capitanes que no le obedeciesen, pena de ser declarados por traidores á la patria; y como cayó esta novedad sobre la turbacion que causó en todos el destrozo de sus espías, y en Xicotencal la penetracion de su secreto, ninguno se atrevió á replicar; antes inclinaron las cervices al precepto de la república, deshaciéndose con estraordinaria prontitud todo aquel aparato de guerra. Marcharon los caciques á sus tierras, la gente de Tlascala tomó el camino sin esperar otra órden; y Xicotencal que estaba ya menos animoso, tuvo á felicidad que le quitasen las armas de las manos, y se recogió á la ciudad, acompañado solamente de sus amigos y parientes, donde se presentó al senado, mal escondido su despecho en esta demostracion de su obediencia.

Los españoles pasaron aquella noche con cuidado, y sosegaron el dia siguiente sin descuido porque no se acababan de asegurar de la intencion del enemigo; aunque los indios de la contribucion afirmaban que se habia deshecho el ejército, y esforzado la plática de la paz. Duró esta suspension hasta que otro dia por la mañana descubrieron las centinelas una tropa de indios, que venian al parecer con algunas cargas sobre los hombros, por el camino de Tlascala ; y Hernan Cortés mandó que se retirasen á la plaza y los dejasen llegar. Guiaban esta tropa cuatro personages de respeto, bien adornados, cuyo trage y plumas blancas denotaban la paz; detrás de ellos venian sus criados, y despues veinte ó treinta indios tamenes cargados de vituallas. Deteníanse de cuando en cuando, como recelosos de acercarse, y hacian grandes humillaciones hacia el cuartel, entreteniendo el miedo con la cortesía: inclinaban el pecho hasta

tocar la tierra con las manos, levantándose despues para ponerlas en los labios: reverencia que solo usaban con sus príncipes; y en estando mas cerca, subieron de punto el rendimiento con el humo de sus incensarios. Dejóse ver entonces sobre la muralla doña Marina, y en su lengua les preguntó de parte de quién y á qué venian. Respondieron, que de parte del senado y república de Tlascala, y á tratar de la paz, con que se les concedió la entrada.

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Recibiólos Hernan Cortés con aparato y severidad conveniente; y ellos repitiendo sus reverencias y sus perfumes, dieron su embajada, que se redujo á diferentes disculpas de lo pasado; frívolas, pero de bastante sustancia, para colegir de ellas su arrepentimiento. Decian: « que los otomies y chontales, naciones bárbaras de su confederacion, habian juntado sus gentes, y hecho la guerra » contra el parecer del senado, cuya autoridad no habia podido reprimir los primeros ímpetus de su ferocidad; pero que ya que» daban desarmados, y la república muy deseosa de la paz: que no >> solo traian la voz del senado sino de la nobleza y del pueblo para pedirle que marchase luego con todos sus soldados á la ciudad, » donde podrian detenerse lo que gustasen, con seguridad de que >> serian asistidos y venerados como hijos del sol y hermanos de sus » dioses: » y últimamente concluyeron su razonamiento, dejando mal encubierto el artificio en todo lo que hablaron de la guerra pasada; pero no sin algunos visos de sinceridad en lo que proponian de

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la paz.

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Hernan Cortés, afectando segunda vez la severidad, y negando al semblante la interior complacencia, les respondió solamente : que llevasen entendido, y dijesen de su parte al senado que no era pequeña demostracion de su benignidad el admitirlos y escucharlos, cuando podian temer su indignacion como delincuentes, » y debian recibir la ley como vencidos: que la paz que propo»nian era conforme á su inclinacion; pero que la buscaban despues de una guerra muy injusta y muy porfiada, para que » se dejase hallar fácilmente ó no la encontrasen detenida y recatada : que se veria cómo perseveraban en desearla, y como procedian para merecerla y entretanto procuraria reprimir el enojo de sus capitanes, y engañar la razon de sus armas, suspendiendo el castigo con el brazo levantado, para que pudiesen lograr con la enmienda el tiempo que hay entre la amenaza y >> el golpe.

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Así les respondió Cortés, tomando por este medio algun tiempo para convalecer de su enfermedad, y para examinar mejor la verdad de aquella proposicion; á cuyo fin tuvo por conveniente que volviesen cuidadosos y poco asegurados estos mensageros, porque no se ensoberbeciesen ó entibiasen los del senado, hallándole muy fácil ó muy deseoso de la paz: que en este género de negocios suelen ser atajos los que parecen rodeos, y servir como diligencias las dificultades.

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