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huestes en las mayores empresas. Ibanse acercando con increible ligereza ; y cuando estuvieron á tiro de cañon empezó á reprimir su celeridad la artillería, poniéndolos en tanto asombro, que se detuvieron un rato neutrales entre la ira y el miedo; pero venciendo la ira, se adelantaron de tropel hasta llegar á distancia que pudieron jugar sus hondas y disparar sus flechas, donde los detuvo segunda vez el terror de los arcabuces y el rigor de las ballestas.

Duró largo tiempo el combate, sangriento de parte de los indios, y con poco daño de los españoles, porque militaba en su favor la diferencia de las armas, y el órden y concierto con que daban y recibian las cargas. Pero reconociendo los indios la sangre que perdian, y que los iba destruyendo su misma tardanza, se movieron de una vez, impelidos al parecer los primeros de los que venian detrás, y cayó toda la multitud sobre los españoles y zempoales, con tanto ímpetu y desesperacion, que los rompieron y desbarataron, deshaciendo enteramente la union y buena ordenanza en que se mantenian; y fue necesario todo el valor de los soldados, todo el aliento y diligencia de los capitanes, todo el esfuerzo de los caballos y toda la ignorancia militar de los indios, para que pudiesen volverse á formar, como lo consiguieron á viva fuerza, con muerte de los que tardaron mas en retirarse.

Sucedió á este tiempo un accidente como el pasado, en que se conoció segunda vez la especial providencia con que miraba el cielo por su causa. Reconocióse gran turbacion en la batalla del campo enemigo movíanse las tropas á diferentes partes, dividiéndose unos de otros, y volviendo contra sí las frentes y las armas ; de que resultó el retirarse todos tumultuosamente, y el volver las espaldas en fuga deshecha los que peleaban en su vanguardia, cuyo alcance se siguió con moderada ejecucion, porque Hernan Cortés no quiso esponerse á que le volviesen á cargar lejos de su cuartel.

Súpose despues que la causa de esta revolucion, y el motivo de esta segunda retirada, fue que Xicotencal, hombre destemplado y soberbio que fundaba su autoridad en la paciencia de los que le obedecian, reprendió con sobrada libertad á uno de los caciques principales, que servia debajo de su mano con mas de diez mil guerreros auxiliares: tratóle de cobarde y pusilánime, porque se detuvo cuando cerraron los demas; y él volvió por sí con tanta osadía, que llegó el caso á términos de rompimiento y desafío de persona á persona; y brevemente se hizo causa de toda la nacion, que sintió el agravio de su capitan, y se previno á su defensa; con cuyo ejemplo se tumultuaron otros caciques parciales del ofendido: y tomando resolucion de retirar sus tropas de un ejército donde se desestimaba su valor, lo ejecutaron con tanto enojo y celeridad, que pusieron en desórden y turbacion á los demas; y Xicotencal conociendo su flaqueza, trató solamente de ponerse en salvo, dejando á sus enemigos el campo y la victoria.

No es nuestro ánimo referir como milagro este suceso tan favo

rable y tan oportuno á los españoles; antes confesamos que fue casual la desunion de aquellos caciques, y fácil de suceder donde mandaba un general impaciente, con poca superioridad entre los confederados de su república; pero quien viere quebrantado y deshecho primera y segunda vez aquel ejército poderoso de innumerables bárbaros, obra negada ó superior á las fuerzas humanas, conocerá en esta misma casualidad la mano de Dios, cuya inefable sabiduría suele fabricar sus altos fines sobre contingencias ordinarias, sirviéndose muchas veces de lo que permite para encaminar lo mismo que dispone.

Fue grande el número de los indios que murieron en esta ocasion, y mayor el de los heridos (así lo referian ellos despues); y de los nuestros murió solo un soldado, y salieron veinte con algunas heridas de tan poca consideracion, que pudieron asistir á las guardias aquella misma noche. Pero siendo esta-victoria tan grande, y mas llenamente admirable que la pasada, porque se peleó con mayor ejército y se retiró deshecho el enemigo; pudo tanto en algunos de los soldados españoles la novedad de haberse visto rotos y desordenados en la batalla, que volvieron al cuartel melancólicos y desalentados con ánimo y semblante de vencidos. Eran muchos los que decian con poco recato, que no querian perderse de conocido por el antojo de Cortés, y que tratase de volverse á la Vera-Cruz, pues era imposible pasar adelante, ó lo ejecutarian ellos dejándole solo con su ambicion y su temeridad. Entendiólo Hernan Cortés, y se retiró á su barraca sin tratar de reducirlos, hasta que se cobrasen de aquel reciente pavor, y tuviesen tiempo de conocer el desacierto de su proposicion; que en este género de males irritan mas que corrigen los remedios apresurados, siendo el temor en los hombres una pasion violenta que suele tener sus primeros ímpetus contra la razon.

CAPITULO XIX.

Sosiega Hernan Cortés la nueva turbacion de su gente: los de Tlascala tienen por encantadores á los españoles: consultan sus adivinos, y por su consejo los asaltan de noche en su cuartel.

Iba tomando cuerpo la inquietud de los malcontentos; y no bastando á reducirlos la diligencia de los capitanes, ni el contrario sentir de la gente de obligaciones, fue necesario que Hernan Cortés sacase la cara y tratase de ponerlos en razon para cuyo efecto mandó que se juntasen en la plaza de armas todos los españoles, con pretesto de tomar acuerdo sobre el estado presente de las cosas y acomodando cerca de sí á los mas inquietos (especie de favor en que iba envuelta la importancia de que le oyesen mejor) "poco tenemos, dijo, que discurrir en lo que debe obrar nuestro ejército, vencidas en poco tiempo dos batallas, en que se ha

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» conocido igualmente vuestro valor y la flaqueza de vuestros enemigos y aunque no suele ser el último afan de la guerra el ven» cer, pues tiene sus dificultades el seguir la victoria, y debemos » todavía recatarnos de aquel género de peligros, que andan mu>> chas veces con los buenos sucesos, como pensiones de la hu>> mana felicidad no es este, amigos, mi cuidado; para mayor >> duda necesito de vuestro consejo. Dícenme que algunos de nues» tros soldados vuelven á desear, y se animan á proponer que nos » retiremos. Bien creo que fundarán este dictámen sobre alguna » razon aparente; pero no es bien que punto de tanta importancia » se trate á manera de murmuracion. Decid todos libremente vues»tro sentir; no desautoriceis vuestro celo tratándole como delito; » y para que discurramos todos sobre lo que conviene á todos, con» sidérese primero el estado en que nos hallamos, y resuelvase de » una vez algo que no se pueda contradecir. Esta jornada se in» tentó con vuestro parecer, y pudiera decir con vuestro aplauso : >> nuestra resolucion fue pasar á la corte de Motezuma : todos nos » sacrificamos á esta empresa por nuestra religion, por nuestro » rey, y despues por nuestra honra y nuestras esperanzas. Estos » indios de Tlascala, que intentaron oponerse á nuestro designio » con todo el poder de su república y confederaciones, están ya vencidos y desbaratados. No es posible, segun las reglas naturales, que tarden mucho en rogarnos con la paz ó cedernos el → paso. Si esto se consigue, ¿cómo crecerá nuestro crédito? ¿ donde > nos pondrá la aprension de estos bárbaros, que hoy nos coloca » entre sus dioses? Motezuma, que nos esperaba cuidadoso, como » se ha conocido en la repeticion y artificio de sus embajadas, nos > ha de mirar con mayor asombro, domados los tlascaltecas, que » son los valientes de su tierra, y los que se mantienen con las » armas fuera de su dominio. Muy posible será que nos ofrezca partidos ventajosos, temiendo que nos coliguemos con sus rebeldes; y muy posible que esta misma dificultad que hoy esperi» mentamos, sea el instrumento de que se vale Dios para facilitar » nuestra empresa probando nuestra constancia: que no ha de » hacer milagros con nosotros sin servirse de nuestro corazon y >> nuestras manos. Pero si volvemos las espaldas ( y seremos los primeros á quien desanimen las victorias) perdióse de una vez la » obra y el trabajo. ¿Qué podemos esperar, ó qué no debemos » temer? Esos mismos vencidos, que hoy están amedrentados y fugitivos, se han de animar con nuestro desaliento, y dueños de >> los atajos y asperezas de la tierra, nos han de perseguir y desha» cer en la marcha. Los indios amigos que sirven á nuestro lado » contentos y animosos, se han de apartar de nuestro ejército y » procurar escaparse á sus tierras, publicando en ellas nuestro vituperio. Los zempoales y totonaques, nuestros confederados, » que son el unico refugio de nuestra retirada, han de conspirar >> contra nosotros, perdido el gran concepto que tenian de nues

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» tras fuerzas. Vuelvo á decir que se considere todo con maduro consejo, y midiendo las esperanzas que abandonamos con los » peligros á que nos esponemos, propongais y delibereis lo que » fuere mas conveniente; que yo dejo toda sú libertad á vuestro >> discurso: y he tocado estos inconvenientes, mas para disculpar » mi opinion que para defenderla.» Apenas acabó Hernan Cortés su razonamiento, cuando uno de los soldados inquietos, conociendo la razon, levantó la voz diciendo á sus parciales: « amigos, nues»tro capitan pregunta lo que se ha de hacer, pero enseña pregun» tando ya no es posible retirarnos sin perdernos.

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Diéronse los demas por convencidos confesando su error; aplaudió su desengaño el resto de la gente, y se resolvió por aclamacion que se prosiguiese la empresa, quedando enteramente remediada por entonces la inquietud de aquellos soldados que apetecian el descanso de la isla de Cuba : cuya sinrazon fue una de las dificultades que mas trabajaron el ánimo y ejercitaron la constancia de Cortés en esta jornada.

Causó raro desconsuelo en Tlascala esta segunda rota de su ejército. Todos andaban admirados y confusos. El pueblo clamaba por la paz; los magnates no hallaban camino de proseguir la guerra unos trataban de retirarse á los montes con sus familias: otros decian que los españoles eran deidades, inclinándose á que se les diese la obediencia con circunstancias de adoracion. Juntáronse los senadores para tratar del remedio; y empezando á discurrir por su mismo asombro, confesaron todos que las fuerzas de aquellos estrangeros no parecian naturales; pero no se acababan de persuadir á que fuesen dioses, teniendo por ligereza el acomodarse á la credulidad del vulgo, antes vinieron á recaer en el dictámen de que se obraban aquellas hazañas de tanta maravilla por arte de encantamiento, resolviendo que se debia recurrir á la misma ciencia para vencerlos, y desarmar un encanto con otro. Llamaron para este fin á sus magos y agoreros, cuya ilusoria facultad tenia el demonio muy introducida, y no menos venerada en aquella tierra. Comunicóseles el pensamiento del senado, y ellos asistieron á él con misteriosa ponderacion ; y dando á entender que sabian la duda que se les habia de proponer, y que traian estudiado el caso de prevencion, dijeron: « que mediante la observacion de sus cír» culos y adivinaciones, tenian ya descubierto y averiguado el » secreto de aquella novedad, y que todo consistia en que los españoles eran hijos del sol, producidos de su misma actividad en la madre tierra de las regiones orientales, siendo su mayor encantamiento la presencia de su padre, cuya fervorosa influencia les » comunicaba un género de fuerza superior á la naturaleza humana, » que los ponia en términos de inmortales. Pero que al transponer » por el Occidente cesaba la influencia, y quedaban desalentados y » marchitos como las yerbas del campo, reduciéndose á los límites » de la niortalidad como los otros hombres; por cuya considera

»cion convendria embestirlos de noche, y acabar con ellos antes » que el nuevo sol los hiciese invencibles. »

Celebraron mucho aquellos padres conscriptos la gran sabiduría de sus magos, dándose por satisfechos de que habian hallado el punto de la dificultad, y descubierto el camino de conseguir la victoria. Era contra el estilo de aquella tierra el pelear de noche; pero como los casos nuevos tienen poco respeto á la costumbre; se comunicó á Xicotencal esta importante noticia, ordenándole que asaltase despues de puesto el sol el cuartel de los españoles, procurando destruirlos y acabarlos antes que volviese al Oriente; y él empezó á disponer su faccion, creyendo con alguna disculpa la impostura de los magos, porque llegó á sus oidos autorizada con el dictámen de los senadores.

En este medio tiempo tuvieron los españoles diferentes reencuentros de poca consecuencia: dejáronse ver en las eminencias vecinas al cuartel algunas tropas del enemigo que huyeron antes de pelear, ó fueron rechazadas con pérdida suya. Hiciéronse algunas salidas á poner en contribucion los pueblos cercanos; donde se hacia buen pasage á los vecinos, y se ganaban voluntades y bastimentos. Cuidaba mucho Hernan Cortés de que no se relajase la disciplina y vigilancia de su gente con el ocio del alojamiento. Tenia siempre sus centinelas á lo largo; hacíanse las guardias con todo el rigor militar; quedaban de noche ensillados los caballos con las bridas en el arzon; y el soldado que se aliviaba de las armas, ó reposaba en ellas mismas, ó no reposaba : puntualidades que solo parecen demasiadas á los negligentes, y que fueron entonces bien necesarias; porque llegando la noche destinada para el asalto que tenian resuelto los de Tlascala, reconocieron las centinelas un grueso del enemigo que venia marchando la vuelta del alojamiento con espacio y silencio fuera de su costumbre. Pasó la noticia sin hacer ruido; y como cayó este accidente sobre la prevencion ordinaria de nuestros soldados, se coronó brevemente la muralla, y se dispuso con facilidad todo lo que pareció conveniente á la defensa.

Venia Xicotencal muy embebido en la fé de sus agoreros, creyendo hallar desalentados y sin fuerzas á los españoles, y acabar su guerra sin que lo supiese el sol; pero traia diez mil guerreros por si no se hubiesen acabado de marchitar. Dejáronle acercar los nuestros sin hacer movimiento, y él dispuso que se atacase por tres partes el cuartel, cuya órden ejecutaron los indios con presteza y resolucion; pero hallaron sobre sí tan poderosa y no esperada resistencia, que murieron muchos en la demanda, y quedaron todos asombrados con otro género de temor, hecho de la misma seguridad con que venian. Conoció Xicotencal, aunque tarde, la ilusion de sus agoreros, y conoció tambien la dificultad de su empresa; pero no se supo entender con su ira y con su corazon : y así ordenó que se embistiese de nuevo por todas partes, y se volvió al asalto, cargando todo el grueso de su ejército sobre nuestras defensas. No se

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