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deracion. Gobernábale Xicotencal, que como dijimos, tenia por su cuenta las armas de la república, y dependientes de su órden mandaban las tropas auxiliares sus mismos caciques ó sus mayores soldados.

Pudieran desanimarse los españoles de ver á su oposicion tan desiguales fuerzas; pero sirvió en esta ocasion la esperiencia de Tabasco, y Hernan Cortés se detuvo poco en persuadirlos á la batalla, porque se conocia en los semblantes y en las demostraciones el deseo de pelear. Empezaron luego á bajar la cuesta con alegre seguridad ; y por ser la tierra quebrada y desigual, donde no se podian manejar los caballos, ni hacian efecto disparadas de alto a bajo las bocas de fuego, se trabajó mucho en apartar al enemigo, que alargó algunas mangas para que disputasen el paso; pero luego que mejoraron de terreno los caballos y salió á lo llano parte de nuestra infantería, se despejó la campaña, y se hizo lugar para que bajase la artillería y acabase de afirmar el pie la retaguardia. Estaba el grueso del enemigo á poco mas que tiro de arcabuz, peleando solamente con los gritos y las amenazas; y apenas se movió nuestro ejército, hecha la señal de embestir, cuando se empezaron á retirar los indios con apariencias de fuga, siendo en la verdad segunda estratagema de que usó Xicotencal para lograr con el avance de los españoles la intencion que traia de cogerlos en medio y combatirlos por todas partes, como se esperimentó brevemente; porque apenas los reconoció distantes de la eminencia en que pudieran asegurar las espaldas, cuando la mayor parte de su ejército se abrió en dos alas, que corriendo impetuosamente ocuparon por ambos lados la campaña, y cerrando el círculo consiguieron el intento de sitiarlos á lo largo: fuéronse luego doblando con increible diligencia, y trataron de estrechar el sitio, tan cerrados y resueltos, que fue necesario dar cuatro frentes al escuadron y cuidar antes de resistir que de ofender, supliendo con la union y la buena ordenanza la desigualdad del número.

Llenóse el aire de flechas, herido tambien de las voces y del estruendo; llovian dardos y piedras sobre los españoles, y conociendo los indios el poco efecto que hacian sus armas arrojadizas, Hegaron brevemente á los chuzos y las espadas. Era grande el estrago que recibian, y mayor su obstinacion : Hernan Cortés acudia con sus caballos á la mayor necesidad, rompiendo y atropellando á los que mas se acercaban. Las bocas de fuego peleaban con el daño que hacian y con el espanto que ocasionaban : la artillería lograba todos. sus tiros, derribando el asombro á los que perdonaban las balas. Y como era uno de los primores de su milicia el esconder los heridos y retirar los muertos, se ocupaba en esto mucha gente y se iban disminuyendo sus tropas; con que se redujeron á mayor distancia y empezaron á pelear menos atrevidos; pero Hernan Cortés, antes que se reparasen ó rehiciesen para volver á lo estrecho, determinó cmbestir con la parte mas flaca de su ejército, y abrir el paso para ocupar algun puesto donde pudiese dar toda la frente al enemigo. Comu

nicó su intento á todos los capitanes, y puestos en ala sus caballos, seguidos á paso largo de la infantería, cerró con los indios, apellidando á voces el nombre de San Pedro. Resistieron al principio, jugando valerosamente sus armas; pero la ferocidad de los caballos, sobrenatural ó monstruosa en su imaginacion, los puso en tanto pavor y desórden, que huyendo á todas partes se atropellaban y herian unos á otras, haciéndose el mismo daño que recelaban.

Empeñóse demasiado en la escaraniuza Pedro de Moron, que iba en una yegua muy revuelta y de grande velocidad, á tiempo que unos tlascaltecas principales, que se convocaron para esta faccion, viéndole solo cerraron con él, y haciendo presa en la misma lanza y en el brazo de la rienda, dieron tantas heridas á la yegua que cayó muerta, y en un instante le cortaron la cabeza, dicen que de una cuchillada poco añaden á la sustancia los encarecimientos. Pedro de Moron recibió algunas heridas ligeras y le hicieron prisionero; pero fue socorrido brevemente de otros caballos, que con muerte de algunos indios consiguieron su libertad, y le retiraron al ejército, siendo este accidente poco favorable al intento que se llevaba, porque se dió tiempo al enemigo para que se volviese á cerrar y componer por aquella parte; de modo que los españoles fatigados ya de la batalla, que duró por espacio de una hora, empezaron á dudar del suceso; pero esforzados nuevamente de la última necesidad en que se hallaban, se iban disponiendo para volver á embestir cuando cesaron de una vez los gritos del enemigo, y cayendo sobre aquella muchedumbre un repentino silencio, se oyeron solamente sus atabalillos y bocinas, que segun su costumbre tocaban á recojer como se conoció brevemente, porque al mismo tiempo se empezaron á mover las tropas, y marchando poco a poco por el camino de Tlasá cala traspusieron por lo alto de una colina, y dejaron á sus enemigos la campaña.

Respiraron los españoles con esta novedad, que parecia milagrosa, porque no se hallaba causa natural á que atribuirla; pero supieron despues por medio de algunos prisioneros que Xicotencal ordenó la retirada, porque habiendo muerto en la batalla la mayor parte de sus capitanes, no se atrevió á manejar tanta gente sin cabos que la gobernasen. Murieron tambien muchos nobles, que hicieron costosa la faccion, y fue grande el número de los heridos; pero sobre tanta pérdida, y sobre quedar entero nuestro ejército, y ser ellos los que se retiraban, entraron triunfantes en su alojamiento, teniendo por victoria el no volver vencidos, y siendo la cabeza de la yegua toda la razon y todo el aparato del triunfo. Llevábala delante de sí Xicotencal sobre la punta de una lanza, y la remitió luego á Tlascala, haciendo presente al senado de aquel formidable despojo de la guerra, que causó á todos grande admiracion, y fue despues sacrificada en uno de sus templos con estraordinaria solemnidad: víctima propia de aquellas aras, y menos inmunda que los mismos dioses que se honraban con ella.

De los nuestros quedaron heridos nueve ó diez soldados, y algunos zempoales, cuya asistencia fue de mucho servicio en esta ocasion, porque los hizo valientes el ejemplo de los españoles y la irritacion de ver despreciada y rota su alianza. Descubríase á poca distancia un lugar pequeño en sitio eminente que mandaba la campaña; y Hernan Cortés, atendiendo á la fatiga de su gente, y á lo que necesitaba de repararse, trató de ocuparle para su alojamiento; lo cual se consiguió sin dificultad, porque los vecinos le desampararon luego que se retiró su ejército, dejando en él abundancia de bastimentos, que ayudaron á conservar la provision y á reparar el cansancio. No se halló bastante comodidad para que estuviese toda la gente debajo de cubierto, pero los zempoales cuidaron del suyo fabricando brevemente algunas barracas: y el sitio que por naturaleza era fuerte, se aseguró lo mejor que fue posible con algunos reparos de tierra y fagina, en que trabajaron todos lo que restaba del dia, con tanto aliento y tan alegres, que al parecer descansaban en su misma diligencia, no porque dejasen de conocer el conflicto en que se hallaron ni diesen por acabada la guerra, sino porque reconocian al cielo todo lo que no esperaron de sus fuerzas, y viéndole ya declarado en su favor, se les hacia posible lo que poco antes tuvieron por milagroso.

CAPITULO XVIII.

Rehácese el ejército de Tlascala: vuelven á segunda batalla con mayores fuerzas, y quedan rotos y desbaratados por el valor de los españoles y por otro nuevo accidente que los puso en desconcierto.

En Tlascala fueron varios los discursos que se ocasionaron de este suceso: lloróse con pública demostracion la muerte de sus capitanes y caciques, y de este mismo sentimiento procedian contrarias opiniones: unos clamaban por la paz, calificando á los españoles con el nombre de inmortales; y otros prorumpian en oprobios y amenazas contra ellos, consolándose con la muerte de la yegua, única ganancia de la guerra: Magiscatzin se jactaba de haber prevenido el suceso, repitiendo á sus amigos lo que representó en el senado, y hablando en la materia como quien halla vanidad en el desaire de su consejo. Xicotencal desde su alojamiento pedia que se reforzase con nuevas reclutas su ejército, disminuyendo la pérdida, y sirviéndose de ella para mover á la venganza. Llegó á Tlascala en esta ocasion uno de los caciques confederados con diez mil guerreros de su nacion, cuyo socorro se tuvo á providencia de los dioses; y creciendo con las fuerzas el ánimo, resolvió el senado que se alistasen nuevas tropas y se prosiguiese con todo empeño la guerra.

Hernan Cortés, el dia siguiente á la batalla, trató solamente de mejorar sus fortificaciones y cerrar su cuartel, añadiendo nuevos reparos que se diesen la mano con las defensas naturales del sitio.

Quisiera volver á las pláticas de la paz, y no hallaba camino de introducir negociacion, porque los cuatro mensageros zempoales que fueron llegando al ejército por diferentes sendas y rodeos, venian escarmentados y atemorizaban á los demas. Rompieron dichosamente una estrecha prision, donde los pusieron el dia que salió á la campaña Xicotencal, destinados ya para mitigar con su sangre los dioses de la guerra; y á vista de esta inhumanidad no parecia conveniente ni sería fácil esponer otros al mismo peligro.

Dábale cuidado tambien la misma quietud del enemigo, porque no se oia rumor de guerra en todo el contorno: y la retirada de Xicotencal tuvo todas las señales de quedar pendiente la disputa. Debia segun buena razon, mantener aquel puesto para su retirada en caso de haberla menester, y hallaba inconvenientes en esta misma resolucion, porque los indios interpretarian á falta de valor el encierro del cuartel : reparo digno de consideracion en una guerra donde se peleaba mas con la opinion que con la fuerza.

Pero atendiendo á todo como diligente capitan, resolvió salir otro dia por la mañana con alguna gente á tomar lengua, reconocer la campaña y poner en cuidado al enemigo; cuya faccion ejecutó personalmente con sus caballos y doscientos infantes, mitad españoles y mitad zempoales.

No dejamos de conocer que tuvo peligro esta faccion, conocidas las fuerzas del enemigo, y en tierra tan dispuesta para emboscadas. Pudiera Hernan Cortés aventurar menos su persona, consistiendo en ella la suma de las cosas: y en nuestro sentir no es digno de imitacion este ardimiento en los que gobiernan ejércitos, cuya salud se debe tratar como pública, y cuyo valor nació para inspirado en otros corazones. Pudiéramos disculparle con diferentes ejemplos de varones grandes, que fueron los primeros en el peligro de las batallas, mandando con la voz lo mismo que obraban con la espada; pero mas obligados al acierto que á sus descargos, le dejaremos con esta honrada objecion, que es en la verdad la mejor culpa de los capitanes.

Alargáronse á reconocer algunos lugares por el camino de Tlascala, donde hallaron abundante provision de víveres, y se hicieron diferentes prisioneros, por cuyo medio se supo que Xicotencal tenia su alojamiento dos leguas de allí, no lejos de la ciudad, y que andaba previniendo nuevas fuerzas contra los españoles, con cuya noticia se volvieron al cuartel, dejando hecho algun daño en las poblaciones vecinas; porque los zempoales, que obraban ya con propia irritacion, dieron al hierro y á la llama cuanto encontraron : esceso que reprendia Cortés no sin alguna flojedad, porque no le pesaba de que entendiesen los tlascaltecas cuán lejos estaba de temer la guerra quien los provocaba con la hostilidad.

Dióse luego libertad á los prisioneros de esta salida, haciéndoles todo aquel agasajo que pareció necesario, para que perdiesen el miedo á los españoles, y llevasen noticia de su benignidad. Mandó

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luego buscar entre los otros prisioneros que se hicieron el dia de la ocasion, los que pareciesen mas despiertos, y eligió dos ó tres para que llevasen un recado suyo á Xicotencal, cuya substancia fue : « que se hallaba con mucho sentimiento del daño que habia pade>>cido su gente en la batalla; de cuyo rigor tuvo la culpa quien dió » la ocasion, recibiendo con las armas á los que venian proponiendo » la paz que de nuevo le requeria con ella, deponiendo entera» mente la razon de su enojo; pero que si no desarmaban luego y » trataban de admitirla, le obligarian á que los aniquilase y destruyese de una vez, dando al escarmiento de sus vecinos el nom»bre de su nacion. » Partieron los indios con este mensage bien industriados y contentos, ofreciendo volver con la respuesta, y tardaron pocas horas en cumplir su palabra; pero vinieron sangrientos y maltratados, porque Xicotencal mandó castigar en ellos el atrevimiento de llevarle semejante proposicion, y no los hizo matar porque volviesen heridos á los ojos de Cortés; y llevando esta circunstancia mas de su resolucion, le dijesen de su parte : « que al primer nacimiento del sol se verian en campaña : que su ánimo > era llevarle vivo con todos los suyos á las aras de sus dioses, » para lisongearlos con la sangre de sus corazones; y que se lo avi» saba desde luego para que tuviese tiempo de prevenirse; » dando á entender que no acostumbraba disminuir sus victorias con el descuido de sus enemigos.

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Causó mayor irritacion que cuidado en el ánimo de Cortés la insolencia del bárbaro; pero no desestimó su aviso ni despreció su consejo: antes con la primera luz del dia sacó su gente á la campaña, dejando en el cuartel la que le pareció necesaria para su defensa; y alargándose poco mas de media legua, eligió puesto conveniente para recibir al enemigo con alguna ventaja, donde formó sus hileras segun el terreno y conforme á la esperiencia que ya se tenia de aquella guerra. Guarneció luego los costados con la artillería, midiendo y regulando sus ofensas: alargó sus batidores, y quedándose con los caballos para cuidar de los socorros, esperó el suceso, manifiesta en el semblante la seguridad del ánimo, sin necesitar mucho de su elocuencia para instruir y animar á sus soldados, porque venian todos alegres y alentados, hecha ya deseo de pelear la misma costumbre de

vencer.

No tardaron mucho los batidores en volver con el aviso de que venia marchando el enemigo con un poderoso ejército, y poco mas en descubrirse su vanguardia. Fuése llenando la campaña de indios armados no se alcanzaba con la vista el fin de sus tropas, escondiéndose ó formándose de nuevo en ellas todo el horizonte. Pasaba el ejército de cincuenta mil hombres (así lo confesaron ellos mismos), último esfuerzo de la república y de todos sus aliados, para coger vivos á los españoles y llevarlos maniatados, primero al sacrificio, y luego al banquete. Traían de novedad una grande águila de oro levantada en alto: insignia de Tlascala, que solo acompañaba sus

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