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mucho acompañamiento: pero con un género de agasajo violento, que tenia mas de artificio que de voluntad. La acogida que se hizo al ejército fue poco agradable, desacomodado el alojamiento, limitada la asistencia de los víveres, y en todo se conocia el poco gusto del hospedage; pero Hernan Cortés disimuló su queja, y reprimió el sentimiento de sus soldados, por no desconfiar aquellos indios de la paz que les habia propuesto cuando trataba solo de pasar adelante, conservando la opinion de sus armas, sin detenerse á quedar mejor en los empeños menores.

CAPITULO XV.

Visita segunda vez el cacique de Zocothlan á Cortés : pondera mucho las grandezas de Motezuma resuélvese el viaje por Tlascala, de cuya provincia y forma de gobierno se halla noticia en Xacazingo.

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El dia siguiente repitió el cacique su visita, y vino á ella con mayor séquito de parientes y criados: llamábase Olinteth, y era hombre de capacidad, señor de muchos pueblos, y venerado por el mayor entre sus comarcanos. Adornóse Cortés para recibirle con todas las esterioridades que acostumbraba, y fue notable esta sesion, porque despues de agasajarle mucho, y satisfacer á la cortesía sin faltar á la gravedad, le preguntó, creyendo hallar en él la misma queja que en los demas, « si era súbdito del rey de Méjico. » A que respondió prontamente: «¿pues hay alguno en la tierra, que no sea vasallo y esclavo de Motezuma? » Pudiera embarazarse Cortés de que le respondiesen con otra pregunta de arrojamiento, pero estuvo tan en sí, que no sin alguna irrision le dijo: « que sabia poco del » mundo; pues él y aquellos compañeros suyos eran vasallos de otro >> rey tan poderoso, que tenia muchos súbditos mayores príncipes » que Motezuma. » No se alteró el cacique de esta proposicion, antes sin entrar en la disputa ni en la comparacion, pasó á referir las grandezas de su rey, como quien no queria esperar á que se las preguntasen, diciendo con mucha ponderacion : « que Motezuma » era el mayor príncipe que en aquel mundo se conocia que no » cabian en la memoria ni en el número las provincias de su domi>nio que tenia su corte en una ciudad incontrastable, fundada en » el agua sobre grandes lagunas que la entrada era por algunos diques ó calzadas, interrumpidas con puentes levadizos sobre » diferentes aberturas, por donde se comunicaban las aguas. En» careció mucho la inmensidad de sus riquezas, la fuerza de sus ejércitos, y sobre todo la infelicidad de los que no le obedecian, » pues se llenaba con ellos el número de sus sacrificios, y morian >> todos los años mas de veinte mil hombres, enemigos ó rebeldes suyos, en las aras de sus dioses (1). » Era verdad lo que afirmaba,

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(1) Este cacique exajeraba sin duda alguna. Los historiadores, sin embargo, andan discordes acerca del número de víctimas humanas que eran sacrificadas en

pero la decia como encarecimiento, y se conocia en su voz la influencia de Motezuma, y que referia sus grandezas mas para causar espanto que admiracion.

Penetró Hernan Cortés lo interior de su razonamiento, y teniendo por necesario el brio para desarmar el aparato de aquellas ponderaciones, le respondió: « que ya traia bastante noticia del

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imperio y grandezas de Motezuma, y que á ser menor príncipe, » no viniera de tierras tan distantes á introducirle en la amistad de » otro príncipe mayor : que su embajada era pacífica, y aquellas » armas que le acompañaban servian mas á la autoridad que á la » fuerza; pero que tuviesen entendido él y todos los caciques de su imperio que deseaba la paz sin temer la guerra, porque el menor » de sus soldados bastaria contra un ejército de su rey: que nunca » sacaria la espada sin justa provocacion; pero que una vez desnuda, llevaré, dijo, á sangre y fuego cuanto se me pusiere de» lante, y me asistirá la naturaleza con sus prodigios, y el cielo desterrando con sus rayos, pues vengo á defender su causa,

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>> vuestros vicios, los errores de vuestra religion, y esos mismos » sacrificios de sangre humana, que referís como grandeza de » vuestro rey. » Y luego á sus soldados, disolviendo la vista: « Esto, amigos, es lo que buscamos, grandes dificultades y grandes riquezas de las unas se hace la fama, y de las otras la >> fortuna. » Con cuya breve oracion dejó á los indios menos orgullosos, y con nuevo aliento á los españoles; diciendo á unos y otros con poco artificio lo mismo que sentia, porque desde el principio de esta empresa puso Dios en su corazon una seguridad tan estraordinaria, que sin despreciar ni dejar de conocer los peligros, entraba en ellos como si tuviera en la mano los sucesos.

Cinco dias se detuvieron los españoles en Zocothlan, y se conoció luego en el cacique otro género de atencion, porque mejoraron las asistencias del ejército, y andaba mas puntual en el agasajo de sus huéspedes. Dióle gran cuidado la respuesta de Cortés, y se conocia en él una especie de inquietud discursiva, que se formaba de sus mismas observaciones, como lo comunicó despues al padre fray Bartolomé de Olmedo. Juzgaba por una parte que no eran hombres los que se atrevian á Motezuma, y por otra que eran algo mas los que hablaban con tanto desprecio de sus dioses. Notaba con esta aprension la diferencia de los semblantes, la novedad de las armas, la estrañeza de los trages, y la obediencia de los caballos pareciéndole tambien que tenian los españoles superior razon en lo que discurrian contra la inhumanidad de sus sacrificios, contra la injusticia de sus leyes, y contra las permisiones de la sensualidad, tan

Méjico anualmente. Bernal Diaz dice que subian á 2,000; y ese número nos parece mas verosímil, aun cuando escediese en tiempo de guerra; porque sabido es que los prisioneros eran sacrificados irremisiblemente en las aras de los dioses.

desenfrenada entre aquellos bárbaros, que les eran licitas las mayores injurias de la naturaleza; y de todos estos principios sacaba consecuencias su estimacion, para creer que residia en ellos alguna deidad: que no hay entendimiento tan incapaz, que no conozca la fealdad de los vicios, por mas que los abrace la voluntad y los desfigure la costumbre. Pero le tenia tan poscido el temor de Motezuma, que aun para confesar la fuerza que le hacian estas consideraciones, echaba menos su licencia. Contentóse con dar lo necesario para el sustento de la gente; y no atreviéndose á manifestar sus riquezas, anduvo escaso en los presentes; y fueron su mayor liberalidad cuatro esclavas, que dió á Cortés para la fábrica del pan, y veinte indios nobles que ofreció para que guiasen el ejército. Movióse cuestion sobre el camino que se debia elegir para la marcha, y el cacique proponia el de la provincia de Cholula, por ser tierra pingüe y muy poblada; cuya gente mas inclinada á la mercancia que á las armas, daria seguro y acomodado paso al ejército; y aconsejaba con grande aseveracion que no se intentase la marcha por el camino de Tlascala (1), por ser una provincia que estaba siempre de guerra, y sus habitadores de tan sangrienta inclinacion, que ponian su felicidad en hacer y conservar enemigos. Pero los indios principales que gobernaban la gente de Zempoala, dijeron reservadamente á Cortés que no se flase de este consejo, porque Cholula era una ciudad muy populosa, de gente poco segura, y que en ella y en las poblaciones de su distrito se alojaban ordinariamente los ejércitos de Motezuma; siendo muy posible que aquel cacique los encaminase al riesgo con siniestra intencion, porque la provincia de Tlascala, por mas que fuese grande y belicosa, tenia confederacion y amistad con los totonaques y zempoales que venian en su ejército, y estaba en contínua guerra contra Motezuma por cuyas dos consideraciones sería mas seguro el paso por su tierra, y en compañía de sus aliados perderian los españoles el horror de estrangeros. Pareció bien este discurso á Cortés, y hallando mayor razon para fiarse de los indios amigos, que de un cacique tan atento á Motezuma, mandó que marchase el ejército á la provincia de Tlascala, cuyos términos tardaron poco en descubrirse, porque confinaban con los de Zocothlan, y en los primeros tránsitos no se ofreció accidente de consideracion; pero despues se fueron hallando algunos rumores de guerra; y se supo que estaba la tierra puesta en armas, y secreto el designio de este movimiento; por cuya causa resolvió Hernan Cortés que se hiciese alto en un lugar de mediana poblacion, que se llamaba Xacazingo, para informarse mejor de esta novedad.

(1) Tascalteca la llama Cortés. Débese leer Tlaxcala; teniendo presente que la x tenia entre los indios un valor semejante en su sonido al que nosotros le damos actualmente. Por eso Cortés, remedando la pronunciacion de aquellos, escribe Sitouengal por Xicotencal.

Era entonces Tlascala una provincia de numerosa poblacion, cuyo circuito pasaba de cincuenta leguas, tierra montuosa y desigual, compuesta de frecuentes collados, hijos al parecer de la montaña que se llama hoy la gran cordillera. Los pueblos, de fábrica menos hermosa que durable, ocupaban las eminencias donde tenian su habitacion, parte por aprovechar en su defensa las ventajas del terreno y parte por dejar los llanos á la fertilidad de la tierra. Tuvieron reyes al principio, y duró su dominio algunos años, hasta que sobreviniendo unas guerras civiles, perdieron la inclinacion de obedecer, y sacudieron el yugo. Pero como el pueblo no se puede mantener por sí, enemigo de la sujecion hasta que conoce los daños de la libertad, se redujeron á república, nombrando muchos príncipes para deshacerse de uno. Dividiéronse sus poblaciones en diferentes partidos ó cabeceras, y cada faccion nombraba uno de sus magnates que residiese en la corte de Tlascala, donde se formaba un senado, cuyas resoluciones obedecian: notable género de aristocracia, que hallada entre la rudeza de aquella gente, deja menos autorizados los documentos de nuestra política. Con esta forma de gobierno se mantuvieron largo tiempo contra los reyes de Méjico, y entonces se hallaban en su mayor pujanza, porque las tiranías de Motezuma aumentaban sus confederados, y ya estaban en su partido los otomíes, nacion bárbara entre los mismos bárbaros; pero muy solicitada para una guerra, donde no sabian diferenciar la valentía de la ferocidad.

Informado Cortés de estas noticias, y no hallando razon para despreciarlas, trató de enviar sus mensageros á la república, para facilitar el tránsito de su ejército, cuya legacía encargó á cuatro zempoales de los que mas suponian, instruyéndolos por medio de doña Marina y Aguilar en la oracion que habian de hacer al senado, hasta que la tomaron casi de memoria; y los eligió de los mismos que le propusieron en Zocothlan el camino de Tlascala, para que llevasen á la vista su consejo, y fuesen interesados en el buen suceso de la misma negociacion.

CAPITULO XVI.

Parten los cuatro enviados de Cortés á Tlascala: dase noticia del trage y estilo con que se daban las embajadas en aquella tierra, y de lo que discurrió la república sobre el punto de admitir de paz á los españoles.

Adornáronse luego los cuatro zempoales con sus insignias de embajadores, para cuya funcion se ponian sobre los hombros una manta ó beca de algodon torcida y anudada por los estremos; en la mano derecha una saeta larga con las plumas en alto, y ́en el brazo izquierdo una rodela de concha. Conocíase por las plumas de la saeta el intento de la embajada, porque las rojas anunciaban

al modo que los romanos

la guerra, y las blancas denotaban la paz, distinguian con diferentes símbolos á sus feciales y caduceadores. Por estas señas eran conocidos y respetados en los tránsitos; pero no podian salir de los caminos reales de la provincia donde iban, porque si los hallaban fuera de ellos perdian el fuero y la inmunidad, cuyas exenciones tenian por sacrosantas, observando religiosamente este género de fé pública, que inventó la necesidad, y puso entre sus leyes el derecho de las gentes.

Con estas insignias de su ministerio entraron en Tlascala los cuatro enviados de Cortés, y conocidos por ellas, se les dió su alojamiento en la calpisca; llamábase así la casa que tenian deputada para el recibimiento de los embajadores y el dia siguiente se convocó el senado para oirlos en una sala grande del consistorio, donde se juntaban á sus conferencias. Estaban los senadores sentados por su antigüedad sobre unos taburetes bajos de maderas estraordinarias, hechos de una pieza, que llamaban yopales; y luego que se dejaron ver los embajadores, se levantaron un poco de sus asientos, y los agasajaron con moderada cortesía. Entraron ellos con las saetas levantadas en alto, y las becas sobre las cabezas, que entre sus ceremonias era la de mayor sumision; y hecho el acatamiento al senado, caminaron poco á poco hasta la mitad de la sala, donde se pusieron de rodillas, y sin levantar los ojos esperaron á que se les diese licencia para hablar. Ordenóles el mas antiguo que dijesen á lo que venian; y tomando asiento sobre sus mismas piernas, dijo uno de ellos á quien tocó la oracion por mas despejado :

<< Noble república, valientes y poderosos tlascaltecas: el señor » de Zempoala, y los caciques de la serranía, vuestros amigos y » confederados, os envian salud; y deseando la fertilidad de vues>> tras cosechas y la muerte de vuestros enemigos, os hacen saber » que de las partes del Oriente han llegado á su tierra unos hom»bres invencibles, que parecen deidades, porque navegan sobre >> grandes palacios, y manejan los truenos y los rayos, armas re» servadas al cielo; ministros de otro Dios superior á los nuestros, » á quien ofenden las tiranías y los sacrificios de sangre humana : » que su capitan es embajador de un príncipe muy poderoso, que » con impulso de su religion desea remediar los abusos de nuestra tierra, y las violencias de Motezuma; y habiendo redimido ya nues>> tras provincias de la opresion en que vivian, se halla obligado á seguir por vuestra república el camino de Méjico, y quiere saber >> en qué os tiene ofendidos aquel tirano, para tomar por suya vuestra » causa, y ponerla entre las demas que justifican su demanda. Con » esta noticia pues de sus designios, y con esta esperiencia de su benignidad, nos hemos adelantado á pediros y amonestaros de » parte de nuestros caciques y toda su confederacion, que admitais » á estos estrangeros, como á bienhechores y aliados. Y de parte » de su capitan os hacemos saber que viene de paz y solo pretende

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