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Quiabislan, media legua de esta poblacion, tierra que convidaba con su fertilidad; abundante de agua y copiosa de árboles, cuya vecindad facilitaba el corte de madera para los edificios. Abriéronse las zanjas, empezando por el templo: repartiéronse los oficiales carpinteros y albañiles que venian con plaza de soldados, y ayudando los indios de Zempoala y Quiabislan con igual maña y actividad, se fueron levantando las casas de humilde arquitectura que miraban mas al cubierto que á la comodidad. Formóse luego el recinto de la muralla con sus traveses de tapia corpulenta; bastante reparo contra las armas de los indios; y en aquella tierra tuvo alguna propiedad el nombre de fortaleza. Asistian á la obra con la mano y con el hombro los soldados principales del ejército; y trabajaba como todos Hernan Cortés, pendiente al parecer de su tarea, ó no contento con aquella escasa diligencia que basta en el superior para el ejemplo.

Entretanto llegaron á Méjico los primeros avisos de que estaban los españoles en Zempoala, admitidos por aquel cacique, hombre á su parecer de fidelidad sospechosa, y de vecinos poco seguros; cuya noticia irritó de suerte á Motezuma que propuso juntar sus fuerzas, y salir personalmente á castigar este delito de los zempoales, y poner debajo del yugo á las damas naciones de la serranía; prendiendo vivos á los españoles destinados ya en su imaginacion para un solemne sacrificio de sus dioses.

Pero al mismo tiempo que se empezaban á disponer las grandes prevenciones de esta jornada, llegaron á Méjico los dos indios que despachó Cortés desde Quiabislan, y refirieron el suceso de su prision, y que debian su libertad al caudillo de los estrangeros, y el haberlos puesto en camino para que le representasen cuanto deseaba la paz, y cuán lejos estaba su ánimo de hacerle algun deservicio; encareciendo su benignidad y mansedumbre con tanta ponderacion, que pudiera conocerse de las alabanzas que daban á Cortés el miedo que tuvieron á los caciques.

Mudaron semblante las cosas con esta novedad: mitigóse la ira de Motezuma : cesaron las prevenciones de la guerra, y se volvió á tentar el camino del ruego, procurando desviar el intento de Cortés con nueva embajada y regalo, á cuyo temperamento se inclinó con facilidad; porque en medio de su irritacion y soberbia no podia olvidar las señales del cielo, y las respuestas de sus ídolos que miraba como agüeros de su jornada, ó por lo menos le obligaban á la dilacion del rompimiento, procurando entenderse con su temor; de manera que los hombres le tuviesen por prudencia, y los dioses por obsequio.

Llegó esta embajada cuando se hallaba perfeccionando la nueva poblacion y fortaleza de la Vera-Cruz. Vinieron con ella dos mancebos de poca edad sobrinos de Motezuma, asistidos de cuatro caciques ancianos que los encaminaban como consejeros, y los autorizaban con su respeto. Era lucido el acompañamiento, y traian

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un regalo de oro, pluma y algodon que valdria dos mil pesos. El razonamiento de los embajadores fue: « que el grande emperador » Motezuma, habiendo entendido la inobediencia de aquellos caciques, y el atrevimiento de prender y maltratar á sus ministros, » tenia prevenido un ejército poderoso para venir personalmente á castigarlos; y lo habia suspendido por no hallarse obligado á romper con los españoles, cuya amistad deseaba, y á cuyo capitan » debia estimar y agradecer la atencion de enviarle aquellos dos criados suyos, sacándolos de prision tan rigurosa. Pero que des» pues de quedar con toda confianza de que obraria lo mismo en » la libertad de sus compañeros, no podia dejar de quejarse amigablemente de que un hombre tan valeroso y tan puesto en razon se » acomodase á vivir entre sus rebeldes, haciéndolos mas insolentes » con la sombra de sus armas, y siendo poco menos que aprobar » la traicion el dar atrevimiento á los traidores; por cuya conside» racion le pedia que se apartase luego de aquella tierra para que pudiese entrar en ella su castigo sin ofensa de su amistad: y con >> el mismo buen corazon le amonestaba que no tratase de pasar » su corte, por ser grandes los estorbos y peligros de esta jornada. » En cuya ponderacion se alargaron con misteriosa prolijidad, por ser ésta la particular advertencia de su instruccion.

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Hernan Cortés recibió la embajada y el regalo con respeto y estimacion; y antes de dar su respuesta, mandó que entrasen los cuatro ministros presos que hizo traer de la armada prevenidamente : y captando la benevolencia de los embajadores, con la accion de entregárselos bien tratados y agradecidos, les dijo en sustancia: « que el error de los caciques de Zempoala y Quiabislan quedaba enmendado con la restitucion de aquellos ministros, y él muy gustoso de acreditar con ella su atencion, y dar á Motezuma esta primera señal de su obediencia: que no dejaba de conocer y con» fesar el atrevimiento de la prision, aunque pudiera disculparle » con el esceso de los mismos ministros: pues no contentos con >> los tributos debidos á su corona, pedian con propia autoridad » veinte indios de muerte para sus sacrificios: dura proposicion, » y abuso que no podian tolerar los españoles por ser hijos de otra » religion mas amiga de la piedad y de la naturaleza: que él se » hallaba obligado de aquellos caciques, porque le admitieron y albergaron en sus tierras, cuando sus gobernadores Teutile y » Pilpatoe le abandonaron desabridamente, faltando á la hospi» talidad y al derecho de las gentes: accion que se obraria sin su » órden, y le seria desagradable; ó por lo menos él lo debia en» tender así, porque mirando á la paz, deseaba enflaquecer la razon » de su queja: que aquella tierra ni la serranía de los totonaques, » no se moverian en deservicio suyo, ni él se lo permitiria; porque » los caciques estaban á su devocion, y no saldrian de sus órdenes: por cuyo motivo se hallaba en obligacion de interceder por ellos » para que se les perdonase la resistencia que hicieron á sus mi

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»›nistros por la accion de haber admitido y alojado su ejército; y » que en lo demas solo podia responder, que cuando consiguiese » la dicha de acercarse á sus pies, se conoceria la importancia de » su embajada : sin que le hiciesen fuerza los estorbos y peligros » que le representaban, porque los españoles no conocian al temor; >> antes se azoraban y encendian con los impedimentos, como ense» ñados á grandes peligros, y hechos á buscar la gloria entre las >> dificultades. »

Con esta breve y resuelta oracion en que se debe notar la constancia de Hernan Cortés, y el arte con que procuraba dar estimacion á sus intentos, respondió á los embajadores que partieron muy agasajados y ricos de bujerías castellanas; llevando para su rey en forma de presente otra magnificencia del mismo género.

Reconocióse que iban cuidadosos de no haber conseguido que se retirase aquel ejército, á cuyo punto caminaban todas las líneas de su negociacion. Ganóse mucho crédito con esta embajada entre aquellas naciones, porque se confirmaron en la opinion de que venia en la persona de Hernan Cortés alguna deidad, y no de las menos poderosas; pues Motezuma, cuya soberbia se desdeñaba de doblar la rodilla en la presencia de sus dioses, le buscaba con aquel rendimiento, y solicitaba su amistad con dádivas que á su parecer serian poco menos que sacrificios : de cuya notable aprension resultó que perdiesen mucha parte del miedo que tenian á su rey, entregándose con mayor sujecion á la obediencia de los españoles. Y hasta la desproporcion de semejante delirio fue menester para que una obra tan admirable como la que se intentaba con fuerzas tan limitadas, se fuese haciendo posible con estas permisiones del Altísimo sin dejarla toda en términos de milagro, ó en descrédito de temeridad.

CAPITULO XI.

Mueven los zempoales con engaño las armas de Hernan Cortés contra los de Zimpacingo sus enemigos: hácelos amigos, y deja reducida aquella tierra.

Poco despues vino á la Vera-Cruz el cacique de Zempoala en compañía de algunos indios principales que traia como testigos de su proposicion; y dijo á Hernan Cortés, que ya llegaba el caso de amparar y defender su tierra; porque unas tropas de gente mejicana habian hecho pie en Zimpacingo, lugar fuerte que distaria de allí poco menos de dos soles, y salian á correr la campaña, destruyendo los sembrados, y haciendo en su distrito algunas hostilidades con que al parecer daban principio á su venganza. Hallábase Hernan Cortés empeñado en favorecer á los zempoales para mantener el crédito de sus ofertas: parecióle que no seria hien dejar consentido á sus ojos aquel atrevimiento de los mejicanos; y que en caso de ser algunas tropas avanzadas del ejército de Motezuma, convendria enviarlas escarmentadas; para que desanimasen á los de

su nacion; á cuyo efecto determinó salir personalmente á esta faccion; entrando en el empeño con alguna ligereza, porque no conocia los engaños y mentiras de aquella gente (vicio capital entre los indios) y se dejó llevar de lo verisímil con poco exámen de la verdad. Ofrecióles que saldria luego con su ejército á castigar aquellos enemigos que turbaban la quietud de sus aliados, y mandando que le previniesen indios de carga para el bagage y la artillería, dispuso brevemente su marcha, y partió la vuelta de Zimpacingo con cuatrocientos soldados, dejando á los demas en el presidio de la Vera-Cruz. Al pasar por Zempoala halló dos mil indios de guerra que le tenia prevenidos el cacique para que sirviesen debajo de su mano en esta jornada, divididos en cuatro escuadrones ó capitanías, con sus cabos, insignias y armas á la usanza de su milicia. Agradecióle mucho Hernan Cortés la providencia de este socorro; y aunque le dió á entender que no necesitaba de aquellos soldados suyos para una empresa de tan poco cuidado, los dejó ir por lo que sucediese, como quien se lo permitia para darles parte en la gloria del suceso.

Aquella noche se alojaron en unas estancias tres leguas de Zimpacingo, y otro dia a poco mas de las tres de la tarde se descubrió esta poblacion en lo alto de una colina, ramo de la sierra entre grandes peñas que escondian parte de los edificios, y amenazaban desde lejos con la dificultad del camino. Empezaron los españoles á vencer la aspereza del monte, no sin trabajo considerable, porque recelosos de dar en alguna emboscada, se iban doblando y desfilando á voluntad del terreno; pero los zempoales, ó mas diestros, ó menos embarazados en lo estrecho de las sendas, se adelantaron con un género de ímpetu que parecia valor, siendo venganza y latrocinio. Hallóse obligado Hernan Cortés á mandar que hiciesen alto, á tiempo que estaban ya dentro del pueblo algunas tropas de su vanguardia. Fue prosiguiendo la marcha sin resistencia; y cuando ya se trataba de asaltar la villa por diferentes partes, salieron de ella ocho sacerdotes ancianos que buscaban al capitan de aquel ejército, á cuya presencia llegaron haciendo grandes sumisiones, y pronunciando algunas palabras humildes y asustadas que sin necesitar de los intérpretes, sonaban á rendimiento. Era su trage ó su ornamento unas mantas negras, cuyos estremos llegaban al suelo, y por la parte superior se recogian y plegaban al cuello, dejando suelto un pedazo en forma de capilla con que abrigaban la cabeza, largo hasta los hombros el cabello, salpicado y endurecido con la sangre humana de los sacrificios, cuyas manchas conservaban supersticiosamente en el rostro y en las manos, porque no les era lícito lavarse: propios ministros de dioses inmundos, cuya torpeza se dejaba conocer en estas y otras deformidades.

Dieron principio á su oracion, preguntando á Cortés : «¿por qué » resistencia, ó por qué delito merecian los pobres habitadores de aquel pueblo inocente la indignacion ó el castigo de una gente » conocida ya por su clemencia en aquellos contornos? » Respon

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dióles : « que no trataba de ofender á los vecinos del pueblo, sino » de castigar á los mejicanos que se albergaban en él y salian á in>> festar las tierras de sus amigos.

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A que replicaron: « que la gente de guerra mejicana que asistia >> de guarnicion en Zimpacingo, se habia retirado, huyendo la tierra > adentro luego que se divulgó la prision de los ministros de Mo» tezuma, ejecutada en Quiabislan; y que si venia contra ellos por influencia ó sugestion de aquellos indios que le acompañaban, » tuviese entendido que los zempoales eran sus enemigos, y que le » traian engañado, fingiendo aquellas correrías de los mejicanos » para destruirlos, y hacerle instrumento de su venganza, »

Averiguóse fácilmente con la turbacion y frívolas disculpas de los mismos cabos zempoales que decian verdad estos sacerdotes; y Hernan Cortés sintió el engaño como desaire de sus armas, enojado á un tiempo con la malicia de los indios, y con su propia sinceridad; pero acudiendo con el discurso á lo que mas importaba en aquel caso, mandó prontamente que los capitanes Cristóbal de Olid y Pedro de Alvarado fuesen con sus campañías á recoger los indios que se adelantaron á entrar en el pueblo, los cuales andaban ya cebados en el pillage, y tenian hecha considerable presa de ropa y alhajas y maniatados algunos prisioneros. Fueron traidos al ejército, cargados afrentosamente de su mismo robo, y venian en su alcance los miserables despojados clamando por su hacienda; para cuya satisfaccion y consuelo mandó Hernan Cortés que se desatasen los prisioneros, y que la ropa se entregase á los sacerdotes para que la restituyesen á sus dueños. Y llamando á los capitanes y cabos de los zempoales, reprendió públicamente su atrevimiento con palabras de grande indignacion, dándoles á entender que habian incurrido en pena de muerte por el delito de obligarle á mover el ejército para conseguir su venganza: y haciéndose rogar de los capitanes españoles que tenia prevenidos para que le templasen y detuviesen, les concedió el perdon por aquella vez, encareciendo la hazaña de su mansedumbre; aunque á la verdad no se atrevió por entonces á castigarlos con el rigor que merecian, pareciéndole que entre aquellos nuevos amigos tenia sus inconvenientes la satisfaccion de la justicia, ó peligraban menos los escesos de la clemencia.

Hecha esta demostracion que le dió crédito con ambas naciones, ordenó que los zempoales se acuartelasen fuera del poblado, y él entró con sus españoles en el lugar, donde tuvo aplausos de libertador, y le visitaron luego en su alojamiento el cacique Zimpacingo y otros del contorno, los cuales convidaron con su amistad y su obediencia, reconociendo por su rey al príncipe de los españoles, amado ya con fervorosa emulacion en aquella tierra, donde le iba ganando súbditos cierto género de razon que les suministraba entonces el aborrecimiento de Motezuma.

Trató despues de ajustar las disensiones que traian entre sí aquellos indios con los de Zempoala, cuyo principio fue sobre division

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