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á todo cuanto pueda pertenecer á la nacion del enemigo, y no es fácil tener confianza en lo que intente persuadir un predicador, destinado por él. Semejante modo de convertir los hombres se parece al de Mahoma quien lo hacia con las armas en la mano, y no al de Jesu-Cristo que previno á sus apóstoles presentarse con la mansedumbre de una oveja entre los lobos; por lo cual San-Gregorio magno, habiendo escuchado que se intentaba propagar el evangelio por medio de la guerra, dijo : Nuevo é inaudito modo de predicar, es aquel por el cual se piensa exigir la fe á fuerza de azotes. No sirve decir que la guerra no se les hace para forzarlos á recibir la fe cristiana

y

si solo para sujetarlos á fin de que despues de sujetos, oigan la predicacion. Lo cierto es que siempre interviene, una fuerza y que la conversion de unos será efecto del miedo de padecer lo que han visto sufrir otros, y no del convencimiento intelectual ni del efecto de la voluntad.

ni

El modo guerrero de convertir se opone á todas las ideas fundamentales del cristianismo. Segun la doctrina y el egemplo de su divino fundador se debe comenzar asegurando que si con el bautismo se borran todos los pecados anteriores sin penas, penitencias por ellos, perdonándolos todos el señor por su gracia, de suerte que la religion cristiana comience por actos puramente benéficos y no egerza poder alguno desagradable sino cuando las personaş ya sujetas á sus leyes de antemano por el bautismo,

vuelvan á la carrera de los vicios y exciten con ellos las iras de Dios. Pero todo lo contrario sucederia si comenzara la predicacion por una guerra como la de Mahoma, pues en lugar de la dulzura y suavidad de perdonar pecados gratuitamente, se imponia la mas terrible de las penas cual era el exterminio y un cúmulo de calamidades.

Si los canonistas defienden que se puede hacer guerra lícitamente contra los que impiden predicar (segun queda indicado anteriormente), se debe limitar al caso en que las gentes que lo impiden, conozcan ya la naturaleza espiritual de la religion á que se oponen, como sucede á los Mahometanos quienes saben que la profesion del cristianismo no les priva de las felicidades civiles, las cuales son compatibles con el cristianismo tanto como con el mahometismo. Pero semejante doctrina de los canonistas no puede tener lugar para con las gentes que al tiempo de la solicitud del permiso de predicar el evangelio, ignoran lo que sea este, y sospechan que los predicadores son espías enviados con la idea de reconocer el pais bajo el pretesto de predicar, y servir despues con estas noticias á quien aprovechandolas intente una invasion en el pais; pues en tales circunstancias no hay, no puede haber título justo de hacerles guerra para forzarles á admitan los predicadores.

que

Es verdad que Jesu-Cristo nos mandó ir á todo el mundo y predicar el evangelio á toda criatura. De

aquí han querido algunos inferir que si tenemos esta obligacion, ella produce un derecho, cual es el de remover los obstáculos y que si para vencer estos fuere necesaria una guerra, se debe interpretar incluido este poder en la intimacion del precepto. Pero semejante raciocinio tienen mucho de sofistico; pues la obligacion de ir á todo el mundo y predicar se debe interpretar bajo la condicion de que nos dejen ir, y quieran oirnos. Así es que Jesu-Cristo no dió á los apóstoles autoridad alguna exterior coactiva, y por el contrario les dijo que si los habitantes de una ciudad no querian oirles, fuesen á otra, pero que. no dejasen de comenzar siempre su ministerio anunciando la paz. Los apóstoles quisiéron que bajará fuego del cielo contra los vecinos de la ciudad de Samaria porque no quisiéron admitir al divino predicador y este no solo no condescendió, sino que les reprendió con enojo, y les dijo que aun no habian llegado á comprender bien cuan pacífico, y cuan caritativo, humilde y manso deberia ser el espíritu de los ministros del evangelio.

Los hombres que no han prometido nunca sujetarse á escuchar la predicacion de los dogmas y de la moral del cristianismo, no han traido ninguna obligacion civil de permitir la existencia de predicadores, y por consiguiente no han dado á nadie un título justo para que les haga una guerra por tal motivo ni para tal objeto. Esto

es lo que sostiene el señor obispo; mas vuestras señorías, mercedes y paternidades han de examinar este punto y resolverán cuales sean los limites de la verdad de esta doctrina.

La cuarta razon principal del doctor Sepulveda para defender su sistema, fué que los Indios injurian á la humanidad entera, matando personas inocentes y ofreciéndolas á sus ídolos como víctimas en sacrificio; el cual pecado autoriza á todos los soberanos de naciones civilizadas para declarar guerra contra los Indios hasta el termino de ponerlos en estado de cesar una costumbre tan bárbara.

El señor obispo niega esta consecuencia porque no consta del evangelio ni de otro algun texto sagrado que un soberano haya recibido de Dios obligacion ni potestad de remediar los males de otro reyno que no depende de su gobierno.

El modo que se indica es tambien otro nuevo seminario de pecados pues la guerra lleva consigo el peligro próximo de su multiplicacion en robos, asesinatos, violencias, adulterios y cuantos males puedan imaginarse la guerra seria remediar un mal con otro mayor: matar millares de inocentes mezclados con los criminales por solo el fin de librar de la muerte un corto número de personas víctimas de los sacrificios. Esto se opone al evangelio segun el cual no debe intentarse la separacion de la zizaña cuando está en yerba mezclada con el

trigo por no perder este al mismo tiempo; JesuCristo nos enseña que la dejemos hasta el tiempo de la siega, esto es, hasta el dia del juicio.

No debemos olvidar que si bien es cierto estar ya reconocida entre las naciones civilizadas como costumbre bárbara la de sacrificar víctimas humanas lo es tambien que no por eso está definido todavía si entre las naciones inciviles es ó no pecado tan horrible como nosotros imaginamos ahora. No dudamos ni podemos dudar que lo es ante Dios, pero hay justo motivo para pensar de otra manera diferente con respecto á los hombres.

Estos lo hacen por un acto de religion que pien san ser agradable á la divinidad. Si quieren tenerla propicia le ofrecen lo que reputan por mas elevado que es un ser humano, y entre tales seres el mas precioso, cual es el hombre inocente. Les occurre ser eso lo mas agradable á la divinidad, y lo hacen con espíritu religioso lejos de tenerlo por acto inhumano.

Los Indios de América no son los únicos ni los primeros que siguen tal error. Eusebio en su libro de la preparacion evangélica, san Clemente, Lactancio, y otros muchos escritores fidedignos testifican haberlo adoptado muchas naciones antiguas que designan en diferentes partes del globo. Y aun la sagrada escritura nos cita el suceso de Jepté sacrificando á su hija por cumplimiento de un voto en el pueblo escogido de Dios, quien por otra parte parece no reprobar la práctica en todos los sentidos ni

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