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das sin carta de marcar y sin aguja con solo seguir el rastro de los cadaveres humanos arrojados al mar por los navegantes españoles.

Hecho el desembarco se verifica otro motivo de compassion para cualquiera que no sea insensible. Todos los Indios desnudos, debiles y medio muer tos de hambre, sed y dolor son reunidos en tierra como si fueran corderos; contados para ver cuantos se han de adjudicar á cada uno de los interesados en el barco conforme á las reglas y pactos, se hacen otros tantos montones; se sortea cada monton; y lo recibe aquel que se llama dueño. Cuando este notą en su monton un viejo ú enfermizo, se queja de que aquel no le ha de valer nada y le ha de costar dinero y esto equivale á sentenciar en su corazon lạ muerte del esclavo. Cada dueño procura vender los suyos; y resultan separados para siempre marido y muger, padres, hijos, y hermanos. Todo esto hace conocer facilmente cual es la religion de los armadores, cual su moral, cual su caridad; á la que se reduce cuanto hay escrito en la ley y en los profetas.

Todo lo referido no llega en mi concepto á la crueldad que los Españoles exercen con los Indios para la pesca de perlas de perlas en las Islas de los Lucaɣos. Las perlas estan en un pescado llamado Ostra, que se mantiene en el mar á cuatro y cinco brazas de agua, ó tal vez mas abajo. Para pescarlas es menester que se meta el pescador debajo del agua, y se mantenga sin respirar todo el tiempo necesario para

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buscar, encontrar, coger las perlas subir á la superficie del agua para darlas al dueño. Este por poco que tuviera de humanidad devia dejar al Indio descansar algo y darle alimento para reforzarse contra la opresion del pecho sufrida con la falta de respiracion debajo del agua, y para resistir la que va de nuevo á sufrir descendiendo á la pesca de otras perlas. Sin embargo no lo hacen así. Apenas el dueño recibe las unas le manda bajar otra vez y si el infeliz Indio tarda minutos para tomar aliento, le da su dueño golpes crueles. Por este motivo los infelices pescadores mueren muy pronto. Su alimento es unicamente la carne de las ostras que pescan para sacar las perlas pocas veces les dan pan de Maiz, ô de Cazabi. El cuerpo suele criar escamas producidas por el continuo contacto de la humedad salina de las aguas del mar. La cama por las noches es un cepo donde los aprisionan por miedo de que huyan. Algunos mueren en el mar cuando bajan á pescar por que un pez llamado Tiburon y otro nombrado Marrajo se los tragan vivos y enteros tan grandes y fuertes son los dos peces. Los Españoles hicieron comercio considerable con la venta de los Indios Lucayos por que sobresalian en la ciencia de nadar. Solian vender uno de estos en cincuenta y aun en cíen Castellanos; y sin embargo los comerciantes de perlas tenian la inconsecuencia de tratarlos con tal crueldad que los mas morian en breve tiempo, echando sangre por la boca, mediante la falta

de tiempo para que respirasen. Los gobernadores llegáron á prohibir por edictos todo eso; pero el cumplimiento de lo mandado no lograba jamas la debida egecucion. Así aquellas islas fueron despobladas casi enteramente como las otras con gran daño de la religion y del rey de España.

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ARTÍCULO. XIV.

Del rio Yuya-Pari.

La provincia de Pária tiene un grande rio nombrado Yuya-Pari cuyo curso excede de doscientas leguas. En el año de 1529 entró en la provincia lun Capitan español y subió su corriente con mas de cuatrocientos soldados. Hizo en sus pueblos lo mismo que los demas en todas partes y dejó casi despoblado el pais. Por fin murió desastradamente; però le suce- diéron en la comandancia otros tan tiranos como él, y aunque pereció miserablemente su egército fue renovado por los sucesores en el gobierno, de manera que ahora mismo sufre aquella todas las calamidades que comenzáron en la primera epoca.

ARTICULO XV.

Del reyno de Venezuela.

El rey nuestro señor inducido por falsos informes concedió á cierta compañia de Alemanès bajo pactos designados en un contrato el gobierno, la posesion y el usufructo de las provincias del reyno de Venezuela, cuya extension es de las mas grandes de América. Sus naturales era gentes muy sencillas y mas pacíficas que las de algunos otros paises, incapaces de hacer mal á nadie antes que se las exasperase á fuerza de crueldades. Los Alemanes las ocupáron con mas de trescientos hombres; pero como su objeto era solamente robar el oro sin reparar en medios, se valiéron de tales que á su vista parecian buenos los Españoles, pues se condujéron como tigres, abandonando todos los respetos debidos á Dios y al rey, y aun á la humanidad.

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Así han despoblado mas de cuatrocientas leguas de terreno matando de cuatro á cinco millones de personas, de modo que apenas ha que dado quien conserve la lengua de varias tribus y naciones, sino los pocos que se han retirádo á montes y bósques ó se han ocultado en cavernas. Habia regiones pobladísimas porque sus provincias eran ricas de oro y frutos, y un valle

quarenta leguas de largo, sumamente ameno, pero ahora solo es ya desierto y aun así los Alemanes prosiguen haciendo estragos hoy mismo cuanto permiten las ciscunstancias. Podria contar un grand número de sucesos espantosos; solo indicaré algunos por los cuales se juzgará de los demas.

Prendiéron al señor soberano de una provincia por sacarle todo el oro que tuviera. Le hicieron padecer cruelísimos tormentos porque revelase donde se hallaria mayor cantidad. Pudo el señor escaparse; huyó á los montes y le siguió una multitud de subditos. Unas tropas Españolas tuviéron noticia, hiciéron expedicion para descubrir su paradero y ganar el oro; hicieron presos en grande número, los esclavizáron y vendieron en otra parte. Los Alemanes careciéron de disculpa para su conducta porque cuando se presentáron por la primera vez fuéron recibidos pacíficamente como amigos con grandes regalos, obsequios y fiestas; pero ellos aprendiéron á imitar con tanta perfeccion la conducta de los Españoles que les excedieron en inhumanidad, aunque fuese dificil. En una ocasion hicieron incendiar la casa en que se habian reunido muchos Indios con los Caciques que salian á recibir los huespedes, y perécieron abrasados: algunos pocos se libráron por de pronto en unas vigas altas del techo; pero acabado el incendio de las paredes de paja se comunicó nuevamente fuego á las vigas y nadie quedó vivo. De sus resultas

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