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la pared de madera sin embargo de su altura pensando salvarse, y cayeron en poder de los Españoles de afuera; pocos pudiéron huirse. Los Españoles sacan atados á los que habian cogido; dejan dentro á los heridos, cierran por fuera la casa, le dan fuego y abrasan vivos á los infelices presos. Irritados los otros Indios, toman sus arcos, se encastillan en una casa y se ponen en defensa contra los Españoles. Estos aplican tambien fuego y queman esta segunda casa con todos los que se habian refugiado allí, excepto los que pudiéron ser cogidos vivos. Conducen como doscientos á su navió; van á la isla de SanJuan de Puerto-Rico, venden la mitad por esclavos á vecinos españoles; pasan á la Isla Española de Santo-Domingo y venden los demas. Yo me hallaba entónces en la isla de San-Juan; reconvine al Capitan con su pérfida injusticia; y me respondió que él no era autor de la idea; pues en uno de los capítulos de su instruccion se le habia mandado tomar esclavos para las dos islas de cualquiera manera, que fuesen aun cuando tomase Indios de paz sino habia Indios de guerra. Me confesó para mayor confusion suya ser cierto que no habia encontrado en pais alguno de América tan bueno ni tan generoso acogimiento como en la isla de la Trinidad pero que sin embargo el habia hecho lo referido por obedecer las ordenes recibidas. Otras muchas cosas se han hecho de igual naturaleza. Vease bien ahora si aquellos Indios seran con justicia reducidos á esclavitud.

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Los prelados de mi órden de Santo-Domingo acordáron enviar á la isla de la Trinidad un religioso maestro en teólogía, mui virtuoso en compañía de otro fraile lego para que viesen si los islenos estaban en disposicion de recibir bien la predicacion del Santo-Evangelio. El predicador no sabia bien aun el idioma de la isla pero sin embargo se resolvió á pasar allí confiado en que á los principios se ayudaria con los gestos y con las señas para hacerse entender. Fué con efecto y los Indios recibieron á los dos religiosos con la mayor paz y placer. Los agasajáron mucho, les oian bien los sermones; cédiéron á su doctrina, dejáron muchisimos la idolatría y abrázáron el cristianismo; pidiéron ser nombrados con nombres acostumbrados entre los cristianos; se les concedió y todo prosperaba cuando un suceso cruel fué á turbar todo el órden. Un navío en que navegaban Españoles, aportó á la Isla. Los Indios cortejáron á los de la embarcacion porque supusieron que éstos se conducirian bien por respeto á sus religiosos. Los Españoles procuráron excitar la curiosidad de los Indios para que fuesen muchos á ver el navío : se verifico así, asistiendo entre otros el señor principal de la tribu, llamado don Alonso, su esposa, y otras varias personas de rango á quienes se habia ofrecido hacer fiesta en el buque. Apenas el número fué considerable los Españoles salieron del puerto pasáron á la Isla Española y vendiéron por esclavos á los islenos. Los otros que restaban se afligiéron se

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bre manera por lo cruel y lo inesperado del suceso, y porque amaban mucho á su señor don Alfonso, y á toda su familia. Irritados algunos en cólera intentáron matar á los religiosos, imputándoles complicidad; por ; por fin se persuadiéron de la inocencia y les dejáron vivir bajo la promesa que los frailes hiciéron de escribir pidiendo en justicia la restitucion del señor don Alfonso, de la señora, y de los otros isleños. Pronto se presentó la ocasion de otro navío que llevó la carta; pero no se consiguió el fin : los Indios estaban ya vendidos; los oidores mismos de real Audiencia habian comprado algunos, y no administráron justicia. Los religiosos habian pedido el termino de cuatro meses para la vuelta de los presos los Indios viendo que no se verificó ni en los cuatro ni aun en ocho, volviéron á la opinion antigua de la complicidad, matáron á los frailes, y creyéron que ya no debian en adelante hacer distincion entre religiosos y soldados; abandonáron la religion cristiana teniéndola por sanguinaria injusta y cruel; y nos diéron testimonio del grande mal que hacen á ella las iniquidades de los Españoles. Los religiosos fuéron martires; pero el rey perdió las ventajas de la posesion de la isla en paz.

En otra ocasion pereciéron dos religiosos domínicanos y uno franciscano por concecuencia de diferentes tiranías cruelísimas de los Españoles que promovieron la yenganza de los Indios. Yo mismo fuí testigo ocular, incluido en el peligro que aquellos

tres, y libertado por un efecto especial de la providencia divina. En otra ocasion mas oportuna contaré por menor el suceso.

Junto al cabo de la Codéra estaba un pueblo cuyo señor, llamado Higoroto, era tan bondoso que daba todo genero de socorros y regalos á los Españoles que aportaban por allí. Su bondad llegó á ser tan conocida y ponderada en todas partes que no solamente lo alababan los pocos navegantes buenos que habia, sino aun los piratas y ladrones porque bastaba ser Españoles para que les hiciese favor en tanto grado que aun libró de muerte á varios fugitivos á quienes podia con razon haber quitado la vida sin mas diligencia que la de negar su amparo; no obstante lo cual él prefirió siempre salvarlos, y dirigirlos á la isla de las Perlas donde habia pueblo de cristianos. En fin aquel lugar de Higoroto era distinguido con el renombre de Meson de los Españoles : Por este motivo aun los malos habian respetado á los habitantes quienes por lo mismo llegáron tambien á tratar sin desconfianza, y entrar en las embarcaciones sin recclo. Un malvado abusó de todo esto, dispusó fiesta diversion en su navío; convidó mucha gente, y admitió á cuantos iban sin ser convidados; cuando el número fué grande alzó velas; marchó á la isla de San-Juan de Puerto-Rico y vendió á todos por esclavos. Yo me hallaba entónces en ésta isla, conocí al tirano, y escuché las jactancías de haber des

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poblado el lugar. Pareció tan cruel su conducta que aun los otros Españoles murmuráron porque habia privado á los navegantes de los continuos y grandes que siempre se daban allí para proseguir sus

auxilios

viages.

de

Omitiendo la narracion de otros muchos casos horribles solo digo que los tiranos han robado en los pueblos de las costas indicadas mas de dos millones personas, y uniendo este número al de las matadas en su propio pais, han producido una casi total despoblación. Las robadas fuéron vendidas en la Isla Española y en la de San Juan donde la muerte les esperaba entre las fatigas, el hambre y los malos tratamientos, pues sus dueños tenian poca pena de verlos morir porque compraban otros á pequeño precio.

La mortandad en los navíos era tambien muy númerosa y estaba regulada en una tercera parte de las personas robadas y la causa es bien conocida. Los armadores ( con cuyo nombre son llamados los Españoles que hacen viages para robar el oro y los hombres) suelen llevar en su embarcacion pocos víveres por excesiva economía; y no dan á los Indios esclavizados sino muy poco y malo de comer y á veces nada; por lo cual el hambre, la sed, y el dolor de sus corazones aniquilan á muchos. En fin uno de los hombres de tripulacion de tales buques me dijo que las setenta leguas de mar que se navegan desde las Islas Lucayas hasta la Española pueden ser camina

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