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Una muger teniendo en sus brazos su hijo de un año vió que los Españoles echaban los perros bravos á muchas personas, y previó que luego sufriria esta muerte horrible por evitarla tomó una soga, ató su niño á un pie de esa misma madre y se ahorcó de una viga. Los perros llegáron bien pronto en ocasion que un fraile pasaba por allí, bautizó al niño colgado: pero no pudo librarlo por que los lebreles hicieron presa y lo destrozáron.

Un Español que marchaba para el Perú persuadia á un muchacho Indio hijo de un Cacique que se fuera con él; y porque no quiso acceder el jóven á su propuesta, le cortó las orejas y las narices riéndose y

celebrando su hazaña.

El era tan barbaro que no se avergonzaba de jactarse delante de un religioso respectable, de que habia procurado violar á todas las jóvenes que habia encontrado con la idea de que concibiesen niños porque así las vendía mas caras.

Otro Español fue á caza de venados en este reyno de Yucatan (ó no me acuerdo bien si en una provincia de la Nueva-España). Notó que sus perros tenian hambre y sin mas motivo, cortó los brazos á un muchacho - Indio y los dió á comer á sus perros: cuando los vió cebados con carne humana, les dió el cuerpecito del infeliz jóven. Si esto prueba la insensibilidad del corazon de tales hombres, aun verémos otros casos peores.

Cuando los Españoles militares marcháron al Perú, quedó el reyno de Yucatan en una especie de paz que `ya se reputaba felicidad, y en este estado llegáron

allí para predicar el santo evangelio fray, Jacobo y otros cuatro religiosos del orden de San-Francisco. El Virrey de Nueva-España los habia enviado con facultades de prometer á los naturales del pais que no entrarian allí ya mas tropas Españolás. Fray Jacobo destinó personas juiciosas que se anticipasen á pedir el permiso para que pasasen los religiosos á procurar hacerles conocer al verdadero Dios criador de los cielos y de la tierra. Los Caciques dijeron que si no eran Españoles, y si eran gentes pacificas, fuesen con seguridad. Los religiosos experimentáron tan felices resultados que á poco tiempo los Caciques mismos les llevaban los ídolos para que fuesen quemados. Reconocian sin dificultad por soberano al rey de Castilla, deciendo que no habian oido hablar de él, ni del Dios verdadero mientras los Españoles habian dominado el pais. Ellos mismos edificáron templos al Dios verdadero, y doce ó quince Caciques principales de grandes distritos comarcanos acudiéron voluntariamente á reconocer al rey de Castilla por su señor cuyas firmas hechas á su modo yo tengo en mi poder con los certificados de aquellos religiosos.

Esto hace ver cual era el medio seguro de obtener y poseer el señorío y la soberanía de aquellos vastísimos paises. Los que han impugnado esta verdad no han contado sino mentiras y fábulas.

Pero cuando mas iba floreciendo la religion llegáron á una de las provincias de Yucatan treinta Espa

ñoles militares doce á pie, diez y ocho á caballo, cargados de ídolos; el gefe dice á los Caciques que se los compren y paguen su precio en Indios para servirles de esclavos: los Caciques inducidos por el miedo distribuyeron los ídolos entre los padres de dos ó mas hijos varones, quitándoles uno, y dando todos á los Españoles, con lo que la idolatría ganó lo que ligion perdia. Vease ahora cual era el zelo de los Españoles.

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Uno de ellos, nombrado Juan Garcia estando enfermo y cercano á la muerte, tenia debajo de su cama dos cargas de ídolos, y dijo á una India esclava suya que no los diese por gallinas (pues eran mui buenos) sino por esclavos á razon de un esclavo cada ídolo. Con ésta disposicion murió aquel mal cristiano y se puede pensar cual habra sido su destino en el otro mundo.

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Considérese bien si la conducta de tales cristianos no se parece á la de Jeroboan cuando mandó á los Israelitas adorar los dos becerros de oro, y á la de Judas que vendió la persona de Jesu-Cristo por dinero. Los cristianos hacian ver en las Indias que su Dios era el oro, y que no trataban de obedecer al rey ni de propagar el cristianismo.

Los Indios no pudiéron saber con indiferencia la infraccion de la promesa de no enviar Españoles, ni la necesidad de comprar tan caros los nuevos idolos despues que se les habia obligado á entregar quemar los suyos. Alborotáronse y por de

ó

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que

conviniéron á los religiosos de haberles engañado. Estos diéron la satisfaccion que podian; fuéron á buscar á los treinta Españoles; procuráron hacerles ver el mal que habian causado y exhortarles á separarse de aquel pais. Los delincuentes no solo se negáron á ello sino añadiéron el nuevo crimen de persuadir á los Indios que habian sido llamados por los frailes. La consecuencia fué decretar los Indios la muerte de los religiosos. Estos huyéron; y pasados algunos dias los Indios conocieron la inocencia de los fugititivos; enviáron díputados á cincuenta leguas de distancia dar satisfaccion á los frailes y rogarles que

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volviesen los recibiéron como á unos ángeles de paz, y los mantuviéron cuatro ú cinco meses.

Entre tanto los treinta Españoles proseguian haciendo males horrendos. El Virrey de Nueva-España, les mandó ir á Méjico. No habiendo logrado la obediencia, los declaró traidores, y los condenó à la pena de tales. Ellos no por eso mudáron de sistema. Los estragos en la provincia eran cada dia

mayores.

Los religiosos receláron que por este motivo volverian los Indios á mover nuevos alborotos en los cuales ellos moririan sin remedio, por lo cual se retiráron del pais, dejándole segunda vez emvuelto cn las tinieblas de la idolatría.

Este suceso tan lamentable causa la compasion mas indecible porque los habitantes del pais mostraban

ya gran placer en la instruccion de las verdades católicas.

ARTICULO XI.

De la provincia de Santa-Marta.

La provincia de Santa-Marta extendida en mas de quatrocientas leguas y dividida en varias provincias subalteranas, era tierra fertilísima, muy poblada, sumamente rica en minas de oro; y sus habitantes estaban instruidos en el modo de cogerlo.

Los Españoles comenzáron sus expediciones para robarlo en el año 1498 y no han cesado sus robos hasta el presente de 1542.

En el principio iban con navíos, y sin internarse mucho, robaban solo en pueblos cercanos á la costa marítima. En 1523 comenzáron á internarse; luego establecieron gobierno militar: tres gobernadores hubo; uno en pos de otro, á cual peor; el segundo mas ladron, mas cruel, y mas desolador que el primero; el tercero mas que el segundo porque ya le costaba mas trabajo saciar su codicia. El que fué año 1529 no podia ser ya mas iniquo ni mas feroz: murió desastradamente sin confesion, y fugitivo porque se habia dado comision á un juez para residenciar su conducta.

Por su muerte se fuéron sucediendo nuevos go

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