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tara la naturaleza. Entre la multiplicidad de preclaras cualidades que adornaban su vehemente corazon, ninguna resplandecia tanto como su amor á la verdad y su profunda veneracion por la libertad humana. De esto dan inconcusos testimonios todos los actos de su larga existencia y cada una de las páginas de sus luminosos y extensos escritos. Causa en verdad admiracion ver cuánto se ha adelantado á su época y la sensatez y buen criterio con que resolvia algunos problemas políticos y sociales que aún en nuestros tiempos vienen discutiéndose. Si pudiese tornar á la vida, veria que muchos de ellos están resueltos segun sus propios consejos y otros en vía de una favorable solucion.

Si las grandes virtudes que brillaban en Las CASAS nos colman de veneracion y entusiasmo hácia el ilustre Sevillano, no deben inspirarnos ménos admiracion la sagacidad y perspicacia de que dió incesantes pruebas en sus palabras, en sus escritos, y en el sistema que adoptó para el desempeño de sus innumerables misiones y embajadas. LAS CASAS, como todos los grandes hombres, ya lo hemos indicado, llevaba á su siglo una delantera considerable. Pero lo que mayormente merece fijar nuestra atencion, es el sentido

peculiar, el punto especial en que dejaba tan atrás á sus contemporáneos y áun á las generaciones que les han sucedido. Insistimos preferentemente en este punto, que nos parece ser de máxima importancia.

Muchos hombres públicos modernos, que por algunos han sido tachados de revolucionarios peligrosos, y ensalzados por otros como genios inspirados á causa de sus teorías y predicaciones respecto á los derechos y libertades del hombre, no alcanzaron sino á interpretar, á ensanchar y muchos de ellos á pervertir las ideas altamente democráticas del clérigo LAS CASAS, hijas legíti– mas de las que proclamara el Redentor. Los principios democráticos y niveladores de LAS CASAS, tenian por fuente, por guía, por fin, las sacrosantas doctrinas del Evangelio; eran el Cristianismo puesto en práctica, la máxima sublime de « amar á Dios sobre todas las cosas y al prójimo como á nosotros mismos, » puesta en accion, y luego se hallaban todas enderezadas á la rehabilitacion del indio agobiado bajo el peso de la esclavitud y de los malos tratos. La religion y la razon que en él se unian en tan armonioso consorcio, le indicaban que el indígena humilde tenía los mismos derechos sociales que el orgulloso conquistador, y

pen

en esto se mostraba intérprete celoso de los samientoş y deseos de la gran Reina bajo cuyos auspicios llevó a cabo Colon su colosal empresa.

Los más exagerados é intransigentes de los modernos demagogos, tomando de LAS CASAS SUS ideas fundamentales, no han hecho otra cosa que corromperlas con absurdas añadiduras que no están apoyadas en la misma base, ni tienen finest análogos, ni siquiera son en tal consorcio practicables. Aquellos que á los principios de justicia, de libertad y de democracia que predicaba LAS CASAS han querido añadir, disfrazada de cualquier manera, la penosísima idea de suprimir á Dios entre los hombres, tan sólo han conseguido iniciar una era de nuevas injusticias y discordias. humanas, sin esperanza de lograr el fin que se proponen, porque les falta la estrella fúlgida, la lumbrera resplandeciente que iluminaba á LAS CASAS y bañaba la senda por que caminaba en torrentes de divina luz.

Si los gobiernos españoles hubiesen obrado en armonía con las exhortaciones del ilustre obispo de Chiapa, y hubiesen dictado disposiciones necesarias para hacer efectivos los mejoramien

tos

por él señalados para la administracion y organizacion del Nuevo mundo, hubiesen compro

bado manifiestamente su profunda prevision y su sabiduría en asuntos temporales.

No hubiese tal vez cundido algunos siglos más tarde la agitacion insurreccionaria en HispanoAmérica hasta el punto de establecer violentamente una independencia prematura para la cual muchos de sus pueblos no se hallaban todavía preparados. La emancipacion hubiera tenido lugar sin disgustos, sin violencia, por el órden natural de las cosas y en beneficio mútuo. En las colonias que han permanecido fieles á la madre patria no hubiéramos presenciado, en nuestros dias, males sin cuento, entre los cuales figuran la insurreccion cubana ya citada y la anterior guerra de Santo Domingo; esta última, despues de una anexion espontánea invocada por los mismos dominicanos como único medio de salvacion para librarse de los haitianos, y evitar el ver fundidos los restos de su raza europea con la raza africana, como llegó á acontecer en Haiti.

Lo repetimos; los vicios que impugnaba Las CASAS existen aún, están infiltrados en la masa de la sangre de los que ejercen autoridad en los países americanos, sea en las colonias de España, sea en algunos de los Estados que se constituyeron independientes. La historia de una gran

parte de las Repúblicas de Hispano-América nos demuestran esta verdad bien claramente; es público y notorio el triste espectáculo de anarquía

y

cáos que algunas de ellas han ofrecido durante el último medio siglo; y las causas son perfectamente conocidas de cuantos se ocupan con interés de la suerte y progresos de aquellos países.

Réstanos hablar tambien en esta introduccion sobre un punto que llamó grandemente la atencion de LAS CASAS, á saber, la controvertida cuestion de si las razas aborígenes de América y las de su progenie con los conquistadores españoles, son ó nó susceptibles de la alta cultura y levantada civilizacion europea. Cuestion es esta que ha sido calurosamente debatida por diversos escritores.

Algunos viajeros, en nuestro humilde concepto bien superficiales, han negado á aquellas razas las cualidades indispensables para encumbrarse á un alto grado de civilizacion. Semejante dictámen, más que una marcada injusticia, nos parece un absurdo demostrado por la experiencia y los hechos de una manera incontrovertible. Los Estados hispano-americanos, á pesar de su corta y agitada existencia y de sus discordias intestinas, habiendo carecido hasta hace muy poco tiempo

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